Una vez
instaurada la democracia en España, los partidos políticos se movilizan
inmediatamente, buscando sin disimulo alguno la manera de colonizar todas las
instituciones y de usurpar a los pacientes ciudadanos el poder y el protagonismo
que les corresponde. Así es como han llegado a ocupar y a controlar la sociedad
civil y todas las instituciones que conforman la administración del Estado.
Aprovechando la
irresponsable pasividad de los
ciudadanos y para no tener que dar explicaciones a nadie de sus actuaciones y
enjuagues, los partidos políticos fueron anulando poco a poco los distintos tipos de
control que les obligaban a rendir periódicamente cuentas detalladas de sus
actividades. Comenzaron privando a los ciudadanos de su inalienable derecho a
elegir personalmente a sus representantes públicos. Les dejan, eso sí, optar entre un partido u
otro, pero nada más. Son los responsables de los partidos políticos los que
realizan esa labor, eligiendo los candidatos que van en esas listas cerradas y
convenientemente bloqueadas.
Los dirigentes
políticos en España han desterrado de sus respectivas formaciones la democracia
interna y exigen obediencia ciega, sumisión y lealtad plena a todos sus
militantes y, de una manera muy especial a los que aspiran a figurar en esas
listas o a ocupar algún cargo público de relevancia. Y son estos líderes los
que, suplantando a los ciudadanos, eligen realmente a los que
nos representan en las instituciones
públicas. Y al girar todo en torno al jefe, se fomenta el amiguismo y el
clientelismo más servil y rastrero, se aviva la mediocridad del sistema y se
facilita la corrupción institucional.
Llevábamos años
comprobando que cada vez eran más los políticos profesionales que utilizaban
desvergonzadamente las instituciones públicas, que practicaban sin disimulo
alguno el tráfico de influencias y el soborno para enriquecerse de manera
ilegal. Y si viene a cuento, y esto les reporta algún beneficio personal, burlan
los escasos controles que existen, incumplen las leyes y, si hace falta,
engañan descaradamente a los ciudadanos, amparándose, claro está, en la
opacidad de nuestro modelo administrativo. Ha habido casos muy claros en los
que han desarrollado todo un proceso de complicada ingeniería para delinquir y
apropiarse de dinero público.
Raro era el día
en que los medios de comunicación no airearan algún caso grave de corrupción. Y
sin embargo, la ciudadanía callaba y se comportaba como si no se enterara de
los continuos enjuagues que hacían muchos políticos profesionales para lucrarse
irregularmente del sudor ajeno. Se comportaba como el séquito y los súbditos de
aquel rey del famoso cuento , escrito por Hans Christian Andersen, que salió a la calle con el supuesto vestido
invisible, tejido para la ocasión por unos desvergonzados charlatanes. Todos
los vecinos del pueblo alababan la elegancia y la belleza del traje, para que
sus vecinos no se enteraran que no lo veían. Hasta que un niño exclamó: “¡Pero
si va desnudo!”. Entonces, la gente
perdió el miedo y toda la multitud gritaba ya sin complejos "el rey va desnudo", "el rey va desnudo".
La conmoción
producida por el impacto de la crisis económica sirvió para que los ciudadanos
perdieran el miedo y comenzaran a denunciar abiertamente los escandalosos casos
de corrupción, cada vez más generalizados, y que han provocado la actual animosidad
y la desafección generalizada contra toda la clase política, que vive
extraordinariamente bien a expensas, claro está, del erario público. Y ante este
hecho, y a la vista del preocupante resultado de las últimas elecciones
europeas, los grandes partidos tradicionales no han tenido más remedio que
anunciar la puesta en marcha de algunas medidas concretas que huelan
simplemente a regeneración democrática.
Por fin se han
dado cuenta, que si no cambian su discurso y aparentan moderar su ambición,
crecerá la animosidad de los ciudadanos contra los políticos hasta límites
imprevisibles. Y entonces corren el riesgo serio de ser desplazados irremisiblemente
por Podemos y por toda esa caterva
de indignados anti sistema, nacidos
de aquel 15M madrileño. Pero ya es
demasiado tarde para que los ciudadanos tomen en serio esas ofertas de regeneración
y catarsis que ofrecen ahora los partidos políticos mayoritarios.
Algunos miembros
destacados de las organizaciones políticas con responsabilidades de Gobierno,
ansiosos de poder y dinero, se lanzaron a navegar, sin pensar que las
seductoras sirenas de la isla de Artemisa estaban al acecho para devorarlos sin
piedad. Y al no tomar la precaución de atarse al mástil de la honestidad, como
hizo Ulises en su viaje a Ítaca, el influjo
irresistible del canto de la
sirena de la corrupción los hechizó y terminaron estrellándose contra las rocas
como otros muchos marineros.
La crisis
económica tan brutal, que venimos soportando desde hace tanto tiempo, ha
contribuido a encrespar peligrosamente los ánimos de los ciudadanos, sobre todo
la de aquellos que tienen tremendas dificultades para cubrir decentemente sus
necesidades básicas. En esas condiciones, es normal que protesten airadamente
contra este ambiente de corrupción y fraude que respiramos. Y como consecuencia
de las necesidades económicas que soportan, no toleran en modo alguno, que la
clase política exija austeridad y
sacrificio a los demás mortales, sin renunciar previamente a ninguno de de sus
numerosos privilegios, tratando incluso de aprovecharse de lo que no es suyo.
Es normal que,
ante una situación tan explosiva como esta, la gente se desespere y se indigne
y aparezca incluso algún grupo político con un perfil extremadamente
preocupante, como es el caso de Podemos,
dispuesto a desestabilizar aún más nuestra débil democracia. Esto ha servido
para que los dos partidos mayoritarios, el Partido Popular y el PSOE, ante el
temor de perder su enjundioso momio, prometan
regeneración y transparencia en todas sus actuaciones. Pero ya no tienen
credibilidad alguna. Después de casi dos años, aún no han entrado en vigor las
normas contra la corrupción, desgranadas por Mariano Rajoy, hace ya casi dos
años, en su primer debate del estado de la Nación como presidente.
En realidad, ninguno
partido tiene voluntad política de acabar definitivamente con la terrible lacra
de la corrupción institucional. Cuando llegan las campañas electorales, todos
ellos prometen solemnemente elaborar una ley de transparencia, actuar siempre a
plena luz y con taquígrafos. Pero cuando
llegan al Gobierno, se olvidan de semejantes promesas, y se oponen a que exista algún organismo
independiente y con autoridad para exigir el cumplimiento de esa ley. Estos
partidos serían creíbles, si fueran plenamente democráticos en su
funcionamiento y si dejaran al Tribunal de Cuentas cumplir con su cometido, en
vez de utilizarlo para situar a muchos de sus deudos y amigos.
Si los partidos
políticos quieren que creamos en sus promesas de regeneración democrática y en
la diafanidad de sus cuentas, tienen que renunciar inmediatamente a intervenir
en los nombramientos del Consejo de Poder Judicial, del Tribunal Constitucional,
de la Fiscalía y del Tribunal de Cuentas y, por supuesto, suprimir el actual y escandaloso
sistema de aforamiento. Deberían desistir igualmente de cubrir cargos públicos,
abusando de los nombramientos de familiares y amigos, utilizando profusamente
el método de libre designación. Pero
no caerá esa breva.
Aparentemente al
menos, las cúpulas de las formaciones
políticas tradicionales solamente buscan aparentar que luchan denodadamente
contra la corrupción institucional, pero jamás han pretendido acabar con semejante lacra. Ahí está para
demostrarlo su persistente afán de mantener bajo siete llaves la tumba de
Montesquieu, para controlar libremente a los demás poderes del Estado, con la
malsana intención, creo yo, de no ser controlados.
Gijón, 8 de
diciembre de 2014
José Luis
Valladares Fernández
Que dificil es volver a ser un creyente de los partidos politicos.Ya han rebasado todos los limites de la corrupcion,saludos y Feliz Navidad,
ResponderEliminarHan dilapidado miserablemente toda su credibilidad y no parece que quieran arrepentirse y cambiar de una vez.
EliminarFeliz Navidad.
En el mejor de los casos, cuando un político es "obligado" a dimitir por asuntos de corrupción, cuando pasa un tiempo prudencial, vuelva a ostentar cargos públicos. En el peor, al día siguiente, ya está otra vez con mando en plaza.
ResponderEliminarComo bien dices, ni ha habido, ni hay, ni, por lo que se ve, habrá voluntad de acabar con esta vergüenza.
En realidad, toda esa plebe se comporta como si fuera una secta y se tapan unos a otros, y hasta se ayudan.
EliminarMagnífica exposición de los hechos, José Luis, pero "Vox Clamantis in Deserto"...
ResponderEliminarLa política de esta Nación está tan "emputecida" que no sabe dar un paso adelante: sólo sabe pisar las huellas de PODEMOS y maquillar sus desmanes con "ofertas de última hora" para productos caducados, de cara a las elecciones, como hacen los supermercados. España es una feria de stock político y judicial, que se vende en almoneda porque ya no soporta la mentira y la corrupción de décadas de felonía; un muladar de corrupción en el que medran los gusanos políticos en el cadáver de Montesquieu, con crisálida incluida: pequeño Nicolás y más parásitos, mientras las clases trabajadoras agonizan dejando paso a una masa bien formada que tiene que asumir el empleo precario o la emigración; mientras los trabajadores establecidos y los pensionistas viven los recortes, en derechos y remuneración, propios de una país bananero. Vivir en Expaña y no tener opción alguna, votar o abstención: TO BE OR NOT TO BE,Ser o no ser, he aquí la cuestión. ¿Qué es más digno para el espíritu?, sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar armas contra océanos de calamidades? NO NOS DEJAN OPCIONES ESTOS HIDEPUTAS malandrines, hechizados por el Mago Malambruno.
Un saludo.
Así es, amigo jano. Nuestros políticos han corrompido la cosa pública, y no hay manera que apliquen un poco de sentido común en sus actuaciones. Aún no se han dado cuenta que están allanando el camino a Podemos y, cuando quieran enterarse, va a ser demasiado tarde.
EliminarUn abnrazo
Es lo que hay, José Luis, por desgracia.
ResponderEliminarDesgraciadamente así es. No hay más cera que la que arde
EliminarEs increíble que durante tanto tiempo no haya dado cuentas ninguna institución de sus interioridades, pero es una tónica habitual y general de la llamada chapuza ibérica de la que casi nada escapa, ahora de repente se han terminado las contemplaciones y todo son prisas por cambiar todo, pero conviene hacerlo bien.
ResponderEliminarYa es hora de que, aunque de manera muy tibia, comiencen a poner algunos puntos sobre las ies. Pero aún tenías que ser más exigentes y resolutivos.
EliminarYo hace tiempo que no creo en los partidos, nido de corruptos, insultos a la inteligencia y gentes que no sirven para nada, es decir, sólo para la política de palmeros.
ResponderEliminarSe que es una utopía pero creo en las personas, algunas, no en las listas cerradas y blindadas donde tienes que votar a multitud de tuercebotas, creo en las gentes que los tienen bien puestos para arreglar este gallinero en que se ha convertido la política, creo en la separación de poderes y en los que le echen un par de huevos para meter en chirona a tantos estafador nacionalista que se ríe de todos los españoles.
Políticos = Inútiles
Ese es precisamente el caballo de batalla, que no elegimos a las personas; simplemente nos decantamos por un partido o por otro. Y es que la democracia interna en los partidos brilla por su ausencia
EliminarHola, José Luís:
ResponderEliminarYa no creo en la capacidad de regeneración de la Política. El fondo de la dimisión de Torres Dulce algo significa, como que la chiquita del chiste tiene razón: que los delincuentes políticos, ahora que se sabe de tantos, no van a pagar ni ir a la cárcel.
Un abrazo de Nadal.
Mientras exista la actual Ley Electoral, será difícil que se produzca esa regeneración, porque seguirán estando ahí los mismos.
EliminarUn abrazo