Para el mundo antiguo, el Destino
era un dios ciego, muy temido por los hombres y por los mismos dioses, porque
se dedicaba continuamente a tejer y a destejer sus vidas, y sus decisiones eran
siempre inapelables. Los griegos lo llamaban ανανκη (Ananké) y los
romanos Fatum. En la mitología helénica, el Destino está personificado invariablemente
en las famosas Moiras, mientras que, en la romana, todas sus decisiones son
ejecutadas sin contemplación alguna por las inevitables Parcas.
Según las respectivas leyendas
mitológicas, las Moiras, lo mismo que las Parcas, eran tres hermanas hilanderas,
con poderes divinos extraordinarios, que vivían en el reino de Plutón y, desde
allí, controlaban el hilo de la vida de todos los mortales y de los inmortales,
para que se cumpla inexorablemente su destino. Estas tres divinidades eran hijas
de Zeus y de Temis, y fueron reproducidas siempre bajo la figura de unas
mujeres muy escuálidas, con aspecto extraordinariamente severo que, guardando
silencio, tejen sin cesar el hilo de la vida de los que nacen, a la luz
de una simple candela. Y se llaman Cloto, Láquesis y Átropos.
La más joven es Cloto, y utiliza continuamente
el huso para hilar los hilos del destino de los seres vivientes. Algunos de
esos hilos son de lana blanca, otros de lana negra y también de oro. Le sigue
en edad Láquesis, que se dedica a enrollar esos hilos, condicionando así el curso de la vida de
los hombres y de los dioses. Como es lógico, cuando elije hilos de oro les
depara momentos de fortuna, y de desgracia cuando se decide por los de lana
negra. La hermana mayor, que es Átropos, observa apáticamente los afanes
incomprensibles de los seres vivientes, Y cuando nadie lo espera, saca de
improviso su tijera y, sin consideración alguna, corta el hilo de la vida,
ocasionando así la muerte.
Y por lo que parece, a los
políticos de izquierda les obsesiona y les aterroriza el sufrimiento físico o
moral de los demás. Precisamente por eso, tratan de liberarlos, sentenciando a
muerte a los enfermos graves y a los ancianos, según dicen, para que acaben sus
días con la mayor dignidad posible. Y hasta compiten entre sí, para ver quién logra
llegar más lejos y quién imita mejor la actuación letal de la hilandera
Átropos. Son tan progresistas que, cuando la vida comienza a darte problemas
serios, se compadecen de ti y te ofrecen, faltaría más, la liberación
definitiva, ayudándote a morir, cómo no, de una manera totalmente digna.
La que fuera mano derecha de
Alfredo Pérez Rubalcaba ha estado tan ocupada, divulgando urbi et orbi la
ideología de la muerte ajena, que no ha tenido tiempo para criticar las
agresiones sexuales masivas que se produjeron, durante la última Nochevieja, en Colonia y en otras ciudades alemanas y
europeas. Y aunque estamos hablando de una destacada feminista, tampoco ha
podido criticar el trato denigrante y vejatorio, dado por los esbirros
bolivarianos de Nicolás Maduro a Lilian Tintori
y a Antonieta Mendoza, esposa y madre del preso político Leopoldo López,
para poder visitarle en la cárcel de Ramo Verde.
Nada más aterrizar en
Estrasburgo, la eurodiputada socialista se integró en el lobby pro-eutanasia del
Parlamento Europeo y, sin pérdida de tiempo, intentó promover la cultura de la
muerte, presentando en dicho Parlamento un manifiesto titulado “Declaración por escrito sobre la dignidad
al final de la vida”. Pero esa declaración falló estrepitosa y
espectacularmente ya que, después de tres meses de paciente espera, solamente
la firmaron 95 de los 751 eurodiputados que componen la Eurocámara. En dicho
texto, Elena Valenciano pedía claramente una “muerte digna” para los ancianos y
los que tienen una enfermedad incurable, y le faltó muy poco para instar a la moira
Átropos que utilice siempre su tijera con decisión.
Los políticos de izquierda, que
se presentan absurdamente como progresistas modélicos, quieren acabar con la
desgracia y el infortunio de los ancianos y de los enfermos terminales, adelantando
simplemente su muerte. En vez de ofrecerles una muerte mejor, suministrándoles unos
cuidados paliativos eficientes, para que se sientan física y moralmente mejor,
los eliminan sin más para que no sufran. Sus argumentos son completamente
falaces, pero se comportan como si fueran dueños de la vida de los demás. Y
entonces, claro está, acuden al suicidio asistido y, mira por dónde, se ahorran
tiempo y dinero con los que están llegando al final de su vida.
José Luis Valladares Fernández
Es un tema peliagudo, se sabe cómo empieza, pero no en qué puede acabar todo esto.
ResponderEliminarUn tema bastante delicado,desde luego una muerte digna y consentida es mejor que una agonia de sufrimiento.Lo importante en esta cuestion es la dignida de la persona,saludos,
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