Nada
más llegar a La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero comienza a desmantelar las
instituciones básicas del Estado para poder implantar en España un nuevo
proyecto cultural, totalmente ajeno a nuestras tradiciones milenarias. Da
inicio a su labor de zapa, primero de manera solapada y después abiertamente y
sin complejos, promoviendo una serie de leyes y disposiciones que tienen muy
poco que ver con la idiosincrasia y las costumbres de los españoles. Y utiliza
toda clase de tretas para substituir los valores y la vieja moral de la
sociedad española por un nuevo humanismo, que excluye expresamente cualquier
tipo de referencia al bien y a la virtud.
El
atrevimiento de Rodríguez Zapatero no tuvo límites. Sin el menor escrúpulo, se
sirvió del Gobierno, como si fuera un simple instrumento, para poner en
práctica su proyecto. Comienza, por lo tanto, aprovechándose astuta y descaradamente del
Boletín Oficial del Estado para impulsar, con nuevas disposiciones y leyes, la
transformación cultural e ideológica de la sociedad española. No le preocupa
gran cosa el bienestar de los españoles, pero se desvive para imponerles una nueva
manera de pensar, sustituyendo sus creencias ancestrales por otras más acordes
con el laicismo, con el relativismo ético y con la ideología de género.
Para
conseguir semejante objetivo, desplegó todas sus artimañas para destruir la
familia tradicional. Sabía que, sin desmantelar definitivamente la actual
institución familiar, el Estado no podría sustituir a su antojo los valores
personales, ni usurpar fácilmente nuestra libertad individual y, menos aún,
modelar nuestro futuro. Para lograr su
objetivo, el entonces presidente del Gobierno dispone que se adoctrine a los
futuros ciudadanos desde su más tierna infancia, para implantar más fácilmente
el relativismo y el laicismo y acabar así, de una vez, con el carácter absoluto
de los principios y los valores morales
que emanan de las familias.
Pero
Rodríguez Zapatero no se conforma con
mantener bajo control a todos y a cada uno de los ciudadanos y con el
propósito laicista de relegar la religión al ámbito estrictamente privado. Su
proyecto era mucho más ambicioso y demoledor. Hizo cuanto pudo para destrozar nuestro
modelo de sociedad, falsear la historia de España y destruir hasta nuestra propia
identidad. Y lo que es peor, puso todo su empeño en romper la convivencia de
los españoles con su inoportuna ley de recuperación de la Memoria Histórica.