En el refranero español, encontramos muchas
sentencias que expresan verdades incontrovertibles, que no tienen vuelta de
hoja. Y uno de esos dichos populares, que reza así: “el que mucho presume, de mucho carece”, retrata perfectamente al ególatra
Pedro Sánchez, el presidente actual del
Gobierno que padecemos.
Conociendo al líder del PSOE, es de suponer que le hubiera gustado entrar en La Moncloa a
lo grande, en olor de multitudes y hasta con fanfarria y por la puerta
principal. Pero en este caso no fue así y, si quiso entrar, qué le vamos a
hacer, tuvo que utilizar la puerta de servicio. Para poder salir con la suya,
utilizó una moción de censura irregular, ya que no cumplía estrictamente con
todos los requisitos exigidos por la Constitución.
Para empezar, la moción de censura contó con
muchos síes, que no eran nada más que rotundos noes a Mariano Rajoy. Y no olvidemos que está basada en un inciso improcedente,
que el juez José Ricardo de Prada
introdujo en la sentencia de Gürtel con la malsana intención de perjudicar al
Partido Popular. Y ese inciso, claro está, fue retirado posteriormente por el
Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, por su evidente falta de imparcialidad.
De todos modos, como Pedro Sánchez es capaz de presumir hasta de su propia sombra, dice
que aterrizó en la presidencia del Gobierno, entre otras cosas, para “recuperar la normalidad institucional”
y para “regenerar la política española”.
Y sin más, inició su mandato, dando muestras de una superioridad moral aplastante
que no tiene y aparentando saber bastante más de lo que realmente sabe. Un poco
más, y nos suelta la locución latina “Veni.
Vidi. Vici” (vine, vi, vencí), que utilizo Julio Cesar, para comunicar al Senado Romano su victoria en la
batalla de Zela, contra el rey del Ponto, Farnaces II.
Y desde el primer momento, el presidente Sánchez, trata de engrandecerse
artificialmente ante su clientela, comprometiéndose a luchar contra las
desigualdades sociales, ayudando preferentemente a los que más sufren, a los
más desfavorecidos por la fortuna. Con su llegada a la presidencia del
Gobierno, según cuentan sus cipayos más cercanos, abrió “un nuevo tiempo de esperanza”, en el que predomina el diálogo, sobre
todo el “diálogo constructivo”. Y
piensan que, con ese diálogo, conseguirá la ansiada regeneración democrática y
acabará, de una vez por todas, con la injusticia social.
Lo malo es que la palabra, si no está
acompañada por otras cualidades, se convierte en palabrería, en verborrea inútil, que complica aún más la situación. Y
eso es precisamente lo que le está pasando al envalentonado Pedro Sánchez. En un arrebato de
irresponsabilidad, se le antojó asumir la presidencia del Gobierno, más que
nada para presumir y disfrutar de la adulación y los agasajos que proporciona ese cargo. Y eso fue determinante
para que la economía y el empleo, comenzaran a sufrir inmediatamente los
efectos catastróficos de su pésima gestión pública.
Pero no termina aquí la funesta actuación del imprevisible
presidente Sánchez. Se ha cansado de
repetir, una y otra vez, que no pactaría jamás con las huestes de Podemos. Empezó
con esa cantinela, que yo sepa, en septiembre
de 2014, poco tiempo después de hacerse con la Secretaría General de su
partido. En aquella ocasión, afirmó explícitamente ante los micrófonos de
Antena 3: "Ni antes ni después El
PSOE pactará con el populismo. El final del populismo es la Venezuela de Chávez, la
pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y, sobre todo,
la desigualdad".
Casi cinco años después, Pedro
Sánchez seguía pensando que no podía “gobernar
con alguien como Iglesias, que no
defiende la democracia”. Y el 19 de septiembre, cuando ya llevaba más de
cuatro meses como presidente en funciones, reiteró nuevamente, ante los
micrófonos de La Sexta, que no podía confiar en el líder de Podemos. Y soltó
esta llamativa perla: “Si
hubiera aceptado las exigencias de Pablo Iglesias hoy sería presidente del
Gobierno. Pero sería un presidente que no dormiría, como el 95% de los
españoles, incluidos votantes de Unidas Podemos”.
Pero llegaron las elecciones generales del 10 de noviembre de
ese mismo año y, mira por dónde, el presidente Sánchez se encontró ante una tesitura sumamente complicada: o
aceptaba los postulados de Iglesias,
para formar un Gobierno de coalición con Podemos, o corría el riesgo serio de
perder la poltrona.
Y para mantenerse en La Moncloa por encima de
todo, el sorprendente Pedro Sánchez se olvidó de sus fundados temores
y, sin esperar a más, procuró colmar satisfactoriamente las desmedidas
apetencias del quisquilloso Pablo
Iglesias, nombrándole vicepresidente segundo del Gobierno. Le acompañan en
el Ejecutivo, ocupando sendas carteras ministeriales, otros cuatro miembros de
Podemos, aunque alguno de ellos no vale ni para concejal de pueblo.
Para llegar a esa entente con el líder máximo
de Unidas Podemos, el aspirante a perpetuarse
indefinidamente en La Moncloa decidió traicionarse a sí mismo, sabiendo
que, así, deslegitimaba su mandato y perjudicaba seriamente al PSOE y a todos
los españoles. A pesar de todo, tiene muy poca importancia que el presidente Sánchez recurra, o no, a los somníferos para conciliar el sueño. Nos
preocupa, eso sí, el insomnio que padecemos ahora los sufridos ciudadanos
españoles.
Al traicionar Pedro Sánchez a quienes confiaron en él, comenzó a crecer precipitadamente
la inestabilidad y el extremismo en España, perturbando así el sueño de todos
nosotros. Y como el deterioro de las
instituciones públicas es ya prácticamente imparable, terminaremos asfixiados
por el populismo bolivariano de Venezuela. Y por desgracia, no habrá sedante alguno
que pueda mitigar las terribles noches toledanas que nos esperan.
Ese pacto con Podemos, acrecentó aún más la
recesión económica que ya padecíamos y aceleró la destrucción de empleo. Y
esto, como era de esperar, intensificó considerablemente las críticas contra el
Gobierno y aparecieron las primeras discrepancias dentro del propio partido con
el presidente del Gobierno.
La reacción del endiosado Pedro Sánchez no se hizo esperar. Quería acabar tajantemente con
las duras críticas y cortar de raíz las incipientes suspicacias de los barones
de su propio partido. Y para eso, necesitaba engañar a la ciudadanía española. Así
que, vociferando destempladamente ante el líder de la oposición, Pablo Casado, hizo esta ilusoria
afirmación: “mi tarea como presidente es
garantizar la estabilidad política”. Y con su fanfarronería habitual, agregó
que haría “frente a la emergencia
sanitaria y la vacunación”, ocupándose a la vez de la “recuperación económica” y de la “creación de empleo y justicia social”.
Pero ya lo dice el refranero español: del dicho
al hecho hay mucho trecho. Y todos sabemos sobradamente lo que puede dar de sí
un personaje tan presumido y lenguaraz como el presidente Sánchez. Con exhibirse y pavonearse en sus rebuscadas apariciones
públicas, para ganar músculo demoscópico, ya tiene bastante. Pero no esperes
que aporte alguna solución útil y acertada para luchar eficazmente contra la terrible pandemia que
nos aqueja y contra el hundimiento generalizado de nuestra economía. Gracias a su manifiesta
incapacidad, España es ahora mismo el farolillo rojo de toda Europa.
Es sabido que, en la mayor parte de las
actuaciones del Gobierno social-comunista actual, aparece claramente la mano
negra de Pablo Iglesias. Este desvergonzado personaje, llevó también la voz
cantante en redacción de los pactos del PSOE con Podemos y, no contento con
esto, se las arregló para llevar a Pedro
Sánchez al huerto de ERC y de Bildu. Y no cabe duda que está detrás de
muchas de las decisiones económicas que
padecemos.
No es de extrañar, por lo tanto, que haya voces
más o menos autorizadas, hasta dentro del
propio PSOE, que culpen al líder ultraizquierdista del desastre económico que
padecemos, y pidan insistentemente al presidente Sánchez que prescinda ipso facto de su vicepresidente segundo. De
todas formas, eso no solucionaría nada, porque el problema sigue siendo de quien
rige nuestros destinos. Y eso nos lleva a pensar que, tanto si el estalinista Iglesias está dentro como si está fuera
del Gobierno, tendremos que enfrentarnos también a la pandemia del hambre y la
miseria, que ya ha comenzado a extenderse por España.
De momento, los datos son francamente
inapelables. Aunque el Gobierno no quiera reconocerlo, ya contabilizamos más de
100.000 muertos por culpa del coronavirus y la ruina económica sigue creciendo
de manera constante y desmesurada. Sin ir más lejos, cerramos el año 2020, qué
le vamos a hacer, con el desplome de un 11% del PIB, desconocido hasta ahora. Y
por si esto fuera poco, a finales de diciembre de ese mismo año, el déficit de
la Seguridad Social superaba los 20.000 millones de euros. En ese momento,
quién lo iba a decir, España debía ya 122.439 millones de euros, un nivel de
deuda nada menos que del 17,1% del PIB.
Es muy posible que, si el despótico Pablo Iglesias abandona definitivamente
el Ejecutivo, recuperemos una buena parte del crédito exterior, dilapidado
gratuitamente por Pedro Sánchez. Y
todo por su evidente falta de pericia y de madurez. Pero no nos hagamos
ilusiones, porque eso no implica en absoluto una mejoría reseñable en la forma
de gobernar a los españoles.
Pero no debemos olvidar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se necesitan mutuamente y, si no quieren acabar ambos
en la marginación y en el olvido, están obligados a entenderse. El aburguesado líder
de Podemos podrá contar con más o menos diputados, pero para ser alguien y no
verse abocado al ostracismo, necesita el apoyo decidido de Sánchez. Y como no podía ser menos, al imprevisible caudillo Pedro Sánchez le pasa exactamente lo
mismo. Sin la colaboración y el apoyo de Pablo
Iglesias, tendría que renunciar a una buena parte de sus ambiciones
napoleónicas y hasta se vería obligado a salir de La Moncloa.
Y como fracasó rotundamente la diabólica
alianza entre el POSE y ciudadanos, para usurpar la Autonomía de Madrid al
Partido Popular, el maquiavélico Iglesias
abandona su cartera ministerial y deja el Gobierno. Y todo, porque sabe que, si
no encabeza personalmente la candidatura de Podemos a las elecciones
madrileñas, es muy posible que se repita el morrocotudo fracaso que tuvo que
soportar en el País Vasco y, sobre todo, en Galicia.
Este hecho, sin embargo, no altera en modo
alguno el respaldo que se prestan voluntaria y recíprocamente estos dos cesaristas
paranoicos, para socavar poco a poco el régimen del 78. Pedro Sánchez dormirá muy mal, porque se
le atragantará, de vez en cuando, la verborrea asamblearia del fantoche del
moño y su propensión a organizar escándalos callejeros. Y el altivo y desdeñoso
Pablo Iglesias hará lo mismo, por la
cuenta que le tiene, con el
endiosamiento y con las mentiras habituales del siniestro personaje que, para
nuestra desgracia, ocupa momentáneamente la presidencia del Gobierno.
Gracias a la prepotencia abusiva del
conspirador Sánchez y la facundia
del supremacista Iglesias, los
españoles estamos viviendo un psicodrama muy conflictivo y desquiciante. Ya no sabemos
si el mundo que nos rodea es real, o es algo meramente imaginado o fantaseado. Por
culpa de sus embustes y maquinaciones, hemos perdido el rumbo y vamos camino
del desastre económico y social más absoluto.
Es evidente que estos dos políticos son, ante
todo, unos vividores y, en consecuencia, anteponen siempre sus intereses
particulares a los generales y se olvidan naturalmente del bien común. Se
comportan, no faltaba más, como Píramo y Tisbe, los dos amantes legendarios que encontramos en la mitología
griega.
Ni que decir tiene, que a Píramo y Tisbe les unía un
amor entrañable y sincero. Pero Pedro
Sánchez y Pablo Iglesias, por el
contrario, se odian intensa y profundamente. Les une, eso sí, el interés
propio, y el deseo insaciable de satisfacer
su ambición y su ego personal, a costa de lo que sea. No obstante,
esperemos que los españoles salgan, de
una vez, de ese prolongado letargo y saquen a estos dos embaucadores de la vida
pública, y los devuelvan a la vida privada, de donde nunca debieron salir.
Gijón, 18 de marzo de 2021
José Luis Valladares Fernández
Entre su egolatría y las concesiones a sus socios, Sánchez y su gobierno han entrado en una deriva que cada vez se aleja más de las necesidades reales de la gente y solo busca su propio beneficio político.
ResponderEliminarEspaña y los españoles le importan un bledo a este arribista de la política. Y para colmo de males, aunque se de mucha importancia, como gestor de la cosa pública no es nada más que un pelanas muy presumido.
EliminarYo opino que está cucaracha de Pablo Iglesias,ha salido del Gobierno antes que le den la patada y lo echen.Pues la situación es insostenible teniendo a este mequetrefe como visipresidente, saludos,🤗
ResponderEliminarEste indeseable, destroza todo lo que toca. Y si sigue algo más en el Gobierno, termina desapareciendo hasta Podemos. Y trata de evitar esa contingencia, porque entonces si que no sería nadie. Un abrazo
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