Perdemos miserablemente el tiempo si tratamos
de encontrar algo de coherencia intelectual entre los defensores acérrimos de
la ideología comunista. El comunismo siempre ha sido una estafa manifiesta, que
recurre continuamente a la mentira y al engaño para sobrevivir y progresar en
el mundo de la política. Y Pablo
Iglesias, por supuesto, es uno de esos comunistas de la nueva ola que, sin
pararse en barras, se ríe de la verdad y le importa un bledo si su discurso
tiene algo que ver, o no, con la realidad.
No olvidemos que, para los comunistas con cierta
solera, como es el caso del líder de Unidas Podemos, no hay ningún valor universal
y absoluto. Todo es relativo y cambiante. En consecuencia, lo que para el común
de los mortales es una mentira flagrante, para estos comunistas no es nada más
que una interpretación, más o menos teatral, de lo que realmente interesa, en
ese preciso instante, a su propia formación política.
Hay que reconocer, que Pablo Iglesias desempeña perfectamente ese papel. Para empezar, es
altivo y un déspota inconmensurable y,
por si fuera esto poco, va de listo por la vida. Además de vivir fastuosamente
en el casoplón de Galapagar, como si fuera un auténtico marqués, actúa como si,
en cuestión de inteligencia, estuviera a muchos años luz por encima de los ciudadanos
normales de este país. Piensa, por lo tanto, que tiene todo el derecho del
mundo a tutelar el comportamiento político de estos parias españoles.
Estamos, creo yo, ante un personaje siniestro,
tremendamente subversivo, que carece de
principios y disfruta fomentando la agitación y la violencia callejera. El
marrullero Iglesias se comporta como
un farsante impresentable: se ríe desvergonzadamente de los que pasan
estrecheces económicas y, a la vez, les pide que le ayuden desinteresadamente a
instaurar el régimen bolivariano que se necesita para luchar contra los ricos y
el capital.
Es verdad que la vida de Pablo Iglesias no se parece en nada a la que llevan los que tienen
que ganarse el pan con el sudor de su frente. Predica una cosa, y hace
exactamente lo contrario. Todo el mundo
sabe, que este comunista ejemplar, tanto si peina coleta como si peina moño, se
sirve de la política para acrecentar su riqueza y disfrutar así de un bienestar
mayor. Y sin embargo, obliga a los más desfavorecidos a seguir siendo pobres y
a pasar necesidades. Les roba hasta la más mínima posibilidad de adquirir
bienes con su trabajo y de aumentar sus propiedades privadas, obligándoles a
vivir perpetuamente en la penuria y la miseria.
Para desarrollar su proyecto político en
España, el chantajista Iglesias intentará
acabar definitivamente con los pocos vestigios que quedan de la antigua y
pujante clase media. No cabe duda que, mientras haya ciudadanos que mantengan
cierta autosuficiencia económica, no habrá manera de imponer su propio modelo
dictatorial. En consecuencia, tratará de solucionar el problema arruinando a
los que, mal que bien, aún se valen por sí mismos.
No necesitamos recurrir a un arúspice experimentado
para averiguar los planes de este desvergonzado sujeto, para liquidar nuestro
régimen constitucional y acabar irremisiblemente con la poca libertad que nos
queda a los españoles. Para conseguir semejante objetivo, Pablo Iglesias se dedica a complicar la vida al mundo del trabajo,
sembrando odio y jaleando la violencia social para destruir empleo.
Desde que logró instalarse como un miembro más
de la denostada ‘casta’, al dirigente de la formación morada le corroe la
ratería y la mezquindad más extrema. No quiere, claro está, que sus antiguos compañeros de fatiga sigan su
propia trayectoria y terminen formando parte también de la dichosa ‘casta’. Así que, para
que no puedan liberarse fácilmente de su bondadosa y despótica opresión, hará
todo lo posible para que España siga siendo un país subsidiado, endeudado y, por
qué no, hasta sin empresas.
Hay que tener en cuenta, que el desquiciado Iglesias mantiene viva la obsesión de doblegar a los españoles con la revolución
bolivariana de Venezuela, que es tan siniestra y letal como el viejo
comunismo soviético. Y busca, cómo no, la manera de allanar el camino,
empobreciendo aún más a los sufridos
ciudadanos de a píe. Sabe que los menesterosos, los que dependen de las
colas del hambre y del Estado para subsistir son extremadamente obedientes y
siguen ciega y sumisamente las indicaciones de quien les ayuda a vivir.
Y como Pablo
Iglesias tiene cara para eso y mucho más, pasa olímpicamente de los
derechos humanos más elementales y hasta del Estado de Derecho, ocupándose
exclusivamente de abrir el camino hacia
el totalitarismo. No es necesario
advertir que, con ese comportamiento ilógico, no creamos riqueza y tampoco
producimos bienestar. Crecerá exageradamente, eso sí, la pobreza y la miseria
y, si no reaccionamos a tiempo, perderemos hasta el más mínimo vestigio de
libertad humana. A cambio, se nos ofrece el tan traído y llevado paraíso
que, como es sabido, termina siempre en el conocido infierno comunista.
No preocuparía mucho, si un golpista de opereta
como Pablo Iglesias actuara solo. En
ese caso, ya no sería escuchado nada más que por algún bucanero que otro. Pero
desgraciadamente cuenta con el respaldo
explícito del presidente del Gobierno que padecemos, el desafortunado Pedro Sánchez. Es evidente que el
presidente Sánchez ha dado muestras
más que sobradas de su incapacidad para realizar cualquier tipo de gestión. Y en este caso
concreto, hace más daño por el puesto institucional que ocupa, que por lo que
pueda decir o hacer. Y esto deteriora
nuestro Estado de Bienestar y acaba con buena parte de nuestra libertad
pública.
Gracias a la colaboración de Sánchez, el insaciable Iglesias ya
ha conseguido prohibir los despidos laborales por culpa del Covid-19. También
ha logrado cambiar la ley anti-desahucios para proteger convenientemente a los
ocupas, mientras dure el estado actual de alarma. Y lleno de satisfacción, no
se cansa de celebrar la nueva Ley de Dependencia, que promete
ayuda estatal a más de cuatro millones de españoles. De momento, esas ayudas no
llegan. Pero eso es lo de menos, ya que los comunistas dan mucha más
importancia a la propaganda que a la realidad.
Y como Pablo
Iglesias es un bellaco incorregible, se aprovecha descaradamente del apoyo
que recibe de Sánchez, para lanzar
toda clase de diatribas, desde dentro del Gobierno, contra la Corona en general
y, de una manera muy especial, contra el propio rey Felipe VI. Y tiene la poca vergüenza de derrochar igualmente odio y
hostilidad contra la Iglesia, la libertad de expresión, la propiedad privada y hasta
contra la legalidad vigente. Y el presidente del Gobierno, faltaría más,
procura disimular, no sé si porque está de acuerdo con su vicepresidente, o
simplemente porque le necesita para seguir disfrutando de La Moncloa.
Ahora, es verdad, Pablo Iglesias ya no es ni vicepresidente, ni siquiera ministro del
Gobierno. Y esto ha servido para que
mucha gente lanzara cohetes al aire, porque Pedro Sánchez se ha librado finalmente del marrullero Iglesias. Y no es así. Yo no sé si hay
diferencias más o menos insalvables entre ambos, si la deriva totalitaria del
presidente es similar o no a la de su vicepresidente.
No obstante, sí podemos afirmar que el cese del
guerrillero Pablo Iglesias no fue
nada más que una escueta estratagema política para que todo siga igual. Y de
hecho, nada ha cambiado con su salida del Gobierno, ya que el pacto
social-comunista sigue intacto de momento. Y por si fuera esto poco, el
revoltoso Iglesias sigue influyendo
directamente en las decisiones del Ejecutivo.
Es indudable que Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias se odian profunda y sinceramente. Pero a pesar de todo, seguirán
apoyándose mutuamente, porque quieren mantenerse al frente de sus respectivos
proyectos políticos. Ambos líderes pretenden acabar, de una vez por todas,
hasta con el último vestigio del régimen del 78. Precisamente por eso, se han
solidarizado con los separatistas, y los animan a que insistan con sus planes
insolidarios, porque saben que, rompiendo
la unidad de España, resulta mucho más fácil recuperar la República.
Y como Pablo
Iglesias es más radical y más rocambolesco que el presidente Sánchez, no tiene empacho en conspirar
públicamente contra la monarquía parlamentaria, para sustituirla, sin más
preámbulos por una república comunista y bolivariana, como la que rige en
Venezuela. Y tenemos a todos los cipayos y a los matones que le rodean, obligados
por su propio líder, cometiendo el
disparate de alborotar y agitar artificialmente la calle, para acelerar la
llegada de la nueva República.
Gijón, 18 de abril de 2021
José Luis Valladares Fernández
Pedro y Pablo,dos caras de una misma moneda llamada a intentar destruir a la vieja y inmovilizada nación Ibérica,saludos,😅
ResponderEliminarEso es lo que llevan intentando desde que accedieron al Poder. Y lo peor de todo es que la gente no se entera. Saludos
EliminarQuienes de verdad encuentran el paraíso, son ellos.
ResponderEliminarLamentablemente, así es.
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