Somos muchos los que pensábamos inocentemente que, el
uso indebido del poder público en beneficio propio o para distribuir beneficios
o cargos políticos entre familiares y
amigos, eran siempre actos claros de tráfico de influencias y de nepotismo. Con
estos hechos tan poco edificantes –y
creíamos que ilegales-, se busca invariablemente la obtención de algún tipo de
privilegio, recurriendo, cómo no, a la obtención de información privilegiada o
cualquier otro tipo de ventaja por amistad o pagando en dinero o en especie.
Siempre se han dado episodios como estos, hasta en
la más remota antigüedad. Quien no recuerda al tirano Pisístrato que, nada
menos que cinco siglos a. C., se hizo
con el poder en Atenas y, para conservarlo y protegerse, entregó casi todos los
los cargos políticos y públicos a familiares suyos y a sus amigos más leales.
De este modo, tenía prácticamente maniatados al resto de aristócratas
atenienses. Es cierto que Pisístrato gobernó con una moderación y una
benevolencia desconocida en Atenas hasta entonces. Y aunque esto favoreció
realmente a los más pobres de la ciudad, no deja de ser por eso un acto
tremendamente deshonesto.
También en la antigua Roma encontramos casos
flagrantes de tráfico de influencias, como sucedió con Pompeyo y su suegro
Metelo Escipión. Aunque Escipión carecía evidentemente de talento militar,
Pompeyo, que aspiraba a ser nombrado dictador, le cedió dos legiones romanas. El
tribuno de la plebe Marco Antonio, que era partidario de Cesar, denunció
inútilmente este hecho en el Senado, ya que este foro, en ese momento, estaba
dominado por los “boni” o hombres buenos, situación que fue ampliamente
utilizada por más de un político de aquella época conflictiva.
El proceso que se produce en todo tráfico de
influencias es siempre el mismo: alguien que disfruta de cierto poder y
autoridad en la vida pública, lo utiliza egoístamente para favorecer a sus
familiares y amigos o a cualquier otra persona de confianza a cambio de
determinadas cantidades de dinero o el pago en especies. El sentido común dice,
que los políticos jamás deben utilizar su autoridad para beneficiar a alguien con
detrimento del interés público. Y esto es lo que ha ocurrido claramente con el
ex ministro José Blanco, presunto imputado por tráfico de influencias en el
“caso Campeón” por el juez instructor José
Ramón Soriano.
La investigación abierta en relación con la llamada
“operación Campeón” fue iniciada por la juez de Lugo, Estela San José, que
apreció indicios de delitos de cohecho y tráfico de influencias, que apuntaban
directamente al entonces ministro de Fomento, José Blanco. Entre los implicados
en un delito de fraude de subvenciones, aparecen varios empresarios, entre
ellos Jorge Dorribo y José Antonio Orozco que, según todos los indicios,
habrían recibido préstamos, subvenciones
u otro tipo de bicocas utilizando, claro está, medios ilícitos.
La juez de Lugo, Estela San José, después de las
declaraciones de alguno de los empresarios encausados, dedujo que Blanco podía
haber recibido irregularmente varias entregas de dinero, a través de su primo
político, Manuel Bran, a cambio de algún apetecido beneficio. Si nos fiamos de
la exposición razonada que la juez Estela envió al Tribunal Supremo, José
Blanco habría ayudado a su amigo José Antonio Orozco para superar las iniciales
trabas municipales para construir una nave en las inmediaciones del aeropuerto
de El Prat.
El ex ministro de Fomento gestionó también, ante el
Ministerio de Economía, la concesión de un préstamo del Banco Europeo de
Inversiones (BEI) al empresario Jorge Dorribo, socio de Orozco y administrador
de los laboratorios Nupel. Según indica la propia magistrada San José, las informaciones
realizadas “hacen suponer que la obtención del préstamo
ante el Ministerio de Economía habría pasado por la intermediación de José
Antonio Orozco con José Blanco“. Y se confirmaría así
el dicho de Blanco, sacado de las conversaciones telefónicas intervenidas, que
mantuvo con Orozco: “Siempre es bueno tener un amigo en el Gobierno”.
En la exposición enviada al Tribunal Supremo, figura
la declaración realizada por Jorge Dorribo ante la juez lucense, Estela San
José. Según dicha declaración, Dorribo entregó personalmente a Manuel Bran un
sobre con 200.000 euros en billetes de 500, muy poco antes de reunirse con
Blanco en la gasolinera de Guitiriz para que este interviniera ante el
Ministerio de Sanidad y le agilizasen unos permisos solicitados por su empresa
farmacéutica. Y dadas las circunstancias, Dorribo supone que ese dinero pasó posteriormente
a manos del ex titular de Fomento.
Al margen de si hubo dinero de por medio, o no, el
encuentro en la gasolinera es indudable que se realizó. El mismo José Blanco,
aunque niega rotundamente la existencia de esa entrega de dinero, corrobora ese
encuentro y explica las circunstancias por las que se realizó. Dice Blanco que estaban
invitados ambos a una comida de empresarios. Y como Jorge Dorribo quería
plantearle una cuestión privada, quedaron en verse en esa gasolinera, donde lo
recogería para ir juntos al restaurante.
Si nos atenemos a las conversaciones telefónicas y a
los mensajes intercambiados entre Blanco y Orozco, recogidos detalladamente en
el sumario, la mediación del ex ministro ante el alcalde socialista de San
Baudilio de Llobregat, Jaume Bosch, allanó el camino al empresario Orozco para
construir su nave en las proximidades de El Prat. Tras esa mediación,
desaparecieron totalmente las trabas administrativas que le impedían llevar
adelante esa construcción. Fue extremadamente llamativo y radical el cambio de
actitud del Ayuntamiento tras la entrevista de Orozco con el alcalde, tras la
mediación de José Blanco. El juez instructor, José Ramón Soriano señala
oportunamente ese sospechoso cambio de actitud en su petición del suplicatorio
para encausar al ex ministro de Fomento.
La actuación de José Blanco en este caso es aparentemente
muy similar a la protagonizada por otros políticos y que fue debidamente
tipificada como tráfico de influencias impúdico e ilegal. Y eso es lo que nos
llevó a muchos a pensar erróneamente que Blanco era un prevaricador más y que
había incurrido en actos claros del condenable tráfico de influencias. Cuando
el ex ministro nos advertía una y otra vez que “No hay caso. Ni lo hay ni lo
habrá”, no le creíamos y pensábamos que trataba simplemente de despistar.
Entendíamos que el alcalde socialista de San
Baudilio de Llobregat se había sentido obligado a acatar las indicaciones de
Blanco, que entonces era el vicesecretario general del PSOE, y podía hacer que
desapareciera su nombre de las futuras listas electorales. Quizás nos hayamos
dejado llevar torpemente por las apariencias, ya que, todo lo que se desprendía
de la actuación del anterior responsable del Ministerio de Fomento, tenía un
cariz apabullante de tráfico de influencias. No podemos extrañarnos que la
fiscal y la juez de Lugo, que fueron las primeras en estudiar
este caso, cayeran también en la misma trampa, y que siguieran después
el mismo camino el fiscal y el juez instructor del Supremo.
Ha tenido que venir más tarde la Sala de lo Penal
del Supremo para sacarnos a todos de tan
lamentable error y puntualizar justificadamente que la mediación de Blanco
“para convenir una entrevista entre un alcalde y un particular que actúa en
interés propio de una empresa sin sugerir ni ofrecer una alteración de la
resolución administrativa”, no puede ser tipificada como delito de tráfico de
influencias.
Según el auto de la Sala de lo Penal, el ex ministro
jamás ejerció “predominio o fuerza moral” para alterar la voluntad de la
administración. Y aunque, en el caso de José Antonio Orozco, desaparecieron por
fin las trabas burocráticas, aducidas inicialmente por el Ayuntamiento de San
Baudilio de Llobregat, y se le concedió
la correspondiente licencia de obras, se debió exclusivamente a “criterios
técnicos”, y no a influencia externa alguna. En ningún momento José Blanco utilizó su autoridad y su cargo
para favorecer a su amigo. Se limitó, tal como se desprende del auto del
Supremo, a buscar simplemente “el buen fin de un procedimiento”, actuando con la debida agilidad administrativa.
De acuerdo con la tesis de la Sala de lo Penal del
Supremo, Blanco no es un “corruto”. En realidad no hizo nada más que informar. De
ahí que, Némesis, la mítica diosa de la Venganza, en vez de perseguirle
blandiendo su temible lanza, le dio a beber del licor divino de su copa para
fortalecer su virtud. Fuimos nosotros los que le culpamos injustamente de
favorecer de manera delictiva a sus amigos. Si ese comportamiento fuera realmente
tráfico ilegal de influencias, habría sido dura y oportunamente acusado por la
policía y los fiscales de Rubalcaba. Y después aparecería algún juez de la
misma cuerda que lo imputaría irremediablemente, como pasó con los implicados
en el caso Gürtel.
Tampoco debemos hacer caso a las acusaciones que
puedan hacer ocasionalmente imputados como Jorge Dorribo. Como es evidente,
carecen de la más mínima credibilidad, salvo cuando inculpan, faltaría más, a destacados
miembros del Partido Popular. Esto es, al menos, lo que piensan la mayor parte
de las mentes preclaras de la izquierda española. Para estos progres de vía
estrecha, hasta las denuncias más absurdas de Luis Bárcenas son auténticos
dogmas de fe.
Barrillos de Las Arrimadas, 7 de agosto de 2013
José Luis Valladares Fernández
Buena fotografía. No se sabe si el Pepiño va a estallar en una risotada en un gran pedo, perdón.
ResponderEliminarAsí nos va.Y no va a haber caso, como también el caso del ferrocarril, que algunos llaman el caso "Angruá", pronunciado a la francesa el nombre de la aldea de la que acudieron los héroes, no va a ser el caso Fomento, el ministerio presuntamente culpable que tuvo un ministro llamado Pepiño que iba para presidente de la Xunta, algo que puede estar en la raíz del trabajo mal hecho, de la vía indebidamente inaugurada, pero que la relevista Ana Pastor no supo rectificar. Su discurso en el Congreso no ha sido otra cosa que un recitativo operístico. Nada más. Pero no habrá caso "Angruá", que los políticos nunca son culpables.
Un abrazo
Hola José Luis. Mira su cara de satisfacción, no le cabe un garbanzo en el culo. No era esa la que tenía antes de que todo quedara en nada, pienso que el susto lo llevaba dentro (dicen que la cara es el espejo del alma). Menudo mangante. A ver ahora que pasa con lo del tren que, aparte del maquinista, están buscando más responsables y quien se apresuró a inaugurar fue este elemento. Seguro que tampoco pasará nada.
ResponderEliminarOto que se va de rosita sin pagar su delito en prision,en fin aqui ya nada puede sorprenderno,un saludo,
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ResponderEliminarAl final la realidad es que no pasa nada.
No hay sitio para el caso Pepinillo Blanco y olé, ya se encargan las televisiones del partido de machacarnos a todas horas con el caso Bárcenas, hay cosas que no interesan, si el caso Bankia, pero no aquella Caja Castilla la Mancha que arruinaron los socialistas, o Caixa Cataluña del sociata Narcis Serra que nada en millones o el caso de los ERES, el robo más grande en la historia de nuestra democracia.
ResponderEliminarPero en esta España en derribo no hay un partido con un par, unos por monjitas miedosas (que me perdonen las monjas de verdad) y otros porque están con los que quieren destruir y disgregar España.
El peor error de nuestra democracia fue dejar la Educación en manos de las autonomías y así nos va con los estafadores nacionalistas catalanes y vascos, esos inventores de naciones, esos que insuflan odio a España mientras el gobierno de l nación, la de verdad, se esconde en una madriguera.
!Viva la corrupción!!!
La corrupción se ha instalado de tal manera en nuestra sociedad que el españolito de a pie, el ciudadano normal y corriente que cumple, más o menos, con sus obligaciones, tiene una tal sensación de impotencia ante tanta impunidad que la desesperanza se ha instalado en él.
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