miércoles, 27 de julio de 2022

ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA

 


Nada más conocer el éxito extraordinario de los socialistas en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, Alfonso Guerra se dejó llevar por su habitual incontinencia verbal y soltó esta llamativa frase: “el día que nos vayamos, a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Y el nuevo Gobierno de Felipe González, como era de esperar, comenzó sin más a introducir numerosos cambios para modernizar adecuadamente todas nuestras instituciones. Sabía que esa era la mejor manera para que la sociedad española pudiera equipararse a las sociedades democráticas más avanzadas de nuestro entorno.

No sabemos si con esa sorprendente afirmación, el vicesecretario general del PSOE estaba haciendo solo un pronóstico, o intentaba simplemente reflejar su verdadero estado de ánimo. En cualquier caso, sí podemos afirmar que Felipe González, a pesar de su concreto perfil político, jamás pretendió realizar reformas de calado, que alteraran sustancialmente el conocido proyecto socialista. Se dedicó más bien, y con verdadero ahínco, a desarrollar y a consolidar nuestro sistema democrático, respetando siempre, como no podía ser menos, el ejemplar legado de la Transición Española.

De todos modos, al apagarse la estrella del presidente González y verse obligado a dejar el Gobierno, España seguía siendo plenamente reconocible. Pero la situación cambió radicalmente unos cuantos años más tarde, cuando José Luis Rodríguez Zapatero asumió de manera sorpresiva la Presidencia del Gobierno. Y a punto estuvo entonces de cumplirse el vaticinio del ‘vice todo’ Alfonso Guerra, por el clima rupturista, que impulsó el nuevo presidente con su política revisionista.

Hay que recordar, que Zapatero llegó a La Moncloa a bordo de un tren despanzurrado por las bombas terroristas de aquel fatídico 11 de marzo de 2004, dispuesto a reescribir la historia, para reorientar el rumbo político de la sociedad española. Pretendía exonerar de toda responsabilidad a toda esa izquierda revolucionaria que participó activamente en la guerra de 1936. También quería recuperar los objetivos básicos de la Revolución de octubre de 1934, que fracasaron, gracias a la actuación oportuna de la derecha fascista y reaccionaria. Así que, sin pensarlo dos veces, comenzó a esbozar su nuevo proyecto de memoria histórica.

Estaba decidido a blanquear por completo el pasado de las supuestas víctimas de la Guerra Civil  y de todos los que habían sufrido la persecución franquista. Quería ayudarles a recuperar íntegramente el honor y la dignidad moral que les habían arrebatado. Y para eso, nada mejor que suscitar dudas sobre las bondades de la Transición Democrática y volver a restablecer el viejo marxismo, sustituyendo la democracia que se basada en el consenso tradicional, por otra mucho más autoritaria, que ponga coto a  los fascismos imperantes.

Pero la gestión realizada por José Luis Rodríguez Zapatero fue tan desastrosa que hundió a España en una crisis económica de tal envergadura, que aún perdura hoy alguno de sus efectos. El paro, por ejemplo, alcanzó cotas descomunales, desconocidas hasta entonces. Y pasó algo más de lo mismo con otros indicadores tan importantes como la deuda pública y la inflación, que llegaron a registrar valores tan inasumibles, que el presidente del Gobierno se vio obligado a convocar elecciones anticipadas y a marcharse a su casa.

Es verdad que, tras la desaparición de Rodríguez Zapatero de la vida pública, su proyecto de memoria histórica terminó siendo una auténtica mascarada. Sin embargo, no pasó lo mismo con el resto de sus leyes ideológicas que, por su carácter marcadamente izquierdista y sectario, siguieron rezumando ideología de género a rabiar. Y para mayor desgracia, le sustituyó Mariano Rajoy que, vete a saber por qué, se olvidó de sus solemnes promesas electorales y, aunque tenía una mayoría absoluta considerable, llegó al final de aquella legislatura sin proceder a su definitiva derogación.

Ya se sabe que los incumplimientos electorales se olvidan frecuentemente. Pero de vez en cuando hay excepciones y terminan pasando su  correspondiente factura, que es lo que pasó a Rajoy en  las siguientes Elecciones Generales. Por supuesto que volvió a ganar, pero por tan estrecho margen, que a punto estuvo de costarle la nueva investidura. Y terminó siendo presidente, gracias a la abstención pactada con el PSOE.

Pero los Gobiernos tan extremadamente débiles e inestables están siempre a merced de cualquier contingencia política y, sobre todo, supeditados a los posibles caprichos de los dirigentes del principal partido de la oposición. Y no digamos nada si, como en este caso, entra en escena una persona tan ambiciosa, falsa y narcisista, como el pseudo doctor Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Alentado por su personalismo y por su desmedida avaricia, se olvida del PSOE, de España, de los españoles y, si me apuras un poco, hasta de su propia familia. Una persona así, solo se importa a sí misma.

Y mira por dónde, sucedió lo que tenía que suceder. Un personaje tan vanidoso y tan insaciable como Pedro Sánchez, jamás  consiente que se malogre ninguno de sus antojos y que se esfumen sus posibilidades de convertirse en presidente del Gobierno. Por eso comenzó inmediatamente ese vergonzoso cabildeo con las fuerzas políticas que antaño perturbaban su sueño. Buscaba recabar apoyos para presentar una moción de censura contra Mariano Rajoy, para apropiarse de la Presidencia del Ejecutivo, sin necesidad de correr riesgos electorales, derivados de la inconstancia y la volubilidad de los votantes.

Y el 1 de junio de 2018, como consecuencia de ese indecente trapicheo político con los irreconciliables enemigos de España y de la insensatez de un PSOE excesivamente ambiguo y desorientado, el Congreso aprobó esa moción de censura y apartó a Mariano Rajoy del poder, dejando vía libre  al intrigante y desvergonzado  Pedro Sánchez.

Y aquí comienza precisamente, quien lo iba a decir, el verdadero calvario de los españoles. Es cierto que Zapatero ya había intentado  dar al Estado el carácter plurinacional que exigían los nacionalistas. Y también se propuso blanquear la actuación de los que perdieron la guerra y sufrieron la represalia del franquismo. Pero fracasó estrepitosamente, porque de aquella, aunque parezca mentira, el PSOE  todavía conservaba algo de la decencia, que le permitió llegar a codearse con la socialdemocracia europea.

Como es sabido, en política, las desgracias, nunca vienen solas y aparecen cuando menos las esperas. Y el PSOE no podía ser una excepción. Y cuando se prestaba a celebrar la recuperación de la Presidencia del Gobierno, se encontró con la manifiesta imbecilidad de un presidente irresponsable y sectario, que pretendía volver a reinstaurar el viejo Frente Popular. Y por si fuera esto poco, pretendía convertir a España en un Estado Federal, con Cataluña, el País Vasco y Galicia como naciones. Y ya de puestos, ¿por qué no completar la faena, admitiendo igualmente el derecho a decidir?

Todo indica que el endiosamiento de Pedro Sánchez no le permitía aceptar consejos de nadie, ni de su propio partido. Y su monumental inmodestia le llevó a pregonar, que no hay nadie tan capacitado como él, para reinterpretar la historia y encauzar la vida de los españoles. Y amparándose persistentemente en los postulados clásicos de los socialistas republicanos de los años 30, comenzó a dar un aire nuevo a las leyes ideológicas de José Luis Rodríguez Zapatero, y a presentarlas como si se tratara de una nueva enmienda a la totalidad del legado de la Transición Democrática  Española.

Con este tipo de maniobras, que rezuman odio y rencor por todas partes, el felón Sánchez puso en marcha una especie de Regresión progresiva de nuestra ejemplar Reforma o Transición, sin tener en cuenta que había sido aprobada unánimemente por Las Cortes españolas en octubre de 1976. Es su manera muy particular, creo yo, de imponer el régimen socialcomunista, tal como piden los enemigos declarados de la unidad de España, entre los que se encuentran, faltaría más, los herederos de la banda terrorista de ETA.

Era esta, cómo no, una decisión política realmente peligrosa, entre otros motivos, porque no respeta la verdadera historia y se atreve a cuestionar el principio de reconciliación nacional, sancionado por la Constitución Española. Y más que nada, porque los miembros de la “vieja guardia” del PSOE estaban especialmente molestos por los acuerdos de Pedro Sánchez con Bildu, que prolongaban las consecuencias del franquismo, nada menos que hasta diciembre de 1983. Les disgustaba, claro está, que pretendiera disculpar y hasta legitimar los crímenes, cometidos por los etarras, entre la desaparición de Franco y dicha fecha.

En realidad, la obsesión del presidente Sánchez por el poder no tiene límites. Y esto le lleva a seguir ciegamente los arriesgados dictados de toda esa ralea de políticos hispanófobos que le prestan su apoyo, y le permiten seguir disfrutando de la poltrona. Y no debe extrañarnos que, para mantener intactas y reforzar aún más sus posibilidades, esté dispuesto incluso a utilizar las cargas de profundidad que dejó Zapatero, para derribar los muros constitucionales y  deslegitimizar, de una vez por todas, el proceso de nuestra Transición a la democracia.

Como si fuera un pozo séptico de maldades y miserias, el actual secretario general del PSOE y líder máximo del Ejecutivo español utiliza caprichosamente su ley de ‘memoria democrática’, con la malsana intención de volver a recuperar las dos Españas. Y como suele confundir el progresismo con el revanchismo, magnifica las atrocidades del bando franquista y silencia intencionadamente las salvajadas cometidas por los socialistas con el propósito de hacerse con el poder e implantar seguidamente la dictadura del proletariado.

En ningún caso podemos esperar que Sánchez airee el movimiento insurreccional del PSOE de 1934. Tampoco hará publicidad de los espantosos crímenes, que se gestaron en las tristemente famosas checas madrileñas de los socialistas. Y ocultará, qué casualidad, la violencia desatada por el Frente Popular, tras aquel famoso pucherazo de las elecciones de 1936. No habrá referencia alguna, ni a la quema indiscriminada de iglesias católicas, ni a la persecución y asesinato de tantos clérigos y peligrosas monjitas, además de otras muchas personas que cometieron el terrible delito de practicar la religión católica.

De este modo tan peregrino, digámoslo claramente, nos encontramos con la mal llamada ley de ‘memoria democrática’, porque más que de memoria, se trata de una auténtica desmemoria, tanto si es democrática como si no.  Y debemos agregar que esta ley, además de injusta, es profundamente revanchista y discriminatoria, porque solo favorece a los del bando represaliado por el franquismo.

Por eso, el sufrido grupo de los ‘buenos’, que fue derrotado en la guerra, puede honrar tranquilamente a sus muertos, y volver a recuperar todo lo que perdió entonces. Y para compensar sus pasados infortunios, tiene derecho a exigir que se prohíban y castiguen los homenajes al bando de los ‘malos’, para que no puedan disfrutar de lo que lograron a la sombra del fascismo y pierdan ahora hasta la misma guerra que ganaron hace ya más de 80 años.

 

Gijón, 24 de julio de 2022

 

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. Y es verdad que la van a quedar irreconocible.

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  2. Nadie dentro del PSOE,tiene la suficiente valentía,para destituir a este vil personaje.Todos prefieren hundirse con el,antes que renunciar a su suculento sueldo de cada mes,por no dar golpes de hazador, saludos.

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    1. Los socialistas españoles están haciendo méritos más que sobrados para desparecer de nuestra historia

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