1.-La
evolución de la economía entre julio de 1976 y marzo de 2004
Nos guste,
o no nos guste, son muchos los factores que intervienen decisivamente en la
marcha de la economía. El resultado económico final, cómo no, estará siempre
condicionado por los bienes y servicios que destinamos a satisfacer todas
nuestras necesidades, como es el caso de los recursos naturales que nos dan la
tierra, el trabajo y, por supuesto, el capital.
Todos esos
medios, es verdad, son ciertamente muy importantes para alcanzar los objetivos
previstos, pero no son tan determinantes, ni tan transcendentales como el tipo
de Gobierno que tengamos. Y desde que se instauró la democracia en España,
faltaría más, ya hemos tenido gobiernos liberal-conservadores, gobiernos
socialdemócratas y ahora, para nuestra desgracia, estamos padeciendo un
Gobierno social-comunista. Y como es evidente, no todos ellos comparten el mismo
grado de eficiencia
Por lo que
parece, los gobiernos que practican una política liberal-conservadora suelen
ser bastante más comedidos y ahorradores que los socialdemócratas. Y no suelen
abusar tan desconsideradamente de los ciudadanos que pagan impuestos. Y esto se traduce, a la
vista está, en unos resultados económicos mucho más aceptables que los propiciados
por los socialdemócratas. Y no digamos nada de lo que nos espera con el
Gobierno social-comunista actual que, según todos los indicios, nos lleva
directamente a la ruina.
No podemos
olvidar que, con la famosa Transición española, cerramos una etapa de
crecimiento espectacular, propiciado por los planes de estabilización y
desarrollo, que organizaron Alberto
Ullastres, Mariano Navarro Rubio
y Laureano López Rodó. De aquella,
el crecimiento medio de nuestra economía era del 7,7%, que no estaba nada mal,
y un PIB per cápita de 3.193$. Y en 1975 teníamos, ahí es nada, una tasa de
paro del 3,7%, con un total de 600.000 parados, que entonces parecía una
cantidad francamente desmesurada.
Hay que
tener en cuenta que, el 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria aprovechan una de
las fiestas religiosas judías más importantes, el Yom Kippur o Día
de la Expiación, para lanzar un ataque por sorpresa contra Israel. Y
todo porque los israelitas se negaron a devolver los altos del Golán a Siria y
la península del Sinaí a Egipto, territorios que habían ocupados en la guerra
de 1967. Por culpa de este conflicto árabe-israelí, el precio del petróleo sube
espectacularmente, provocando una crisis energética mundial inesperada, que da lugar
a una elevada inflación, incrementa el paro y acaba con cualquier posibilidad
de crecimiento económico.
Por culpa
de esta crisis petrolera, aumentó considerablemente la dependencia exterior de
la economía española. Y para complicar aún más nuestra situación, disminuyeron
drásticamente las inversiones extranjeras, comenzaron a retornar los emigrantes
españoles y empezaron a evaporarse, poco
a poco, las llegadas masivas de turistas extranjeros, menguando así las divisas
que aportaban estos visitantes.
Así las
cosas, llega julio de 1976 y Adolfo
Suárez González es nombrado presidente del Gobierno por el rey Juan Carlos I. El nuevo presidente, con
la ayuda inestimable de Torcuato
Fernández Miranda, comienza inmediatamente a desmantelar las estructuras del
régimen franquista, para poner en marcha la llamada Transición española.
Contaba con el apoyo de un gran número de políticos, entre los que había ‘falangistas conversos’, cantidad de
socialdemócratas y muchos liberales y democristianos, que terminarían formando
el partido de coalición Unión de Centro
Democrático (UCD).
Las
primeras elecciones generales libres, que abren el nuevo período democrático,
se celebraron el 15 de junio de 1977. Y las ganó, claro está, la UCD, de Adolfo Suárez. Y al tratarse de una legislatura constituyente, las
nuevas Cortes aprobaron la Constitución, que refrendaría ampliamente el pueblo
español el 6 de diciembre de 1978.
Cuando Adolfo Suárez se hizo cargo del
Gobierno, tras las elecciones de 1977, tuvo que hacer frente a cantidad de
problemas políticos y sociales, una buena parte de ellos derivados del cambio
de régimen. Y el resto, por culpa de la larga crisis energética, que puso fin
inesperadamente al período de expansión económica, que se había abierto con los
viejos planes de estabilización y desarrollo de 1959.
Para acabar
con esa serie de dificultades, tan letales para nuestra economía, el 25 de
octubre de 1977, Adolfo Suarez y los
principales partidos del arco parlamentario firmaron los famosos Pactos de La Moncloa. Con estos pactos,
intentaban estabilizar debidamente la Transición Democrática para frenar la
vertiginosa subida de la inflación acumulada que llegaba al 47%. También
buscaban incrementar la renta per cápita que, de aquella, era un 20% inferior a
la media europea. Y tampoco podían olvidarse de la preocupante evolución del
paro.
Con
los Pactos
de La Moncloa, mejoró en parte nuestra situación económica. En 1977, la
subida del PIB alcanzó el 2,8%, y la
tasa de inflación quedó fijada en un IPC
del 24,53%. Finalizamos 1980, en términos reales, con un crecimiento del
producto interior bruto del 1,7%, y con un PIB
per cápita de 4227$. Pero Adolfo Suárez,
no fue capaz de controlar el paro, que crecía precipitadamente por el retorno
continuo de emigrantes españoles. En
1980, el paro rondaba ya el 13,5%, alcanzando la escalofriante cifra de
1.741.000 parados.
Es preciso
reconocer, que Adolfo Suárez se
encontró con auténticas dificultades que lastraban irremediablemente su gestión
al frente del Gobierno. Además de ser esa la etapa más tétrica de la banda
terrorista de ETA, no tardaron mucho
en aparecer los problemas políticos que originaba su propio partido. No
olvidemos que la UCD se formó muy de
prisa y con fines puramente electorales, con monárquicos, tradicionalistas y
franquistas, con liberales, conservadores y socialdemócratas. Y al haber
intereses contrapuestos entre unos y otros, no tardaron mucho en aflorar toda
clase de contradicciones y
enfrentamientos.
A parte de
la división interna de su propio partido, Adolfo
Suárez tuvo que afrontar la moción de censura presentada por el PSOE y la reclamación de Andalucía para
acceder a la Autonomía por la vía rápida, como Cataluña, el País Vasco y
Galicia. Se vio obligado igualmente a lidiar el descontento del Ejército,
porque la izquierda exigía que se reconocieran los grados y las pensiones de
los militares republicanos. Y sin más remilgos, presentó su dimisión el 29 de
enero de 1981. Le sucedió en el cargo Leopoldo
Calvo Sotelo, que era el vicepresidente de Asuntos Económicos.
La estancia
de Leopoldo Calvo Sotelo al frente del Gobierno fue más bien corta, ya que no
llegó a completar ni los dos años. Pero lo que tuvo de breve, lo tuvo de complicada,
porque estuvo llena de incidentes lo suficientemente graves para enturbiar la
situación social de los españoles. El primer percance ocurrió el 23 de febrero,
durante la segunda votación de su investidura como presidente del Gobierno, con
el asalto al Congreso de los Diputados del teniente coronel Antonio Tejero, al frente de un grupo
de guardias civiles.
Cuando Calvo Sotelo no llevaba nada más que
dos meses al frente del Gobierno, nos encontramos con el escándalo del aceite
de colza desnaturalizado. El primer caso apareció el 1 de mayo de 1981, y
afectó a más de 20.000 personas,
produciendo lamentablemente unas 1.100 defunciones.
Y el 2 de
octubre de 1982, cuando ya estaban convocadas las elecciones generales del 28
de ese mismo mes, el Gobierno de Leopoldo
Calvo Sotelo tiene que intervenir necesariamente en el desmantelamiento de
otro golpe de Estado, que estaba fijado para el 27de ese mismo mes. Este golpe
de Estado estaba bastante mejor preparado
que el del 23F, y lo estaban organizando los coroneles de artillería Luis Muñoz
Gutiérrez, Jesús Crespo
Cuspinera y el teniente coronel José
Crespo Cuspinera. Y al parecer, había cierto grado de complicidad con el
teniente general Jaime Milans del Bosch.
Durante el
mandato de Leopoldo Calvo Sotelo, se
produjo una nueva subida del precio del petróleo, acentuando aún más la
gravedad de la recesión y estancamiento de nuestra tambaleante economía. Como
no podía ser menos, volvió a subir la inflación y la tasa del déficit público
paso del 1,1%, nada menos que al 5,5%. Pasó algo muy parecido con el desempleo,
que se disparó hasta el 17,06%, dejando exactamente 2.234.800 parados, cuando
cesó en el cargo tras las elecciones generales del 28 de octubre de 1982.
La era de Felipe González Márquez comenzó el 1 de
diciembre de 1982, jurando el cargo de presidente del Gobierno ante el rey Juan Carlos I. Con la complacencia
manifiesta del jefe, los voceros socialistas afirman rotundamente, que fue Felipe González quién, de verdad,
introdujo en España el Estado de Bienestar, mejorando así la calidad de vida de
la población. Estaría detrás, entre otras cosas, del desarrollo de la clase
media y de la puesta en marcha de la Seguridad Social, con todo lo que
conlleva. Le deberíamos naturalmente, el haber puesto a vivir a los españoles.
La
realidad, sin embargo, es notoriamente muy distinta. Emprende, es verdad, una
serie de reformas económicas y laborales, permitiendo una mayor presencia de los sindicatos en las
empresas, flexibilizando la contratación de
trabajadores por parte de las pequeñas y medianas empresas y ajustando los aumentos salariales al
incremento de los precios al consumo. También adelanta la edad de jubilación a
los 64 años y permite jubilaciones anticipadas desde los 59 años. Y ahí se acabaron prácticamente, las alharacas
y los demás fuegos florales.
Es sabido
que a los socialistas no se les da muy bien crear puestos de trabajo, sobre todo
si son puestos de trabajo productivos. A pesar de todo, y con la intención de
ilusionar a sus parroquianos, González
lanzó su promesa estrella nada más llegar al Gobierno. Prometió solemnemente,
vaya atrevimiento, generar 800.000 nuevos puestos de trabajo. Lo malo es que
las palabras, lo mismo que las propuestas, suele llevarlas muy fácilmente el viento.
Y como era
de esperar en tiempos de recesión económica, y más tratándose de un Gobierno
socialista, ocurrió finalmente lo que tenía que suceder: los 800.000 nuevos
puestos de trabajo, se convirtieron en un millón más de desempleados. Felipe González finalizó su mandato,
dejando una tasa de paro del 20,04% de la población activa, que traducido a
números reales, alcanzaba la escalofriante suma de 3.500.000 personas sin
trabajo.
La herencia
que dejó Felipe González a José María Aznar era objetivamente
mala, tanto por el número de desempleados, como por los demás resultados
económicos. Además del 5,5% de déficit público, dejó también una deuda de 60
billones de las pesetas de entonces y
una Seguridad Social en quiebra. Y para que no faltara nada, se le fue la mano
en la presión fiscal, que llegó a alcanzar un 36% claramente abusivo, la
corrupción batió retos de escándalo con Filesa,
Malesa y Time-Export y, para más inri, coronó la fiesta con la habilitación,
por parte del Ministerio del Interior, de los terroristas del GAL.
En marzo de
1996, gana las elecciones José María
Aznar López y asume la presidencia del Gobierno el 4 de mayo de ese mismo
año. Nada más llegar a La Moncloa, se enfrascó en la liberalización y
desregularización de la economía. Completó la faena, recortando cuidadosamente
los gastos del Estado y privatizando varias empresas estatales de sectores
estratégicos, porque pensaba que era esa la única manera de recuperar la maltrecha economía, que había
recibido de González.
Y la
economía, quién lo iba a decir, comenzó a
crecer seguidamente, reduciéndose el déficit público hasta un 0,3%, y el
desempleo, vaya sorpresa, no tardó mucho en bajar hasta el 13,6%. Con su nuevo
y acertado enfoque de la economía, Aznar
ya cerró el año 1997 con una inflación del 1,9%, cumpliendo así con lo
establecido en el Tratado de Maastricht para poder participar en la Europa del
euro.
Ni que
decir tiene que, con José María Aznar,
el empleo siguió mejorando imparablemente mientras estuvo al frente del
Gobierno, y llegó a crear unos 600.000
nuevos puestos de trabajo. Y ocurrió justamente lo mismo con la economía, de
modo que, al finalizar su mandato, estábamos creciendo nada menos que a un
2,6%.
En esa
misma fecha, la tasa del paro había bajado hasta el 11,50% de la población
activa, ya que el total de desempleados que dejaba Aznar, sumaban algo más de 2.200.000, muy por debajo naturalmente
de los 3.500.000 parados, que había heredado de Felipe González. Si nos centrarnos en los que tienen un trabajo,
vemos que Aznar se encontró con
12.626.700 ocupados y dejó a su sucesor la friolera de 17.865.800 trabajadores
con empleo.
Gijón, 26
de diciembre de 2020
José Luis
Valladares Fernández
Si caemos en manos de los que están ahora durante la transición, no quiero pensar lo que hubiera ocurrido.
ResponderEliminarNos hubieran llevado directamente al tercer mundo.
EliminarSiempre que gobiernan los socialistas,la herencia que dejan es una rutina económica y moral,saludos,
ResponderEliminarBueno. Es que los pobres son siempre más obedientes y se les maneja mejor. No exigen nada más que un plato de lentejas para sobrevivir. Saludos
Eliminar