A
primera vista, la vejez es algo que mete mucho miedo, tiene una serie de
connotaciones preocupantes que inquietan y amilanan al más valiente. A nadie se
le escapa, faltaría más, que la ancianidad comporta necesariamente importantes
limitaciones. Es normal que, con los años, se debilite el cuerpo y te veas
obligado a prescindir de cosas que, como te gustaban, venías haciendo de manera
más o menos asidua. Pero no todo es negativo en la vejez. También tiene
abundantes aspectos positivos, porque nos proporciona algo tan valioso como la
experiencia y la sabiduría, que compensan con creces cualquiera de esas otras
limitaciones.
La
ancianidad tiene muy mala prensa, es verdad, pero todos quieren llegar a
viejos. Cicerón es muy claro a este respecto. En su pequeña obra titulada Cato
Maior o De Senectute, escrita en los últimos años de su vida, dice con
toda claridad: “La vejez está en primer plano. Todos se esfuerzan por
alcanzarla y, una vez que la consiguen, la acusan (de todos sus males)”. Quo in
genere est in primis senectus, quam ut adipiscantur omnes optant, eandem
accusant adeptam. En dicho libro, Cicerón canta las excelencias de la vejez y
nos recuerda constantemente que siempre hay algo mejor a qué aspirar, que, si
los que alcanzamos esa elevada edad sabemos mantener intacto el interés y la
ocupación, puede proporcionarnos muchas satisfacciones.
La
vejez, como es lógico, tiene muchos detractores. Muchas personas mayores se
enfrentan a unas condiciones de vida francamente difíciles, pierden la fuerza
física, la actividad social y, en muchos casos, es la propia sociedad la que
les olvida y relega a un segundo plano. Pero la tercera edad también tiene, cómo no, muchos defensores
acérrimos que cantan esperanzados esa etapa de la vida, tan rica en dones y
placeres para el que sabe adaptarte a ella. Las personas mayores pueden llevar
una vida plenamente satisfactoria si, además de
no ser exigentes, llevan una vida moderada, aprovechan correctamente el
tiempo libre y saben disfrutar de los momentos de ocio.
A
nadie se le escapa que las personas jóvenes, en general, son excesivamente
suspicaces con la vejez, al considerar que esa es una etapa de la vida
totalmente negativa, dominada por la enfermedad y por el inevitable deterioro
integral de todas sus facultades. Aristóteles, por ejemplo, confiesa en su Retórica
que las personas ancianas son dignas de compasión y socialmente inútiles. Más
aún, se vuelven desconfiadas, egoístas y
treméndamente cínicas e inconstantes.
Los
que llegan a la tercera edad, en cambio, suelen tener una visión muy diferente sobre
la vejez. En los textos bíblicos del Antiguo Testamento, todo son elogios para
las personas mayores, se ensalza, ante todo, su dignidad y su sabiduría y se
las propone como ejemplo y modelo para los demás mortales. En el largo período
que va desde los patriarcas hasta los jueces, los ancianos eran lo que dirigían
al pueblo y resolvían los problemas cotidianos de la comunidad judía. Todos los
Libros Sapienciales de la Biblia están llenos de alabanzas hacia las personas
que alcanzaban la longevidad. Platón y Cicerón compartirán más tarde esta misma
línea.
El
filósofo griego confesará en la República que, en la ancianidad, las personas alcanzan la máxima prudencia,
son mucho más discretas y sagaces y, por supuesto, bastante más responsables y
merecedoras de la estima social. Después vendrá Cicerón y, en la obra ya
citada, compartirá esta visión positiva de la vejez. El orador romano aún va
más lejos y aconseja a los mayores que
controlen meticulosamente su salud y practiquen ejercicios propios de esa edad
y, sobre todo, que sean cuidadosamente
moderados tanto en la comida, como en la bebida.
El
envejecimiento, hoy día, tiene mala prensa, ha perdido buena parte de aquel
prestigio social de otras épocas. Es verdad que en Japón aún cuentan con el
aprecio y la estima de sus conciudadanos más jóvenes. Pero en los países de
nuestro entorno se tiene verdadera aversión al envejecimiento, y se considera
que la vejez es una de las peores desgracias que pueden afectar al hombre. Y de
hecho, no es fácil encontrar hoy día a
personas de la tercera edad desempeñando algún papel importante en la sociedad
porque, con las condiciones de vida
creadas por la tecnología, se piensa que ya no sirven ni siquiera para dar
consejos.
Como
los mayores, aparentemente al menos, se han convertido en una rémora molesta,
se los aparta de su actividad rutinaria de una manera un tanto diplomática, sin
darles tiempo a que se preparen sicológicamente para afrontar sin riesgos esa
nueva etapa. Son muchos los que, al tener que prescindir de su actividad
diaria, se desestabilizan emocionalmente y sufren ataques de tristeza y de
ansiedad, pierden toda su autoestima y
se sienten solos. Esa especie de aislamiento social que les invade termina
haciéndoles caer en la depresión. Y la depresión, cuando es recurrente,
agrava aún más las enfermedades inducidas por el proceso de
envejecimiento.
Y
la Administración Pública no se lo pone fácil. Les hablan de su jubilación como
si fuera algo meramente gracioso, un simple servicio estatal para que los
ancianos tengan satisfechas todas sus necesidades básicas. Algo que han ganado
ellos ampliamente a lo largo de su vida laboral, se lo ofrecen como si fuera un
servicio social, una especie de limosna que se les hace por haber alcanzado la
longevidad. Consideran que las gentes de la tercera edad son afortunadas
porque, gracias a las políticas asistenciales de la Administración, cuentan con
unos Servicios Sociales fabulosos. Y no
olvidemos que los mayores, también se lo han ganado con su esfuerzo y su
trabajo. Más que de Servicios Sociales, tendríamos que hablar de “Derechos Sociales”.
Para
paliar los males propios de la vejez, los ancianos no necesitan compasión, ni
piden limosnas asistenciales. Se conforman simplemente con un poco de
comprensión para mantener intacta su ilusión y sus ganas de vivir y de ser útiles
a la sociedad y no una carga.
Gijón,
19 de febrero de 2015
José
Luis Valladares Fernández
El materialismo de nuestra sociedad también ha llegado a este ámbito.
ResponderEliminarMalos augurios para quienes no saben respetar a sus mayores y aprovecharse, en el mejor de los sentidos, de su experiencia.
La juventud de hoy día es muy intrépida, y desde mucho antes de alcanzar la mayoría de edad, piensan que ya lo saben todo.
EliminarLos que peinamos canas,somos presa facil de manipuladores y cazadores de votos.El respeto a las personas mayores,hoy es algo defasado,asi solo somos utiles en dia de Elecciones,saludos,
ResponderEliminarPrecisamente por eso, son muchos los jóvenes que acaban estrellándose, porque piensan que los mayores ya están desfasados. No les entra en la cabeza, que la zorra sabe más por vieja que por zorra. Saludos
EliminarPueblos mucho menos avanzados que el llamado mundo occidental al que pertenecemos guardan verdadera reverencia a su mayores y los cuidan y tienen en cuenta y hacen de sus consejos una orden. Particularmente tengo amigos que han pasado ampliamente la frontera de los 80 años que son una enciclopedia viva y deberían las nuevas generaciones prestarles mucha más atención porque son una fuente de sabiduría de la que la mayoría carecemos. Mi amigo Pedro, con 90 años es un torbellino, da clases ala tercera edad y siempre está dispuesto a ayudar a los demás, es un joven con algún año de más.
ResponderEliminarY lo peor es que los consejos que les das, les molestan. Van de sobrados y así les salen las cosas
EliminarLa experiencia es un grado y siempre se ha tenido en cuenta hasta ahora en que de repente todo son niñatos dando lecciones y prisas por cambiarlo todo sin sopesar consecuencias, lo lamentaremos...antes que después todos hemos de pasar por ahí.
ResponderEliminarUn saludo.
Eso es lo malo, que encima pretender aconsejar a los mayores, a los que tienen años de experiencia.
EliminarSaludos