A
finales del siglo XVIII, Francia era un hervidero de protestas y de conflictos
sociales y políticos. Los opositores al Antiguo Régimen, cansados de soportar
tanta miseria y tanta injusticia, se enfrentaban violentamente a los
partidarios del sistema feudal y del Estado absolutista. Los continuos conflictos
del pueblo llano con los miembros de la nobleza, que no querían perder ninguno
de sus privilegios tradicionales, eran cada vez más intensos y furibundos y terminaron
provocando la conocida Revolución
Francesa, que acabó con la opresión del absolutismo y que abrió una nueva
etapa más libre y democrática, marcada ante todo por el principio de la
soberanía popular.
Tras
la toma de la Bastilla se constituyó en Francia la Asamblea Nacional
Constituyente para redactar una nueva Constitución. Entre los parlamentarios había
dos corrientes políticas antagónicas:
los girondinos por un lado y los jacobinos por otro. Y cada una de esas
formaciones políticas, que estaban fuertemente enfrentadas entre sí, trataba de
imponer su ley en la Asamblea, para hacerse más fácilmente con el poder.
Los
girondinos, que eran mucho más elitistas que los jacobinos, querían limitar
notablemente el derecho al sufragio universal. Con el apoyo claro de las clases
burguesas, de todos los propietarios y de una amplia capa de la nobleza,
seguían defendiendo los privilegios reales, implantando, eso sí, una monarquía
parlamentaria. Los jacobinos, sin embargo, estaban a favor del sufragio
universal y, por supuesto, querían instaurar un régimen republicano. Quizás por
eso tenían el apoyo incondicional de las clases populares.
Para
facilitar y dar más fluidez a las acaloradas discusiones parlamentarias sobre
las prerrogativas y las atribuciones del
rey, que comenzaron el 11 de septiembre de 1789, los girondinos se situaron a
la derecha del presidente de la Asamblea y los jacobinos a su izquierda. Y así
fue como los parlamentarios franceses inventaron los conceptos de “derecha” y
de “izquierda” políticas. A partir de entonces, se tildaba de “izquierdas” a
los que eran proclives a los cambios
políticos y sociales, y de “derechas” a los que eran reacios a esos cambios y
tenían ideas moderadas. Y esa clasificación ideológica ha perdurado
incomprensiblemente, a lo largo del tiempo, hasta nuestros días.
Encontramos,
es verdad, posiciones muy diversas, tanto dentro de la “derecha” como de la
“izquierda” que, en ocasiones, son radicalmente más discordantes y opuestas
entre sí, que las diferencias que pueda haber entre una “izquierda” y una
“derecha” enteramente civilizadas. Los planteamientos que puedan ofrecer los
conservadores o los liberales moderados con respecto a los de los fascistas, lo
mismo que los de un socialdemócrata con los de un comunista o un anarquista,
son mucho más contradictorios y más enfrentados entre sí, que la heterogeneidad
que pueda haber entre los socialdemócratas y los conservadores.
Hay
que reconocer, sin embargo, que esa “izquierda” civilizada, que participa por
lo tanto de los valores democráticos, se ha dejado llevar frecuentemente por su
desmedido apego al poder y ha tratado de ahondar, lo más posible, las normales
e inevitables diferencias que tiene con la “derecha” tradicional. Es verdad
que, con los gobiernos de la “izquierda”, siempre ha aumentado
considerablemente la pobreza. Pero aún así, los líderes de esa “izquierda”
dirán que son ellos, los socialistas, los que se ocupan de proteger
adecuadamente a los pobres y a los desheredaos, que son ellos los que de verdad
luchan contra la exclusión social.
Toda
la izquierda política española, incluida la socialdemocracia, presume de mantener
una lucha constante contra la desigualdad social y, refiriéndose al Partido
Popular, acusan descaradamente a la “derecha” de no hacer nada para prevenirla,
y hasta de fomentarla a veces. Y hacen esta grave imputación, sabiendo que es
completamente falsa, ya que la igualdad social siempre ha sido uno de los
objetivos básicos de la “derecha”. La “izquierda” utiliza la mentira, y lo que
haga falta, para descalificar y estigmatizar a la “derecha”. Y lo hacen, cómo
no, con arrogancia y maldad pero, eso sí, aparentando siempre una superioridad
moral que jamás han tenido.
Con
sus malintencionados soflamas, la “izquierda” ha conseguido acomplejar
frecuentemente a la “derecha”, y que una mayoría notable de ciudadanos asocie erróneamente la igualdad, la honradez, la
libertad y hasta los derechos humanos al hecho de ser de izquierdas. Y menos
mal que al hecho de ser de derechas le reservan, que no es poco, una ligera
ventaja en eficacia y sobre todo en gestión, aunque matizando más de lo
necesario.
Con
la llegada del mesiánico José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaría General
del PSOE, la “izquierda” en España se
radicaliza notablemente y deja de ser socialdemócrata. Y como es lógico,
endurece considerablemente su ya nefasto modus operandi. Dando muestras de una
pedantería ideológica inmensa, prescinde sin más de los pocos valores morales que, has entonces,
mantenía y respetaba la “izquierda”. Y es que, tal como escribió el propio
Zapatero en el prólogo de un libro de Jordi Sevilla, “carecemos de principios,
de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los
problemas”, porque “en política no sirve la lógica”.
Y
al no sentirse atado por ningún principio o valor moral, Zapatero se dedicó a
torpedear sigilosamente los escasos acuerdos que mantenía su formación política
con el Gobierno, como era la lucha contra el terrorismo etarra o la
organización territorial del Estado. Y no contento con esto, trató de
involucrar a la calle en una lucha sin
cuartel contra esa “derecha” insolidaria que nos gobierna. Quería que fuera esa
calle, convertida en un clamor, la que boicoteara todos los actos públicos del
Partido Popular y de su Gobierno con alborotos continuos y con revueltas
multitudinarias, porque pensaba que así llegaría más rápidamente al poder.
Nada más hacerse
con el Gobierno, Zapatero intensificó sus descalificaciones y sus denuncias
falsas contra la “derecha”, que continuaba
grogui y no acababa de creerse que había sido desalojada del poder. Con una
autosuficiencia pasmosa y una insolencia nada común, Zapatero trató de
desprestigiar aún más a esa desconcertada “derecha” del Partido Popular, para
expulsarla definitivamente del sistema democrático español, y suprimir unos
cuantos años de nuestra historia. De ahí que se dedicara a realizar pactos y
acuerdos con otras formaciones marcadamente ultras y radicales.
Y
la situación política actual no ha mejorado nada con Pedro Sánchez como nuevo
secretario general de los socialistas españoles. El nuevo líder del PSOE se
hizo un retrató de cuerpo entero tras las elecciones municipales y
autonómicas del pasado 20 de mayo.
Despechado por los malos resultados electorales obtenidos, y ansioso por
disfrutar de algunas migajas de poder, le faltó tiempo para echarse en brazos
de Podemos o de otros partidos extremistas controlados eficientemente por
Podemos, dejando así al descubierto su escasa talla moral y su desmesurada
falta de madurez política.
En
lugar de aceptar el veredicto de las urnas y dedicarse a hacer una oposición responsable
y constructiva, se dedicó desde el primer momento a insultar gravemente al otro
partido mayoritario, tildándolo de “derecha extrema”. Y en vez de consensuar
cuestiones vitales con los ganadores, corrió en apoyo de la auténtica “extrema izquierda”, que quiere hacer de
España un país bolivariano. Gracias a esa actitud tan irresponsable de Pedro Sánchez,
el populismo radical y callejero se hizo con el Gobierno de ciudades tan
importantes, como Madrid, Barcelona y Valencia entre otras.
Con
este comportamiento inesperado, el secretario general de los socialistas perdió
ya toda su credibilidad. No se puede confiar en un personaje tan voluble e
inconsciente como Pedro Sánchez que, a las primeras de cambio, apoya Gobiernos
de Podemos o de alguna de sus marcas blancas. Y lo hizo, además, sabiendo que
Podemos, más que un adversario, es un enemigo político extremadamente peligroso
para los intereses del PSOE.
El
actual líder socialista es imprevisible. Lo mismo se envuelve en una bandera
constitucional española que utiliza una estelada catalana como fondo para
alguna de sus prédicas, o se manifiesta en la calle rodeado de banderas
republicanas. Sigue ciegamente la estela
de Zapatero y, como los salva patrias de Podemos e incluso el mismo Zapatero,
no dice nunca lo que va a hacer, ni hace jamás lo que dice que hará. Y por
supuesto, suele hacer siempre lo que dice que de ningún modo va a hacer.
Y
sería sencillamente desastroso que, una vez pasadas las próximas Elecciones
Generales, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, líder de Podemos, tuvieran la posibilidad
de formar el nuevo Gobierno. Con Pablo Iglesias encabezando ese Gobierno,
España acabaría como Grecia y como Venezuela, en la miseria más absoluta. Con
Pedro Sánchez en La Moncloa, volverían otra vez las improvisaciones y las
ocurrencias más disparatadas y, por lo tanto, las enormes dificultades
económicas y tendría que dedicarse necesariamente a repartir pobreza.
Los
nuevos aprendices de brujo de la “izquierda” que padecemos, siguen siendo
extremadamente jactanciosos y dirán que, gracias a ellos, los españoles
disfrutamos de un aceptable Estado de Bienestar, de una Sanidad y de una
Educación envidiables, que fueron ellos los que nos hicieron absolutamente
libres. Y eso no es verdad. Se empeñan en controlar hasta la última de las actividades
ciudadanas y en imponer siempre soluciones colectivas. Y así la libertad que
pregonan, se convierte en una simple quimera, la economía pierde fuelle
indefectiblemente y se deteriora el Estado de Bienestar.
Para
que se refuerce el Estado de Bienestar y para que seamos cada vez más libres y
hasta para que haya menos diferencias sociales, necesitamos, cómo no, una
economía boyante y competitiva, que ponga coto al desempleo y que genere la mayor riqueza posible. Y para
eso, más que políticos advenedizos que prometen constantemente lo que ni saben
ni pueden dar, necesitamos auténticos
gestores que manejen correcta y eficientemente
la cosa pública. Y si no es así, nos expondríamos a repetir experiencias
pasadas que nos acercarían nuevamente al borde de la quiebra.
José
Luis Valladares Fernández
La izquierda siempre se ha apropiado los avances sociales y sólo hay que repasar la historia para ver que no es cierto.
ResponderEliminarY a veces, la izquierda se convierte en una rémora para el Estado de Bienestar
EliminarLos mismos perros con collares no tan diferentes.Aunque el objetivo es destruir a la vieja Iberia,si es que aun queda algo por destruir,saludos,
ResponderEliminarAsí es, porque nuestros políticos no hacen más que mirarse el ombligo y olvidarse del bien común. Un saludo
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