Es enormemente lamentable, pero el presidente del
Gobierno, Pedro Sánchez, además de hacer bueno a José Luis Rodríguez Zapatero,
que ya es decir, está pervirtiendo nuestra democracia y llevando a España a la
ruina más absoluta. Es tan presumido y petulante, está tan endiosado, que
piensa que no hay nadie que le haga sombra y, sin embargo, estropea todo lo que
toca.
Y por si fuera poco todo esto, no te puedes fiar de
semejante tarambana, porque es como una veleta, ya que puede decir una cosa por
la mañana y, sin inmutarse, decir exactamente lo contrario por la tarde. Y como
carece hasta de los principios morales más básicos, te vende a las primeras de
cambio porque, para colmo de males, siempre actúa movido por su ego y por sus
caprichos particulares. Y esto, claro está, le lleva a anteponer sus intereses personales a los generales, que
son los que, en realidad, interesan siempre al común de los españoles.
Dos semanas antes de las elecciones generales del 28
de abril de 2019, Pedro Sánchez es entrevistado por eldiario.es en La
Moncloa. Y quien no ha dicho una verdad en su vida, refiriéndose a las duras descalificaciones
que recibía de la derecha, contestó desvergonzadamente: "Quien no tiene
argumentos recurre a la mentira y, cuando la mentira se acaba, recurre al
insulto". El viejo refrán que reza ‘donde
dije digo, digo Diego’ le viene como anillo al dedo a este ‘trolas’ compulsivo.
Ha repetido infinidad de veces, que no pactará jamás con
Podemos, porque “sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche,
como el 95% de los ciudadanos de este país”. Y fingiendo serenidad, ha agregado
que “el PSOE nunca va a pactar con el populismo porque el final del populismo
es la pobreza de Chávez, las cartillas de racionamiento y la falta de
democracia”. Pasa exactamente lo mismo con Bildu y con los separatistas
catalanes: “Yo no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en
partidos independentistas.
Y a pesar de todas estas píldoras, lanzadas
aparentemente con toda sinceridad, ahí le tenemos, gobernando en coalición con
Podemos y con la bendición de Bildu y de los independentistas vascos y
catalanes. Y es más, ha llegado a confesar que está lleno de ‘orgullo’ de su vicepresidente Pablo
Iglesias.
De todos modos, es evidente que Pedro Sánchez no vivió
aquella Guerra Civil y, por supuesto, no llegó a conocer a Franco. Lo que sabe
de aquella época, sea poco o sea mucho, se lo debe a la Historia. Pero no es de
recibo que tanto Sánchez, como Zapatero utilicen lo que sucedió entonces de
manera sesgada, falseando datos para engañar a los incautos y hacerles comulgar
con ruedas de molino.
Está visto, que estos dos representantes destacados de
la izquierda española actual adulteran conscientemente la historia, al mantener
que los sublevados se levantaron contra la Republica española que, según ellos,
seguía siendo una democracia consolidada. Ocultan cuidadosamente el fraude cometido
por los prebostes del Frente Popular en las elecciones generales de febrero de
1936. Como no lograron la mayoría, para actuar a sus anchas, falsificaron unas
cuantas actas de escrutinio, para hacerse con el poder.
Y como era de esperar, nada más hacerse con las
riendas del Gobierno de la República, el Frente Popular puso en marcha un
proceso acelerado de sovietización de España, que acabó rápidamente con
cualquier atisbo de democracia. A pesar de las evidencias, la petulancia de
Pedro Sánchez le llevará a negar esos hechos y seguirá defendiendo que la
Republica continuaba siendo democrática, y que el general Franco, por lo tanto,
se sublevó contra el Gobierno democrático de ese Frente Popular.
Esto le lleva a decir sin titubear que, con la
exhumación de Franco del Valle de los Caídos, se completaba por fin el proceso
democrático español. Ni que decir tiene que el presidente Sánchez sabe, cómo
no, que todo eso es mentira. No obstante, está plenamente decidido a mantener
semejante falacia, para completar el proceso, iniciado por Zapatero, de
santificar a todos sus antepasados ideológicos, aunque sean de una calaña tan opresora
y déspota como Francisco Largo Caballero o cualquiera de sus pistoleros.
Para conseguir semejante objetivo hay que olvidarse de
lo que realmente sucedió y reorientar la historia, dándole el giro que nos
interese. Y esto, por supuesto, que resulta excesivamente complicado para
cualquier persona normal, no tiene complicación alguna para un personaje como
Pedro Sánchez, que ha hecho de la mentira y el embuste, su medio natural de
vida. Si hace falta adormilar a los que protestan, recurrirá tranquilamente a
la hechicera griega Medea para que le proporcione las pócimas y los ungüentos
mágicos que dio a Jasón, para que se burlara del rey Eetes y marchara con el
vellocino de oro.
De momento, creo yo, la historia real no tiene nada
que ver con la que se desprende de la desdichada Ley de Memoria Histórica
y, menos aún con la que nos impondrán, si sale adelante la proyectada Ley
de Memoria Democrática. Para empezar, hay que tener en cuenta que, ni
la República era democrática cuando el general Franco dio el golpe de Estado,
ni el engreído Sánchez completó el cacareado proceso de democratización, con el
traslado de los restos mortales de Franco al cementerio de Mingorrubio. Aún no
se ha dado cuenta que, desde hace ya mucho tiempo, el general Franco es ya
pasado. Lo de menos es que esté en Mingorrubio, o en el Valle de Los Caídos.
Aunque pretendiera algo muy distinto, con la
exhumación de Franco, el presidente del Gobierno restauró sin más su figura y
su recuerdo, y nos devolvió a los duros enfrentamientos entre vencedores y
vencidos. Y al recuperar así ese lenguaje de guerra, que ya habíamos olvidado, volvieron
a reabrirse las viejas heridas, que creíamos definitivamente cerradas, y con
ellas apareció de nuevo el odio, la intolerancia y la incomprensión entre los
españoles.
Mal que le pese al impresentable Sánchez, la
recuperación íntegra del proceso democrático es algo, que consiguieron los
españoles cuando renunciaron a la idiotez de seguir saldando cuentas con el
pasado y, mirando decididamente al futuro, pasaron página, olvidando que se
habían estado matando unos a otros. Y con ese olvido voluntario, como era de
esperar, llegó la reconciliación sincera entre ambos bandos, que se tradujo en el
celebrado acuerdo nacional de la Transición Española.
Y hay que subrayar, que debemos esa Transición a unos
políticos que vivieron desde muy cerca la terrible tragedia de nuestra Guerra
Civil. Ambos bandos solventaron sus diferencias, enterrando en silencio sus
muertos y sus rencores y, por supuesto, olvidando generosamente el pasado
siniestro que les tocó vivir. Y gracias a ese acuerdo de la Transición, pudimos
disfrutar, durante casi treinta años, de una convivencia nacional aceptable, a
pesar de los altibajos del Partido Socialista.
No olvidemos,
que el PSOE es muy dado a navegar entre dos aguas. Y esto le ha llevado
a mantener siempre una actitud un tanto equívoca con relación al pacto de
Transición, mientras ha estado enteramente vigente. A partir de 1980, los Ayuntamientos
regidos por los socialistas ya comenzaron a borrar de sus respectivos
callejeros a personalidades destacadas, por estar directamente relacionadas con
el franquismo. Y en muchos casos, esos nombres eran sustituidos por otros de personajes
del otro bando.
En 1995, sin embargo, el Partido Popular todavía creía
en la concordia y en la fiabilidad de una reconciliación sincera y amistosa.
Precisamente por eso, la Corporación Municipal de Madrid, que presidía José
María Álvarez del Manzano, se olvidó de las veleidades de los socialistas y aceptó,
sin más, dar el nombre de Indalecio Prieto a uno de los bulevares del distrito
de Vicálvaro.
Y como no podía ser menos, todo se fue al traste con
la llegada a La Moncloa, primero de José Luis Rodríguez Zapatero y, después, de
Pedro Sánchez. Zapatero dinamitó el pacto de la Transición Democrática con su Ley
de Memoria Histórica. Y Sánchez, para no ser menos, trata de enterrarlo
para siempre, con la nueva Ley de Memoria Democrática, que
quiere imponernos
Por lo que parece, estos dos prohombres del socialismo
actual no han sido capaces de digerir la dichosa Transición. Y como son tan
sectarios y revanchistas, pretenden pervertir ese proceso democrático, tergiversando
mendazmente nuestro pasado. Saben que corrompiendo adecuadamente la memoria,
volvemos a las andadas y, entonces, los que perdieron aquella guerra pueden
reaparecer ahora como auténticos vencedores.
Para conseguir semejante propósito, comenzaron a
denigrar despiadadamente a quienes se levantaron contra el desorden y los
atropellos de una República revolucionaria y golpista, que intentaba
sovietizarnos por la fuerza. Y con el mismo interés que ponen en zarandear a
Franco y a sus seguidores y partidarios, procuran dignificar, faltaría más, a toda la izquierda tabernaria, que se adueñó de
España en 1936 y, muy especialmente, a políticos siniestros y criminales, como Francisco
Largo Caballero o Indalecio Prieto.
Con semejante política, es normal que el panorama
actual de la convivencia entre los españoles sea tan extremadamente preocupante
y desolador. Pero no es para menos, ya que, si hay que retirar las estatuas y quitar
los nombres a las calles de los personajes históricos de un bando, hay que
hacer lo mismo, con los del otro bando. Porque en ningún caso puede haber
privilegios políticos para nadie. Así que, una de dos, o estamos todos al sol,
o todos a la sombra.
Gijón, 29 de octubre de 2020
José Luis Valladares Fernández
6 meses de estado de alarma,esto pinta cada vez peor y los ciudadanos no responde a las medidas,del nuevo Dictador, saludos,
ResponderEliminarNi responden los ciudadanos, ni los partidos de la oposición. Y tanto el plagiador como el matón presumen de actuar de espaldas a la Constitución. Saludos
EliminarEl caso es resucitar de forma interesada el pasado para que nadie hable del nefasto presente.
ResponderEliminarDe eso se trata precisamente. Hablando del pasado, la gente se olvida del presente, aunque les vaya la vida en ello. Saludos
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