Hasta hace muy pocos años, la línea institucional
del Partido Popular era extremadamente clara y estaba marcada indefectiblemente
por unos valores morales y sociales iguales, o muy similares a los predicados
por la religión católica. Y aunque siempre hubo algún que otro verso suelto
que, de manera individual y esporádica, se dejaba llevar por la comodidad o por
algún otro interés particular oculto e inconfesable, los responsables del
partido utilizaban invariablemente la cordura,
salvaguardando escrupulosamente los valores tradicionales del humanismo
cristiano.
Pero la situación comenzó a cambiar progresivamente
tras la consolidación de Mariano Rajoy como presidente del partido. Optó por
primera vez a la Presidencia del Gobierno en las elecciones generales de marzo
de 2004, y fue claramente derrotado por José Luis Rodríguez Zapatero. Encabezó
nuevamente la lista del Partido Popular en las elecciones de marzo de 2008, y
volvió a cosechar otra contundente y dolorosa derrota, que produjo todo un
terremoto entre los miembros de la cúpula del partido.
La moral de Mariano Rajoy sufrió un duro golpe con
este nuevo e inesperado fracaso
electoral. El abatimiento y desánimo del líder de los populares llegó a ser tan
profundo, que ya estaba barajando seriamente la posibilidad de arrojar la
toalla y abandonar la política o emular a Saturno, el dios de la agricultura y
la cosecha de la mitología romana, cuando fue privado de la corona del Empíreo
y expulsado del cielo por su propio hijo
Júpiter. Y decidió, claro está, repetir la gesta de Saturno.
Tan pronto como Saturno se vio destronado y reducido
a la condición de un simple mortal, corrió a ocultar su derrota a Italia, junto al rey Jano que lo
acogió amigablemente y hasta llegó a compartir con él la soberanía de su reino.
Mariano Rajoy, sin embargo, en vez de ir a Italia, marchó a México, para rumiar
allí a solas su frustración y su tremendo fracaso.
Y es en México, concretamente en Monterrey, donde
Rajoy experimenta una transformación tan magnífica como sorprendente. Una de
dos, o encontró allí, como Saturno, a un benéfico rey Jano dispuesto a
protegerle, o fue bendecido directamente
por la sombra benéfica del propio Moctezuma. El caso es que regresó a España
con una fuerte dosis de moral y con nuevos bríos. Y como no quería tener
competencia, comenzó a organizar el XVI Congreso del Partido Popular con toda
meticulosidad, para evitar que alguien pudiera disputarle la Presidencia del
partido.
Comenzó, eso sí, culpando de todos los males del
Partido Popular a los liberales y a los conservadores, a quienes pidió
insistentemente, y con todo descaro, que abandonaran la formación política. Y
como quería un partido sumiso y sin “doctrinarios”, comenzó a relegar a las viejas glorias y a rodearse de gente
oportunista y sin apenas solera. No quería en su entorno a quien pudiera
torpedear su propósito de renovar el partido y de abrirlo hacia otros horizontes mucho más amplios,
incluido el centro izquierda.