XII.-
Los estragos de la incompetencia y la mala fe
Hay
que reconocer que Pedro Sánchez, el iluso presidente del Gobierno que padecemos, tiene el síndrome
del pavo real, y busca desesperadamente
el respeto y la admiración de los que le rodean. La naturaleza, es verdad, fue
bastante magnánima con él en el aspecto meramente físico, pero muy tacaña a la
hora de dotarle de otras cualidades más importantes y necesarias. Y al ser tan
vanidoso, es normal que recurra a la falsedad y al engaño para ocultar sus
puntos débiles y sus múltiples y evidentes defectos y carencias.
Y
como todos los personajes fuleros, necesita perentoriamente sentir los vítores
y el aplauso de sus palmeros. No es de
extrañar, por lo tanto, que se deshaga en elogios de sus cacareadas cualidades
y de sus supuestos logros, para despertar el interés y la admiración de los
suyos. Y por supuesto para ser fuertemente envidiado por unos y por otros. Y
para ver cumplidos sus deseos, recurre habitualmente, cómo no, a la mentira y a
la manipulación, que es lo único que sabe hacer muy bien, porque lo viene
practicando desde su más tierna infancia.
Y no podemos esperar que, con un mentiroso
compulsivo como Pedro Sánchez en la Presidencia del Gobierno, se solucionen
nuestros problemas económicos y podamos recuperar nuevamente nuestro pasado
Estado de Bienestar. Hay que tener en cuenta que lleva siempre puesta la
máscara o el disfraz del superdotado, del que todo lo sabe, y no es nada más
que un simple neófito sin desbastar. Tampoco podemos esperar nada de sus
ministros, ya que, en líneas generales, están cortados por el mismo patrón que
su presidente.
Es verdad que, entre los ministros actuales, no hay
nadie que destaque por su ingenio y por su valía. Y es lógico que así sea, ya
que el presidente Sánchez es tan orgulloso y autosuficiente, que no tolera en
su equipo, a nadie que sobresalga, que le pueda hacer sombra y le robe los
aplausos. Prefiere rodearse de medianías, que sean conscientes de sus
limitaciones, que acaten sumisamente las indicaciones del jefe y que sepan
disculpar sus equivocaciones. Tienen que ser maestros, eso sí, en el manejo de
la mentira y el engaño, para que le ayuden a embaucar de manera aparentemente
amistosa a la sociedad.
Es indudable, que Pedro Sánchez ha perdido el
contacto con la realidad. Pero va siempre de sobrado por la vida y, como hacen
todos los aventureros políticos, consigue sus propósitos jugando con las
cartas marcadas y recurriendo constantemente a los embrollos y a los enjuagues más
variados. Y aunque parezca extraño, casi siempre sale airoso. Así fue como se
hizo con las riendas de un partido político histórico tan importante como el PSOE. El proceso
seguido fue muy sencillo. Para manejar el partido a su antojo, lo desguaza y,
cuando ya no había focos de resistencia, lo puso sin más al servicio exclusivo
de su poder personal.
Pasó exactamente lo mismo con la Fiscalía y con la
Abogacía General del Estado. Gracias a una decisión arbitraria del presidente
Sánchez, el Ministerio Fiscal ya no se dedica a promover la acción de la
Justicia y a preservar la imparcialidad de los Tribunales. Y la Abogacía
General del Estado, también ha dejado de prestar asistencia jurídica imparcial
a las distintas Instituciones públicas. A partir de ahora, la Fiscalía y la
Abogacía General del Estado tienen asignado un nuevo objetivo: auxiliar y
defender preferentemente al Gobierno.
Es evidente, que Pedro Sánchez está encantado de
conocerse a sí mismo y piensa que está muy por encima de los demás mortales. Ha
alcanzado un grado de madurez espiritual y moral tan alto, que ni el mismo ‘superhombre’
de Friedrich Nietzsche puede hacerle sombra. No nos debe sorprender, por lo
tanto, que no escuche a nadie, y que utilice alegremente sus peroratas o
soflamas semanales para resaltar sus enormes aciertos a la hora de gestionar la
maldita pandemia del coronavirus.
Según sus propias apreciaciones, los españoles
deberíamos estar profundamente satisfechos, por haber tenido en ese momento al
mejor de los presidentes posibles. Con Mariano Rajoy o con otro presidente del
Partido Popular, se hubieran disparado los muertos y, vete a saber, la cantidad
de perros que habría que sacrificar para acabar con el problema. Con Pedro
Sánchez, sin embargo, todo fue mejor. Por lo visto, fue el primer mandatario
que se enfrentó a la dichosa epidemia, el que más test realizó y, en
consecuencia, el que más vidas salvó, unas 450.000, según dice.
Pero todo esto, claro está, no es nada más que una
ensoñación de quien no tiene la conciencia muy limpia. Para empezar, no puede
presumir de hacer más test que nadie, porque no es verdad. Y en cuanto a la
restricción de movimientos y a la reclusión domiciliaria de los ciudadanos,
fueron siempre por delante los Gobiernos de China, de Italia y, por supuesto,
hasta el de Portugal, y eso que tenía muchos menos fallecidos y contagiados que
nosotros.
El Gobierno del insaciable Sánchez ha dado muestras
de una incompetencia inaudita y, por consiguiente, ha hecho una gestión del
coronavirus claramente lamentable y catastrófica. Conocía perfectamente el
alcance y la gravedad de la epidemia, pero obvió las recomendaciones alarmantes
de los responsables médicos, para no entorpecer otros intereses políticos de
corte meramente feminista. Por semejante motivo, no se amilanó con los riesgos
y decidió mantener la convocatoria de la manifestación del 8 de marzo.
La ineptitud y la presunción de Pedro Sánchez
condicionaron lamentablemente su actuación al frente del Gobierno. Tardó más de
la cuenta en enfrentarse a la dichosa pandemia y, cuando lo hizo, era ya
demasiado tarde. Fue entonces, cuando supo que carecía de medios para luchar
eficazmente contra la expansión del virus. Y para colmo de males, no dieron la
talla ni el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ni el director del Centro de
Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón.
Tanto Salvador Illa, como Fernando Simón fallaron
estrepitosamente en sus previsiones y en la manera de enfrentarse a la
epidemia. El primero porque no todos valen para todo y, el segundo, por
prestarse a colaborar en toda clase de enjuagues y chanchullos. Aunque
los casos en China y en Italia eran ya muy dramáticos, no supieron, o no
quisieron apreciar la gravedad de la situación y continuaron lanzando mensajes
francamente tranquilizadores. Y por si esto fuera poco, obviaron los repetidos avisos de la Organización Mundial de la Salud y de
la Comisión Europea, que alertaban oportunamente de la peligrosidad del
COVID-19.
Fueron muchos los errores cometidos por el
irresponsable Sánchez y por su equipo de Gobierno. Además de enfrentarse tarde
y mal a la prevención de la pandemia, se olvidaron de la virulencia especial
del coronavirus para que se pudieran celebrar aquellas concentraciones
masivas de público, entre las que
destacaba evidentemente la manifestación del 8M y alguna que otra competición
de fútbol.
Y para coronar el despropósito de un Gobierno sin
principios y aparentemente relajado, nadie se ocupó de controlar sanitariamente
nuestras fronteras y aeropuertos. Hasta que no se produjo el confinamiento,
estuvieron entrando libremente en España cantidad de pasajeros, infectados o
no, que venían de puntos calientes del coronavirus, como el norte de Italia o
incluso China. Se falló también en la adquisición del material necesario, de
modo que ni el personal sanitario estaba
debidamente equipado para atender a los enfermos, sin correr riesgos de
contagio.
Cuando el presidente Sánchez despertó de su
insensato y prolongado letargo, era ya demasiado tarde para frenar la peligrosa
extensión del coronavirus. Y aunque soportamos pacientemente un cautiverio de
casi cien días, España pasó a ser el país del mundo con más víctimas mortales por número de habitantes. También
tenemos, ¡qué casualidad!, una tasa de personal sanitario contagiado más alto
que nadie. Nada menos que el 20% de los infectados en España pertenecen a ese
colectivo. En Italia, sin embargo, no pasan del 10% y, en Estados Unidos, apenas
llegan al 3%.
Como era previsible, el presidente Sánchez se niega a reconocer en redondo, que realizó una
gestión sumamente pésima de la crisis del coronavirus. Y recurre a los bulos y
a las noticias falsas, para hacernos creer que su actuación es tan meritoria,
o mejor incluso que la realizada por los
demás Gobiernos. Pero los datos y las estadísticas que conocemos son tan
apabullantes que no dejan lugar a dudas. Así que, para evadir posibles
responsabilidades futuras y lavar su cara, porque conciencia no tiene, intenta
dulcificar los hechos, ocultando simplemente cantidad de muertos.
Y como Pedro Sánchez, vive más bien de las
apariencias, puede permitirse el lujo de rechazar lo que realmente sucedió con
la llegada del coronavirus. Rechaza frontalmente cualquier tipo de
responsabilidad en las consecuencias de la pandemia. Y como se siente arropado
por los ‘mochileros’ de su Gobierno y
por los medios de comunicación afines, alardeó, ahí es nada, de haber salvado
unas 450.000 vidas con el confinamiento.
Y levanta la voz para persuadirse a sí mismo y a la
opinión pública que no ha cometido ninguno de los errores que le atribuyen y que no tiene nada que ver con el elevado número
de muertes y del exceso de contagios, que ha producido el COVID-19. Todo ello
se debe exclusivamente a la imprevisibilidad del virus y a su descomunal
ferocidad. Y para evitar futuras decepciones, nos pide, eso sí, que mantengamos
la calma y que huyamos prudentemente de cualquier tipo de histerismo.
Pero los datos que nos deja la pandemia son
excesivamente sospechosos. Hay que tener en cuenta que la imprevisibilidad y la
ferocidad del virus es la misma en todas partes. Así que si, en porcentajes,
tenemos más fallecimientos que nadie y
aventajamos ampliamente a los demás países en personal sanitario infectado será
por algo. Será, creo yo, porque el narcisista que nos gobierna se durmió en los
laureles y protagonizó una gestión sanitaria mucho más deficiente y desastrosa
que la del resto de sus colegas.
Y la gestión económica de Sánchez es más pésima aún
que su gestión sanitaria. Si alguien no lo remedia a tiempo, vamos de cabeza al
abismo. Estamos regresando aceleradamente a la escasez y a la miseria de otros
tiempos que teníamos ya olvidados. Entre 1952 y 1960 dimos un salto cualitativo
considerable, y accedimos a una prosperidad desconocida hasta ese momento. Y el
hecho quedó resumido en una frase memorable que hizo historia, que describía el pase “de la alpargata al seiscientos”.
Fue entonces cuando apareció una ‘clase
media’ pujante que, afortunadamente, siguió mejorando su situación
económica. Esa racha halagüeña sufrió casualmente una inflexión demasiado
peligrosa, con José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno. Pero
la verdadera amenaza de crac de nuestra economía se produjo, mira por dónde,
con la llegada del sabelotodo Sánchez a La Moncloa.
Está visto que, con este aprendiz de brujo al timón,
no hay manera de poner en marcha el país, ni de volver a lograr su
reconstrucción económica y social. De seguir así, es muy posible que no
tardemos mucho en regresar otra vez a la olvidada época de “la alpargata” y que nos
veamos obligados, por qué no, a pasar hambre y a desempolvar las “viejas
cartillas de racionamiento”.
Es muy posible que sea precisamente eso lo que
buscaba el presidente Sánchez, cuando se embarcó en el Gobierno con un socio
tan complicado y tan peligroso como Pablo Iglesias. No olvidemos que, si
desaparece la clase media y hay una inmensa mayoría de españoles empobrecidos
que subsisten básicamente con las
prestaciones sociales del Estado, serían muchos los votos cautivos que le
eternizarían en La Moncloa. Y en consecuencia podría disponer indefinidamente,
sin discusión alguna del tan traído y llevado Falcón y del consuetudinario
Airbus.
Gijón, 27 de junio de 2020
José Luis Valladares Fernández
El PSOE ha demostrado de sobra en otras ocasiones de lo que es capaz gestionando la economía. Nos espera un futuro e lo más incierto.
ResponderEliminarO mucho cambian las cosas, o volvemos otra vez a la época de "la alpargata".
EliminarEl narcisismo de este elemento,es algo patológico,se ha rodeado de ministros a cual más mediocre, saludos,
ResponderEliminarNo quiere tener gente a su alrededor que le hagan sombra. No lo soporta. Saludos
EliminarSi son más nefastos, no nacen.
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