En la mitología
griega se nos narra la vida de un héroe legendario, cuyo nombre aparece
repetidamente en la Ilíada y que da nombre a la Odisea. Se trata de Odiseo, el
famoso rey de Ítaca. En la antigua Roma, le llamaban Ulises. Como otros muchos
reyes y príncipes de los reinos más cercanos, se sintió fuertemente atraído por la belleza extraordinaria
de Helena. Y como todos ellos, acudió al palacio de Tíndaro, rey de Esparta,
con la ilusión de conseguir la mano de su hija.
Eran
tantos y tan importantes los pretendientes de Helena, que Odiseo comprendió muy pronto que tenía
muy pocas posibilidades de éxito. Y es entonces cuando pone sus ojos en
Penélope, la sobrina del rey de Esparta. Por otro lado, Tíndaro tenía un enorme
problema para elegir entre todos estos aspirantes. Sabía que todos ellos eran
muy poderosos y temía que, al elegir a uno de ellos, los demás se sintieran
heridos y se enfrentaran a él. Cuando Odiseo se enteró de los apuros en que
estaba Tíndaro, le ofreció su ayuda a cambio, eso sí, de la mano de su sobrina Penélope, si no era él el
elegido.
Aceptada
la oferta por el rey de Esparta, Odiseo le aconseja que sea su hija Helena la
que elija a uno de ellos. Pero antes de la elección, todos los pretendientes deberán
jurar obligatoriamente, que respetarán
la decisión que se tome y que defenderán firmemente al elegido contra cualquier
agravio que pudiera surgir en el futuro. Cumplidos estos trámites, Helena
prefirió a Menelao por ser el más rico de
todos los aspirantes. A continuación se celebro la boda, juntamente con la de
Penélope y Odiseo, cumpliéndose así lo acordado entre este y Tíndaro.
En
Esparta, todo era felicidad y lo mismo en los reinos más cercanos. Disfrutaban
intensamente de una paz envidiable hasta que inesperadamente llegó Paris, el
hijo de los reyes de Troya, Hécuba y Príamo, a la corte de Esparta. Aquí estaba
Helena, la mujer más bella del mundo que le había prometido la diosa
Afrodita. Con la ayuda de la diosa de la
lujuria, el príncipe troyano Paris, logró seducir a Helena. Y aprovechando que
Menelao estaba celebrando en Creta los funerales de su abuelo Catreo, Paris
huyó a Troya, llevándose a Helena y una cantidad considerable de riquezas. Los
ciudadanos de Troya, juzgando que esto era una clara ofensa hacia el rey
Menelao, querían que Helena fuera devuelta inmediatamente a Esparta. La familia
real troyana, sin embargo, a pesar de la
recomendación de sus vasallos, decidió que Helena se quedara en Troya con Paris.
La clase
política española, la Casta que nos gobierna, ha decidido emular a Paris, el
príncipe de Troya, y con la mayor naturalidad del mundo, ha hecho de la
“res-pública” su finca particular, arrebatándonos hasta nuestra soberanía
nacional. Los políticos que aspiraban a vivir del cuento porque les iba la
marcha, o porque no valían para otra cosa,
expulsaron de la política a los que no eran de su cuerda para que no les
chafaran sus planes. Y como es lógico, terminaron blindándose, formando un
grupo homogéneo, cerrado herméticamente a quienes no sean familiares directos o amigos íntimos de los
responsables que manejan el quehacer
diario de los partidos políticos.
Una
inmensa mayoría de los que aterrizaron en la vida pública a raíz de la transición
democrática, se subieron al carro para mejorar su situación personal y
prosperar económicamente a costa del erario público. Son los vividores y los inútiles,
los que no saben hacer otra cosa, y que tratan de solucionar su vida
dedicándose a la política como si fuera una profesión. Entre todos estos gorrones,
cómo no, había también quijotes y
aventureros. Los altruistas dejaron sus ocupaciones tradicionales y se
embarcaron en la loable tarea de servir a España para mejorar lo más posible el
estado de bienestar de sus conciudadanos aportando generosamente su experiencia
y sus conocimientos. También hubo alguno que, teniendo plenamente resuelta su
vida, llegó a la política para
satisfacer su espíritu aventurero.
Los que
llegaron llenos de ilusión a la política para servir desinteresadamente a los
demás, y los que lo hicieron por simple curiosidad, terminaron totalmente
decepcionados con el comportamiento descaradamente egoísta de los profesionales
de la política, de los que, de manera evidente, estaban dispuestos a sacar
petróleo del sistema, buscando ante todo su prosperidad personal. Y como no los
escuchaba nadie y sus propuestas eran constantemente derrotadas por las
mayorías, dijeron adiós a la política y volvieron a sus casas reintegrándose
nuevamente a sus antiguas ocupaciones. No olvidemos que esas mayorías
funcionaban a piñón fijo y votaban siempre lo que mandaran las élites de los
partidos.