Fue
a finales del siglo XXI a.C., cuando los elamitas guerrearon contra la tercera
dinastía que controlaba el poder político en Ur, provocando la destrucción de esta ciudad, que era una de
las más antiguas de la vieja Sumeria. Y nada más hacerse con la ciudad,
incendiaron sus campos y se dedicaron a
saquear sistemáticamente todos sus templos y a destruir, sin miramiento alguno,
cuántas viviendas y edificaciones encontraban a su paso.
Y
para que la devastación de Ur fuera más completa e irreversible, en esa zona de
Mesopotamia se desató inesperadamente una prolongada y pertinaz sequía,
originando una terrible desertización desconocida hasta entonces y que, como es
natural, trajo consigo una terrible
hambruna y una enorme mortandad. Gracias a este desastre natural y a la
actuación bélica e inmisericorde de los
elamitas, la ciudad de Ur fue reducida a escombros. Sus restos forman hoy día
una simple colina de ruinas en pleno desierto de Irak, a unos 24 Km al suroeste
de Nasiriya, junto a la desembocadura
del rio Éufrates.
En
ese contexto de hecatombe generalizada o cataclismo total, aparecen las llamadas
lamentaciones sumerias, tan importantes por su interés histórico y hasta por su
inspiración poética. Se trata de una auténtica canción fúnebre, en la que el
poeta llora inconsolablemente la destrucción de Ur y el sufrimiento de todos
sus pobres moradores. Y aunque, según dicho texto, la caída de Ur se atribuye
directamente a la pérdida del favor de los dioses, esperan que, con el
beneplácito de esos mismos dioses, se
reconstruya nuevamente la ciudad y que vuelva a recuperar todo su
antiguo esplendor.
Los
componentes de Junts pel Sí, con la
cooperación entusiasta de una pandilla de fanáticos ultraizquierdistas,
encuadrados en la Candidatura d’Unitat
Popular (CUP), quieren hacer con Cataluña, lo que los elamitas hicieron con
la patria de Abraham. Y entonces, cómo no, tendríamos también las
correspondientes lamentaciones catalanas. De momento, y con la disculpa de
desarrollar una democracia participativa más profunda, mejorar sensiblemente la
igualdad social y poner en marcha la absurda construcción nacional de los Països Catalans, están complicando la
vida, de una manera muy especial, a todos aquellos que, sin dejar de ser catalanes,
quieren seguir siendo españoles.
Tras la celebración de las últimas elecciones autonómicas, el Parlamente de Cataluña se ha convertido en un auténtico campo de batalla. Para acelerar la soñada ruptura con España, las huestes que integran el grupo de Junts pel Sí y el movimiento asambleario y antisistema de la CUP han creado una nueva escalivada, mezclando separatistas del pelaje más variado, con un puñado de okupas y una buena cantidad de adictos al 3%, aderezado, claro está, con algún que otro desquiciado militante del PSC. Un plato combinado que, para algunos puede ser francamente tentador y apetitoso, pero eso sí, extremadamente indigesto y dañino.
No
olvidemos que el universo político, en el que se mueve toda esta hornada de independentistas
catalanes, es tremendamente reduccionista y excluyente. Y además, son sumamente
oportunistas por naturaleza. De ahí que pusieran al frente del Parlamento de
Cataluña a la activista política Carme Forcadell, que ha sido el auténtico
cerebro de las últimas manifestaciones
multitudinarias de la Diada y que lleva tiempo soñando con pasar a la historia
como la verdadera madre de la deseada patria catalana.
Y
la nueva presidenta de la cámara regional catalana, Carme Forcadell, cumplió
holgada y escrupulosamente con las expectativas
de los grupos separatistas Junts pel Sí y
los anarquistas de la CUP. Nada más
aterrizar en el Parlament, reunió de manera ilegal la Junta de Portavoces para
agilizar lo más posible el pleno extraordinario que pondría en marcha, por fin,
el proceso de independencia de Cataluña, rompiendo todos sus lazos con España.
Y
en dicho pleno extraordinario, celebrado el pasado 9 de noviembre con la
bendición del Tribunal Constitucional, no hubo sorpresas y, aunque sin razón y
sin votos, aprueban la “República catalana”. El cabeza de lista de Junts pel Sí, Raul Romeva, anunció así
el nacimiento del supuesto “Estado catalán”: "Damos inicio al Estado catalán, la República de Catalunya. Abrimos
la última legislatura de carácter autonomista". En realidad, estamos ante
un golpe de Estado civil en toda regla. Con semejante desafío, se pretende
liquidar evidentemente la soberanía
nacional.
Durante
estos últimos 35 años, los responsables políticos del nacionalismo catalán, han
pasado a ser, por méritos propios, el
símbolo mismo de la corrupción. No olvidemos que utilizaron descaradamente su
paso por las Instituciones para enriquecerse personalmente a base, faltaría más,
de cuantiosas mordidas y toda clase de comisiones ilegales. Y como el vergonzoso
escándalo es ya de dominio público, tratan ahora de esconder sus miserias con
actos sediciosos como el protagonizado el pasado 9 de noviembre por la coalición
de Junts pel Sí y por los ácratas
insaciables de la CUP.
Son
tan irresponsables, que han fanatizado a muchos catalanes, jugando obscenamente
con sus sentimientos, para conseguir un Parlamento que se atreva a lanzar un
órdago como ese, aprobando una proposición que es radicalmente “ilegal” e “ilegítima”,
pero que proporciona cierta impunidad al pujolismo y a todos sus esbirros. Han
sido muchos años de rapiña institucional y les exaspera la simple posibilidad
de tener que rendir cuentas ante la justicia española. Y buscan
desesperadamente eludir tal eventualidad con esa proclama insurgente que exige
la ruptura inmediata de Cataluña con España.
Estos
representantes políticos han perdido totalmente el “seny”, que imperaba en la Cataluña tradicional que, al igual que
la “mesura” castellana, descrita en
el Cantar de mio Cid, está basado en
ese conjunto de costumbres y valores ancestrales, que conocemos con el nombre
de “sentido común”. Tanto los
integrantes de Junts pel Sí y sus partidarios, como los radicales de la CUP, hacen sospechar a uno que va a ser
verdad que, al menos los catalanes que renuncian voluntariamente a su condición
de españoles, proceden realmente o de la mona
Laia, o de algún otro primate que nada tiene nada que ver con el ancestro
del resto de los españoles.
Desde
que entró en vigor la Constitución española de 1978, es ésta la primera vez que
el nacionalismo catalán nos hace vivir, a todos los españoles, unos momentos
tan convulsos y esperpénticos como estos, con el objetivo de romper la unidad
de España. Pero como afortunadamente no vivimos en una jungla, esperamos que los secesionistas catalanes recapaciten
y acaben de una vez con semejante espantada paranoica, que tanto daño está
haciendo a Cataluña.
Pero
ahora no habrá, como otras veces, medias tintas por parte del presidente del
Gobierno. De hecho, con el apoyo unánime de todos los partidos
constitucionalistas, ya está actuando con la debida firmeza para restaurar la
cordura en esa zona conflictiva de España. Se ha puesto las pilas para defender
sin disimulo tanto la integridad territorial como nuestro ordenamiento jurídico
y, por supuesto, para garantizar plenamente la libertad de los catalanes que ha
sido vilmente secuestrada por la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y por
un puñado de irresponsables y desaprensivos diputados separatistas. El Gobierno,
que “sabe muy bien lo que tiene que hacer”, está dispuesto a hacer todo esto,
como dijo Mariano Rajoy en Béjar, utilizando “sólo el Estado de derecho, pero todo el
Estado de derecho; sólo la ley, pero toda la ley; sólo la democracia, pero toda
la fuerza de la democracia”.
José
Luis Valladares Fernández
Se han desmandado en esta incontrolada veleidad que no conduce a parte alguna.
ResponderEliminarLa foto es todo un poema.Vaya dos nefastos personajes para una hecatombe.Esperemos que le paren a tiempo,saludos,
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