El impresentable ‘ocupa’ de La Moncloa, Pedro Sánchez, en sintonía con su malvado palafrenero, el ‘Coletas’, están maniobrando subrepticiamente para acabar con el sistema constitucional que se instauró con la Transición Democrática. Pero no nos engañemos. Más que volver al 14 de abril de 1931, pretenden borrar los primeros años de la República, para recuperar directamente el tipo de Gobierno que se formó tras las elecciones de febrero de 1936, formado por el infausto Frente Popular.
Para
conseguir semejante hazaña y engañar a los ciudadanos incautos, siguen estrictamente
los consejos descritos por el hitleriano Joseph Goebbels en ‘Los
once principios de la propaganda’. Se fijan, sobre todo, en el ‘Principio de la transposición’, que
reza así: “Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos,
respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que
las distraigan”. Y es lo que hace últimamente esta nueva ola de izquierdistas
que, como no tienen nada nuevo que aportar, tratan de significarse dinamitando
nuestro sistema constitucional.
Hay
que destacar, que tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias, responsables máximos
del Gobierno de coalición social-comunista, están en contra de la manera en que
se restauró la democracia en España. Piensan que los partidos de la izquierda cometieron
un error garrafal al negociar en pie de igualdad con la derecha la nueva Ley
para la reforma Política, que acabó, momentáneamente
al menos, con los viejos enfrentamientos entre las dos Españas.
Y
si el presidente Sánchez tiene un conocimiento sumamente elemental de la
Historia, a los demás miembros del Gobierno les pasa exactamente lo mismo. No
olvidemos que han sido todos ellos víctimas de la Ley Orgánica General del Sistema Educativo (LOGSE) o de las otras
leyes de educación que vinieron después. Y como a todos ellos les sobra
presunción, y les falta sensatez, piensan que, en la Historia, son tan
importantes los sentimientos que originan los hechos, como los hechos en sí
mismos.
Y
como aún no han digerido la contundente derrota de los ideales revolucionarios
marxistas, sufrida por sus antepasados ideológicos, quieren reescribir la
historia para sustituir nuestro actual marco de convivencia por el viejo y
despótico proyecto, que puso en marcha el Frente Popular en febrero de 1936,
sabiendo que es manifiestamente incompatible con las libertades de ayer, de hoy
y de siempre. Se trata, claro está, de dejar fuera del juego político a los
partidos de la derecha.
Y
están tan decididos a cambiar la Historia y a silenciar de una vez a sus
adversarios políticos que, si pudieran, los convertirían en piedra, como hacía
el heroico semidiós de la mitología griega con sus enemigos, utilizando la
alforja que le dieron las Hespérides, donde guardaba la cabeza de Medusa.
Está visto, que Pedro Sánchez, ‘el Trolas’ que nos gobierna, tiene una prisa sospechosa por colarnos de rondón esa nueva ley de memoria democrática que distingue perfectamente entre malos y buenos, para amnistiar a los primeros y anatematizar a los últimos. Los buenos son lógicamente los republicanos y los malos, cómo no, Francisco Franco, sus seguidores y todos los de la derecha en general.
Como
era de esperar, esta nueva generación de izquierdistas que encabeza el
presidente Sánchez, trata de salvar obviamente a sus correligionarios
ideológicos, culpando exclusivamente a Franco de atentar contra una República
modélica y democrática. Sin ir más lejos, se olvida, por ejemplo, del
comportamiento antidemocrático del PSOE, por el resultado negativo de las
elecciones generales de noviembre y diciembre de 1933.
Y
procura silenciar, ante todo, que los socialistas se rebelaron violentamente contra
la República en 1934. Y todo porque Alejandro Lerroux había dado entrada en su
tercer Gobierno a tres ministros de la CEDA de José María Gil Robles. La
llegada de esos tres ministros de la derecha al Gobierno fue determinante para
que el Partido Socialista, comandado por Francisco Largo Caballero, abandonara
su actividad parlamentaria para iniciar una revuelta insurreccional. Ante todo,
intentaban conseguir, en comandita con el Partido Comunista, hacerse con el
poder, para establecer la conocida “dictadura
del proletariado”.
A
pesar de todo, esta tentativa de Golpe de Estado, que el presidente Sánchez
quiere blanquear ahora, fracasó estrepitosamente en la mayor parte de España. Sin
embargo, gracias a la operación “día
rojo” que lideraba Indalecio Prieto, tuvo una incidencia notable en las
cuencas mineras y zonas industriales del norte de España, sobre todo en
Asturias. Y todo porque los militantes del PSOE de estas zonas, disponían de
las armas, municiones y explosivos que el vapor Turquesa desembarcó en la
costa asturiana, por orden de Indalecio Prieto.
No
obstante, hay que señalar, que los sublevados fracasaron en 1934, al
esfumárseles la posibilidad de implantar
la “dictadura del proletariado”. Dejaron,
eso sí, un balance de unos 2.000 muertos aproximadamente, entre miembros de las
fuerzas armadas, sacerdotes y mineros combatientes y muchos miles de detenidos.
Pero mira por donde, salieron con la suya en las elecciones de febrero de 1936.
El
mentiroso Pedro Sánchez y sus compinches lo negarán, pero es sobradamente
conocido que, en esas elecciones, el Frente Popular consiguió una mayoría
parlamentaria suficiente, manipulando algunas actas electorales de Galicia, de
Canarias y de Extremadura. Con esa especie de treta, la derecha perdió nada
menos que once diputados y se los apropió tranquilamente la izquierda
revolucionaria.
A partir de entonces, quién lo diría, se acabó
la democracia y la violencia política se adueñó de la calle. Se produjo la
usurpación del Poder. Como consecuencia de la dejadez de los sucesivos
gobiernos de Manuel Azaña y de Santiago Casares Quiroga, aumentó rápidamente el
deterioro de las instituciones, la vulneración del Estado de Derecho y la
violencia política. Comenzó la persecución religiosa, ardieron varias iglesias
y monasterios y aparecieron los primeros muertos por cuestiones meramente
políticas.
Más
de media España vivía atemorizada, se sentía amenazada, hasta de muerte, por
unas organizaciones obreras y revolucionarias que, con la venia y el amparo de
sus dirigentes políticos, sembraban el caos,
la barbarie e invadían
impunemente la propiedad privada. Y sin más, comenzaron inmediatamente, ahí es
nada, a exterminar a las personas y a las instituciones que no comulgaban con sus ideas revolucionarias. El 13 de julio
de 1936, sin ir más lejos, asesinaron al parlamentario y líder de la oposición
José Calvo Sotelo.
La
situación, para los que no pensaban lo mismo que la izquierda revolucionaria,
llego a ser tan extremadamente crítica, que nos les quedaba nada más que una de
estas dos opciones: o dejarse matar o rebelarse con todas las consecuencias
para poder sobrevivir. Y ni que decir
tiene que optaron por la rebelión contra el Gobierno de la República.
El
17 de julio de 1936, se sublevaron las guarniciones militares de Melilla y
demás plazas del norte de África. En Canarias y en la mayor parte de la
península, el levantamiento se produjo
un día después, el 18 de julio. Y digámoslo claramente, los militares que se
alzaron contra el Gobierno pro soviético
de la República, contaban con un amplio apoyo popular.
Es
preciso recordar, por qué no, que el general Francisco Franco y los
militares que le siguieron, están siendo
acusados constantemente de golpistas por toda la izquierda española. Y los culpan
descaradamente de conspirar contra el Gobierno legítimo y democrático de la
República. Y dicen que Franco, además de dictador, fue también un asesino.
A
pesar de esas injustificadas acusaciones y de las delirantes afirmaciones del
Gobierno social-comunista que padecemos, tanto Franco, como los demás militares
que le siguieron, buscaban simplemente la manera de sobrevivir. Y para
conseguir semejante objetivo, trataban de poner orden donde no había nada más
que caos y desconcierto político y, por
supuesto, había que acabar con los desmanes y los crímenes que se cometían
diariamente en España.
Hay
que reconocer que, tras las elecciones de febrero de 1936, la República
española se olvidó desgraciadamente de la democracia y pasó a ser un Estado tan
totalitario y dictatorial como la Unión Soviética. En aquella guerra, por lo
tanto, el llamado bando nacional no luchaba contra una democracia, como siguen afirmando
los charranes del nuevo Frente Popular. De aquella, en ambos bandos depuraban a
los cargos públicos teniendo en cuenta únicamente su afinidad política y utilizaban
rígidamente el “ordeno y mando” de
manera autoritaria y dictatorial.
En
las guerras es muy difícil dominar y contener los instintos. Y esto implica que
se cometan muchos abusos y atropellos y se persiga ciegamente al adversario. Y
esos hechos se desmadran y se vuelven totalmente incontrolables, cuando esas
guerras son fratricidas, como era el caso de la Guerra Civil española. En esta
guerra, es verdad, los nacionales cometieron muchas injusticias, pero bastantes
menos que los rojos o republicanos. En la zona roja, además de condenar al
contendiente, se saqueaba y se extorsionaba frecuentemente y hasta se asesinaba
sin piedad por el mero hecho de ser católico.
De
todos modos, hay una diferencia notable entre las víctimas de ambas zonas. En
la zona nacional, ejecutaban normalmente a los que eran condenados en Consejo
de Guerra por militar en organizaciones revolucionarias y ser enemigos
declarados de la democracia. En la zona republicana, sin embargo, eran los
Comités Revolucionarios los que sentenciaban a muerte. Y entre sus víctimas, había
evidentemente afiliados o simpatizantes de los partidos del centro y de la
derecha. Pero también había muchas personas que se mantenían al margen de las
disputas políticas porque eran religiosos sacerdotes e inocentes monjitas o
simples católicos.
En
la zona roja además, se cometieron muchas salvajadas, que ahora quieren
ocultar. Se ensañaban principalmente con
los obispos, con los curas y los frailes y, mira por dónde, hasta con las peligrosas
monjitas, a las que solían violar. Y no se contentaban solamente con asesinarlos. Solían torturar salvajemente a
todos los que tenían una relación, más o menos directa, con la religión
católica.
El
retraso cultural de los integrantes del Frente Popular que acabó con la
democracia real en la República era francamente gigantesco. Y como su
brutalidad tampoco tenía límites, solían dar rienda suelta a su odio contra la
iglesia católica, profanando las tumbas de los religiosos. En Barcelona, por
ejemplo, desenterraron los cadáveres de las religiosas que estaban enterradas
en el Convento de las Salesas del paseo de San Juan y exhibieron en público sus
cadáveres para que sirvieran de burla y mofa para la chusma.
Es
sorprendente, sin embargo, que los herederos ideológicos de aquella chusma se
sirvan de la desafortunada ‘Ley de
Memoria Democrática’, para silenciar hasta los posibles desmanes que
pudieron cometer las tropas de Franco durante la sangrienta guerra civil. Hacen
esto naturalmente, porque piensan que, de esa manera, no quedan ni rastras de
las barbaridades que cometieron los milicianos republicanos en aquella
contienda.
Al
parecer, olvidan que la Historia es la Historia y que viene determinada por lo
que realmente ha sucedido y que no tiene nada que ver con las ensoñaciones
maniqueas de algunas mentes calenturientas. Por lo que se ve, la verdadera
Historia de España no comienza hasta el 1 de abril de 1939. De ahí que se
centren, faltaría más, en airear la represión y las ejecuciones cometidas por los
vencedores, una vez que se acabó aquella terrible guerra. Y esto, pónganse como
se pongan, es una manipulación burda y tendenciosa de nuestra Historia, ya que ocultan
intencionadamente lo que no quieren que se sepa.
Es
sabido que los ánimos calientes y la excitación, que aparecen durante las
batallas bélicas, no se desvanecen cuando termina la guerra. Siguen intactos
durante algún tiempo más. Precisamente por eso, es muy posible que a las tropas
nacionales, que ganaron aquella guerra, se les fuera la mano y cometieran
alguna injusticia contra los vencidos. Pero no es fácil, ya que, por principio,
solo se ejecutaba a los genocidas y a los autores materiales o inductores
directos de delitos de sangre. Y más, si tenemos en cuenta, que las acciones de guerra, nunca fueron delitos de sangre para los denostados
tribunales franquistas.
La
izquierda social-comunista que padecemos niega rotundamente esto, no sé si
porque median intereses creados, o por desconocimiento. Pero es innegable que,
una vez que terminó la guerra, se les conmutaba la pena a todos los condenados
a muerte que no tuvieran delitos de sangre, fueran estos mandos del llamado Ejército
Popular, comisarios políticos o miembros destacados de los Comités
revolucionarios. A todos los que se les conmutó la pena de muerte, eso sí es
verdad, se les condenó a 30 años de reclusión. Pero también es verdad que nadie
estuvo en prisión más de siete años.
El
cuajo moral del talibán Pedro Sánchez deja mucho que desear. En colaboración
estrecha con el fundamentalista Pablo Iglesias, trata de resetear la España de
la Transición, la España que abandonó los viejos rencores y los enfrentamientos
y que logró, momentáneamente al menos, la paz definitiva y la reconciliación
entre todos los que protagonizaron la pasada Guerra Civil. Como son demócratas
de pacotilla, quieren poner fin al pacto de concordia, que posibilitó el paso
de un régimen personal y autoritario a un sistema democrático que buscaba la manera de representar a todos los
españoles.
Con
el nuevo anteproyecto de ‘Ley de Memoria Democrática’, intentan mantener en alto y reforzar la bandera de la
tensión, que levantó José Luis Rodríguez Zapatero en 2007. Y utilizan
expresamente la Guerra Civil como arma política para ofrecer una visión de
nuestro pasado histórico que salvaguarde los intereses de la izquierda. Se
trata, ni más ni menos, de reconocer y dignificar a las víctimas del franquismo,
olvidándose de quienes sufrieron el atropello y el salvajismo del Frente
Popular.
Tanto
Rodríguez Zapatero, como el presidente Sánchez y su vicepresidente Iglesias,
pretenden reescribir la Historia, olvidándose de los hechos concretos y objetivos,
para centrarse, quien lo iba a decir, en
una percepción parcial y meramente subjetiva. Pero estos dos truhanes van aún
mucho más lejos que Zapatero, e intentan
que la historia interesada que ellos puedan contar, tenga el carácter de
oficial. Y para conseguir este extremo, están decididos a imponer sanciones a
quien no la acepte de buen grado. Se acabó, por lo tanto, la libertad de
expresión, de pensamiento y, por supuesto, la libertad de opinión y de cátedra.
Gijón,
11 de octubre de 2020
José
Luis Valladares Fernández
Pretenden hacer ver que el alzamiento del 18 de julio, surgió por generación espontánea y borrar el cúmulo de provocaciones y excesos de la izquierda que llevó a aquella especie de callejón sin salida.
ResponderEliminarPara esta izquierda que padecemos, Largo Caballero y los navejeros que le acompañaban, eran demócratas consumados, al igual que sus correligionarios actuales. Los demás, unos fachas y caciques. ¡Lo que hay que oir!
EliminarCada día que pasa,la situación tiene un parecido al ,1934.y encima se burlan del ciudadano con nuevos impuestos.Esperemos que la pasiencia del ciudadano,explote de una vez.Pues esto pinta pero que muy mal, cordiales saludos,
ResponderEliminarO los españoles reaccionamos a tiempo, o vamos a un régimen comunista y bolivariano. Saludos
EliminarTriste realidad
ResponderEliminarHabrá que hacer lo que se pueda, para cambiar. De lo contrario vamos directamente al fracaso. Saludos
Eliminar