No hace falta ser un lince,
para darse cuenta, que España está atravesando una situación extremadamente
crítica con la extensión descontrolada de la pobreza y la miseria. Ya son miles
y miles los conciudadanos que, para saciar su hambre, tienen que recurrir a la
beneficencia de Caritas, de Cruz Roja o de otras instituciones, que atienden
desinteresadamente a los que carecen de lo más elemental para seguir viviendo.
Como la miseria es totalmente
democrática, afecta por igual a todos los estamentos sociales habidos y por
haber. Así que, entre los que necesitan ayuda, ya no están solo los
desarrapados de siempre, los que no han sabido, o no han querido reintegrarse
en la sociedad. Están también los parados, los jóvenes que no encuentran
trabajo y los que no han logrado cobrar los ERTE. Y la lista de menesterosos,
que sigue creciendo alocadamente, se completa, quien lo iba a decir, con
autónomos, con azafatas, con modelos, con gentes del espectáculo y con
empresarios del ocio nocturno, ya que todos ellos se han quedado a verlas
venir.
España sigue siendo, según
dicen, la cuarta potencia económica de Europa. Pero esto, por lo que se ve, no es óbice para que siga creciendo imparablemente la
miseria y la pobreza. Por consiguiente, es normal que aumente también, en la
misma proporción, los españoles que pasan hambre. Y esto implica, cómo no, que
cada día tengamos más gente, con rostros de verdadera angustia, guardando cola
ante una organización benéfica, para hacerse con una bolsa de comida que les
permita seguir malviviendo.
Siempre ha habido, es verdad, un
número determinado de mendigos o vagabundos que, para saciar su hambre, acudían
invariablemente a organizaciones sociales como Cáritas o la Cruz Roja, o a la
caridad de sus conciudadanos. Hoy día, sin embargo, el número de menesterosos
se ha disparado, porque ya no hay nadie que esté a salvo de la penuria y la indigencia,
ya que la ruina puede afectar a cualquier hogar. Y de hecho, ya hay personas de
todas las profesiones que, al perder su
puesto de trabajo, tienen que acudir inevitablemente, como un mendigo más, a
una de esas instituciones sociales para poder comer.
Con el aumento descontrolado de los que acuden diariamente a esos centros sociales en busca de comida, los Bancos de Alimentos no dan abasto y están quedando desabastecidos. Y si no reciben ayudas extra para afrontar esta profunda crisis económica, no tardará mucho en producirse un estallido social de consecuencias ciertamente imprevisibles. Y entonces, es muy posible que el eco de los disturbios y los alborotos callejeros resuenen fuertemente en el Parlamento, en La Moncloa y hasta en el casoplón de Galapagar.
Podemos citar el caso de la Fundación Madrina, que es muy significativo. Antes de la pandemia, esta ONG venía socorriendo habitualmente a unas 400 familias vulnerables al mes. Ahora esa cifra se ha disparado, y está dando de comer a 3.500 familias al día. Y las demás organizaciones benéficas han tenido una evolución muy similar a la Fundación Madrina. Entre el 15 de abril y el 14 de mayo, por ejemplo, Cáritas Diocesana de Madrid prestó ayuda a 2.354 familias más que en los 30 días anteriores. Y a pesar de las dificultades, las distintas ONG realizan esa labor humanitaria, sin recibir el más mínimo apoyo gubernamental.
Está visto que, con la continua
desaparición de puestos de trabajo, las colas del hambre son cada vez más
largas y forman ya parte integrante de nuestro paisaje urbano tradicional. Y
¿por qué se produce una destrucción de empleo tan vertiginosa? Si nos hacemos
caso del Gobierno, semejante desastre estaría ocasionado exclusivamente por la
pandemia originada por el peligroso coronavirus.
Es evidente que el Covid-19
influyó notablemente en la marcha tambaleante de nuestra economía. Pero el verdadero culpable de ese aumento
descontrolado del hambre en España, como no podía ser menos, es del Gobierno
social-comunista que padecemos. No olvidemos, que el presidente Pedro Sánchez, el
aprendiz de autócrata que nos atormenta,
ha hecho una gestión absolutamente catastrófica de la pandemia. Y en
porcentajes, terminamos encabezando las listas de contagiados, tanto de
ciudadanos normales, como de personal sanitario. Y aunque han tratado de
camuflar difuntos, también tenemos más fallecidos que nadie.
Sabía perfectamente que el coronavirus
era sumamente peligroso. Y aunque contaba con advertencias serias de lo que se
avecinaba, no quiso tomar ninguna medida, hasta después del 8 de marzo. Había
que celebrar, sin contratiempo alguno, las manifestaciones feministas que
estaban programadas para ese día. Y cuando quiso reaccionar, era ya demasiado
tarde, porque el virus se había extendido
por toda la península, y había ya
muchos miles de infectados. Entonces, claro está, tuvo que recurrir al
estado de alarma para doblegar la curva de contagiados y la de fallecidos,
provocando así una enorme destrucción de puestos de trabajo.
Y por si todo eso fuera poco,
el irresponsable Pedro Sánchez, recabó el apoyo de un inquisidor comunista, el
impresentable Pablo Iglesias, para crear un sistema subsidiado francamente
insostenible. Y todo, porque esa era la mejor manera de crear una red
clientelar de voto, similar a la de los famosos PER de Andalucía. Y de común
acuerdo, proceden alegremente a
desmantelar la tradicional economía productiva, para abrir camino a la economía
subsidiada. Saben que con esa sustitución disminuye el crecimiento potencial de
la economía. Pero eso es lo de menos para estos dos zahoríes, porque lo
solucionan sin más, aumentando el gasto público.
Y sin la menor pérdida de
tiempo, comienzan a elaborar el proyecto absurdo de los Presupuestos Generales
del estado para 2021, con la intención manifiesta de conseguir un estado
asistencial, que saben que es ineficiente, pero que refuerza necesariamente,
faltaría más, la dependencia de los ciudadanos del poder público. Olvidan, creo
yo, que el crecimiento económico terminará estancándose, si finalmente terminan
aprobándose esos presupuestos. Tampoco tienen en cuenta que la sustitución del
sector privado por el sector público, produce siempre una serie de efectos
negativos que no se pueden cubrir con más gasto público.
Y si no hay crecimiento
económico, el aumento del paro está servido. Y la falta de crecimiento no se
soluciona aumentando simplemente el gasto. Y como el dinero no es como el maná
que recogían los israelitas cada mañana mientras deambulaban por el desierto, y
como tampoco lo dan los espinos, con esa política expansiva del gasto que
practica el Gobierno, eso sí, aumentará
considerablemente el número de pobres, a los que habrá que subsidiar de alguna
manera. Y malgastando así el dinero, tendremos que recurrir obligatoriamente a
la deuda pública para abonar las pensiones y hasta para hacer frente a los
subsidios por desempleo.
Y si, como acabamos de ver,
lideramos sobradamente todas las estadísticas negativas de la pandemia, porque
tenemos más fallecidos y más contagiados que nadie. También ganamos a todos los
países de nuestro entorno, en parados, en el aumento del déficit público, en la
caída del PIB y en el aumento
descontrolado de la deuda pública. Como ha venido siendo normal con los distintos
Gobiernos socialistas, en la actualidad, las listas del paro en España son
extraordinariamente escandalosas.
Y no digamos nada de las demás variantes
que constatan el asombroso descalabro de nuestra economía. Si nos hacemos caso de los pronósticos
oficiales, a finales de 2020, es muy posible que la caída del PIB alcance un
escalofriante 12%. Y en cuanto al déficit público es casi seguro que consigamos
un nuevo récord histórico, porque podría oscilar entre los 133.000 y 161.000
millones de euros, que se dice pronto. Y no son menos escandalosas todas las
previsiones ajenas al Gobierno sobre la deuda pública, ya que todas ellas
aseguran que, al final del presente ejercicio, superaremos holgadamente el 120%
del PIB.
Estamos padeciendo, por lo
tanto, una situación económica exageradamente precaria y calamitosa. Será que
hemos alcanzado la ‘nueva normalidad’
que auguraba el veleidoso presidente Sánchez cuando afirmó rotundamente en
junio, que habíamos vencido al virus y que salíamos de la pandemia mucho más
fuertes que antes. Pero entonces, vale más que se deje de zarandajas, y haga
todo lo posible para devolvernos a la ‘normalidad’
de siempre.
Está visto que, si seguimos así
y no cambiamos de rumbo, terminaremos todos como el infeliz Lazarillo de Tormes,
que iba de mal amo en peor. Y estando al servicio del pomposo escudero, ayunaba
obligatoriamente, porque en aquella casa no había nada para comer. Y siendo
Pedro Sánchez tan altanero y petulante, hasta cabe la posibilidad que se dirija
a los sufridos ciudadanos, plagiando lo que el noble amo dijo a Lazarillo: viviréis
más y más sano, porque “no hay tal cosa
en el mundo para vivir mucho que comer poco”.
Gijón, 5 de noviembre de 2020
José Luis Valladares Fernández
Si en el terreno sanitario se está manejando la pandemia muy mal, en el el económico la cosa se vuelve retorcida y grotesca.
ResponderEliminarEfectivamente, han tratado mal la pandemia por aconsejarse de amigos, como Simón, que ni son especialistas, ni nada. Y en cuanto al tratamiento económico, un verdadero desastre.
EliminarPor desgracia.
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