Quizás
haya sido Karl Marx el primero que utilizó en sus escritos la expresión de tonto útil. Llamaba tontos útiles a aquellas personas u
organizaciones políticas que, creyendo que luchaban por sus propios ideales, estaban
apoyando involuntariamente los intereses
de sus adversarios políticos. Y unos años más tarde, hasta el mismo Lenin tenía
por tontos útiles, a los
mencheviques que, movidos por su oportunismo político, actuaban siempre de
acuerdo con los dictados de la burguesía rusa. Y esto, a veces, entorpecía el desarrollo de la revolución que
había empezado en febrero de 1917.
Para
solucionar el problema que estaba creando esa fracción política, un grupo de
intelectuales, ex miembros todos ellos de los bolcheviques o de los
mencheviques, creó el Comité Inter-Distrital, para acelerar la ansiada reunificación
del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (POSDR). Entre esos intelectuales
estaba, faltaría más, León Trotsky, antiguo miembro destacado de los
mencheviques. Trotsky llegó a Petrogrado en mayo de 1917 y, aunque no sabía aún
cuál era su papel en la revolución, trató de convencer a sus antiguos compañeros para que
abandonaran su actitud egoísta y dejaran de ser un obstáculo perenne para los intereses revolucionarios. Así es
como, siguiendo las instrucciones de
Trotsky, los mencheviques se convirtieron en auténticos tontos útiles.
Y
en España, a lo largo y ancho de nuestra historia, siempre ha habido demasiados tontos útiles, que han servido, cómo
no, para alterar gravemente la voluntad
mayoritaria de los españoles y, a veces, para llevarnos a enfrentamientos
completamente dramáticos y absurdos. Y ahora asume el papel del tonto útil Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE. Y adopta
esta postura, no sé si por bisoñez e incompetencia, o por pura revancha, o
simplemente porque piensa que así gana en los despachos parte de lo que perdió
en las urnas.
El caso es que, tras las elecciones del pasado
24 de mayo, el líder socialista se convirtió,
y de qué manera, en un dócil peón de
Pablo Iglesias. Y para hacer la pascua a todos los españoles, obligó a su
partido a colaborar estrechamente con el
populismo actual, coaligándose con Podemos y con otras formaciones políticas, bendecidas todas ellas,
cómo no, por Pablo Iglesias y por sus huestes. Pedro Sánchez se ha metido en un
jardín, que no tiene nada que ver con la socialdemocracia, y convierte al PSOE
en una auténtica sucursal de Podemos. Y
para impedir que gobierne el Partido
Popular, comete la tremenda indignidad de realizar un trueque de cromos con esa
cuadrilla de gañanes que están poniendo
a España patas arriba.
Gracias
a esa inesperada y obscena claudicación de Pedro Sánchez, los ayuntamientos más
importantes de España están hoy en manos
de gobiernos radicales, que siguen fielmente los dictados de Podemos. Despreciando
de manera cobarde la voluntad popular, el líder socialista entregó a la extrema
izquierda ayuntamientos tan
significativos y trascendentales como Madrid, Valencia, Zaragoza, Cádiz o La
Coruña. Y clama al cielo que colaborara con la Candidatura de Unidad Popular
(CUP) para entregar la Alcaldía de Barcelona a Ada Colau, y que hiciera lo
mismo con Bildu para quitar el Ayuntamiento de Vitoria l Partido Popular y
dárselo al PNV.
Debido
a esa enorme irresponsabilidad del líder del PSOE, comenzó a crecer la euforia
y el entusiasmo de todas esas fuerzas radicales y anti sistema, que controla hábilmente Pablo Iglesias desde
Podemos. Es verdad que los dirigentes de Podemos no pusieron demasiado
interés en las elecciones municipales, a
las que concurrieron con otros nombres o
camuflados en otras listas electorales. Su apuesta principal estaba, y sigue
estando en las próximas elecciones generales, porque su máxima aspiración es
ganarlas y hacerse con el poder para acabar definitivamente con nuestro sistema constitucional-.
Aunque
los ayuntamientos quedaron en un segundo plano para Podemos, tras ese infame compadreo
de Pedro Sánchez con Pablo Iglesias, muchos de ellos se plagaron de concejales
ultraizquierdistas, y de algún que otro alcalde sin talento y sin talante y,
por supuesto, sin apenas capacidad de decisión. Estamos ante unos tipos
sumamente pintorescos, en su mayoría niños de papá, entre los que hay ocupas y
otros con ganas de quemar judíos y de llenar las plazas públicas de
guillotinas, o de asaltar capillas. Algunos quieren ser tan originales, que
juran su cargo en nombre del Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Pero eso
sí, todos ellos tienen un comportamiento totalitario y desbordan odio y resentimiento por todas partes.
Hasta
hace muy pocos años, nadie hacía caso a ese batiburrillo de personajes que
ahora integran los equipos de gobierno en los municipios de las principales
capitales españolas. Vivían francamente aislados y nadie les hacía caso. Toda
su actividad se reducía a pegar carteles por la noche y a pintarrajear las
paredes de nuestras ciudades. Y para hacerse notar, porqué no, organizaban en
la vía pública multitud de manifestaciones y protestas, no muy concurridas por
cierto, pero sí muy ruidosas. Y esto,
claro está, les servía para descargar su bilis y airear su intolerancia y su odio
anti democrático.
Pero
en junio del año 2000, José Luis Rodríguez Zapatero gana inesperadamente el
XXXV Congreso Federal del PSOE y sustituye a Joaquín Almunia en la Secretaria
General. Fue entonces cuando el partido socialista sufrió una radicalización,
tan enorme como inoportuna y deja de ser
el partido socialdemócrata que todos deseamos. A partir de entonces, tanto
Zapatero como el partido, asumen con toda naturalidad postulados típicos y
exclusivos de la extrema izquierda. No olvidemos que, de aquella, Zapatero
buscaba desesperadamente algún atajo para llegar lo antes posible a La Moncloa,
y que el PSOE llevaba ya mucho tiempo soportando un tedioso mono o síndrome de
abstinencia por su prolongado alejamiento del poder.
Así que, sin hacer ascos a nada, el partido
socialista inició una sucia y desvergonzada lucha subterránea contra José María
Aznar y el Partido Popular. Para conseguir su objetivo, comenzaron a rodearse
de radicales y ultras de dudoso comportamiento democrático. Hacían causa común
con manifestantes que exhibían banderas anticonstitucionales y enarbolaban
pancartas claramente ofensivas para el Gobierno, para el Partido Popular y para
sus simpatizantes, llamando “asesinos” a unos y otros. Así es como estos grupos
de resentidos, que habían sido minoritarios, comenzaron a crecer
considerablemente y adquirieron esa respetabilidad política que no tenían,
haciéndoles, vaya gracia, más temibles y peligrosos.
Pero
Zapatero no se conformó con proteger a los extremistas y con mandar a las
gentes de su partido a manifestarse hasta con quienes quemaban banderas
españolas. Gracias a la terrible masacre
en los trenes madrileños de cercanías, y sin que nadie lo esperara, el PSOE ganó
las elecciones generales de marzo de 2004. Y tan pronto como José Luis
Rodríguez Zapatero accedió a la Presidencia del Gobierno, procuró reavivar
malévolamente los fantasmas de la guerra
civil. Era su manera peculiar de rehabilitar a los republicanos y, por
supuesto, de estigmatizar a los llamados
“nacionales”.
Así
fue como Zapatero reabrió nuevamente las viejas y dolorosas heridas que creíamos ya cicatrizadas, volviendo
a instaurar la cultura del odio, la violencia y el resentimiento en el debate político
y, lo que es más lamentable, en la vida
social española. Como si se tratara de un antiguo y afamado chamán, dedicado
habitualmente a modificar la percepción que tenemos de la realidad, hizo
enemigos irreductibles, de los que, hasta entonces, no habían sido nada más que
adversarios políticos.
Y
ahora Pedro Sánchez trata de recuperar íntegramente los absurdos postulados del
zapaterismo que tanto daño hicieron a la paz social y a la convivencia entre
los españoles. Se empeña en contemporizar con gentes de esa izquierda ultra y
radical, que marginan a todo el que no piense como ellos. Ha comenzado, es
verdad, a utilizar la bandera de España en sus actos públicos, pero simplemente
como coartada, para acallar ciertos comentarios molestos. Pero con bandera, o
sin ella, el líder socialista une su destino, y el de todo el PSOE, al de esa chusma
izquierdista y revolucionaria que controla Pablo Iglesias y que pretende mandar
a media España al despiadado Gulag o al apartheid más siniestro.
Gracias
al apoyo prestado irresponsablemente por Pedro Sánchez a esos grupos de totalitarios
y extremistas resentidos, tenemos hoy día, al frente de muchos municipios y de
otras instituciones españolas, a declarados enemigos de la libertad, a
personajes intolerantes que ni respetan las ideas de los demás, ni su cultura
y, mucho menos, sus sentimientos religiosos. Los socialistas han hecho posible,
por ejemplo, que el ayuntamientos de Barcelona esté gobernado por una persona
del pelaje de Ada Colau, que confiesa alegremente que desobedecerá cualquier
ley que le parezca injusta. Los votos del PSOE han puesto al frente del
ayuntamiento de Cádiz a un personaje de la calaña del chirigotero José María
González Santos, alias “Kichi”, que retrasa todo lo que puede el izado de la
bandera de España y que sustituye en su despacho oficial el retrato del Rey
Juan Carlos, por el de Fermín Salvochea, un histórico líder anarquista local,
que se hizo famoso durante la Primera República Española.
Y
no digamos nada del Ayuntamiento de Madrid, donde el líder del PSOE sacrificó a
Antonio Miguel Carmona, nada menos que para entronizar a una persona de la
ralea de Manuela Carmena. Según confesión propia, en el programa electoral de
Carmena, en vez de propuestas o promesas factibles, no había nada más que
sugerencias. Carmena ha vivido siempre en un mundo utópico, en el que solamente
ella podía decidir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Su inveterado
mesianismo, que la empujó antaño a entrar en la judicatura, la llevó ahora a echar un capote a Podemos
para captar a ese electorado madrileño que, a pesar de los esfuerzos, continuaba
mostrándose esquivo al populismo.
Es
evidente que Manuela Carmena siempre ha contado con demasiadas carencias. Durante
su etapa como juez demostró sobradamente que la imparcialidad brillaba por su
ausencia. Y tampoco es que le sobre perspicacia y sagacidad para rodearse de
gente que la ayude a desempeñar
decorosamente el papel de regidora máxima en la capital de España. No es de
extrañar que en su equipo encontremos hoy gente de la más variada calaña.
Tenemos intolerantes, agitadores profesionales, totalitarios, ocupas y todo lo
que quieras. Y para que no falte nada, también tenemos imputados por humillar a
las víctimas de ETA o por proferir insultos contra la Iglesia Católica. Es el
caso de Guillermo Zapata, por escribir, entre otras cosas, que “han tenido que
cerrar el cementerio de las niñas de Alcasser para que no vaya Irene Villa a
por repuestos”. Y también Rita Maestre, la flamante portavoz del Gobierno de
Manuela Carmena, que encabezó en 1911 el asalto a la capilla de la Universidad
Complutense al grito de “¡Arderéis como en el 36!”.
Los
españoles en general no nos merecemos esto. Y no se lo merecen los madrileños, ni
los barceloneses, ni los gaditanos y ni los ciudadanos de aquellos otros municipios que también han sido
víctimas del radicalismo más extremo. Todos ellos se merecen, cómo no, a otro
tipo de gestores que se ocupen de la administración y que no pretendan
batasunizar a España y que no traten de imponernos el sistema bolivariano,
implantado en Venezuela por Hugo Chávez
Barrillos
de Las Arrimadas, 26 de junio de 2015
José
Luis Valladares Fernández
Efectivamente, José Luis, antaño fue Aznar pasando por las Horcas Caudinas de los nacionalistas a cambio de un puñado de votos, algo que repitieron los del PSOE que ahora se acomodan a la sombra que proyecta Podemos.
ResponderEliminarDesgraciadamente, así es. Y todo por una Ley electoral deficiente, que obliga a conseguir mayorías hasta con pactos anti natura
EliminarEn España ahora mismo son legión, dividir el voto por la derecha es suicida, pero les da igual porque se creen listísimos y purísimos...
ResponderEliminarEsperemos que la gente abra los ojos de una vez y no se deje embaucar
EliminarDespues del fracaso de Tsipras,pocas ganas tendran algunos de dar su voto,a Podemos,saludos,
ResponderEliminarYa sabes que los españoles, somos incapaces de experimentar en cabeza ajena y necesitamos, a veces, romper nuestra cabeza contra un muro. Saludos
EliminarPedro Sánchez ha cometido un error garrafal: Ponerse puertas al campo político, y así lo sufrirá.
ResponderEliminarEl PSOE acabará de servilón de PODEMOS aceptando las migajas de la mesa del Señor. Pero la situación es difícil cuando se trata de eliminar el bipartidismo, en la alternancia fatal a la que estamos acostumbrados y que queremos/podemos eliminar, sin experimentos que nos podrían costar más que unas gaseosas. Después de dejar claro que no queremos seguir por el mismo camino, las últimas elecciones han dejado claro que nuestro sistema político es la culminación del sinsentido y que así no se arregla nada.
Un abrazo, José Luis.
Urge poner en marcha una reforma electoral, dando más cancha a los electores que a los partidos políticos.
EliminarUn abrazo, Jano