I – La Clase Media y el Estado del Bienestar
El dirigente principal de la Revolución de Octubre
de 1917, Vladímir Ilich Uliánov, al que conocemos con el nombre de Lenin, nos
dejó una frase que ha hecho historia: "Una mentira repetida muchas
veces se convierte en una gran verdad". Después vendría Paul Joseph Goebbels y, sin pretenderlo,
popularizaría esta misma frase, dándole, eso sí, esta otra redacción: "una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una
verdad".
Es evidente que Goebbels, el fiel jefe de campaña
de Adolf Hitler, había asimilado íntegramente la vieja doctrina de Nicolás
Maquiavelo sobre la mentira. Mentir, por lo tanto, para este agitador de masas
germano, carecía totalmente de connotaciones morales. La mentira era siempre
válida, si servía para influir de manera decisiva en la sociedad. Y Joseph
Goebbels procuraba sacar, cómo no, el máximo provecho de todas sus mentiras. Y ponía
tanta pasión en sus soflamas que, a pesar de estar ardiendo el Reich y la Wehrmacht
abandonando desordenadamente los frentes, el pueblo alemán aún pensaba que era posible la victoria.
Con sus discursos sumamente apasionados, el
omnipresente ministro de Propaganda hitleriano, del mismo modo que estructuró el
entramado político del régimen nazi, también supo despertar el entusiasmo de la
juventud germana, para que se afiliaran en masa al nuevo Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán. Y gracias a esas encendidas peroratas, esos
mismos jóvenes mantuvieron alta su moral y su voluntad de resistencia hasta que
llegó el momento de la inevitable derrota. El mismo Goebbels se creía a pie
juntillas todas sus patrañas.
La mentira es casi tan vieja como el mundo que nos
rodea y los políticos la llevan en su propio ADN. Por lo tanto, necesitan
mentir, y utilizan la mentira, unas veces por razones puramente egoístas y, otras,
como simple herramienta para rentabilizar su actividad política en beneficio
propio y del pueblo a quien dicen servir. Todos ellos han hecho suya la famosa frase
de Goebbels y, sin excepción, piensan que, para el desarrollo político, la
mentira es mucho más útil que la verdad. Sobre todo para los políticos de la
izquierda que, por supuesto, suelen mentir generalmente con mucha más desfachatez
e insolencia que los de la derecha.
Los socialistas, por ejemplo, que padecen la peor
crisis institucional de su historia por culpa de dos secretarios generales tan
nefastos como José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez, utilizan la mentira
y el embuste, ¡faltaría más!, con verdadero cinismo y desvergüenza. Y lo hacen para
disimular su situación actual, que es crítica y totalmente insostenible. Simulan
sentirse muy orgullosos, rememorando, cómo no, épocas pasadas mucho más gloriosas.
Precisamente por eso, se pavonean de haber puesto a vivir a los españoles, y
atribuyen abierta y desvergonzadamente a
los Gobiernos de Felipe González la puesta en marcha del Estado del bienestar.
Es verdad que los Gobiernos de Felipe González
contribuyeron, en cierta medida, a la modernización de España, que es algo que,
por supuesto, también hicieron los Gobiernos de Adolfo Suarez y los de José
María Aznar. Pero no podemos atribuir la creación del famoso Estado del
bienestar ni a Felipe González, ni a nadie más del PSOE. Protestará
vehementemente toda esa plebe antifranquista sobrevenida que anda suelta por
ahí, pero tendrá que reconocer, por qué no, que fue Franco el verdadero
artífice del Estado del bienestar.
En España, apenas si existía una clase media
consolidada. Era más bien algo meramente testimonial y sin solidez alguna. Y
como carecía de ideología y hasta de la más mínima organización, esa clase
media estaba siempre a merced de los continuos embates del movimiento obrero. Y
terminaría desapareciendo prácticamente por culpa de la Guerra Civil que enfrentó
a unos españoles contra otros. Y durante la posguerra, que fue más dura y prolongada de lo previsto,
la población tuvo que soportar cuantiosos sacrificios, por culpa del prolongado
aislamiento internacional y la falta de la más mínima ayuda exterior.
Aunque gozaba de un gran prestigio como militar,
los conocimientos de Franco sobre economía y finanzas públicas eran francamente
limitados. Precisamente por eso, una vez finalizada la guerra, comenzó a seguir
las recomendaciones de sus ministros falangistas que, desde una óptica política
manifiestamente antiliberal y autárquica, intentaban crear un Estado
corporativo y autónomo, que se autoabasteciera en todo. Y para conseguir
semejante propósito, procuraban regularlo todo, imponiendo cantidad de tasas y licencias totalmente innecesarias.
Con esa política inflacionaria y llena de
despropósitos, España caminaba directamente hacía la bancarrota y la miseria
más absoluta. Había desaparecido por completo la inversión extranjera y eran
muchos los españoles que malvivían gracias a la cartilla de racionamiento. Y
aunque, en España, la situación era ya muy crítica e insostenible, Franco
decide implantar el Seguro Obligatorio de Enfermedad mediante la Ley de 14 de
diciembre de 1942, y el 18 de abril de 1947, establece el Seguro Obligatorio de
Vejez e Invalidez (SOVI). Trataba así de proteger a los trabajadores
económicamente más débiles y desprotegidos.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno, la inflación
aumentaba sin cesar y la penuria económica de la posguerra continuaba haciendo
verdaderos estragos entre la población española. La situación era ya tan
extrema y complicada que, el 25 de febrero de 1957, Franco decide renovar el
Gobierno. Prescinde de algunos ministros de cariz estrictamente político, y
encarga la gestión económica a un grupo de jóvenes tecnócratas que estaban
vinculados al Opus Dei. Mariano Navarro Rubio asumió la cartera de Hacienda y
Alberto Ullastres la de Comercio.
Con la llegada de estos tecnócratas al Gobierno,
cambia radicalmente el cariz de la economía española. Para conseguir
urgentemente una estabilidad económica fiable, equilibrar la balanza de pagos y
robustecer nuestra moneda, estos nuevos ministros abandonan el
intervencionismo, liberalizan la economía abriéndola a todo el mundo y dejan
que la peseta flote en el mercado de divisas. Con estos cambios, logran por fin
contener la disparatada inflación y comienza así a llegar inversión extranjera
a España. Y esto, claro está, fue determinante para que la sociedad española
comenzara a modernizarse y a ser cada vez más próspera.
Una vez resueltos los problemas más urgentes de
nuestra economía, el equipo económico del Gobierno decide dar un nuevo golpe de
timón para afianzar los logros conseguidos. Con el beneplácito de Franco y el
disgusto de los supuestos guardianes del régimen, pone en marcha su famoso “Plan de Estabilización”. Este nuevo
giro económico fue bendecido políticamente hasta por el presidente norteamericano
Dwight D. Eisenhower, que el 21 de diciembre de ese mismo año, llegó de visita
a España, y apadrina nuestra vuelta al
concierto internacional.
Los resultados económicos del nuevo “Plan de Estabilización” no tardaron en
llegar. En 1960, por ejemplo, logramos finalmente un superávit considerable en
la balanza de pagos y, gracias al fortalecimiento del desarrollo económico, las
reservas exteriores del Estado superaron, por primera vez en muchos años, los
500 millones de dólares, mientras que la inflación experimenta una reducción
espectacular de nada menos que10 puntos.
En la década de los 60, gracias a los nuevos aires
que soplaban en nuestra economía, España comenzó a ser un destino preferido
para las inversiones extranjeras, dando lugar a que aumentaran rápidamente los
servicios y la industria en casi todas las ciudades españolas, con la
consiguiente creación de mucho empleo estable y productivo. Esto desencadenó un
éxodo rural masivo de la gente joven que marchaba a la ciudad en busca de uno
de esos empleos. No olvidemos que, durante toda esa época, España tuvo un crecimiento medio, desconocido hasta
entonces, de un 7% anual.
Con la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963,
primero, y más tarde, con la Ley General de la Seguridad Social de 1966 mejoraron
significativamente las prestaciones sociales que recibían los trabajadores. Con
los resultados económicos logrados en la fabulosa década de los 60, los
españoles comienzan a disfrutar también de otras comodidades, exclusivas hasta
entonces de los ricos, como es el piso propio, el coche, todo tipo de electrodomésticos y, por supuesto, algo que
nunca habían soñado: las vacaciones pagadas
en la playa. Todo un milagro que transforma la España proletaria en la
España de la nueva clase media.
Pero esa clase media creada por Franco, con el
consiguiente Estado del bienestar, está hoy en peligro. Y todo por culpa de unos
políticos de plastilina, empeñados en mantener una administración
elefantiásica, que está multiplicada innecesariamente por todas partes y que es
inmensamente cara. Y claro está, tratan de sufragar esos gastos, asfixiando a
la clase media, que es la que paga siempre el pato con impuestos y más
impuestos. Hasta 1977, la presión fiscal de la clase media era del 14%, 11
puntos menos que la media de los países desarrollados. Pero con el año 1977, llega
el desmadre y, hoy, esa presión tributaria supone ya el 34,4% del PIB.
Durante todos estos años, la clase media ha tenido
que soportar contratiempos sumamente importantes. La clase media salió
malparada, en primer lugar, por la crisis económica que padecimos, que
empobreció a mucha gente al quedarse sin trabajo. Después vendría el recorte de
muchos servicios públicos, incluidos los meramente sociales. En 1978, por
ejemplo, se estableció un copago farmacéutico para los trabajadores por cuenta ajena que, en
1980 llegó a alcanzar el 40% del total del gasto. En 2012, el castigo alcanza
también a los pensionistas, que comienzan
a pagar el 10% de sus gastos farmacéuticos.
Y no acaban aquí los atracos que, en forma de
impuestos indiscriminados, soporta la clase media española. Ve con enorme
preocupación que, con la bajada de las prestaciones, se deteriora
necesariamente el Estado del bienestar y, para colmo de males, se dispara peligrosamente
la presión fiscal. Hoy día, por ejemplo, la fiscalidad de los salarios en
España ha alcanzado ya la cota escandalosa del 39,5%, nada menos que un 3,5%
por encima de la media de las economías
más desarrolladas del mundo. Y es precisamente la clase media la que tiene que
hacer frente a los gastos originados alegremente por la irresponsabilidad de
los políticos.
Gracias al “Plan
de Estabilización” propiciado por Franco, la clase proletaria mejoró
notablemente su situación económica y terminó transformándose en la conocida
clase media española. Pero hoy puede ocurrir lo contrario, ya que, si se mantiene
el actual ritmo de crecimiento de los impuestos y los recortes, esa misma clase
media va a terminar convirtiéndose, Dios no lo quiera, en una clase pobre y
vulnerable.
Gijón, 12 de abril de 2017
José Luis Valladares Fernández
Desde luego que los socialistas tienen gran parte de la culpa de la situación en que nos encontramos.
ResponderEliminarEntre la derecha, que vendió todo lo vendible (el PSOE también echó su cuarto a espadas en este apartado) en cuanto a empresas públicas se refiere bajo la idea interesada de que lo privado funcionaba mejor que lo público, una mentira como otra cualquiera tal cual se ha visto; y la izquierda que ha despilfarrado buena parte de lo conseguido tras muchos años de sacrificio de los trabajadores y empresarios españoles, hemos llegado al lugar donde estamos.
De todas maneras, la conclusión es la de siempre: Tú pagas y yo me lo gasto.
Yo tengo dudas muy fundadas sobre si interesan las empresas públicas o no interesan. Y digo esto, porque han sido una fuente muy notable para que se multiplique la corrupción.
EliminarLos logros de Franco es algo que nunca see podran borrar de nuestra historian.Eso si,tambien los errors fueron muchisimos,saludos,
ResponderEliminarY ¿Quién no comete errores? Es algo muy natural equivocarse. De todos modos yo creo que el principal acierto de Franco es que, gracias a su actuación en la década de los años 30 del siglo pasado, evitó que España terminara siendo como Albania o otros países de detrás del muro de acero. Saludos
EliminarEs la democracia in Spain.
ResponderEliminarPero hay democracias más perfectas
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