IV –El Golpe
de Estado de octubre de 1934
Los militantes de la derecha y del centro republicano
llegaron a las elecciones generales de junio-julio de 1931 totalmente divididos
y desorganizados y sin la más mínima opción de obtener un resultado decoroso.
Fueron ampliamente derrotados por la llamada Conjunción Republicano-Socialista
que, en un principio, estuvo formada por los socialistas, los radicales de Alejandro Lerroux, los
radical-socialistas de Juan Botella, la Derecha Liberal Republicana de Niceto Alcalá-Zamora y la Acción
Republicana de Manuel Azaña.
La abultada derrota de los conservadores les obligó a
desarrollar un papel meramente secundario y testimonial en las reñidas
discusiones constitucionales que se abrían con aquellas elecciones. Y esta
situación fue aprovechada despiadádamente por la flamante Conjunción
Republicano-Socialista para rechazar, sin remilgo alguno, su participación en
el proyecto de la Constitución de 1931 que se comenzaba a elaborar.
Y aunque esa Conjunción Republicano-Socialista comenzó
a redactar la nueva Constitución con ilusión y entusiasmo, el carácter sectario
y revanchista de los socialistas del PSOE y de la UGT terminó chocando con la
Derecha Liberal Republicana, liderada por Alcalá-Zamora y, más tarde, con el
Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. Y esas disensiones, como es
lógico, acabaron con el idilio republicano inicial de la coalición.
Tanto Niceto Alcalá-Zamora como Miguel Maura se
opusieron rotundamente a la disolución de las Órdenes Religiosas y a que se
nacionalizaran sus bienes. Pretendían, cómo no, elaborar una Constitución en la
que cupieran todos los españoles, una Constitución, por lo tanto, sin el menor
rastro de radicalismo o sectarismo ni de la derecha, ni de la izquierda. Y como
no fue posible el acuerdo, Alcalá-Zamora y Maura dimitieron de sus cargos en el
Gobierno, siguiendo su ejemplo, poco tiempo después, los radicales de Lerroux,
dando paso así al llamado bienio reformista, en el que los socialistas tenían
un amplio margen de maniobra.
Es verdad que Alcalá-Zamora y Miguel Maura fueron
incapaces de constituir una derecha republicana competitiva y con cierto gancho
o predicamento entre los electores. Y esto sirvió, como era de esperar, para
que se frustraran totalmente sus expectativas de organizar un grupo con
posibilidades reales de exigir cuentas a la coalición izquierdista del
Gobierno, que encabeza Manuel Azaña.
Tras el fracaso ineludible de los dirigentes de la
Derecha Liberal Republicana, entra en escena José María Gil-Robles, que trata
de consolidar una fuerza política conservadora, con posibilidades reales de
competir en unas próximas elecciones, y que esté dispuesta a enfrentarse con
garantía a los desmanes laicistas de los
Gobiernos de Azaña. Para conseguir semejante propósito, agrupó en Acción Popular, a todos los defensores
los valores tradicionales, entre ellos, el derecho a la propiedad, el orden
social, la unidad de la patria y, por supuesto, la familia y los intereses de
la Iglesia Católica.
Y pasaron a formar parte de ese
conglomerado político amplios sectores de las clases conservadoras, formando,
eso sí, un revoltijo un tanto atípico y explosivo con personajes procedentes
del asociacionismo católico y con monárquicos carlistas y alfonsinos. Los
católicos buscaban el poder utilizando escrupulosamente la legalidad vigente, mientras que los otros,
los monárquicos, eran proclives a utilizar la fuerza, que es, ni más ni
menos, lo que hizo el polémico general
Sanjurjo en Sevilla, el 10 de agosto de 1932.
La famosa Sanjurjada fracasó política y militarmente y
no consiguió ninguno de sus objetivos. Sí sirvió, en cambio, para provocar un
desencuentro peligroso entre católicos y monárquicos que formaban parte de Acción Popular. Y para solucionar
formalmente la crisis interna ocasionada por ese pronunciamiento, José María
Gil-Robles constituyó una gran alianza política, la famosa Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que
representaba básicamente a las clases medias conservadoras católicas, partidarias, claro está, de
mantener siempre la legalidad.
A pesar de la impaciencia de los afiliados más
exaltados de la UGT, el Gobierno de
Manuel Azaña seguía contando con el apoyo imprescindible de los socialistas.
Pero en enero de 1933, por culpa de la insurrección anarquista, que desembocó
en la matanza de casas viejas, comenzó a resquebrajarse el romance o
devaneo entre Acción Republicana y
el PSOE y a tambalearse la credibilidad republicana.
Y la disolución inapelable de la coalición republicano-socialista se
consumó definitivamente en septiembre de 1933. En esa fecha, se había disparado
el paro, las dificultades económicas de los campesinos eran insoportables y
cada vez subían más de tono las protestas de las organizaciones patronales
contra el sistema corporativo de los jurados mixtos. La situación era tan
complicada y tan insistente el acoso del
Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, que Manuel Azaña se vio
obligado a buscar el voto de confianza de las Cortes. Y aunque lo ganó, al día
siguiente Alcalá-Zamora le retiró la suya y Azaña tuvo que dimitir.
En las elecciones, que se celebraron el 19 de
noviembre de 1933, votaron por primera vez las mujeres. La CEDA se presenta a esa convocatoria formando una coalición o
alianza electoral, mientras que los
republicanos de la izquierda y los socialistas, que están más divididos que
nunca, mantienen una importante confrontación. Como era de esperar, los
resultados electorales fueron ampliamente favorables a la Confederación Española de Derechas Autónomas, que fue la fuerza más
votada (115 de 470 escaños), convirtiéndose en la principal organización
política de la derecha española.
El gran triunfador de esa jornada electoral fue
precisamente Gil-Robles, ya que el centro derecha obtuvo más de cinco millones de votos, mientras que la
izquierda no logró pasar de los tres millones. La extrema derecha y la extrema
izquierda tuvieron que conformarse con unos resultados meramente testimoniales,
ya que, entre unos y otros, fueron incapaces de llegar al millón de votos. El
partido de Manuel Azaña, por ejemplo, que tenía 26 diputados, en esta ocasión
no sacó nada más que seis.
La CEDA, es
verdad, fue la fuerza política más votada en esas elecciones y, en
consecuencia, Gil-Robles estaba
capacitado para exigir legalmente el poder. Pero renunció a hacerlo de momento,
porque sabía perfectamente que no contaba con la confianza del presidente de la
República y que no sería admitida su designación ni por la izquierda obrera, ni
por la izquierda burguesa. Y decidió prestar su apoyo parlamentario al Partido
Radical de Lerroux, eso sí, pero sin entrar en el Gobierno. Y todo para
provocar el descrédito de los radicales y para dar tiempo a que amainaran las pasiones que atenazaban a la izquierda
republicana.
Los republicanos de izquierda en general y los
socialistas de una manera muy especial, no supieron asimilar el dictado de las
urnas en las elecciones generales de 1933. Aquellos resultados, fueron tan
indigestos para estos demócratas de vía estrecha, que pidieron insistentemente
al presidente de la República que no los reconociera y que convocara nuevas
elecciones, para devolver el Gobierno a la izquierda republicana. Las gentes
del PSOE y de la UGT se encabritaron aún más y
amenazaron con desencadenar una revolución si la CEDA entraba en el Gobierno.
En abril de 1934, presenta su dimisión Alejandro
Lerroux, porque el presidente de la República se mostraba reacio a la
excarcelación de los militares implicados en la Sanjurjada. Para solucionar la
crisis, Niceto Alcalá-Zamora encarga la formación de un nuevo Gobierno al
dirigente radical, Ricardo Samper Ibáñez. Pero los problemas se recrudecieron,
y de qué manera, a partir de octubre de 1934. Samper perdió apoyos
parlamentarios por culpa de una supuesta derechización y, por si eso fuera
poco, la CEDA se decide a poner en
marcha su estrategia para conquistar el poder, exigiendo, claro está, la
entrada de tres ministros suyos en el Gobierno.
Como era de esperar, Ricardo Samper es incapaz de
aguantar el envite y se ve obligado a dimitir. Y la izquierda republicana, que
está siempre a la que salta, vuelve a pedir al presidente de la República que,
antes de entregar el Gobierno a los enemigos de la Republica, disuelva las
Cortes y convoque elecciones nuevas.
Pero Alcalá-Zamora acudió una vez más a Alejandro Lerroux para formar Gobierno
y el controvertido político, faltaría más, aceptó nuevamente el reto. Y
teniendo en cuenta las exigencias de Gil-Robles, entregó a la CEDA los ministerios de Agricultura,
Justicia y Trabajo.
El día 4 de octubre se hace pública la composición del
nuevo Gobierno y, sin esperar a más, los socialistas cumplen inmediatamente su
amenaza y convocan la huelga general revolucionaria, que comenzaría a las 0
horas del día 5 de octubre. Esa huelga revolucionaria, que recibió el nombre de
Revolución de octubre de 1934,
sirvió para romper las reglas del juego democrático y para abrir uno de los
períodos de mayor turbulencia política de la República, que hizo de España un
país prácticamente ingobernable.
La Revolución
de octubre de 1934 fue un movimiento huelguístico revolucionario, impulsado
básicamente por dirigentes del PSOE
y la UGT de la talla de Francisco
Largo Caballero o Indalecio Prieto. No podía faltar la colaboración ocasional
de la Confederación Nacional del Trabajo
(CNT), la Federación Anarquista
Ibérica (FAI) y el Partido Comunista
de España (PCE). El principal foco de esa rebelión o insurrección armada se
produjo en Asturias y, de manera más liviana, en las cuencas mineras de Castilla y León. Los sucesos más graves,
sin la menor duda, tuvieron lugar en Asturias.
Desoyendo las advertencias de Julián Besteiro, los socialistas más
radicales habían ratificado con entusiasmo su circunstancial alianza con los
republicanos y entraron, cómo no, a formar parte del primer Gobierno de la II
República. Y no adoptaron esa decisión para defender la legalidad republicana de
los continuos y peligrosos ataques de la derecha. Lo hicieron sencillamente
porque trataban de hacerse con el poder
sin hacer mucho ruido, para imponer por la brava el socialismo.
Con su derrota y el triunfo inapelable de la derecha
en las elecciones generales de 1933, los socialistas más lanzados llegaron a
pensar que, si querían tomar el poder, tenían que abandonar el sistema
institucional representativo y utilizar decididamente la insurrección. Que,
para cambiar el rumbo de la República burguesa, impulsar el socialismo y
proteger eficazmente a los trabajadores del fascismo, tenían que olvidarse de
la vía parlamentaria y de la lucha legal y recurrir obligatoriamente a la vía
revolucionaria. Y esa fue precisamente la estrategia seguida por Largo Caballero
y por sus colaboradores más cercanos.
La camarilla de Francisco Largo Caballero comienza a
preparar seriamente la insurrección en enero de 1934 y, para no tener
problemas, intentará desalojar de la comisión ejecutiva de la UGT a Julián Besteiro y a los demás
dirigentes socialistas que estaban en contra de la estrategia revolucionaria. Y
para facilitarles esa salida, someten a debate varios puntos conflictivos, en
el primero de los cuales se pregunta de manera capciosa, si interesaría
organizar “un movimiento francamente
revolucionario con toda la intensidad posible y utilizando todos los medios de
que se pueda disponer”.
Al someter a votación este primer punto, el Comité Nacional de la UGT se posicionó
abrumadoramente a favor del movimiento insurreccional. Con el resultado
de esa consulta pusieron en el disparadero a los distintos miembros de la
dirección moderada del sindicato que encabezaba Julián Besteiro, y que, en vista de las circunstancias,
tuvieron que dimitir. Y como estaba previsto, esa dirección fue sustituida por
otra, ideológicamente mucho más radical, presidida, claro está, por el propio
Largo Caballero, que acumulaba así los cargos de presidente del PSOE y secretario general de la UGT.
Tan pronto como los moderados abandonaron la dirección
de la UGT, los socialistas radicales
crearon seguidamente una Comisión Mixta, que estaba integrada por dos miembros
del partido, dos de la central sindical y otros dos de las Juventudes
Socialistas y que, como no podía ser menos, estaba presidida por Francisco
Largo Caballero. Para asegurar el éxito de la huelga general revolucionaria y
del movimiento insurreccional armado, la Comisión Mixta comenzó inmediatamente
a organiza los “comités revolucionarios” de cada localidad y otros grupos, que
se prestaran a sabotear servicios tan importantes como la electricidad, el gas
o el teléfono.
Para garantizar plenamente el triunfo de esa huelga
revolucionaria y del movimiento insurreccional previsto hacen falta muchos
medios económicos y militares. Y la Comisión Mixta recurrió a un personaje tan polivalente como Indalecio
Prieto, para conseguir esos recursos. Y gracias a su círculo de amistades e
influencias, consiguió inicialmente captar abundantes recursos financieros y
comprar una cantidad considerable de armas.
Pero fracasó, y de qué manera, cuando intentó que la oficialidad del
Ejército se sumara a la insurrección, y al no lograr que la totalidad de las
armas adquiridas llegaran a los “comités revolucionarios”.
De todos modos, y a pesar de los fallos organizativos
y de alguna que otra deserción, la huelga general revolucionaria comenzó, como
estaba previsto, a las 0 horas del 5 de octubre de 1934 y pararon casi todas
las ciudades. Pero con la excepción de
Asturias, fracasó prácticamente en todas partes la insurrección armada. Y tuvo
lugar ese fracaso, cómo no, porque no
contaron con el necesario apoyo de la CNT
y porque los socialistas del sector “bolchevique” o “leninista”, dirigidos por
Largo Caballero y con el apoyo explícito de Indalecio Prieto, esperaron
inútilmente a que se abrieran las puertas de los cuarteles y que los soldados
se unieran a los revolucionarios
En Madrid, por ejemplo, amaneció el día 5 de octubre
sin metro ni tranvías, y no se podía comprar ni pan, ni prensa, ni nada de nada
porque estaba todo cerrado. Un grupo de socialistas jóvenes, comandados por el
capitán Fernando Condés y el teniente Máximo Moreno, intentaron ocupar el
Ministerio de la Gobernación y otras instalaciones militares, pero no lo
consiguieron. La insurrección se mantuvo hasta el día 8 de octubre, fecha en
que fueron detenidos casi todos los miembros del Comité revolucionario
socialista.
Y como los nacionalistas se negaron a secundar a los
sediciosos, en el País Vasco la huelga revolucionaria no duró nada más que hasta
el día 12 de octubre. Fue precisamente en la zona minera de Vizcaya, donde el
Ejército y la Guardia Civil tuvieron que
emplearse más afondo para doblegar a los insurrectos y, claro está, hubo varios muertos, casi todos huelguistas.
Como es natural, también hubo disturbios graves
en Éibar y en Mondragón, donde se contabilizaron igualmente varias
víctimas.
La complicación más grave que se vivió en Cataluña fue
debida a Lluís Companys, presidente de la Generalitat, más que a la huelga general revolucionaria que convocó
la Alianza Obrera. El 6 de octubre, un día después de iniciada esa huelga,
Lluís Companys, como buen catalán, aprovecha la revuelta y proclama
solemnemente “el Estado catalán dentro de la República Federal Española”. Pero
como no contaba con el apoyo y la complicidad de la principal fuerza obrera de
Cataluña, la rebelión catalana fue rápidamente dominada con la intervención del
Ejército.
Aunque el movimiento insurreccional fracasó
prácticamente en toda España, en Asturias, al menos inicialmente, cosechó un
triunfo inapelable gracias a la acción mancomunada entre los
anarcosindicalistas de la CNT y los socialistas de la UGT y el PSOE. Hay que reconocer además que, durante la preparación del
asalto a las instituciones asturianas, los conspiradores no perdieron el tiempo y fueron haciéndose poco a poco con
armas y con dinamita, que iban sustrayendo pacientemente de las fábricas o de las
minas donde trabajaban.
Como en las demás
partes de España, la huelga general revolucionaria se puso en marcha en la
madrugada del 5 de octubre y las milicias obreras, integradas mayoritariamente
por mineros, en muy pocos tiempo se hicieron con el control de las cuencas del
Nalón y del Caudal. Y desde los centros de operaciones que crearon precisamente
en Sama de Langreo y en Mieres, coordinaban cuidadosamente las acciones de los
mineros que, además de conseguir la rendición total de 23 cuarteles de la
Guardia Civil, lograron apoderarse de la fábrica de armas de Trubia y de
ciudades tan importantes como Gijón y Avilés.
Y utilizando sagazmente el sistema de guerrillas, las
milicias obreras derrotaron en La Manzaneda a un batallón de infantería y a una
sección de Guardias de Asalto. Y a continuación, entraron también en Oviedo. Y el 6 de octubre, tras un duro
enfrentamiento con las fuerzas del orden, los mineros asaltaron el Ayuntamiento
y lo convirtieron en Cuartel General Revolucionario. El día 7 cayó en sus manos
el cuartel de los Carabineros y la Estación del Ferrocarril. El día 8 asaltaron
el cuartel de la Guardia Civil, y al día siguiente, de madrugada, ocuparon la
fábrica de armas de La Vega.
A los pocos
días de iniciada la insurrección, casi toda Asturias, estaba ya en manos de los
rebeldes. No olvidemos que los revolucionarios llegaron a contar con un
ejército de unos 30.000 efectivos, compuesto mayoritariamente por obreros y
mineros. En el apogeo del Ejército Rojo Asturiano, se creó un “comité
revolucionario”, dirigido por el diputado socialista Ramón González Peña, para
controlar los distintos comités locales y, por supuesto para intentar mantener
el “orden revolucionario” en localidades que iban conquistando.
Pero ese “comité revolucionario” fue incapaz de
mantener el orden, y allí donde entraban, se desataba una ola de violencia,
desconocida hasta entonces. Acosaron ciegamente a los odiados capitalistas por
el simple hecho de tener posesiones y, faltaría más, a las gentes de la
derecha. También persiguieron ferozmente a los clérigos, 34 de los cuales
murieron asesinados.
Es verdad que las columnas mineras no lograron dominar
por completo la capital del Principado. Los cuarteles de Pelayo y Santa Clara,
aunque estaban totalmente cercados, resistieron valientemente los embates de
los revolucionarios. De todos modos, en Oviedo incendiaron cantidad de iglesias
y conventos, el palacio episcopal y el Seminario. También prendieron fuego al
teatro Campoamor y a la Universidad, en cuya
biblioteca había fondos valiosísimos que no pudieron ser recuperados.
Vaciaron, eso sí, la caja fuerte del Banco de España, y hasta cometieron la
tremenda salvajada de dinamitar la Cámara Santa en la Catedral.
La situación en Asturias llegó a ser tan complicada
que, lo que comenzó siendo aparentemente una simple revuelta, se convirtió al
final en una auténtica guerra civil. Y
para sofocar la rebelión y restablecer el orden, por decisión expresa de
Diego Hidalgo, ministro de la Guerra, el Gobierno encargó al general Francisco Franco dirigir toda esa operación. Y como en las demás regiones
fracasaron los revolucionarios, comenzaron a llegar a Asturias tropas
procedentes de León, de Galicia y de
Bilbao. También desembarcó en Gijón una columna de legionarios y regulares
marroquíes, curtidos en la Guerra de África.
Y a pesar de la fuerte resistencia que ofrecían las
milicias mineras, que se defendían hasta con piezas de artillería, el avance de
las tropas gubernamentales era francamente imparable. Los legionarios y los
regulares, bajo el mando del teniente coronel Yagüe, recuperaron Gijón y
avanzaban decididamente hacia Oviedo.
Las columnas procedentes de Galicia, comandadas por el general López Ochoa una
vez recuperada la fábrica de armas de Trubia, pusieron rumbo hacia la capital
del Principado. Las que salieron de León estaban ya a las puertas de Mieres, y
las que venían de Bilbao habían llegado ya al Berrón.
El enardecimiento apoteósico, mostrado por las
milicias mineras en los primeros momentos del movimiento revolucionario,
desapareció como por ensalmo, cuando comprobaron que las unidades militares del
Gobierno les desbordaban más fácilmente
de lo esperado y cuando constataron que la insurrección obrera y campesina
había fracasado en el resto de España. En vista de los acontecimientos, el 11
de octubre por la noche se reúne el Comité Revolucionario Provincial y, preso
del desánimo y el abatimiento más extremo, ordena la retirada de la capital y
se disuelve.
No todos los insurrectos acataron esa decisión y,
aunque las tropas del general López Ochoa combatían ya dentro de la ciudad,
deciden formar un nuevo Comité Revolucionario, compuesto mayoritariamente por
socialistas jóvenes y comunistas, que deciden continuar luchando. Y lo hacen,
claro está, desde puntos estratégicos como el Naranco o San Esteban de las
Cruces y, por supuesto, desde los barrios eminentemente obreros. Pero son
incapaces de impedir que entren en la capital las tropas africanas de Yagüe y
el 13 de octubre cae definitivamente Oviedo.
Tras la caída de Oviedo, los obreros combatientes se
retiran a las cuencas mineras con el ánimo de seguir resistiendo, constituyendo
en Sama de Langreo otro nuevo Comité Revolucionario Provincial, presidido por
el socialista Belarmino Tomás. Pero el 15 de octubre, las unidades militares,
que entraron en Asturias por Pajares, vencen los últimos obstáculos y entran
triunfalmente en Mieres. Desde ese momento, la situación de los insurrectos es
ya insostenible y, tras una somera negociación con el general López Ochoa, que
era el comandante en jefe de las fuerzas
desplegadas por el Gobierno, se rindieron el 18 de octubre
La llamada Revolución de Octubre de 1934, promovida
por los socialistas del PSOE y de la UGT para colmar las ansias de poder de
Francisco Largo Caballero, dejó un balance de víctimas verdaderamente trágico:
1.100 muertos entre insurgentes y personas civiles, 2.000 heridos entre los
insurrectos y unos 300 muertos entre las fuerzas de seguridad y del ejército.
Todo un golpe de Estado contra la República que, además de retratar el
verdadero espíritu antidemocrático de los socialistas y de toda la izquierda en
general, los incapacitó moralmente para
criticar y condenar lo que ocurrió el 18 de julio de 1936.
Gijón, 12 de junio de 2017
José Luis Valladares Fernández
la revolucion bolchevique en Asturia,fue el principio de nuestra.tragica guerra civil.La cantidad de muertos fue algo increible,saludos,
ResponderEliminarEn realidad, fue el primer acto de nuestra Guerra Civil. Saludos
EliminarBuen repaso a nuestra historia reciente que tanto influye, aún, en la actual.
ResponderEliminarEstuvimos pagando durante mucho tiempo aquellos hechos y que indudablemente han dejado mucho poso en nuestra historia. Saludos
Eliminarmuy interesante lo que cuentas No sabia nada de eso un abrazo desde Miami
ResponderEliminarLo que cuento aquí, no es nada más que un simple resumen de lo que ocurrió en aquellas jornadas trágicas, previas a la Guerra Civil. Saludos
Eliminar