En el
terrible atentado del 11 de marzo de 2004, que despanzurró cuatro trenes de la
red de Cercanías de Madrid, hubo más de 190 muertos y más de 2.000 heridos,
muchos de ellos sumamente graves. Y ni los medios de comunicación de
titularidad pública, ni los que administra directamente la izquierda española
encontraron obstáculos para publicar aquellas deprimentes escenas. Y todos los
españoles pudimos ver imágenes en directo de las 43 víctimas mortales del
luctuoso accidente del Metro de Valencia, que se produjo el 3 de julio de 2006.
Pasó
exactamente lo mismo con las retransmisiones sobre el tren Alvia, que
descarriló, por exceso de velocidad, el 24 de julio de 2013, en las afueras de
Santiago. Y volvió a repetirse la misma historia en otro siniestro importante,
que tuvo lugar el 3 de octubre de ese mismo año. Tanto la televisión pública,
como las otras televisiones, que siguen ciegamente las consignas del Gobierno
de turno, mostraron sin dificultad alguna, la impactante vista de casi 300
féretros, con los restos de los inmigrantes que murieron ahogados en el mar,
cuando intentaban llegar a la isla de Lampedusa.
Y por lo
que parece, tampoco han tenido problemas esos mismos medios televisivos en
proporcionarnos imágenes de salas italianas, completamente repletas de ataúdes
con víctimas del Covid-19. Y muy ufanos publican fotografías de las fosas
comunes a las que tienen que recurrir necesariamente en Nueva York y en Brasil,
por el número tan elevado de muertes que allí se producen, por culpa del
coronavirus. En España, sin embargo, no tenemos semejantes problemas, ya que en
algo tiene que notarse la supuesta maestría y destreza del ñiquiñaque que
dirige nuestros destinos. Y cuando los tenemos, procuramos ocultarlos con todo
cuidado.
Y sin ir
más lejos, también tenemos nosotros imágenes espeluznantes, como es el caso de
las habitaciones convertidas en morgues, repletas de bolsas con cadáveres,
porque los empleados de las funerarias no daban abasto a retirar a todos los
que morían diariamente en los hospitales y en las residencias de ancianos. Pero
ni los medios públicos, ni los afines al Gobierno dejaron constancia de esas
deprimentes informaciones. Tampoco mostraron jamás las impactantes imágenes de
los 800 féretros, que llenaban el
Palacio de Hielo de Madrid, mientras esperaban el momento oportuno de su
inhumación, o de ser entregados a sus familiares.
Hay que
tener en cuenta, que Pedro Sánchez no
ha dicho una verdad en su vida. Pero le gusta presumir y suele pavonearse de su planta y de su excelsa figura. Así que,
al llegar a la presidencia del Gobierno, institucionalizó la mentira y, como no
podía ser menos, institucionalizó también el engreimiento y la jactancia.
Quería darse el gustazo de satisfacer sus viejos sueños, vanagloriándose hasta de lo que hace rematadamente mal.
Y como esos
medios de comunicación viven opíparamente a costa de las subvenciones y de los subsidios gubernamentales, aceptan
sin discusión alguna, hasta las chuscadas más absurdas de semejante personaje.
Y mira por dónde, ahora se le ha ocurrido hacernos ver que, gracias a sus
desvelos y servicios, los españoles somos unos privilegiados, y vamos muy por
delante de los demás países, cuando la realidad es muy distinta. Con semejante
aventurero al frente del Gobierno, estamos condenados desgraciadamente a
caminar en el furgón de cola.
Y presume a
todo trapo, faltaría más, de la admirable gestión que está haciendo de la
pandemia que padecemos. Y se esfuerza por aparentar que, en España, gracias a
sus ímprobos esfuerzos, estamos haciendo más PCR y más test rápidos que en ningún otro país. Y como gestionamos correctamente
esa terrible epidemia, reducimos significativamente los contagios y, como es
lógico, las defunciones por culpa del Covid-19.
Claro que,
para dar el camelo, y seguir aparentando que competimos estadísticamente con
cualquier otro país, tenemos que ocultar una buena cantidad de los fallecimientos
que se producen por culpa del coronavirus. Y eso, al atrevido Pedro Sánchez se le da muy bien. Así
que, con la bendición de la prensa amiga y de sus más fieles lacayos, se
mantuvo en sus trece y afirmó complacidamente
que, a lo largo del año 2020, solo habían muerto en España 50.837 personas, por
ese maldito coronavirus.
Se trata,
claro está, de un dato radicalmente falso, que no se lo cree ni el propio
presidente del Gobierno, ni por supuesto, ninguno de sus compañeros de viaje.
Es totalmente imposible que haya alguien, que gane a Pedro Sánchez a mentir. A su lado, el mismo Paul Joseph Goebbels no era nada más que una simple hermanita de la
caridad o, como mucho, un simple aprendiz de brujo. Si nos atenemos a lo que
dicen otras fuentes, bastante más fiables que las auspiciadas por el Gobierno,
entre las que están el Instituto
Nacional de Estadística (INE) y el Instituto de Salud Carlos III, el virus
habría provocado en torno a los 80.000 muertos.
Y si nos
hacemos caso de los datos que ofrece el Instituto
Nacional de la Seguridad Social (INSS), contamos con otro dato muy
significativo, que no tiene nada que ver con lo que se dice desde el Gobierno. Según
esta información, tenemos que admitir que, en el año 2020, causaron baja como
beneficiarios aproximadamente unos 70.000 jubilados más que a lo largo de todo
el año 2019. Y el informe de pensiones del INSS
puntualiza más detalladamente ese mismo dato, reflejando que, de enero a
noviembre de 2020 han "causado
baja", en la Seguridad Social, un 14,6% más de pensionistas que en el
año anterior.
De todos
modos, hay que recordar al oportunista Pedro
Sánchez, que gobierna en comandita con el intrigante Pablo Iglesias, que su
mala gestión no se limita exclusivamente a la pandemia. Se extiende también a otras
áreas, como la economía, al Estado de bienestar y está haciendo añicos hasta la
reputación que teníamos ante los demás foros mundiales. Está visto que
pulveriza y hunde, sin remedio, todo lo que toca.
Es
realmente evidente que, con la llegada de Pedro
Sánchez a La Moncloa, comenzamos a perder peso en las diversas
organizaciones internacionales. Queda fuera de toda duda, que España ocupa una
posición estratégica de primer orden en el Mediterráneo, para controlar la
entrada del yihadismo en Europa. Y sin embargo, en la última cumbre de la Alianza Atlántica (OTAN), no se contó con ningún responsable
español. Y eso que fue convocada precisamente para debatir temas tan
importantes y básicos, como el terrorismo de los suníes y las mafias de la
inmigración subsahariana.
Llama
poderosamente la atención que España ocupe el séptimo lugar como contribuyente
económico de la OTAN, y no haya ni
rastro de españoles en el comité técnico, que se encarga de configurar la
estructura militar de esa organización. Y de hecho, en el Informe OTAN 2030, que elaboró dicho comité, que yo sepa, tampoco
existe la más mínima referencia a España. Y esto es algo incomprensible, porque
en ese informe se estudia detenidamente la manera de controlar las entradas de
inmigrantes en Europa y, como no podía ser menos, el modo de combatir la yihad
sunita.
Y lo que
son las cosas, hasta el mismo Pedro
Sánchez está sufriendo las consecuencias de que España haya perdido gancho
y peso internacional. Nada más conocerse la victoria de Joe Biden en las elecciones de Estados Unidos, el presidente Sánchez, que vio el cielo abierto y una
ocasión de oro para conseguir una foto histórica del momento, escribió inmediatamente
en las redes sociales su efusiva felicitación: “el pueblo americano ha elegido a su 46 Presidente. Felicidades Joe Biden y Kamala Harris. Os deseamos suerte. Estamos preparados para cooperar
con los EEUU y hacer frente juntos a los grandes retos globales”.
Y exultante
de alegría, sin esperar a más, encarga a la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, que inicie
rápidamente los trámites necesarios para realizar un contacto directo con Biden. Al vanidoso Pedro
Sánchez le valía incluso una simple conversación telefónica. El contenido era
lo de menos. Lo que de verdad le importaba era el contacto en sí, para que los
medios de comunicación españoles se hicieran eco de esa circunstancia y lo
difundieran públicamente hasta la saciedad. Pero al presidente electo norteamericano
no le debe gustar mucho el aspecto socialcomunista de nuestro Gobierno, y no se
da ni por enterado.
En vista
del ninguneo internacional al que estamos fatídicamente sometidos a nivel
mundial, el presidente Sánchez, para
seguir presumiendo y no perder los halagos
y el agasajo de la propia plebe, se dedica a organizar actos de propaganda,
poniendo de relieve únicamente las cosas de andar por casa. Ya vimos cómo
aprovechó, con semejante fin, hasta la entrada en España de la vacuna contra el
coronavirus.
Todos
pudimos ver imágenes del camión que transportaba las primeras dosis de esa
vacuna, debidamente escoltado por la Guardia Civil. Y como era de esperar,
procuraron que la llegada de esa mercancía al almacén de Cabanillas del Campo,
en Guadalajara, fuera francamente apoteósica. Y allí vimos como daban la nota,
pegando solemnemente el logotipo institucional del Gobierno, de un tamaño tan
grande, que casi tapaba la bandera de la Unión Europea, que era quien, en
realidad, había negociado y gestionado la compra de esas vacunas. Ningún otro
país se molestó en organizar ese tipo de zarandajas.
Gijón, 9 de
enero de 2021
José Luis
Valladares Fernández
En proporción, España es el país donde peor se ha gestionado la pandemia.
ResponderEliminarEso indican claramente todas las estadísticas.
EliminarHoy nuestra nación está en el escenario más deprimente de nuestra historia.Marrueco lo tiene fácil para apoderarse de Ceuta y Melilla.Los muertos por Vivir llegan a los ,80.000.Pero eso le importa un rábano,al actual gobierno, saludos,
ResponderEliminarEsperemos que, más pronto o más tarde, estos arribistas que nos gobiernan ahora, tengan que rendir cuentas y paguen rigurosamente por lo que estan haciendo. Saludos
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