Una vez
instaurada la democracia en España, los partidos políticos se movilizan
inmediatamente, buscando sin disimulo alguno la manera de colonizar todas las
instituciones y de usurpar a los pacientes ciudadanos el poder y el protagonismo
que les corresponde. Así es como han llegado a ocupar y a controlar la sociedad
civil y todas las instituciones que conforman la administración del Estado.
Aprovechando la
irresponsable pasividad de los
ciudadanos y para no tener que dar explicaciones a nadie de sus actuaciones y
enjuagues, los partidos políticos fueron anulando poco a poco los distintos tipos de
control que les obligaban a rendir periódicamente cuentas detalladas de sus
actividades. Comenzaron privando a los ciudadanos de su inalienable derecho a
elegir personalmente a sus representantes públicos. Les dejan, eso sí, optar entre un partido u
otro, pero nada más. Son los responsables de los partidos políticos los que
realizan esa labor, eligiendo los candidatos que van en esas listas cerradas y
convenientemente bloqueadas.
Los dirigentes
políticos en España han desterrado de sus respectivas formaciones la democracia
interna y exigen obediencia ciega, sumisión y lealtad plena a todos sus
militantes y, de una manera muy especial a los que aspiran a figurar en esas
listas o a ocupar algún cargo público de relevancia. Y son estos líderes los
que, suplantando a los ciudadanos, eligen realmente a los que
nos representan en las instituciones
públicas. Y al girar todo en torno al jefe, se fomenta el amiguismo y el
clientelismo más servil y rastrero, se aviva la mediocridad del sistema y se
facilita la corrupción institucional.
Llevábamos años
comprobando que cada vez eran más los políticos profesionales que utilizaban
desvergonzadamente las instituciones públicas, que practicaban sin disimulo
alguno el tráfico de influencias y el soborno para enriquecerse de manera
ilegal. Y si viene a cuento, y esto les reporta algún beneficio personal, burlan
los escasos controles que existen, incumplen las leyes y, si hace falta,
engañan descaradamente a los ciudadanos, amparándose, claro está, en la
opacidad de nuestro modelo administrativo. Ha habido casos muy claros en los
que han desarrollado todo un proceso de complicada ingeniería para delinquir y
apropiarse de dinero público.