En la segunda mitad del
siglo V a.C., a la vez que se multiplicaban los enfrentamientos entre las
distintas polis o ciudades-Estado de la Antigua Grecia, la muchedumbre más baja
irrumpe masivamente en la vida pública
helena. En consecuencia, todos los ciudadanos pueden intervenir directamente en
política y ocupar cualquier cargo público. Y esto fue determinante, para que la
tradicional cultura griega, como tal, perdiera su propia identidad y comenzara
a disgregarse o, al menos, a ser mucho más
localista.
A partir de entonces, y
gracias a esos cambios sociales evidentes, la situación política en Grecia es cada
vez más inestable. Al intervenir cada vez con mayor frecuencia en los asuntos
del Estado, si querían salir airosos en los distintos debates o litigios
políticos, los ciudadanos necesitaban perentoriamente una educación mucho más
específica. Para poder persuadir y cautivar a la gente, estaban obligados a recurrir a
alguien que les enseñe el arte de hablar bien en público y, sobre todo, a
manipular convenientemente el lenguaje. Y en esto eran auténticos maestros los filósofos
sofistas de la época.
Los sofistas griegos supieron
adaptarse perfectamente a la nueva situación histórica y, en vez de dedicar su
tiempo al estudio de la naturaleza como
los filósofos presocráticos, comenzaron a preocuparse prioritariamente del
hombre y de su comportamiento social. Y como sabían que, seduciendo y
conquistando a los jóvenes, adquirían fama y renombre, les enseñaban a ser
buenos ciudadanos y, por supuesto, les
ayudaban a desenvolverse con soltura en los asuntos públicos.
Protágoras de Abdera
fue el primer sofista profesional importante que, rompiendo con la tradición de
los filósofos presocráticos, se olvidó de los misterios del cosmos y comienzó a
recorrer las distintas poblaciones de Grecia para impartir sus enseñanzas. Sostiene
que el hombre es la medida de todas las cosas: “como cada cosa me aparece, así
es para mí; y como aparece a ti, así es para ti”, que es tanto como decir que
todo es relativo, el mundo, el conocimiento y hasta la misma moral. El hombre,
por lo tanto, es incapaz de alcanzar la
verdad universal y objetiva. Cada hombre tiene su propia percepción de las
cosas y, por lo tanto, su verdad.
El otro sofista
importante, Gorgias de Leontinos, defiende un escepticismo y un relativismo
subjetivo mucho más radical, si cabe, que el propio Protágoras. Se reía
abiertamente de la ciencia y de cualquier clase de conocimiento. Para Gorgias,
no existía nada. Y si existía alguna cosa no la podríamos conocer. Y si
llegáramos a conocerla, el lenguaje humano no nos permitiría transmitir ese
conocimiento a nadie más.
Es evidente que, para
los sofistas griegos, la opinión en sí tiene un valor sumamente extraordinario.
Todos ellos, incluidos los dos más importantes, Protágoras y Gorgias, se
dedicaban a enseñar, creyendo sinceramente que la verdad está siempre en la
opinión, que solamente es verdad, lo que cada uno piensa que es verdad. Mucho
tiempo después, vendría Ramón de Campoamor y, en sus Doloras y Humoradas,
repetiría humorísticamente esta misma afirmación:
En este mundo traidor,
Nada es verdad ni
mentira.
Todo es según el color
Del cristal con que se
mira.
No olvidemos que los
sofistas griegos supieron utilizar con maestría su oratoria y su discurso para
convertir el saber en un auténtico movimiento social. Hicieron ver a los
ciudadanos que, utilizando hábilmente la retórica y la erística, saldrían
airosos en todas sus intervenciones públicas. Identificaban, además, la virtud
con el conocimiento y con el triunfo, sosteniendo que “el hombre virtuoso es
aquel que vence en la asamblea”.
Y aunque de aquella
estaba mal visto y hasta resultaba escandaloso, Protágoras comenzó a vender sus
conocimientos a precios excesivamente exorbitados. Los demás sofistas, imitando
a Protágoras, empezaron a cobrar también por enseñar, convirtiéndose así, todos
ellos, en sofistas profesionales. A partir de entonces, los sofistas dejaron de
ser filósofos para convertirse en políticos, que se prestaban también al
engaño, si esto aumentaba sus emolumentos. Vendían su mercancía de una manera
tan interesada que, Platón, les acusó de
ser extremadamente codiciosos y de andar siempre “a la caza de jóvenes ricos”.
Imitando a los sofistas
griegos, nuestros políticos se comportan como auténticos maestros del enjuague
y del embrollo. Es verdad que no conocen tan a fondo como ellos los
entresijos de la retórica y de la
erística, pero supieron asimilar perfectamente sus enseñanzas y nos engañan y
manipulan con inusitada soltura y desparpajo. Y aunque muchos de esos políticos
carecen de una formación intelectual adecuada y suficiente, intervienen
activamente con voz y voto en las distintas instituciones donde, sin contar con
nosotros, se decide una buena parte de
nuestras vidas y se juega nuestro
destino.
Los políticos, que
aparentemente nos representan, tratan de hacernos creer que tenemos una
democracia completamente modélica y fiable. Y sería así, cómo no, si dichos políticos fueran realmente elegidos
por el pueblo y representaran de verdad al pueblo. Pero sabemos que no es así. A
los sufridos electores no se les deja intervenir en la confección de las listas
de candidatos, faena que se reservan para sí los responsables de los distintos
partidos políticos. Y al tratarse de unas listas electorales que cumplen
necesariamente la condición de completas, cerradas y bloqueadas, no pueden ser
modificadas por los ciudadanos.
Y como los ciudadanos
tienen que limitarse a optar por una de las listas electorales, no eligen
directamente a sus teóricos representantes públicos. Esa labor la realizan los distintos
partidos políticos, que son los que, en realidad, confeccionan esas listas. Por
eso encabezan siempre esas listas los responsables de los aparatos de los
partidos y les siguen, faltaría más, sus adeptos y lacayos. No es de extrañar,
por lo tanto, que unos y otros terminen siendo políticos profesionales. Y muchos
de ellos, cuando logran perpetuarse en los cargos, se olvidan del bien común y comienzan
a utilizar el poder en beneficio propio y de su partido.
Y estos políticos
profesionales que padecemos en España, piensan que lo saben todo y que están
intelectual y moralmente muy por encima de los demás ciudadanos. Y sin embargo,
asumen sin más las ideas falsas y absurdas que, con el apoyo inconfundible del
Nuevo Orden Mundial, pregonan incansablemente ciertos colectivos totalitarios,
como es el caso del grupo LGTB. Y sin despeinarse, intentan coartar la libertad
del resto de los españoles, haciéndoles tragar semejantes ideas, valiéndose de
la dictadura de lo políticamente correcto y el pensamiento único, con la ayuda
evidente, claro está, del poder mediático.
Nuestros Gobiernos han
pasado voluntariamente a formar parte de ese establishment o grupo de poder antidemocrático,
que oculta o tergiversa intencionadamente la verdad. Y actuaron mancomunadamente
con esas minorías o lobbies que nadie ha elegido para pisotear y complicar la
vida a quien se atreve a discrepar y no acepta de buen grado la pesada losa de
lo políticamente correcto. Hace ya mucho tiempo que, con la complicidad expresa
y truhanesca del Gobierno de turno, el Nuevo Orden Mundial ocupó espacios
televisivos con la nueva Ideología de Género.
Hasta que no llegó el tercer
milenio, eran muy pocos los gays que veíamos en la pequeña pantalla y, los que
veíamos, eran personajes meramente marginales que, como mucho, desempeñaban
papeles muy secundarios en la sociedad. Y como en España estaba muy arraigada la
familia monógama y estable, resultaba sumamente complicado modificar ese tipo
de familia a través del BOE, si no se cambiaba previamente el ambiente social. Y
para conseguir esto, empezaron a trivializar el sexo y la promiscuidad,
inundando diariamente nuestras televisiones con contenidos y personajes
claramente gay-friendly.
El lobby gay comenzó a
entrar sistemáticamente en nuestros hogares en 2003, a través de Antena 3, con
la comedia humorística ‘Aquí no hay
quien viva’, y continuaría haciendo lo mismo con otros programas, en los
que intervienen, cómo no, otras cadenas de televisión. En esos programas,
desaparece prácticamente el matrimonio tradicional, y populariza
interesadamente la relación promiscua y la pareja gay. Y gracias a esa
propaganda comienza a disminuir progresivamente la prevención que existía
contra el matrimonio homosexual y contra los diversos postulados de la Ideología de Género.
Con esta propaganda, a
veces hasta subliminal, el poder
constituido se ha ganado a mucha gente joven. Y con el tiempo, eso ha sido
determinante para que el modelo tradicional de la familia española comenzara a
romperse. A partir de entonces, además de encontrar grupos familiares integrados
normalmente por un padre, una madre y unos hijos, comienzan a aparecer también otros
tipos de familia, bastante más complejos, formados por núcleos monoparentales
e, incluso, hasta por dos padres o dos madres.
Gracias a ese nuevo
ambiente, José Luis Rodríguez Zapatero encuentra suficiente apoyo social para
legalizar el matrimonio homosexual y oficializar sin más el Divorcio Exprés que
multiplicó considerablemente las rupturas matrimoniales. Más tarde, siguiendo
instrucciones concretas del lobby LGTB, además de dar los últimos retoques a la
Ideología de Género, se atreve a despenalizar la interrupción voluntaria del
embarazo, si esta se realiza durante las primeras 14 semanas de gestación. Con
esta Ley, ¡faltaría más!, el aborto deja
de ser un delito y se convierte directamente en un derecho de la mujer.
El Partido Popular, de
aquella, recurrió esta Ley ante el Tribunal Constitucional, porque el aborto no
es un derecho de la mujer. Es más bien un fracaso absoluto. Y Mariano Rajoy, como
no podía ser de otra manera, se comprometió a derogar esa Ley cuando llegara a
La Moncloa. Y esa promesa se incluyó expresamente en el programa del partido para
las elecciones generales de 2011. Y en esas elecciones, como era de esperar, el
Partido Popular ganó por goleada. Todos los que estaban a favor de la vida,
optaron unánimemente por la opción del partido conservador.
Con esa mayoría
absoluta tan aplastante, el Partido Popular hubiera podido derogar tranquilamente,
y en cualquier momento de la legislatura, la Ley del aborto libre y las demás
leyes ideológicas de Zapatero. Y todos esperábamos que lo hiciera, pero por
indicación más o menos directa del poder en la sombra o por lo que sea, no se atrevió, y los responsables del partido,
eso sí, buscaron una disculpa un tanto peregrina, y alegaron que la crisis que
sufría España, les obligó a concentrarse exclusivamente en la economía.
Gijón, 30 de marzo de
2017
José Luis Valladares
Fernández
La sexualidad es algo muy privado la utilizacion por parte de los po politicos de este asunto es patetico,saludos,
ResponderEliminarEs que los políticos, con más frecuencia de lo recomendable, piensan que son redentores de la humanidad. Y por eso, muchas veces, en vez de solucionar problemas, los complican aún más de lo que están.
EliminarUna cosa es no mandar a los homosexuales a la hoguera, creo que hay que ser tolerante por encima de todo y otra, es hacer apología. Creo que nos hemos pasado de un extremo a otro.
ResponderEliminarClaro que hay que ser tolerantes con los homosexuales, y hasta prestarles toda nuestra ayuda. A los políticos, tendríamos que mandarles otra vez a la escuela para que repasen nuevamente la biología elemental que se estudia en primaria
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