El
fascismo aparece por primera vez en Italia, un 23 de marzo de 1919, de la mano
de Benito Mussolini, con la creación de los “Fascio di Combattimento”. Desde un principio, el primitivo Fascio de Combate se enfrentó
decididamente a las demás fuerzas políticas italianas. Se distinguía
precisamente por su acendrado ultranacionalismo, su desprecio hacia la
burguesía liberal y, sobre todo, por su oposición frontal a cualquier forma de
marxismo. De este grupo, de marcado carácter violento y paramilitar, surgiría
posteriormente, en 1921, el famoso Partido
Nacional Fascista.
El ex
socialista Mussolini supo aprovechar, mejor que nadie, el descontento social que
se extendió por toda Italia, al terminar la Primera Guerra Mundial. La Triple
Entente, integrada por Francia, Gran Bretaña y el Imperio Ruso, había buscado
afanosamente la colaboración directa de Italia en la guerra contra las
denominadas Potencias Centrales, que formaban el Imperio Alemán, el
austro-húngaro y el otomano. Y para asegurar esa contribución, Francia y Gran
Bretaña habían ofrecido a Italia, si luchaba a su lado, todas las zonas
austro-húngaras habitadas por italianos y gran parte de la costa dálmata.
Los
italianos aceptaron encantados la oferta y, para ampliar sus territorios, se
implicaron directamente en la contienda. Se gano la guerra, pero el coste en
vidas humanas para ellos fue excesivamente alto, unos seiscientos mil muertos y
aproximadamente un millón de heridos. Por si todo esto fuera poco, el conflicto
bélico debilitó considerablemente a este país, al resultar destruida por los
combates una buena parte de la industria establecida en el norte del país, lo
que dio lugar a una situación económica extremadamente difícil. Quebraron cantidad de empresas, la lira
perdió más del 80% de su valor, comenzó a generalizarse la corrupción y la
deuda del Estado superaba ya, a principios de 1919, la friolera de los 83.000
millones de liras.
Comenzó
a crecer el paro, se multiplicaron enormemente los problemas económicos,
sociales y políticos y el hambre comenzó a hacer estragos entre la población
más desfavorecida. Por si fuera esto poco, los italianos sufrieron una enorme
decepción, ya que, al finalizar la guerra, sus antiguos aliados no cumplieron íntegramente
su solemne promesa y no les dieron nada más que los territorios de Trento y
Trieste. Este decepcionante hecho, unido a las espantosas dificultades
económicas, encrespó los ánimos de los excombatientes y causó una tremenda
agitación en los sectores más radicalizados de la clase obrera, que desconfiaba
seriamente del sistema parlamentario liberal y que quería implantar la
revolución bolchevique, que acababa de imponerse en Rusia.
Es
entonces cuando entra en escena el ex socialista y ex combatiente Benito Mussolini y, con sus “Fascio di Combattimento”, aprovecha magistralmente
la oportunidad brindada por aquella situación explosiva, para hacerse con el
poder. Y lo hará, exaltando el más genuino espíritu patriótico. En un
principio, él mismo contribuyó intencionadamente a encrespar y desestabilizar
aún más el ambiente, para presentarse después como la única esperanza del país
para evitar el amenazador caos social y económico que se avecinaba.
En
aquellas circunstancias tan críticas, según Mussolini, solamente los "fascios de combate", utilizando
métodos revolucionarios apropiados, lograrían transformar la vida italiana, acallando
definitivamente a los desmandados socialistas, al poner fin a sus inquietantes y
continuas revueltas. Las clases medias y la alta burguesía, temiendo que se
instaurara en Italia la peligrosa y amenazante revolución bolchevique, apoyaron
decididamente la acción contrarrevolucionaria y violenta de Mussolini y de sus
acólitos, para maniatar y destrozar a la imprevisible izquierda.
Utilizando
indiscriminadamente la política del terror y la violencia, Benito Mussolini
alcanza por fin el poder absoluto en la primavera de 1924, circunstancia que
aprovecha para dar carpetazo al sistema parlamentario tradicional,
sustituyéndolo por una dictadura personal, nacionalista y totalitaria.. La
primacía sobre el individuo corresponde siempre al Estado o a “il Duce”, que es quien le
representa. El lema de Mussolini lo
expresa muy claramente: “todo dentro del Estado, nada contra el Estado, nada fuera
del Estado”. Había nacido el fascismo, una nueva manera de hacer
política, con unos postulados muy similares a los del nacional-bolchevismo que
acababa de triunfar en Rusia.
Esta
manera de hacer política, inaugurada en
Italia por Benito Mussolini, tendría su pleno desarrollo en Alemania con Adolf
Hitler. En este tipo de régimen, la economía quedaba totalmente subordinada a
la política, se glorificaba en exceso al Estado y se exaltaba desmedidamente la
figura del guía o el líder, que en Italia era
“il Duce” y el equivalente, en Alemania, era “Der Fuhrer”. En
ambos países, lo mismo que en la nueva Unión Soviética, los regímenes políticos
allí implantados, adoptaron las formas dictatoriales más extremas y radicales.
Y el totalitarismo alemán cayó además en
el racismo más extremo y repelente.
Casi
todos los países europeos resultaron contaminados, en mayor o menor medida, con
esa manera absurda de hacer política. Hasta
España sufrió el contagio del fascismo, aunque fue dulcificándose poco a poco, a lo largo de los
años, por el influjo decisivo de la religión católica. Los países aquejados por
la fiebre del fascismo o nazismo soportaban una estructura de poder que
coartaba seriamente las libertades políticas, culturales y hasta económicas.
Donde imperaba un régimen político fascista, era impensable la existencia de la libertad de expresión y, por supuesto,
la libertad de prensa.
El
Estado fascista o nacional-socialista era tremendamente totalitario y, por las
buenas o por las malas, intervenía en todos los ámbitos de la vida, y hasta
utilizaba policía secreta para reprimir a quien quisiera pensar por sí mismo. Todo
era férreamente controlado, los individuos, las escuelas, la vida laboral y
empresarial y hasta la misma juventud y los medios de comunicación. No había
más que un partido oficial permitido, jerárquicamente constituido, que
fiscalizaba y regulaba cuidadosamente hasta la última acción del Estado con cuyas
instituciones terminaba siempre confundiéndose.
Hoy son
muchos los que, en España, actúan de esa misma manera. Ni que siguieran ciegamente instrucciones directas de Mussolini
o de Hitler o de alguno de sus secuaces, cuando aún no habían conseguido el
poder absoluto. Por supuesto, todos ellos son de izquierdas y confiesan ser,
faltaría más, progresistas sin tacha y demócratas contrastados. Pero como
aún no se han modernizado y siguen tan
sectarios como en los años treinta del siglo pasado, mantienen, contra el
capital y la derecha, los mismos prejuicios que el Frente Popular de entonces. Por
eso no toleran que ejerza el poder político ningún partido de derechas, ni
aunque gane las elecciones con mayoría absoluta.
Según
estas mentes preclaras, el ejercicio del Poder es patrimonio exclusivo de la
izquierda. Si alguna vez gana las elecciones la derecha, es porque se ha
equivocado el pueblo, tal como sentenció Alfonso Guerra en 1979, tras el
triunfo electoral de la Unión de Centro Democrático. Precisamente por eso, si
se da tan extraña circunstancia, estos demócratas de pacotilla se echan al monte
y ocupan ruidosamente la vía pública,
organizando toda clase de alborotos y desmanes, pues en semejante caso, hay que
protestar contundentemente contra las decisiones del Ejecutivo y, si llega el
caso, pedir reiteradamente su dimisión.
Cualquier
disculpa vale para acosar y hostigar al Gobierno y a los políticos que lo
sustentan. Les persiguen por la calle y montan incluso algaradas ante sus casas
para coartar gravemente su libertad y condicionar sus respuestas. Quieren
imponer sus ideas a los demás y conseguir en la calle, lo que perdieron en las
urnas. Y cuando un Gobierno conservador adopta una decisión un tanto
conflictiva, o simplemente que no les gusta, la izquierda sectaria que
padecemos imprime mayor violencia a sus disturbios, incluyendo huelgas y
destrozos del mobiliario urbano. Un ejemplo claro lo tenemos en la
privatización de la gestión de algunos hospitales madrileños y en la contestada
Ley de Educación Wert.
Y que
nadie critique su actuación sectaria, ni los desmanes provocados, si no quiere
ser tildado de carca y de fascista o de nazi. Aunque, si tenemos en cuenta la
catadura cívica y moral de la izquierda actual española, resulta extremadamente
preocupante que no te llamen facha, pues indicaría que, o estás haciendo algo mal, o eres como ellos, o
que simplemente no eres nada ni nadie.
Hoy día
en España, los de la izquierda retrógrada, los de la Memoria Histórica, los que
quieren entroncar directamente con el Frente Popular republicano, son los que de
verdad tienen comportamientos fascistas, ya que se empeñan en imponer sus ideas
a los demás y tratan de excluir de la vida pública a todo el que no piense como
ellos. Es más, se comportan como auténticos fachas carpetovetónicos, ya que finalizan
todos sus actos oficiales cantando la
Internacional levantando el brazo. Y aunque cierren el puño, esa es una postura
típicamente fascista.
Gijón,
26 de noviembre de 2013
José
Luis Valladares Fernández
Pues cuando a algún energúmeno opinador de tantos que hay sueltos le recuerdo de dónde viene el fascismo se suele reír en su oceánica ignorancia.
ResponderEliminarSaludos.
Dirán lo que quieran, pero la realidad es que se comportan como auténticos fachas. Son totalitarios, intransigentes y todos deben acatar sus ideas como las únicas válidas. Y eso es lo que predicaba il Duce.
EliminarSaludos
Buena leccion de historia,para los desmemoriado que no quieren ver el verdadero peligro,un abrazo,
ResponderEliminarLas huestes de Mussolni pregonaban lo mismo que hacen estos demócratas de "calella".
EliminarUn abrazo y que disfrutes con tus vacaciones por Portugal
Es que al final son doctrinas que tienen más en común de lo que parece: Intrasigencia, dogmatismo..., eso sí, en el socialismo y el comunismo moderno, disfrazadas de democracia, pero sólo disfrazadas.
ResponderEliminarSe presentan como demócratas, pero su comportamiento coincide con el de los más ilustres ejemplares del fascismo.
ResponderEliminarSaludos
Para esta gente la democracia solo existe a su manera cuando gobiernan y el dinero de todos está para despilfarrarlo y el que venga detrás que arree, y tienen muchas obsesiones como acabar con los acuerdos con la Santa Sede, quitar las subvenciones a la Iglesia par seguir engordando a sus sindicatos corruptos, Y España? España les importa un pimiento, su bandera no es la suya, su bandera es la inconstitucional, es la bandera de los secesionistas como demostraron en Cataluña, Galicia y Baleares, su bandera es el dinero y la Alianza con los que solo quieren conquistarnos, los de Al Andalus.
ResponderEliminarLa pena es que es muy grande el rebaño que sigue a estos marxistas, estos que cuando alcancen el poder seguramente sustituyan la gran labor que hace la Iglesia de ayuda al necesitado a través de Cáritas, o en los hospitales... que iluso soy.
¿Pero cuando se nos abrirán los ojos ante los enemigos de España?
Ya lo dijo aquella ministra de Zapatero, la Sra. Calvo, que el dinero público no es de nadie. La Iglesia, a la que tanto odian, ha hecho por los pobres, por los desheredados y los parias de la tierra, lo que no hacen ellos aunque se proclamen salvadores de los pobres.
Eliminar¿Puede haber una solución fascista para España? No veo a Rubalcaba capaz de reconvertirse en otro Mussolini, pero ya ha soltado dos paridas en las que trasciendo eu odio al Cristianismo, a la Iglesia: que su primera medida si recupèra el poder sería la de cancelar el Concordato con la Iglesia (que firmaron ellos); otra medida sería la supresión de la asignatura de Religión. En el fondo tienen celos del trabajo que están desarrollando los comedores parroquiales y Cáritas o de que Jesús haya sido el primer socialista, en el buen sentido de la palabra.
ResponderEliminarNo son capaces de crear un verdadero movimiento regeneracionista y olvidan lo que tú cuentas, que el fascio tiene raíces socialistas, mejorando lo presente, lo que predican nuestros gobernantes.
Rubalcaba es un resentido más de los que hemos tenido que soportar a lo largo de nuestra historia y quiere hacerse notar con burradas de grueso calibre. Estuvo tantos años moviéndose a sus anchas por las cloacas del Estado, que a plena luz no sabe actuar. Si no hubiera estado ahí la Iglesia con sus comedores y con Cáritas para remediar a los necesitados, ya hubiera habido una revolución que le hubiera llevado a él también por delante.
ResponderEliminarTodos y digo TODOS los politicuchos de este país han demostrado con HECHOS lo que son.
ResponderEliminarYa no nos pueden "engañar".. A ver si aprendemos de una vez y en las próximas elecciones les PLANTAMOS CARA a estos FASCISTAS encubiertos.
Saludos José Luis.
Desde que los políticos españoles se convirtieron en casta, han hecho ellos más daño a la sociedad que las crisis económicas
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