I – Llegan los musulmanes a España y
Cataluña aún no existe
Está sobradamente demostrado que los nacionalistas
catalanes están inmunizados contra el desánimo y el abatimiento. Ni la lluvia
de chuzos, aunque caigan de punta, los desmoraliza. Llevan siglos buscando
incansablemente en la historia los restos de la Cataluña soñada que, en otro
tiempo, pudo haber sido nación libre e independiente. Y como de momento no
aparecen esos supuestos despojos, terminarán viajando a Atenas para hacerse con
la lámpara o candil de aceite que utilizaba Diógenes de Sinope, en su afán diario
por encontrar algún que otro hombre
honesto.
Esa lámpara, es verdad, no fue efectiva en la afanosa búsqueda de
Diógenes el Cínico. Pero si los separatistas catalanes fueron capaces de dar
con la incontestable filiación catalana de personajes tan destacados como
Colón, Cervantes o la misma Santa Teresa de Ávila, ¿qué no harían si tuvieran esa lámpara en sus manos? Sin esa lámpara, y
aunque Cataluña siempre ha estado vinculada jurídicamente a otras entidades de
mayor rango, los catalanes ya han logrado encontrar, según dicen, varios
períodos históricos en los que han sido completamente
autónomos e independientes.
Sabemos que los romanos desembarcaron en Ampurias en
el año 218 a.C., más que nada, para destruir la retaguardia de Aníbal y, por
supuesto, para iniciar seguidamente su expansión por la península ibérica. Cuando
se puso fin a la última Guerra Púnica, ya se habían apoderado de todas las
posesiones que tenían los cartagineses a lo largo de la costa mediterránea. Y en
el año 197 a.C., para hacer más fácil la administración, dividen todo ese territorio
en dos provincias, la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior.
La Hispania
Citerior ocupaba toda la costa oriental de España, incluyendo todo lo que hoy
es Cataluña y Valencia, y llegaba hasta la ciudad de Cartago Nova, que es la
actual Cartagena. Pese a la feroz resistencia que encontraban en algunos
territorios, la penetración de los romanos continuó imparablemente hacia el
interior, sometiendo así a todos los pueblos ibéricos. Los territorios
conquistados en el centro, en el norte y en el noroeste de la península, Cesar Augusto los agregó a
la Hispania Citerior que, a partir de entonces, pasó a llamarse la Hispania
Tarraconensis.
Y tras una larga época
de estabilidad política y económica en la Hispania dominada por los
romanos, incluida la llamada Hispania Tarraconensis, comienzan las invasiones
de los bárbaros del norte. En el año 411, entran en la península ibérica varias
oleadas de vándalos, suevos y alanos. Pocos años más tarde, en el año 415, los
visigodos, bajo el mando de Ataulfo, irrumpen provisionalmente en la península
ibérica, para ayudar a los romanos a
recuperar el orden, que había sido alterado por los invasores bárbaros. Ataulfo
fija su corte en Barcino, la Barcelona actual.
En el año 476, los visigodos volvieron a intervenir
directamente en la Hispania, para doblegar a los campesinos, que se habían
sublevado en la Tarraconensis. Pero su instalación definitiva en la península
no se produjo hasta el año 507, cuando fueron derrotados por los francos en la Batalla de Vouillé, en la que
murió el rey Alarico II. Le sucede el
bastardo Gesaleico que se repliega con los restos del ejército visigodo hacia
Hispania y fija también la capital de su reino en Barcelona, permaneciendo allí
la capitalidad, hasta que en el año 546 el rey Teudis la traslada
definitivamente a Toledo.
Cuando Leovigildo ascendió al trono en el año 572,
toda la Hispania Tarraconensis, que había estado sometida al poder de Roma,
estaba inmersa en un proceso de fragmentación político-territorial sumamente
complicado. Pero el rey Leovigildo, además
de recuperar los límites de esa antigua provincia romana, los amplió
considerablemente. No olvidemos que logró derrotar a los suevos del noroeste,
doblegar a los cántabros y a los
vascones y someter a su autoridad a una buena parte del territorio peninsular. Amplió tanto los
límites del Estado hispano-godo, que se convirtió en el auténtico creador de la
nacionalidad hispánica.
Pero la fe arriana del rey Leovigildo era un verdadero
lastre para el desarrollo pleno de esa nacionalidad hispánica, ya que frenaba
considerablemente la definitiva fusión entre los godos y los hispano-romanos.
Esa unión, sin embargo, se produciría con la llegada al trono de su hijo
Recaredo, que aprovecharía el III Concilio de Toledo para abjurar del arrianismo
y convertirse públicamente al
catolicismo, arrastrando tras él a todo el pueblo godo. Y gracias a esa
conversión, los visigodos comenzaron a formar parte, juntamente con los
hispano-romanos de la península, de una sola comunidad político-religiosa.
Y esa unidad política peninsular alcanzó su cenit o
apogeo en las primeras décadas del siglo VII, cuando el rey Suintila expulsa
definitivamente a los bizantinos del litoral levantino. A partir de entonces,
los monarcas visigodos dejaron de ser reges
gottorum, para convertirse en auténticos reges Hispaniae, ya que sus dominios se extendían por todo el
antiguo territorio peninsular que había sido ocupado por los romanos. Esa
unidad entre la población hispanorromana y los visigodos sería sancionada jurídicamente
por el monarca Recesvinto en el año 654, con la publicación de su Líber Iudicum o Fuero Juzgo.
Hay que tener en cuenta que la monarquía visigoda no
era hereditaria. Los reyes eran elegidos directamente por una asamblea de
notables que podía equipararse a la nobilitas
romana del Bajo Imperio. Y no
siempre había unanimidad entre los diferentes clanes a la hora de elegir al
rey. Por esa falta de acuerdo y de los terribles enfrentamientos que, durante
la segunda mitad del siglo VII, mantuvieron familias visigodas tan importantes
como la de Chindasvinto y la de Wamba,
comenzó a tambalearse peligrosamente el
viejo esplendor de la monarquía visigoda.
Y el derrumbamiento definitivo de ese Estado Visigodo
se produjo a finales del año 710, tras la muerte del rey Witiza. Y todo por
culpa de la enconada lucha por el trono entre los pretendientes don Rodrigo y
Agila II. El Senatus de la aristocracia visigoda eligió a don Rodrigo, que
había conseguido la mayoría de los apoyos electorales. Pero una parte de la nobleza
optó firmemente por Agila II, dando así
lugar a la inevitable secesión del reino y al estallido de una auténtica guerra
civil entre ambos contendientes. Agila II se quedaría con el sur de Francia, la
actual Cataluña y el valle del Ebro y don Rodrigo con el resto del territorio
hispano.
Las huestes musulmanas del Califato Omeya, que
acababan de hacerse con todo el norte de África, aprovecharon esa grave y
desafortunada disensión entre los dos reyes visigodos, para llevar a cabo la conquista
de la península ibérica, dando así lugar a la formación y a la consolidación de
al-Ándalus.
A principio del año 711, cuando Tariq ibn Ziyad
desembarcó en la bahía de la actual Algeciras con un ejército de más de 7.000
hombres, Hispania tenía ya una entidad jurídica ampliamente reconocida.
Cataluña, sin embargo, no existía aún,
ni como proyecto.
Gijón, 15 de octubre de 2017
José Luis Valladares Fernández
Han alterado la Historia a su conveniencia.
ResponderEliminarPiensan que así hacen a Cataluña más grande y lo que hacen es enpequeñecerla, porque son catalanes de baja estopa los que lo hacen
EliminarBuena leccion de historia para hijos y padres separatistas.Pero la historia inventada es mas rentable en Catalunya,saludos.
ResponderEliminarDesgraciadamente, así es. Pero a la larga, perjudican gravemente lo que en realidad si es Cataluña. Saludos cordiales
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