No cabe la menor duda, que siempre es mucho
más fácil hablar o dar consejos, que realizar lo que se aconseja. Ya lo dice el
refranero español, ‘una cosa es predicar,
y otra dar grano’. Y el presidente del Gobierno suele hacer eso
precisamente, presumir y hablar mucho, y rara vez acierta. Pero a la hora de
actuar, ni está, ni se le espera.
No sé si con razón o no, pero solemos
decir frecuentemente que el pueblo tiene siempre el Gobierno que se merece. Y el
famoso escritor francés, Víctor Hugo
lo hizo de esta manera: “Entre un
Gobierno que lo hace mal y un Pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad
vergonzosa”. Y Mahatma Gandhi
expresó esta misma idea de una manera mucho más gráfica: “Si hay un idiota en el Poder, es porque quienes lo eligieron están
bien representados”.
Sea esto cierto, o no, sí podemos afirmar rotundamente que los españoles hemos
tenido muy mala suerte con los dos últimos aspirantes socialistas que
consiguieron dirigir el Gobierno. Ni que decir tiene que José
Luis Rodríguez Zapatero llegó a La Moncloa, porque el PSOE utilizó torticeramente aquel terrible atentado del 11 de marzo
de 2004, que despanzurró cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid, dejando
un número muy elevado de víctimas. Y para nuestra desgracia, cuando Zapatero se marchó, dejó a España al
borde mismo de la quiebra.
Y como no podía ser menos, también hubo
juego sucio, por parte del PSOE, en
el montaje de la moción de censura contra Mariano
Rajoy, para que Pedro Sánchez
pudiera satisfacer su capricho apremiante de ocupar inmediatamente la
presidencia del Gobierno. Para conseguir ese objetivo, aprovecharon una apreciación
improcedente, que introdujo intencionadamente el juez José Ricardo de Prada en la sentencia de Gürtel. Este juez
progresista, afín al socialismo, dio por hecho que quedaba acreditada la
existencia de una ‘caja B’ en el Partido Popular, destruyendo así la necesaria
apariencia de imparcialidad.
Cuando ya era tarde, claro está, vendría
el severo varapalo, que el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia
Nacional dio al atrevido juez de Prada,
ya que le apartó sin más del juicio pendiente sobre la financiación del Partido
Popular. De este modo tan simple, la Audiencia Nacional confirmó, que la
maniobra de Sánchez para alzarse con
el poder, se cimentaba artificialmente en un manejo espurio del derecho.
Con la recusación del juez José Ricardo de Prada, podemos afirmar que
Pedro Sánchez llegó al poder de
manera claramente bochornosa e irregular. A su moción de censura le faltó uno
de los requisitos esenciales, ser constructiva, tal como exige nuestra
Constitución. A una buena parte de los que votaron con el PSOE, les importaba un bledo Sánchez.
Votaron más bien contra Mariano Rajoy, porque querían hacerle pagar su
postura inflexible contra el referéndum del 1 de octubre de 2017. Y ya veremos
qué hacen con el líder socialista, una vez que consigan el indulto de los
independentistas que están cumpliendo prisión.
Es evidente que la mayoría ostentada por
Pedro Sánchez en la resolución de su
moción de censura era meramente ficticia. Eso indica, al menos, el resultado en
las elecciones generales del 28 de abril de 2019. Ganó esos comicios, es
verdad, pero fue incapaz de reunir los apoyos que necesitaba para formar
Gobierno, y fue preciso repetir las elecciones.
El nuevo proceso electoral tuvo lugar el
10 de noviembre de ese mismo año, y volvió a ganar, el líder del PSOE, pero logrando solamente 120
escaños, 3 menos que en las pasadas elecciones de abril. Pero entonces, se
impuso su ambición. Y para no abandonar La Moncloa y ser investido presidente,
aceptó encantado el insomnio anunciado y se echó en brazos de su alter ego, el
charlatán que cambió la coleta por el moño.
Con el nuevo Gobierno de coalición, la
inestabilidad política que venimos arrastrando desde 2015 se intensificó aún
más, por la falta de entendimiento entre las dos facciones del Gobierno. Y
también, cómo no, porque al pseudodoctor Pedro
Sánchez le molesta enormemente que le controlen. Y como se trata de un
personaje sumamente caprichoso y resentido, sin proponérselo, imita a una deidad
mitológica de la antigua Grecia, tan llamativa y señalada, como la famosa diosa
Hera (Ἥρα).
En los viejos anales helénicos, Hera
aparece siempre como una diosa femenina, extremadamente vengativa y rencorosa,
que tenía atemorizados a los demás dioses del Olimpo. Es verdad que, por su
papel de hermana y esposa de Zeus, tenía la consideración de reina de los
dioses. Y derrochaba rencor y se
mostraba especialmente resentida, contra las amantes ocasionales de Zeus y
contra los hijos bastardos de éste.
Y entre todos ellos, la diosa Hera se
cebó principalmente contra Heracles, el hijo que tuvo Zeus con la mortal
Alcmena. Trató de quitarle la vida, cuando era un recién nacido, enviando a su
cuna dos serpientes. Pero el pequeño héroe logró estrangularlas con sus manos,
antes de que le causaran algún daño. Y siguió persiguiendo a Heracles cuando ya
era mayorcito, obligándole a desempeñar las misiones complicadas que le
encomendaba Euristeo, el rey de
Micenas. Esperaba que fracasara y
muriera en alguno de esos cometidos. Pero Heracles salía siempre victorioso y
acrecentaba incesantemente su gloria.
Y al lenguaraz Pedro Sánchez, que nos aburre continuamente con su verborrea absurda,
le está ocurriendo lo que a la reina de los dioses. Si a Hera le sacaban de
quicio las amantes de Zeus y los hijos adulterinos que venían detrás, a Sánchez le pasaba exactamente lo mismo con las instituciones o entidades públicas,
que controlaban todas sus actuaciones. Tiene una verdadera fijación por todos
esos organismos o contrapesos constitucionales, que tienen la misión de
garantizar el comportamiento democrático de los que ejercen el poder.
Es sabido que el malhadado presidente
del Gobierno, que padecemos, es radicalmente incapaz de tolerar que lo
investiguen y que, para coronar la fiesta, le pidan encima explicaciones de sus
actos. Se olvida de lo que hizo él, cuando representaba a la oposición. Entonces,
es verdad, se cansó de pedir “transparencia y rendición de cuentas” a Rajoy. Pero no hay peligro que repase
las hemerotecas y se escuche a sí mismo,
y actúe después en consecuencia.
Son particularmente sangrantes las
diatribas lanzadas por Pedro Sánchez
contra el presidente del Gobierno, Mariano
Rajoy. En octubre de 2014, llegaron repatriados a España dos misioneros
afectados por el virus del ébola, que murieron finalmente y se
contagió con ese virus Teresa Romero,
una auxiliar de enfermería del Hospital Carlos III de Madrid.
En aquella ocasión, el líder socialista
gritaba desaforadamente al presidente del Gobierno: “necesitamos políticos que no
rehúyan los debates, que den la cara, que aclaren y den seguridad a los
ciudadanos, que protejan a los profesionales de la sanidad pública y que no nos
victimicen y responsabilicen de sus propios errores”. Y remataba su
festival de improperios pidiendo a Rajoy
información pormenorizada de la crisis del ébola, y de los “errores cometidos”, tras el “desgraciado espectáculo de incompetencia y
desgobierno” que estaba dando su Gobierno.
Volvió a pasar algo muy parecido, por el
colapso de la autopista de peaje AP-6 y
la A-6, tras la nevada que se
produjo entre el 6 y el
Y para que nadie te pida cuentas y te
exija reiteradamente que des explicaciones que no quieres dar, no hay nada
mejor que entrar a saco en esas instituciones públicas y sustituir a las
personas incómodas por algún que otro amiguete particular. Y con la intención
de perpetuarse en la poltrona gubernamental, Pedro Sánchez procuró ampliar sus apoyos, incorporando a su causa a
los independentistas de ERC. Y todo
a costa, claro está, de abrir la mano haciendo concesiones complicadas y, sobre todo, desjudicializando
el dichoso ‘procés’ catalán.
Claro que, si el responsable del
Ministerio Público es una persona medianamente independiente, efectuar todos
esos enjuagues políticos, acarrearía algunas complicaciones y, más que nada,
originaría mucho ruido. Y como era previsible, con un personaje tan pagado de
sí mismo como el presidente Sánchez,
sucedió lo que tenía que suceder. Para soslayar hasta la más mínima dificultad,
prescinde de los requisitos habituales, y procura asegurarse el control del
Ministerio Fiscal, poniendo al frente de la Fiscalía General del Estado a su ex
ministra y moldeable amiga Dolores
delgado García. Y así, se acabó la fiesta.
Y como el ‘asalto’ a la Fiscalía General del Estado salió bastante bien, Pedro Sánchez tardó unos meses, pero terminó
haciendo lo mismo con el Consejo de Transparencia y Buen Gobierno. Hay que
tener en cuenta, que el Consejo de Transparencia es un organismo público que,
como se sabe, venía desarrollando habitualmente su labor de control al Gobierno
de una manera autónoma e independiente.
Pero está visto que el presidente Sánchez no quiere que nadie controle su gestión. Es más, le molesta
soberanamente que haya alguien que se atreva a indagar si abusa o no de los
recursos públicos. Y le indigna sobremanera que pretendan saber hasta dónde
llega su favoritismo con los amigos. Y trató
de solucionar su problema, qué le vamos a hacer, del mismo modo que en el
Ministerio Público: acabando con su autonomía tradicional y con su
independencia.
Y al ser completamente alérgico a rendir
cuentas, Pedro Sánchez decide
salvaguardar su supuesto derecho a no dar explicaciones de sus actos. Recaba el
apoyo de su impresentable vicepresidente segundo y, de común acuerdo, adoptan
la determinación de nombrar un presidente del Consejo de Transparencia y Buen
Gobierno, que llevaba vacante desde noviembre de 2017. Y pretenden completar su
faena, sustituyendo a Javier Amorós y
a Esperanza Zambrano, que eran los
dos miembros más exigentes de ese organismo público.
Y a pesar del sigilo desplegado
escrupulosamente por los dos líderes máximos del Gobierno social-comunista, no
tardaron mucho en trascender sus verdaderas intenciones. Y al saberse que querían
relevar a esos dos miembros del Consejo de Transparencia, para poder disfrutar de
una opacidad siniestra para todos sus actos, comenzaron a aparecer críticas muy
duras por ese hecho, en las tertulias de los distintos medios de comunicación.
Para acallar esas reprimendas y
acusaciones, tan molestas para los que
viven en un mundo paralelo o en otro planeta, como es el caso de Pedro Sánchez, cambian tajantemente de
disco, y aquí no pasó nada. Se olvidan de la sustitución de Javier Amorós y a Esperanza Zambrano, que eran miembros fundacionales de esa
institución, y se centran en la elección de un buen candidato para presidir esa
institución pública, para poner fin a una interinidad tan prolongada.
Claro que, para el dúo maquiavélico que
dirige el Gobierno de coalición, solo es ‘buen
candidato’, si se distingue por ser indiscutiblemente dúctil y manejable. Y
creyeron ver esas apreciadas cualidades en José
Luis Rodríguez Álvarez, que ya había desempeñado cargos públicos relevantes,
en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero. Y sin esperar a
más, le nombran presidente del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno.
Ni que decir tiene que Pedro Sánchez quedó totalmente
satisfecho con esa elección. Y todo, porque sabía que Rodríguez Álvarez, terminaría comportándose, como un magnífico
comisario político, dispuesto a realizar los trabajos sucios que fueran
necesarios en esa entidad, para imponer su voluntad.
La prueba está en que, desde que asumió
esa ocupación, Transparencia no volvió a realizar valoraciones ante la prensa,
y a partir de ese momento, el mismo Rodríguez
Álvarez se negó firmemente a ser entrevistado por los distintos medios de
comunicación. Y como era de esperar, terminó remodelando a su antojo el equipo
directivo del Consejo de Transparencia.
Comenzó relevando a la funcionaria Esperanza Zambrano, que llevaba al
frente del área de Reclamaciones desde
el año 2015. Y está esperando la oportunidad precisa, para hacer justamente lo
mismo con Javier Amorós, subdirector
actual de esa organización.
Y como el antojadizo Pedro Sánchez actúa siempre
a golpe de capricho, también ha querido dejar su sello en el Consejo
General del Poder Judicial, para acabar definitivamente con su independencia
tradicional. El Poder Judicial lleva en funciones desde diciembre de 2018. Y
para poder renovarlo, es necesario contar con una mayoría cualificada de tres
quintos de los 350 diputados del Congreso.
Con la aritmética parlamentaria actual, es
francamente imposible reunir esa mayoría de 210 diputados, si no hay un acuerdo
expreso entre populares y socialistas. Y de momento, ese acuerdo es inviable,
porque el presidente Sánchez no
quiere desairar a sus socios de Gobierno, y pretende darles voz y voto en la
elección del nuevo Consejo General del Poder Judicial. Y eso es algo que no
acepta el Partido Popular.
Y en consecuencia, el Poder Judicial
sigue necesariamente en funciones y, como no podía ser de otra manera, continúa
nombrando cargos clave para puestos importantes de la administración de
Justicia. Y esto, por supuesto, saca de quicio al endiosado Pedro Sánchez y a toda su corte de
aduladores. Y como prefiere salir con la
suya, antes que pactar la renovación con los Populares, decide cambiar la ley,
modificando simplemente la mayoría que se necesita para elegir el nuevo
Consejo. Reduciendo la mayoría cualificada de los tres quintos a una mayoría
simple, ya no se necesita el concurso del principal partido de la oposición.
Pero realizar esa modificación
legislativa, que les permitiría elegir, al menos, a una parte de los miembros
del Consejo General del Poder Judicial, acarreaba otros problemas graves que no
habían previsto. Como la modificación
pretendida delimita abiertamente aspectos esenciales del Estatuto de los
miembros del Poder Judicial, la Unión Europea obliga a realizar esa
tramitación, contando con los distintos sectores implicados.
Y resulta que, entre los sectores
implicados, además de los miembros del propio Consejo General del Poder
Judicial, está también, quien lo diría, la propia Unión Europea. Y mira por
dónde, ese hecho enciende la luz de alarma, que obligó al entrometido Pedro Sánchez y a sus entregados
ganapanes a paralizar, momentáneamente al menos, la anunciada modificación de
esa ley. Todo un fracaso, que aún no han sido capaces de asimilar.
Gijón, 31 de enero de 2021
Él se había propuesto llegar al poder a cualquier precio y eso es lo que hizo, sin avergonzarse de los métodos empleados.
ResponderEliminarLos caprichosos son así, son capaces de cualquier cosa, para salir con la suya. A estos personajes, la conciencia y el honor no les dicen nada.
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