Las elecciones generales del
pasado 20 de diciembre han servido, entre otras muchas cosas, para que los
ciudadanos de a pie sepamos realmente
quién es quién, y hasta qué punto podemos fiarnos de los políticos que nos
representan. Con las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo de
2015, ya comenzamos a sospechar seriamente que Pedro Sánchez no era trigo
limpio, que tras aquella imagen jovial del secretario general del PSOE se
escondía un personaje tremendamente cicatero y huraño con los demás, y tan
egoísta y ambicioso, que no piensa nada
más que en sí mismo.
Y lo que vislumbrábamos entonces,
quedó plenamente confirmado tras la última jornada electoral. Desde que se abrieron
las urnas y se conocieron los resultados de aquellas elecciones, el espectáculo
que ha venido dando Pedro Sánchez es francamente patético y bochornoso. Se ha
estado comportando como un adolescente maleducado y caprichoso que tiene que
salir siempre con la suya. Y por si esto fuera poco, actúa invariablemente condicionado
por ese odio cerval y patológico que siente hacia la derecha.
Con Alfredo Pérez Rubalcaba como
secretario general, el PSOE ya batió el record de mínimos, en las elecciones
generales del 20 de noviembre de 2011,
al conseguir tan solo 110 diputados. Pero llegó Pedro Sánchez y, bajo su
batuta, los socialistas cosecharon otro fracaso electoral mucho mayor, estableciendo
un nuevo record, al no conseguir nada más que 90 asientos en el Congreso. Y
aunque el Partido Popular, en estas elecciones, obtuvo 123 escaños, 33 más que
los socialistas, el actual líder del PSOE afirma de manera tajante que, con
esos resultados, Mariano Rajoy no puede ser presidente del Gobierno, que los
ciudadanos optaban claramente por un cambio hacia la izquierda, y que era él el
elegido para pilotar ese cambio.
Pedro Sánchez, cómo no,
interpreta los resultados del último proceso electoral a su manera y, por
supuesto, barriendo siempre para casa. Y desde entonces, repite constantemente que
los ciudadanos quieren que sea él el próximo presidente del Gobierno y, como
era de esperar, que acepta encantado ese difícil reto. Por lo tanto, y para no
defraudar a los electores, hará lo posible y lo imposible para conseguir esa
meta, aunque, para lograrlo, tenga que venderse a Podemos, a los separatistas
catalanes o a quién haga falta.
El secretario general de los
socialistas, es verdad, se comporta como si fuera un iluso con muy pocas luces.
Se enfrenta a una tarea harto complicada, ya que, al no poder contar ni con la colaboración pasiva del Partido
Popular, para salir airoso, necesita integrar en su proyecto a los de Podemos
sabiendo perfectamente que Pablo Iglesias lo ningunea a placer y hasta le
insulta sin consideración alguna. Y aún hay más: tampoco cuenta con el respaldo
de su comité Federal. Y a pesar de todo, ni pierde las esperanzas ni su
entusiasmo. Es más, desde que el rey Felipe VI le encargó que intentara formar
Gobierno, perdió los estribos, y vive desde entonces en un éxtasis permanente.
Y hasta piensa que, con esa decisión del Jefe del Estado, “España respiró
aliviada y se generó una corriente de esperanza y de ilusión”.
Hay que tener en cuenta que el
PSOE tuvo que conformarse con 90 escaños, el peor resultado de toda su dilatada
historia. Y aún así, nada más conocer esos datos, Pedro Sánchez exclamó
rebosando entusiasmo: “Hemos hecho historia, hemos hecho presente y el futuro
es nuestro”. Que el líder máximo de los socialistas españoles actuara así, en
una noche tan aciaga, aclara muchas cosas. Ante todo, busca desesperadamente la
manera de camuflar su tremendo fracaso electoral, porque piensa que,
apaciguando a los suyos, podrá seguir contando con su beneplácito para seguir al frente del partido. También es
muy posible que reaccionara así porque vive permanentemente instalado en la inopia
más absoluta.
Presume, faltaría más, de su
perspicacia política, de su carisma y de su saber estar y, sobre todo, de su
honorabilidad. A este inconsistente líder socialista, es verdad, le gustaría
parecerse a los antiguos bardos de Irlanda que eran los sabios y los eruditos
de entonces, tener su mismo poder de persuasión y, por supuesto, su misma
notoriedad. No olvidemos que, entre los celtas irlandeses, los bardos formaban
una casta hereditaria, sumamente selecta, culta y experimentada que, entre
otras cosas, se dedicaba a cantar la historia y las tradiciones venturosas de su pueblo y, cómo no, a mantener expresamente
la paz entre sus conciudadanos.
Pero la imagen
que proyecta Pedro Sánchez no cuadra en absoluto con la de los primitivos
bardos irlandeses. Como mucho, puede parecerse a los bardos que encontramos en
los asentamientos celtas de la Galia que, con la llegada de los druidas, perdieron
todo su prestigio y casi todas sus prerrogativas. Según cuenta Posidonio de
Apamea, que visitó la Galia en torno al año 100 a. C., los bardos galos ya no
eran nada más que unos simples bufones al servicio de algún aristócrata de medio
pelo. Abandonaron la tradicional lira de siete cuerdas, porque en vez de cantar
las gestas pasadas de su pueblo, se dedicaban exclusivamente a pronosticar el futuro para malvivir.
Gracias a su
larga y cuidada educación, los druidas desplazaron rápida e inevitablemente a
los bardos galos. Y como era de esperar, alcanzaron en muy poco tiempo una
posición tan preeminente, que terminaron controlando en exclusiva el gobierno
espiritual de la comunidad, por lo que comenzaron
inmediatamente a desempeñar el papel de auténticos intermediarios entre los
hombres y los dioses. Por consiguiente, no es de extrañar que los miembros
de esta casta sacerdotal, además de
encargarse de realizar cualquier tipo de sacrificio ritual o familiar, ejercían
también de jueces supremos y sus sentencias eran siempre inapelables.
Y si los druidas
acabaron desacreditando a los bardos galos en muy poco tiempo, Pablo Iglesias está
haciendo lo mismo con los socialistas y con su secretario general. Hay veces
que Pedro Sánchez deja traslucir una inmadurez y una superficialidad
extremadamente preocupantes, y actúa siempre condicionado por algún antojo o capricho
particular. Y el dirigente máximo de Podemos, que tiene muchas más horas de
vuelo que Sánchez y le triplica en neuronas, se vale de la debilidad y la inconsistencia
de este dirigente socialista para destrozar al PSOE y hacerse con el poder casi
sin despeinarse.
José Luis
Valladares Fernández
También ZP presumía de talante y mira la que nos lió.
ResponderEliminarPor desgracia para España, Zapatero dejó muchos seguidores entre los socialistas jóvenes. Y en consecuencia, muchos de ellos están hoy día más cerca del socialismo de los años 30 del siglo pasado, que de la socialdemocracia europea actual.
EliminarEstamos asistiendo a un espectáculo de tercera y a una interpretación torticera de los resultados de las urnas, si hubieran aceptado que gobernara la fuerza ganadora con apoyos puntuales o la coalición ofrecida no estaríamos en estas jugarretas de intereses personales
ResponderEliminarEs todo por culpa del sectarismo que padece una buena parte de los socialistas jóvenes. Zapatero hizo mucho daño en el PSOE,haciendoles creer que el PP es un enemigo y no un adversario
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