El
narcisismo es un trastorno psicológico, muy generalizado actualmente, y que está
causando verdaderos estragos entre la clase política. Y los políticos
narcisistas son especialmente peligrosos porque consideran que están muy por
encima de los demás. Y precisamente por esto, están incapacitados para
reflexionar y madurar sus decisiones. Y esto les impide descubrir y asumir a
tiempo muchos de sus errores. Los políticos que padecen esa anormal inflación del
ego, están siempre a la defensiva, y
reaccionan invariablemente con una agresividad excesiva cuando se cuestionan
sus posiciones o se ponen en evidencia sus equivocaciones.
Según
nos cuenta el poeta romano Ovidio en su obra de Las Metamorfosis, el primer
caso narcisista de la historia lo protagonizó un apuesto joven, llamado
Narciso, que se distinguía precisamente por su extraordinaria belleza. Este
personaje mitológico era hijo del dios rio Cefiso y de la ninfa acuática
Liriope. A los 16 años, ya despertaba la admiración de hombres y mujeres y destrozaba
el corazón de todas las doncellas que le conocían. Pero como era extremadamente
vanidoso e insensible a los encantos de los demás, las rechazaba a todas.
Su
primera víctima fue la ninfa Eco, que le seguía sigilosamente a través de los
bosques cuando Narciso iba de caza. Hasta que un día, éste la descubre y,
entonces, Eco sale de entre la maleza con los brazos abiertos y, completamente
entregada, intentó abrazar a su amado. Pero Narciso la rechazó de manera
altanera, y la pobre ninfa, hundida y desolada, se ocultó en una cueva
solitaria, donde terminó consumiéndose de amor hasta que no quedó más que su
voz. Además de la ninfa Eco, hubo otras muchas víctimas de tan presuntuoso y
despiadado joven. Hasta que un día, una de esas despechadas ninfas,
dirigiéndose a los cielos, pidió a Némesis, la diosa de la venganza, que
castigara al engreído Narciso, haciendo que experimentara en sí mismo todo el
dolor y el sufrimiento que produce el amor cuando no es debidamente
correspondido.
La
diosa Némesis escuchó esa plegaria. Y un buen día de verano, en plena jornada
de caza, Narciso decide acercarse a una fuente para mitigar su sed. Y al
inclinarse para beber, se ve a sí mismo reflejado sobre el agua pura y
cristalina. Fascinado por la belleza de la imagen que le devuelve el agua, se
enamora de ella y trata inútilmente de besarla y abrazarla. Se olvida de todo,
menos de ese amor imposible y permanece allí inmóvil y absorto, contemplándose
a sí mismo. Y cuando se da cuenta que ese amor es imposible, trata entonces de
apartarse de su imagen, de dejar de amarse. Y al no lograrlo, se suicida y su
cuerpo se convierte en una flor.
Aunque
Narciso no es nada más que un personaje mitológico y literario, creado tal vez
para aleccionar moralmente a los adolescentes griegos de aquella época, siempre
ha habido narcisistas enamorados de sí mismos,
que son muy meticulosos con su apariencia y se olvidan, cómo no, de sus propios
sentimientos. El egoísmo les ciega y los incapacita sicológicamente para actuar con dignidad y
con total rectitud. Y si son políticos, se envanecen aún más, teatralizan todas
sus actuaciones y, aunque no venga a cuento, buscan continuamente la lisonja, la adulación
y el halago.
Entre
los políticos hay efectivamente muchos narcisistas que, encerrados en su mundo
particular, sienten un hambre insaciable de reconocimiento y, por eso, tratan
siempre de deslumbrar a quienes le rodean. Como viven exclusivamente para sí, ni
se interesan por las demás personas, ni ven jamás en ellas valor humano alguno.
Es tal el trauma psicológico que padecen que están totalmente incapacitados para
reflexionar con serenidad y valorar el alcance de los hechos que se producen a
su alrededor. Piensan, eso sí, que siempre tienen razón y, por lo que deben
aceptarse todas sus afirmaciones sin rechistar.
Los
políticos narcisistas, no escuchan a nadie, carecen de humanidad y, por lo
tanto, viven continuamente de espaldas a la realidad. Son tan neuróticos y
arrogantes como el Narciso de la leyenda mitológica. Y cuando adquieren ciertas
cotas de poder, se vuelven triunfalistas y, para que nadie les haga sombra ni
eclipse la supuesta grandiosidad de su imagen, se rodean de personas inferiores
y, a ser posible, que sean dúctiles y proclives al servilismo y al agasajo. Son
tan altaneros que, cuando pierden apoyos dentro del partido y nadie les hace
caso, reaccionan casi siempre de la misma manera, marchando y fundando otro
partido.
Es paradigmático el caso de la UCD (Unión de
Centro Democrático), liderada por Adolfo Suarez. Y algunos de los barones más
significados de este partido, que estaban claramente aquejados de narcisismo,
trataban de imponerse y de obligar a que los demás asumieran sus ideas sin
rechistar. El mismo Suarez se empeñaba en ejercer el mando en solitario, sin
influjo alguno ni del partido, ni de sus
barones más significados. Y como ninguno de estos quería renunciar a su
correspondiente cuota de poder, mantenían todos ellos continuos y duros enfrentamientos con el cabeza visible de la formación
política.
La
UCD, es verdad, ganó las elecciones
de marzo de 1979. Pero como se formó el Gobierno sin reparto alguno de poder,
aumento aún más la animosidad contra el presidente Adolfo Suarez, que actuaba,
según decían, como un “chusquero de la política”. Pero las broncas y los incesables
conflictos internos pusieron fin a la ya débil convivencia, provocando así la
desbandada de líderes y el desmantelamiento inevitable del partido. El 29 de
enero de 1981, es verdad, se produce la dimisión irrevocable de Suarez como presidente del Gobierno, pero
ya no hay manera de detener la crisis que ha estallado en las filas de la UCD.
El
primero en dar la espantada fue Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, y se
integra en Alianza Popular en febrero de 1982, donde intentará llegar a la
presidencia. Un mes más tarde, es Francisco Fernández Ordoñez el que, con otros
diez diputados del sector socialdemócrata, abandona la nave y funda el Partido
de Acción Democrática. Unos meses más tarde, el mismo Adolfo Suarez hace lo que
el capitán Araña, abandona a su gente en la UCD, y crea otro nuevo
partido, el Centro Democrático y Social (CDS),
un partido que no tuvo nunca una gran significación política. Tampoco Antonio
Garrigues Walker quiso ser menos y, juntando a antiguos miembros liberales de
la UCD, funda el Partido Demócrata
Liberal. Ejemplos tan llamativos y escandalosos como en la UCD, los encontramos, cómo no, en el PSOE y en el Partido Popular.
En
el PSOE, es significativo el caso de
Rosa Diez que, desde que se restauró la democracia, la encontrábamos siempre en
cargos de relevancia política. Y en el año 2000, durante la celebración del 35º
congreso del partido, compitió con José Luis Rodríguez Zapatero, José Bono y
Matilde Fernández para hacerse con la Secretaría General del PSOE. Perdió por goleada y, como fue incapaz
de digerir la derrota, terminó abandonando el PSOE, fundando, en colaboración con otros, el partido Unión,
Progreso y Democracia (UPyD). En el PSOE, puede repetirse hoy día la misma
o parecida historia con Beatriz Talegón. Ha tenido sus más y sus menos con la
dirección actual, y ya ha lanzado la amenaza de abandonar el partido y apoyar
seguidamente la creación de otra nueva formación política.
En
el Partido Popular ocurrió algo parecido con Francisco Álvarez Cascos. Durante
muchos años, Cascos fue un referente para los afiliados del partido, primero en
Asturias y, después, a nivel nacional. Ocupó siempre cargos de enorme
responsabilidad. Ejerció el cargo de secretario general “todopoderoso” desde el
Congreso de la refundación de 1989, hasta el Congreso de enero de 1999. Las
discrepancias serias con la dirección del partido, comenzaron en junio de 2008 en
el famoso congreso de Valencia. El antiguo secretario general, que participaba
como compromisario, presentó una enmienda a la ponencia política, defendiendo
que el partido continuara inspirándose
en los principios liberales y en el humanismo cristiano. Pero hubo una
contraprogramación de su enmienda y terminaron dando al partido la
consideración de “centro reformista”.
La
ruptura total del ex vicepresidente Álvarez Cascos con el partido se produjo el 30
de diciembre de 2010, cuando el Comité Electoral Nacional confirmó a Isabel Pérez Espinosa como número
uno en la lista del Partido Popular para las elecciones autonómicas del 22 de
mayo de 2011. Francisco Álvarez Cascos, que deseaba aterrizar en Asturias con
ánimos de revancha, se había ofrecido para ocupar ese puesto. Y al verse
excluido, monta en cólera, se da de baja en el partido y comienza
inmediatamente a organizar Foro Asturias para poder concurrir a las elecciones
de mayo y causar así el mayor daño posible al Partido Popular.
Y
es justamente el narcisismo lo que ha llevado a los líderes mesiánicos de los
dos partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, a presentarse, cada uno a su
modo, como la única tabla de salvación
que le queda a España. El “otro” Pablo Iglesias, el líder de Podemos,
pertenece a la extrema izquierda y, pese a sus coqueteos con el régimen de los
Ayatolás de Irán, pretende colonizarnos con el chavismo bolivariano más
absurdo, que ha hundido en la miseria al pueblo venezolano. En cuanto a Albert
Rivera, el líder de Ciudadanos, no es posible saber de qué lado está vuelto, ya
que unas veces se presenta como consumado socialdemócrata y, cuando menos lo
esperas, aparece como militante del centroderecha más clásico.
El
discurso populista del preboste máximo de Podemos cambia constantemente, como
las veletas en lo alto de las torres. Se desayuna con uno y lo rebate y adopta
otro nuevo durante la comida que, como mucho, le dura hasta la hora de la cena.
Exige encarecidamente, eso sí, que se le respete escrupulosamente, que es algo
que no hace él con las personas que piensan de modo diferente, a las que, en el
mejor de los casos tilda de “corruptas” y de ·gentuza. ·A veces trata de
disimular su radicalismo bolivariano, pero es tan prosaico y le gusta tanto la
pasta, que termina siempre confesando su filiación chavista.
A
Albert Rivera le pierde su personalismo. Y es relativamente muy frecuente que
lo que dice, diste mucho de lo que realmente hace y quiere estar siempre en la
procesión y repicando las campanas. Se empeñó en que fuera su fotografía la que
encabezaba en toda España la propaganda para las pasadas elecciones autonómicas
y municipales, en vez de los candidatos de cada Comunidad o Municipio. Hasta la
decisión más nimia de su partido tiene que llevar su visto bueno.
Sin
que nadie se lo haya pedido, el propio Albert Rivera se constituyo en el
justicia mayor del reino o en el guardián máximo de la ética y de la moral
pública. Y piensa, faltaría más, que solamente puede confiarse la regeneración
de la vida pública, a los que han nacido
después de la restauración democrática. Su manifiesto narcisismo no le deja ver
que, la juventud no implica, sin más, honestidad, ni la madurez corrupción.
Rivera
se ha vuelto demasiado exigente con las demás formaciones políticas y fustiga
despiadadamente a sus dirigentes hasta por la más mínima sombra de corrupción.
Se olvida de Jordi Cañas, el que fuera secretario de comunicación de
ciudadanos, que fue imputado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña
por fraude fiscal. Jordi Cañas, es verdad, dejó su escaño en el Parlamento
catalán. Pero Ciudadanos lo recoloca como asesor de su eurodiputado Juan Carlos
Girauta, alegando que no está imputado por corrupción, sino por un tema
meramente personal. La diferencia está, cómo no, en que Jordi Cañas no es del
Partido Popular.
Barrillos
de Las Arrimadas, 10 de junio de 2015
José
Luis Valladares Fernández
Esa falta de sentido de lo que es verdaderamente la política, sobre todo la representación política, que es el servicio público, es lo que pierde a unos cuantos.
ResponderEliminarDe eso se olvidan precisamente, de que su labor es precisamente el servicio público
EliminarTanto Rivera como Pablo Iglesia,son como banderillero en esta plaza llamada Iberia.Lo del narcisismo al de la coleta le va como anillo al dedo.Veremos si en las generales de Noviembre,se dan el batacazo.Pero esto huele cada dia ,a un Frente Popular,que dios reparta suerte,un abrazo,
ResponderEliminarA lo mejor es Pedro Sánchez el que se lleva el batacazo, si es que sigue dando cuerda al de la coleta.
EliminarPues Pablito y Albertito más que ninguno sin olvidarnos de la despechada y casi extinta vestal magenta
ResponderEliminarEse es el pecado capital de casi todos los que ejercen la política como profesión.
EliminarPues sí, José Luis, eso es la política: UN "ÑERU" DE NARCISISTAS, DE TREPADORES Y DE INÚTILES QUE NO SIRVEN PARA NADA, CON UN MÍNIMO DE QUIJOTES QUE QUIEREN HACER ALGO POR SU PAÍS.
ResponderEliminarAdolfo Suárez, de niño-adolescente, soñaba con ser como Franco; Álvarez Cascos era un ultraderechista de Cristo Rey que se movía por Gijón y protagonizó alguna "movida"; y los demás, aún más jóvenes y sin testar en la moqueta y el despachazo poderoso, no sabemos que harán aunque nos dicen lo que pretenden hacer, como ya dijeron los le la "CASTA".
El problema es que no nos queda más remedio que pasar por la ANTI-CASTA para que las cosas, en política, se regularicen y regeneren (como la Casa Real se regularizó tras la abdicación de D. Juan Carlos), única manera de desasnar a una casta política que lleva décadas de NARCISISMO, contemplándose en las aguas pútridas de su propia cloaca con total placer.
El resultado se está viendo (los pactos), y también el palimpsesto de algunos partidos... Pero lo que importa es el resultado final.
Un saludo, José Luis.
A la vista de lo que están haciendo, los de Podemos no creo que su interés sea regenerar la vida pública. Si siguen ahí mucho tiempo terminan enfrentándonos unos a otros, y acabarán bolibarizándonos.
EliminarUn abrazo, jano