En el siglo IV a. C., vivía en Éfeso un simple pastor,
llamado Eróstrato, que buscaba afanosamente la manera de adquirir fama y
notoriedad. Quería a toda costa perpetuarse en la Historia y pasar a la
posteridad. Necesitaba, por lo tanto, hacer algo muy llamativo e impactante. Y
decidió prender fuego al templo de Artemisa, la diosa virgen de la caza, que
era uno de los monumentos más bellos del Mediterráneo y una de las siete
maravillas del mundo.
En la primera oportunidad que tuvo, entró disimuladamente en
el templo. Y aprovechando un descuido de los encargados de la seguridad, cogió
una de las lámparas que iluminaban el interior del recinto y la arrojó sobre
las telas y los ropajes que cubrían a la diosa. Cuando los guardianes quisieron
reaccionar, era ya demasiado tarde y todo el templo se vino abajo, devorado por
las llamas. Apresaron, eso sí, al causante de aquel incendio, y lo llevaron
ante el rey Artajerjes III.
Y Eróstrato confesó voluntariamente ante el rey, que había incendiado
el templo de Artemisa única y exclusivamente para hacerse famoso. Al escuchar
semejante despropósito, Artajerjes ordenó su ejecución inmediata, estableció
castigos severos para quienes osaran nombrarle como autor de semejante incendio.
Pensaba que así, le birlaba hasta la más mínima posibilidad de conseguir la popularidad
que buscaba.
Y a pesar de sus esfuerzos, Artajerjes no logró borrar de la
historia ni a Eróstrato, ni a su actuación incendiaria. Hoy conocemos detalladamente aquellos hechos,
porque Teopompo de Quíos, el historiador griego más importante del siglo IV a.
C, no respetó esa prohibición y nos dejó una narración completa de los hechos, protagonizados
por aquel humilde pastor efesio para conseguir una gloria imperecedera.
Es evidente, que Eróstrato estaría hoy día sumamente satisfecho
con el eco que ha tenido aquella aventura incendiaria, que le dio más
notoriedad de la que esperaba. Hay que tener en cuenta, que no solamente
recordamos su nombre. Llamamos también, cómo no, ‘Síndrome de Eróstrato’
al trastorno psicológico de los que sienten un deseo irrefrenable de sobresalir
sobre los demás, de los que buscan obsesivamente el protagonismo porque quieren
estar siempre en el centro de atención.
Y aunque parezca mentira, ese desarreglo psíquico, el ‘Síndrome
de Eróstrato’, está afectando gravemente a muchos de nuestros políticos
actuales. Y entre ellos está, por supuesto, Pablo Iglesias Turrión, el incombustible líder de Unidas Podemos. Cuando
no era nada más que un aspirante inmaduro a dirigir la izquierda española, ya
intentó aumentar su fama y el número de sus seguidores, escenificando su
supuesta adscripción inquebrantable a la clase de ‘los de abajo’, a los
explotados de la ‘clase trabajadora’.
Hay que reconocer que el distrito madrileño de Vallecas,
además de contar con una tradición obrera muy especial, desprende también un
tufillo ‘izquierdista’ inconfundible. Y el insaciable Pablo Iglesias, faltaría
más, aprovechó ambas cosas para
satisfacer convenientemente su desmedida ambición política.
Y para airear públicamente su orgullo de clase, comenzó a
pregonar a los cuatro vientos, que vivía en el corazón del madrileño barrio de
Vallecas, en un piso más bien humilde de 60 metros cuadrados. Y daba a
entender, incluso, que continuaría viviendo allí, aunque llegara a ser elegido
para ocupar la presidencia del Gobierno. Y fue más lejos aún, admitiendo que
compraba frecuentemente su ropa en el supermercado Alcampo. Y todo, según decía,
porque la austeridad era su principal seña de identidad.
Es preciso señalar, que al mochilero Pablo Iglesias siempre
le ha perdido su lengua. Entonces, claro está, no pensaba en los efectos
devastadores que, con el tiempo, podía ocasionar necesariamente la puñetera
hemeroteca. Así que, sin reparo alguno, lanzó muchos escupitajos al aire y ahora,
que le vamos a hacer, le están cayendo todos encima.
Solía aprovechar las tertulias y las redes sociales, para acusar
a los de la famosa ‘casta política’ de vivir despreocupadamente en chalés de
lujo, y de no saber “lo que es coger el
transporte público”, ni lo que cuesta un café. Y soltaba toda su inquina y
animosidad contra todos ellos, porque no estaban al tanto de las necesidades
reales del pueblo.
Criticó duramente, por ejemplo, a Luis de Guindos, por haber
comprado un ático de lujo en La Moraleja, por el que pagó la desorbitada cifra
de 600.000 euros. Y escribió en su cuenta de Twitter, “que la política
económica la dirija un millonario es como entregar a un pirómano el Ministerio
de Medio Ambiente”. Claro que, de aquella, aún no había dado esa vuelta o salto
mortal que lo llevó a Galapagar, y que acabó
definitivamente con toda su credibilidad.
Ni que decir tiene que el impresentable líder de Podemos
llegó a vivir como un vallecano más. Paseaba aparentemente tranquilo por las
calles del barrio y saludaba amistosamente a sus vecinos. Y cuando todos
pensaban que estaba totalmente integrado en ese ambiente, el endiosado Iglesias
dio la espantada y, sin previo aviso, cambió Vallecas por Galapagar, instalándose
con Irene Montero, en el casoplón que compraron en esa zona residencial privilegiada.
No podemos olvidar que Pablo Iglesias logró consolidarse al
frente de Podemos, pero tuvo que purgar lógicamente a todos los que aspiraban a
liderar a esa formación de extrema izquierda anticapitalista y antisistema. Obviamente,
sus ambiciones napoleónicas de ganar unas elecciones en España, de hacerse con
el poder y de cambiar radicalmente nuestro modelo constitucional siguen
intactas. Esperemos que no lo consiga nunca y que sus pretensiones sigan siendo
siempre un simple sueño.
Es verdad que no lo va a tener nada fácil, ya que con la
huida inesperada de Vallecas, se ha enfriado mucho el entusiasmo de las masas populares que simpatizaban con
Podemos. Y por supuesto, decepcionó seriamente a muchos seguidores suyos. Este
cambio de domicilio, tan sorpresivo como inesperado, sirvió para que, una buena
parte de su feligresía particular abriera los ojos y comprobara personalmente
que su idolatrado líder les había estado engañando, que sus propuestas rezumaban
demagogia barata y, sobre todo, porque terminó siendo un miembro más de la denostada casta política,
El comportamiento de Pablo Iglesias ha sido siempre muy
llamativo, ya que suele decir una cosa y hace exactamente la contraria. Da muy
poco valor a la ideología y, sin embargo, se desvive por conquistar el poder.
No es de extrañar, por lo tanto, que adopte una actitud caudillista y severa
que le lleva a exigir a sus prosélitos una adhesión incondicional a su persona
y a todos sus planteamientos y propuestas.
Tenemos que admitir, por qué no decirlo, que el imprevisible
líder de podemos desconcierta a propios y a extraños. Si destaca por algo, es
precisamente por su incoherencia y por su caradura. Es extremadamente contradictorio
e incomprensible. Lo mismo enaltece la Constitución y se deshace en loas a la
Corona, que lanza vituperios contra el Régimen de 1978 y convoca caceroladas
contra el Rey.
Un ejemplo claro lo tenemos con el manejo de los dichosos
escraches que importaron de las Repúblicas bananeras de Hispanoamérica. Resulta
que si son aplicados por el insidioso Pablo Iglesias, o por sus huestes, no son
nada más que “la expresión de la democracia cuando se hace digna de los de
abajo”. Dicho de otro modo más expresivo y mucho más provocativo, son “el
jarabe democrático de los de abajo”.
No obstante, si entre los
escrachados está el propio líder de podemos o alguno de sus correligionarios
más cercanos, cambian el estribillo y dicen que ese tipo de acciones son claramente
“negativas” porque “contribuyen a la crispación social”. Y se quejan
amargamente de los insultos y la
violencia que tienen que soportar, por culpa de los energúmenos que organizan
ese tipo de manifestaciones ardientes y violentas.
Está claro que Pablo Iglesias tiene muchos gestos y ademanes
que rezuman machismo por los cuatro costados. Tenemos además, quien lo iba a
decir, el ‘caso Dina’, o el deseo manifestado de azotar a la periodista
Mariló Montero hasta hacerla sangrar. A pesar de todo, como está siempre a la
que salta, se presenta formalmente como un abanderado destacado del feminismo reinante
y de la libertad sexual.
Pero está visto, que el ‘Coletas’ asume ese papel simplemente
por pura conveniencia, más que nada, para arañar unos votos de las mujeres que
integran ese colectivo feminista. ¿Alguien ha visto a este personaje, o a
alguno de sus adláteres levantar la voz para denunciar las violaciones, los
asesinatos y la vulneración generalizada de los derechos de la mujer que se
producen constantemente en Irán, en Afganistán, en la India y, por supuesto, en
los países bolivarianos de Hispanoamérica? Y ya sabemos qué quiere decir esto.
El comportamiento del populista Pablo Iglesias no ha cambiado
absolutamente nada, desde que se oficializó la formación política de Podemos. Para
darse a valer y tener contenta a la progresía, ataca ferozmente a la ‘casta política’ y, utilizando los
argumentos del chavismo y del comunismo bolivariano, pone en solfa la conducta
de todos sus adversarios políticos. El Partido Popular siempre ha sido el
blanco preferente de sus furibundos ataques.
Es sobradamente conocido que el aspirante al marquesado de
Galapagar no tiene pelos en la lengua. Sabemos que chapotea en el fango de la corrupción, como otros
muchos dirigentes políticos. Y a pesar de todo, tiene la desfachatez de decir a
Mariano Rajoy que el político que se equivoca y practica o ampara ese mismo
pecado, “no pide perdón sino que dimite”. De todos modos, aunque acertó
plenamente en lo que deben hacer los responsables políticos corruptos, no
podemos esperar que este dechado innegable de incongruencias, tome su propia
medicina.
Las tragaderas de Pablo Iglesias no reparan en esas aparentes menudencias. Y
menos ahora, que tuvo la suerte de entrar a formar parte del Gobierno de
España. Y esto le lleva naturalmente a jugar a ser gobierno y oposición al
mismo tiempo. Y como la vida da muchas vueltas, quiere aprovechar esta
circunstancia para desgastar al presidente Pedro Sánchez, para ver si así logra
llegar algún día, ahí es nada, a la
presidencia del Gobierno.
Gijón, 14 de septiembre de 2020
José Luis Valladares Fernández
Paradigma de la egolatría.
ResponderEliminarEs incomprensible que las bases de Podemos, sigan votando a este personaje, cuando muchos de ellos pasan verdaderas necesidades económicas
EliminarÉste pájaro tiene la jubilación asegurada,sin pegar golpe en toda su vida, cualquiera le saca de la Moncloa.saludos.
ResponderEliminarLamentablemente hay mucho tonto suelto, y así les va a ellos y a los demás. Saludos
Eliminar