viernes, 13 de octubre de 2017

A CADA UNO LO SUYO

VII – La Guerra Civil Española 


Si nos atenemos a los hechos, tenemos que reconocer que el Ejército y una buena parte del pueblo llano, recibieron la llegada de la República con cierto recelo, porque fue instaurada de manera irregular. Pero esa prevención o desconfianza se trocó en irritación, cuando el llamado Frente Popular llega al Gobierno en febrero de 1936, valiéndose de unas elecciones claramente fraudulentas.
Y ese enfado subió aún más de tono cuando constataron que los responsables de ese Frente usaban intencionadamente el poder para transformar el Estado en un instrumento antidemocrático y sectario, para ponerlo, sin más, al servicio de la violencia y el crimen. Y si ya estaban los ánimos suficientemente caldeados,  lograron que, con el asesinato de José Calvo Sotelo, media España se levantara en armas contra esa manera pérfida de hacer política.
Con la llegada al poder del Frente Popular, cambió tanto la República, que no se parecía en nada  a la que se instauró el 14 de abril de 1931. Dejó de ser democrática y, en realidad, terminó siendo un régimen prácticamente ilegítimo. Y sus dirigentes estaban tan seguros de sí mismos, que ni se molestaban siquiera en guardar las apariencias. Retaban descaradamente a los militares que protestaban por la imprevista deriva de la República. Pensaban que, si lograban sublevarlos, acabarían fácilmente con ellos, y así podrían implantar libremente, y sin oposición alguna, la revolución soñada por la izquierda.
Como ya sabemos, el alzamiento militar que se inició el 17 de julio de 1936 en las ciudades españolas de Marruecos, llegó rápidamente a la Península. El mismo 18 de julio, el general Queipo de Llano aplastó fácilmente la resistencia obrera y sindical de Sevilla, y logró el control de tan importante plaza. Pasó lo mismo en la ciudad de Cádiz con los generales Varela y López Pinto.
Tuvo más problemas Ciriaco Cascajo Ruiz,  gobernador militar de la provincia y coronel del Regimiento de Artillería Pesada nº 1, para hacerse con el control de Córdoba. Aunque el gobernador civil, Antonio Rodríguez, estaba inicialmente dispuesto a entregar el Gobierno a los insurrectos, se vuelve atrás cuando constata la firme oposición de un grupo, entre los que estaba el alcalde de la ciudad  y el presidente de la Diputación. Tuvieron que ser los cañones del cuartel de Artillería los que acabaran finalmente con la negativa frontal de ese grupo. Granada caería dos días después.

La caída de estas plazas en manos de los alzados contra la República, provocó inmediatamente el hundimiento total del Gobierno. Casares Quiroga, tremendamente asustado por los acontecimientos recientes, no esperó más y, el mismo día 18, presentó su dimisión. Para solucionar el problema lo más brevemente posible, Manuel Azaña se dirige a Diego Martínez Barrio, que ostentaba el cargo de presidente de las Cortes, y le encarga la formación de un nuevo Gobierno. Y para no echar más leña al fuego de la discordia, le pide que cuente con algún que otro militante de la derecha, y que prescinda totalmente de los comunistas.
Era  evidente que Martínez Barrio no podía contar con los socialistas, porque Largo Caballero, que esperaba tener su propia oportunidad, seguía explotando las revueltas y los altercados callejeros. Por lo tanto, el Gobierno que presentó el 19 de julio por la mañana, estaba formado exclusivamente por miembros de Izquierda Republicana, Unión Republicana y el Partido Nacional Republicano. Y aunque fracasaron todos sus esfuerzos, buscó inútilmente la vuelta a los cuarteles del Ejército. Para lograr su propósito, parlamentó con los generales Miguel Cabanellas y Emilio Mola, pero era ya demasiado tarde para conseguir esa vuelta atrás.
Fracasó igualmente con los socialistas y, por supuesto, con los anarquistas y los comunistas, ya que unos y otros se negaron firmemente  a reconocer al nuevo Gobierno. Y todo, porque el presidente no accedió a entregar las armas, que exigían los sindicatos para hacer frente a la rebelión militar. Y como tampoco logró su apoyo, Martínez Barrio no esperó más y, el mismo día 19, presentó su dimisión irrevocable.
Para afrontar una situación tan complicada como aquella, se necesitaba un Gobierno fuerte y estable, en el que participaran activamente todas las fuerzas políticas. Para acabar de una vez con la testarudez de Largo Caballero, que seguía supeditando la participación de los socialistas a la entrega de armas a las organizaciones obreras y a la práctica disolución del Ejército,  el presidente de la República encarga la formación del Gobierno al ministro de Marina José Giral, ya que era conocida su predisposición a aceptar tales exigencias. Y el mismo día 19 de julio forma un Gobierno estrictamente republicano.
Y como la guerra comenzó a radicalizarse y con resultados francamente perjudiciales para las milicias republicanas, el Gobierno de Giral comenzó a perder autoridad y a verse peligrosamente desbordado. Los sublevados fracasaron, es verdad,  en varias ciudades, algunas tan importantes  como Barcelona o Valencia. Pero triunfaron en otras, algunas tan significativas como Zaragoza, que era el feudo anarquista por excelencia. Conquistaron también los enclaves de Mérida y Badajoz, que eran vitales para los republicanos.
Y tras la derrota de Badajoz, los milicianos  se retiraron a las colinas de la localidad toledana de Talavera de la Reina, para hacerse allí fuertes y cerrar el paso a las tropas de Franco en su marcha hacia Madrid. Pero el 3 de septiembre de 1936, después de una encarnizada batalla, cae también Talavera de la Reina, quedando Madrid prácticamente desguarnecido y al alcance de los insurrectos.
Y esto fue determinante para que, al día siguiente, dimitiera también José Giral con todo su Gobierno. Y aunque Manuel Azaña recelaba seriamente de los sindicatos, la situación bélica era ya tan preocupante y dramática que, ese mismo día tuvo que recurrir al líder de la UGT, Francisco Largo Caballero, para ocupar el cargo de presidente del Gobierno.
En un principio, Largo Caballero guardó las formas y estableció un Gobierno de coalición que bautizaron con el rimbombante nombre de “Gobierno de la Victoria”. Estaba formado exclusivamente por socialistas, republicanos, comunistas y un miembro del Partido Nacionalista Vasco. Reservó para sí mismo, eso sí, el Ministerio de la Guerra. Pero no tardó mucho en volver por sus fueros y, a finales del mes de octubre de 1936, disgustando seriamente al presidente de la República, da cuatro ministerios a miembros destacados de la CNT.
Una vez instalado en el poder, Largo Caballero desempolva apresuradamente su proyecto de la  fracasada Revolución de octubre de 1934 y convierte a España en un auténtico protectorado de la Unión Soviética. A partir de ese momento, los sicarios del GRU y la NKVD, que más tarde se convertiría en la temida KGB, se mueven a su antojo tanto en el terreno militar como en el meramente policial. Procuró, faltaría más, preservar la unidad de criterios  y evitar disensiones entre los diversos partidos de la izquierda, para  hacer frente a las huestes franquistas.
Además de preocuparse por salvaguardar la disciplina del nuevo Ejército Rojo y la autoridad del Gobierno en la zona Republicana, Largo Caballero buscó afanosamente la colaboración mutua y sincera con el PCE y con los revolucionarios del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). También buscó el entendimiento entre fuerzas tan dispares y enemigas, como el PCE  y el POUM. Sabía que, para derrotar al bando sublevado, necesitaba  unas tropas totalmente disciplinadas y la cooperación desinteresada de las fuerzas políticas.
Pero la avidez de los comunistas por ocupar puestos clave en la administración, la exitosa ofensiva de los franquistas en Vizcaya, la inevitable caída de Málaga y el enfrentamiento en mayo de 1937 de los comunistas catalanes del PSUC con la CNT y el POUM, acabaron con las ilusiones y los desvaríos de Largo Caballero.  Pero se negó en redondo a firmar la ilegalización del POUM que, por indicación de la Unión Soviética, exigían los comunistas. Y esta negativa sirvió, para que sus enemigos políticos utilizaran sagazmente esa negativa y la  mala gestión del esfuerzo bélico para acabar definitivamente con el brillo fulgurante de su estrella.
La dimisión de Largo Caballero se produjo el 17 de mayo de 1937 y Manuel Azaña aceptó encantado las  insinuaciones de un grupo de socialistas partidarios de Indalecio Prieto y nombra presidente del Gobierno a Juan Negrín. Como era de esperar, Negrín acepta el envite y,  apoyándose principalmente en las unidades del Ejército Popular más sólidas, intentará ganar aquella guerra a los sublevados. Para conseguir su propósito, además de intensificar su colaboración con los comunistas, intentó reorganizar y someter todas las fuerzas obreras al  Ministerio de Defensa Nacional que dirigía Indalecio Prieto.
Pero todos sus esfuerzos para cambiar el rumbo de la guerra resultaron completamente inútiles. A pesar de sus esfuerzos, se pierde toda la franja norte, se hunde el Frente de Aragón y la zona republicana queda inevitablemente dividida en dos. Y como estos sucesos bélicos minan gravemente la moral de Indalecio Prieto, lo sustituye al frente de Defensa, y asume él mismo esas responsabilidades. Y va aún más lejos en esa reorganización del Gobierno, ya que vuelve a contar  con los anarquistas de la CNT para ocupar algunos ministerios. Para detener la marcha triunfal de las tropas franquistas hacia Cataluña, crea el Ejército del Ebro.
Y para averiguar si aún había posibilidades de negociar un final honroso de la guerra con el bando nacional, el 30 de abril de 1938 publica los llamados “Trece puntos de Negrín”.  En esos puntos, el presidente del Consejo de Ministros detalla minuciosamente los objetivos perseguidos por los republicanos en aquella guerra. Buscaban, entre otras cosas, asegurar la independencia y la integridad de España, el respeto de las libertades, tanto individuales como regionales, la propiedad privada y, por supuesto, una amplia y generosa amnistía para todos los españoles.
Pero Franco no acepta esa propuesta y sigue exigiendo la rendición incondicional del Ejército Popular. Y ante la imposibilidad de negociar una paz honrosa,  Juan Negrín procura reforzar sus poderes acercándose a la burguesía y a las clases medias. Y para resistir eficazmente al enorme empuje de las tropas nacionales, intentó reforzar la economía de guerra y reorganizar convenientemente la retaguardia. También puso en marcha una nueva ofensiva que, para no variar, terminó sumándose a su conocido e interminable rosario de fracasos. Y como era previsible, se produjo la pérdida definitiva de la batalla del Ebro y el derrumbe de Cataluña.
Tras la caída de Cataluña, la situación bélica terminó siendo francamente insostenible para los republicanos. Era ya evidente que, aparte de aumentar el sufrimiento de los españoles, el desastroso final de la República estaba ya cantado. Pero como estaban al corriente de la difícil situación mundial,  decidieron mantener el enfrentamiento para enlazar este conflicto con la Segunda Guerra Mundial. Pero sintieron una gran decepción, cuando supieron que, para solucionar la Crisis de los Sudetes, se firmaron los Acuerdos de Múnich, ya que así perdían toda posibilidad de recibir ayuda exterior.
Aunque Negrín era partidario de seguir resistiendo, el resto del Gobierno consideraba que aquella situación era ya absolutamente irreversible. Por lo tanto, se sintió obligado a proponer a las Cortes, que se reunieron en el castillo de San Fernando de Figueras (Gerona) el día 1 de febrero de 1939, la rendición definitiva de las fuerzas republicanas. Había que exigir, eso sí, el mantenimiento de la independencia nacional y, por supuesto, el respeto de la vida de los perdedores.
Ante la imposibilidad manifiesta de conseguir ese objetivo, Juan Negrín ordena el repliegue ordenado de las tropas populares y el traslado del Gobierno a Francia. Y sin pérdida de tiempo, regresa a la zona  centro para organizar la evacuación progresiva y ordenada del bando republicano. El 25 de febrero de 1939 se instala en una casa de campo, muy cerca de la localidad alicantina de Elda. Allí se entera de la renuncia de Manuel Azaña a la Presidencia de la República. El 2 de marzo, se produce la sublevación de Cartagena y la huida de la flota republicana, dejando al Gobierno de Negrín sin su  último baluarte de resistencia.
Por si todo esto fuera poco, tres días más tarde llega el famoso golpe del coronel Segismundo Casado, que fue apoyado rápidamente por los republicanos de izquierda, por los anarquistas y por los socialistas que acataban las consignas de Julián Besteiro. Todos ellos querían poner fin a aquella guerra suicida que consideraban irremisiblemente perdida. Unidades militares y de orden público se desplegaron por Madrid y, tras un duro y cruento enfrentamiento con los comunistas y los socialistas partidarios de Negrín, ocupan los puntos estratégicos de la capital.
Una vez sofocada la resistencia comunista y controlada la capital por los seguidores de Casado, se constituyó oficialmente el Consejo Nacional de Defensa, en el que se integraron, entre otros, el propio coronel Casado, el general José Miaja y Julián Besteiro. Y sin perder tiempo, este Consejo Nacional de Defensa inició conversaciones con las tropas nacionales para pactar una ‘paz honrosa’. Pero el que ya era conocido como “generalísimo” Franco seguía exigiendo invariablemente la rendición incondicional de todos los efectivos del Ejército Popular Republicano.
Y como era de esperar, también fracasaron los esfuerzos de Juan Negrín para mantener intacta  la unidad de las fuerzas republicanas. A pesar de sus esfuerzos siguieron creciendo constantemente las tensiones y el nerviosismo. Y esto es determinante para que,  el todavía presidente del Gobierno, decida salir de España el mismo 6 de marzo de 1939.  
Y como los del Consejo Nacional de Defensa no acababan de aceptar  las condiciones para su rendición, las tropas nacionales de Franco iniciaron una ofensiva  general en todos los frentes en la madrugada del 26 de marzo. Y sin oponer apenas resistencia, cayó primero Madrid, después Valencia y, por último, toda la zona Centro-Sur. Se ponía así fin a una cruel guerra civil, que duró casi tres años.
Y como es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, la izquierda española, y cuantos quedaron en evidencia en aquella contienda, siguen diciendo que el alzamiento de Franco, ¡faltaría más!,  fue un golpe de Estado cruel e imperdonable. Franco, en realidad, no se levantó contra un régimen determinado, ni contra una autoridad concreta o contra una Ley. Se sublevó, eso sí, contra una manera desleal e irracional de ejercer el poder, que utilizaba indiscriminadamente la violencia para subvertir el orden e imponer la sovietización de España.
Que la Segunda República Española se instauró, gracias a un golpe de Estado, es evidente. Se utilizaron irregularmente unas elecciones municipales para arrumbar el régimen monárquico tradicional de España y lo sustituyeron  por otro republicano. Pero llegó 1936 y  se produjo el golpe de Estado del Frente Popular. Llegó al poder gracias a la manipulación fraudulenta de unas elecciones  y se empeñó en sustituir el deficiente régimen democrático de la República por la avasalladora Revolución Rusa de 1917. Y para conseguir semejante propósito, utilizaron indiscriminadamente  la violencia callejera y los asesinatos.
Y ese intento manifiestamente pérfido y mafioso de sovietizar a España por parte del Frente Popular, puso en marcha la criticada sublevación del Ejército español. Con esa actuación, Franco y todos sus compañeros de armas buscaban desesperadamente acabar con el odio institucional y el desorden callejero, para recuperar la paz y la convivencia tranquila de todos los ciudadanos. Gracias a esa actuación, llamémosla rebelión, alzamiento o golpe de Estado, evitaron, ahí es nada, que España pasara a integrar la lista de colonias o países satélites de la Unión Soviética.

Barrillos de las Arrimadas, 30 de septiembre de 2017

José Luis Valladares Fernández

4 comentarios:

  1. El socialismo revolucionario se adueñó de aquella naciente república, hasta el punto de que muchos republicanos de buena fe, se asustaron de la deriva que iba tomando aquello.

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    1. No solo se asustaron republicanos de buena fe. Se asustaron también muchos socialistas, como Besteiro y otros muchos. Pero de aquella llevaba la voz cantante la UGT, y el PSOE a obedecer. Y eso hizo que los acontecimientos fueran inevitables.

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  2. La guerra civil,nunca son buenas dejan demasiadas heridas que a dia de hoy siguen abiertas para muchas personas.
    Tus post son verdaderas lecciones de nuestra pasada historia,un fuerte abrazo.

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    1. Claro que dejan heridas que tardan en cicatrizar. Y lo peor de todo, que el hombre no aprende con lo que ya pasó, para evitar cometer los mismos errores.
      Un fuerte abrazo

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