En las crónicas mitológicas de la
antigua Grecia, se describe detalladamente la reacción de la diosa Hera, cuando
se enteró que su esposo Zeus había tenido un romance amoroso con la princesa
tebana Sémele. Dominada por el deseo
irrefrenable de vengarse de Zeus y destruir a la ingenua Sémele, pidió ayuda a
la maliciosa Ápate, uno de los espíritus malignos que se escaparon de la famosa
caja de Pandora, que personificaba el engaño, el dolor y el fraude.
La astuta Ápate accedió
gustosamente a prestarle su cinturón mágico, del que pendían toda clase de
artificios, todos los trucos y los embaucamientos posibles. Con la ayuda de ese
cinturón, la desairada diosa Hera, logró engañar a Sémele para que pidiera confiadamente
a Zeus, que se le mostrase tal como era, sin ocultar sus verdaderas formas. Y
como la princesa tebana Sémele era mortal, murió abrasada cuando Zeus, el dios
del trueno y el rayo, se le apareció con toda la majestuosidad deslumbrante con
que gobierna a los dioses del Olimpo.
Y Pedro Sánchez, con la ayuda
inestimable de Pablo Iglesias y de lo más granado de los enemigos actuales de
España, trata de hacerse con el cinturón de la tramposa Ápate. Piensa que, con
ese portentoso cinturón, podría chantajear y engañar más fácilmente a los
españoles para rebobinar la historia a su gusto y ganar aquella guerra civil,
que perdieron hace ya casi un siglo. Eso allanaría el camino para instaurar,
por fin, la república comunista antiespañola que buscaba el Frente Popular y,
de paso, borrar a Franco de la historia.
El testarudo ‘ocupa’ de La
Moncloa que nos gobierna se ha enzarzado en una lucha absurda contra el general
que acabó con los sueños disparatados de Francisco Largo Caballero y de todos
sus acólitos marxistas. No se da cuenta que Francisco Franco murió hace más de
40 años y que, por lo tanto, ya no es nada más que una sombra o un fantasma que
no hace daño a nadie, ni influye absolutamente en nada en el desarrollo del
quehacer diario de los españoles.
El general Franco, es verdad, condicionó
decisivamente la vida de los españoles durante un período de tiempo bastante
largo. Y eso, nos guste o no nos guste, es motivo más que suficiente para que ocupe
un lugar destacado en nuestra historia pasada. Pero también es cierto, que el
antiguo Caudillo no tiene significación alguna en la vida política española
actual. Y como el presidente Sánchez conoce perfectamente este extremo, es
absurdo que saque a pasear ese fantasma a las primeras de cambio, en vez de
ocuparse en solucionar los graves problemas que acucian hoy día a todos los
españoles.
Y una de dos: o Pedro Sánchez se
dedica a denigrar la figura de Franco para disimular su indigencia mental y su manifiesta
incompetencia, o porque es un sectario impenitente que odia profundamente a todos
los que no comulguen con sus propias estupideces. Culpa al antiguo Caudillo de
todos nuestros males y, como quien no quiere la cosa, lo utiliza continuamente
para disculparse o para dar una solución aparente y provisional a los
diferentes problemas.
Eso es, al menos, lo que hizo
nuestro controvertido presidente, cuando comenzaron a lloverle las críticas por
la marcha desastrosa de la economía y la destrucción de empleo: recurrió a la
exhumación de Franco y disminuyeron las reprobaciones como por ensalmo. Y
ahora, que se multiplican nuevamente los reproches por su deplorable manera de
gestionar la pandemia que nos aqueja, se procede sin más a la expropiación del
Pazo de Meirás. Y para ser más convincente, habla distendidamente de convertir
el Valle de los Caídos en un simple Cementerio Civil y de la demolición de la monumental cruz que preside ese
monumento.
Que Franco fue un dictador, como
Francisco Largo Caballero, es algo que no se puede negar. Pero hay una
diferencia fundamental entre ambos. Mientras Largo Caballero se olvidaba de los
intereses que afectaban a los españoles, para ponerse al servicio de Iósif
Stalin, el general Franco trataba de evitar que España sucumbiera
definitivamente bajo las garras del comunismo, implantado tras el triunfo
electoral del Frente Popular en las elecciones fraudulentas de Febrero de 1936. Por supuesto Largo
Caballero, apoyado incondicionalmente por los demás prebostes de la izquierda,
quería convertir a España en un País satélite de la Unión Soviética.
Cuando finalizó la Guerra Civil,
España estaba hundida en la miseria más absoluta. Los estropicios económicos,
provocados por el enfrentamiento bélico, fueron ciertamente muy cuantiosos. Y
para colmo de males, a esa cifra astronómica fue preciso añadir el importe descomunal
de las incautaciones que realizaron los responsables socialistas del Gobierno,
Largo Caballero y Juan Negrín, en el Banco de España y en otras instituciones privadas,
además de los robos realizados en museos y catedrales y a personas
particulares.
La cantidad más importante de ese
expolio procedía de las reservas de oro estatales, sustraídas fraudulentamente
del Banco de España. Y hay que señalar, aunque moleste a Pedro Sánchez y a sus
ministros, que una buena parte del oro de esas reservas, 510 toneladas
exactamente, fueron enviadas a Moscú en septiembre de 1936. El resto de las
reservas, se juntó con el oro y la plata de las otras sustracciones y con las valiosas obras de arte, para reunir
el tesoro inmenso que se llevaron a México en el yate Vita, en febrero de 1939.
Cuando terminó la guerra, Francisco
Franco se encontró con un panorama económico, social y moral francamente aterrador.
Y sin el menor desánimo, comenzó a buscar soluciones para recuperar al menos el
antiguo esplendor de España y mejorarlo incluso. Para despejar el camino y
eliminar obstáculos, comenzó anulando las libertades políticas. Y esto implica,
claro está, la prohibición de los partidos políticos. No olvidemos que Franco
estaba plenamente convencido de que la lucha partidista era un estorbo
manifiesto para el progreso normal de cualquier Estado.
Hay que reconocer que el jefe del
Estado Español, a la vez que se enfrentaba a una escasez enorme de medios,
tenía que luchar también contra la marginación y el aislamiento internacional, alentado
naturalmente por los republicanos españoles desde el exilio. Pero a base de tesón y, por qué no decirlo, de
mano izquierda, rompió ese aislamiento, integrando a España en el bloque occidental
anticomunista.
Es evidente que había llegado el
momento de abandonar la política económica autárquica y de autoabastecimiento, que
había mantenido hasta ese momento, para iniciar seguidamente un camino de
desarrollo económico acelerado. Para conseguir semejante objetivo, Franco
realiza una remodelación del Gobierno, y entrega los puestos clave de la
Administración, a personas de la talla de Alberto Ullastres, Mariano Navarro
Rubio y López Rodó.
Este equipo de tecnócratas,
adscritos al Opus Dei, da un nuevo giro a la política económica del Gobierno y
pone en marcha el famoso Plan Nacional de Estabilización Económica, que consiguió
la estabilidad económica, el equilibrio en la balanza de pagos y, quien lo iba
a decir, el robustecimiento de la peseta.
Gracias a esos planes de
desarrollo, España se olvidó muy pronto de la pobreza y de las estrecheces
pasadas y llegamos a disfrutar de una prosperidad desconocida hasta entonces.
Como se decía de aquella, pasamos rápidamente ‘de la alpargata al seiscientos’.
Nuestro ritmo de crecimiento fue espectacular y, por supuesto, muy superior al
de los demás países de nuestro entorno. Y como era de esperar, cerramos la
etapa franquista, siendo la octava economía más grande del mundo. Nada que ver
con el puesto 34 que ocupamos hoy.
No podemos olvidar algo, que molesta extremadamente a la izquierda
española: el trato preferencial que dio Franco a los trabajadores, o a los
productores, si utilizamos la terminología propia de aquella época. Además de
establecer el Seguro Obligatorio de Desempleo y el Salario Mínimo
interprofesional, mejoró la Seguridad Social rudimentaria que había, hasta
convertirla en la mejor de Europa. A partir de entonces, los trabajadores
comenzaron a disfrutar, cómo no, de vacaciones pagadas y de algo tan
importante, como una pensión de jubilación.
El mundo del trabajo, creo yo,
debe otras muchas mejoras al general Franco. No olvidemos que construyó 4
millones y medio de viviendas sociales, que facilitaba seguidamente a los
trabajadores que las necesitaban. Y al mismo tiempo que mejoraba la agricultura
con la construcción de numerosos pantanos, se dedicó también a industrializar a
España, poniendo en marcha el Instituto Nacional de Industria, a la vez que
potenciaba la creación de empresas estatales como Iberia y Renfe. Y los
trabajadores, que yo sepa, sin tener que pagar los odiosos impuestos del IVA y
del IRPF, como pasa ahora. ¿Hay quién de más?
La transformación social y
económica, realizada por el odiado Régimen de Franco, supuso un vuelco en el
nivel de vida de los españoles, y muy especialmente en la de los trabajadores. Esto
se tradujo en un aumento drástico de la renta per cápita y en un desarrollo más
que notable del Estado de Bienestar, desconocido hasta entonces.
Hasta que no se produjo esta
explosión económica, provocada por Franco, España estaba prácticamente dividida
en dos grupos sociales. Uno de esos grupos estaba formado por la clase rica o
privilegiada, que atesoraba la mayor parte de la riqueza nacional. En el otro
grupo, el más numeroso, estaba la clase baja, que vivía muy pobremente. Es
verdad que, entre ambos grupos, había un número de personas muy reducido, que
se dedicaban a la agricultura o al comercio y, por consiguiente, vivía algo más
holgadamente que los de la clase baja.
Con el desarrollo económico
impulsado por el franquismo, comenzaron a sumarse a este grupo intermedio
cantidad de trabajadores, hasta formar una clase media verdaderamente pujante y
numerosa. Cuando desapareció Franco de la escena política, el porcentaje de esa
clase media superaba con creces el 56% de la población española. Y esto es
totalmente intolerable para un político de izquierda, tan arribista y de medio
pelo como Pedro Sánchez, más que nada, porque se siente totalmente incapaz de
realizar una proeza de esa envergadura.
Hay que tener en cuenta, que el
presidente del Gobierno que padecemos está tremendamente obsesionado con el que
fuera caudillo de España durante tantos años. Odia intensamente a Franco, en
primer lugar por la derrota inapelable que infligió a los dirigentes del Frente Popular y a su cortejo
de navajeros, impidiéndoles instalar en España la infausta revolución marxista.
Y eso sí que hubiera sido una dictadura mucho más nefasta y deplorable que la
del propio Franco.
Tampoco perdona a Franco que se
haya atrevido a beneficiar a la supuesta clase trabajadora de una manera tan
magnánima, porque así, priva evidentemente a la izquierda de atribuirse en
exclusiva el amparo y el patrocinio de los obreros. Es obvio que los
socialistas de corte marxista, lo mismo que los comunistas bolivarianos, más
que ayudar a los que trabajan, los explotan miserablemente y obstaculizan su
progreso. Y todo, porque saben que, siendo pobres, tienen asegurado su voto.
No olvidemos, que el general
Francisco Franco murió hace ahora 45 años. Y con Franco, murió también el
franquismo. Y como Franco ya no hace daño a nadie, debería haber muerto igualmente
hasta el antifranquismo. Se da, además, la circunstancia que Pedro Sánchez ni
conoció a Franco, ni tuvo que soportar ninguna de sus decisiones. Y habiendo
tantos problemas económicos y sociales que solucionar, es absurdo que pierda el
tiempo así, odiando visceralmente a
quien ya no es nada más que un espectro o una simple sombra.
Debemos admitir, sin embargo, que
es mucho más absurdo aún, y hasta patológico que, para escenificar mejor ese
odio, realice esa especie de desposorio con un personaje tan desaprensivo como
Pablo Iglesias. Y es sabido que el ‘Coletas’ solo conoció a Franco por
referencias malintencionadas. Con la política tan desastrosa que practican
estos dos falsos demócratas y con su incompetente gestión de la pandemia, están
provocando desgraciadamente una auténtica hecatombe económica en España, con la
inevitable quiebra de muchas empresas y la ruina de numerosas familias.
No cabe la menor duda, que estas
dos águilas de la torpeza y del engaño, seguidos ciegamente por sus respectivos
ganapanes, están acrecentando el desastre económico y social con su política de
tierra quemada. Y el resultado, no se ha hecho esperar. El hambre se ha vuelto
a enseñorear de España y, como en Venezuela, volveremos a ver españoles
rebuscando en los contenedores de basura, para poder comer. Y como no cambien
de tercio, tendrán que desempolvar las viejas cartillas de racionamiento. De
momento, la clase media boyante que aplaudió la llegada de la Transición
Democrática, ya ha empezado a desaparecer.
Según todos los indicios, el
presidente del Gobierno y su bolivariano vicepresidente no se conforman con
ocasionar ese daño económico tan ingente. Son tan sumamente sectarios y tan cainitas,
que se han confabulado para acabar con la libertad de expresión y hasta con la
libertad de pensamiento. Eso es, al
menos, lo que se deduce del anteproyecto de Ley de ‘Memoria Democrática’, que
aprobó el Consejo de Ministros del pasado 15 de septiembre. Aunque es preciso
reconocer que no se trata de una ley. Estamos más bien ante un ajuste de
cuentas contra el franquismo, para lavar la cara del dichoso Frente Popular.
La intención de esta pareja de
tórtolos políticos es muy clara. Con esa iniciativa legislativa, claramente
maniquea, pretenden reescribir la historia a su antojo para criminalizar a
Franco, culpándole de todas las trapacerías y delitos que se cometieron en los
años de la post guerra. Se olvidan naturalmente de las fechorías y de los crímenes cometidos durante la guerra
para que no se hable de las checas, ni de las sacas, y para ocultar la
persecución religiosa y las matanzas de Paracuellos.
Con esta manipulación interesada
de la historia real, consiguen silenciar las críticas a su nefasta gestión de
la pandemia y, por supuesto, a las contradicciones internas del Gobierno
social-comunista. Y piensan obviamente que así ganan por fin la guerra que
perdieron hace ya más de 80 años.
Una narración así de la historia,
basada exclusivamente en los sentimientos que producen unos hechos muy lejanos
y violentos, en los que no se tuvo ni arte ni parte, no sirve nada más que para
reabrir las llagas que creíamos ya cicatrizadas y para volver a generar odios y
animadversiones inútiles. Y mucho más si, como tienen previsto, oficializan esa
historia amañada y, utilizando el BOE, obligan a que se enseñe en las escuelas
y terminan imponiéndola despóticamente a los medios de comunicación y a toda la
sociedad española.
Si consiguen finalmente la
promulgación de ese bodrio de ley, se romperá el consenso de la transición y
saltará por los aires nuestro sistema constitucional. Y el presidente del Gobierno
social-comunista y su impresentable vicepresidente tendrán el deplorable honor de
habernos devuelto de un plumazo al 20 de noviembre de 1975, que fue nuestro
punto de partida, para recuperar de nuevo las dos Españas políticamente
irreconciliables.
Gijón, 30 de septiembre de 2020
José Luis Valladares Fernández
Resucitan viejas querellas y se olvidan de gobernar.
ResponderEliminarEse es el verdadero problema, ya que por centrarse en hechos que ya son historia, se olvidan de los problemas actuales, y así nos va.
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