No sé si Pedro Sánchez se acordará actualmente del sermón que soltó en el
Parlamento el 25 de julio de 2019, en la sesión de su fracasada investidura
como presidente del Gobierno. Pero los que pensábamos, ya de aquella, que semejante
candidato no estaba capacitado para regir los destinos de España, recordamos
perfectamente toda su perorata.
Al secretario general del PSOE
se le había antojado, por encima de todo,
ocupar la Presidencia del Gobierno de España y, quién lo iba a decir, terminó, saliendo con la suya. Pero hay que
reconocer que si Pedro Sánchez destaca por algo, es precisamente por su
vanidad y por su desmedida arrogancia. Y aunque ya era presidente con todas las
consecuencias, no estaba plenamente satisfecho, porque no había accedido al
cargo en circunstancias normales, tras un proceso electoral y la
correspondiente sesión de investidura, como habían hecho todos los demás
presidentes de la democracia.
Y para llegar a La Moncloa, el
presidente Sánchez no hizo ascos a
nada. Y sin pensarlo dos veces, basó su moción de censura en un inciso
improcedente que el juez progresista José
Ricardo de Prada introdujo maliciosamente en la sentencia de Gürtel para
perjudicar al Partido Popular. Según ese inciso, que sería retirado
posteriormente por el Pleno de la Sala
de lo Penal de la Audiencia Nacional por su evidente falta de imparcialidad,
quedaba acreditada, sin más, la existencia de una caja B en el partido que
dirigía Mariano Rajoy.
Y como ante todo había que ser
presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
estaba dispuesto hasta agarrarse firmemente a un clavo ardiendo para no fallar.
No olvidemos que la moción de censura, por sí misma, no le garantizaba el éxito.
Para salir airoso, necesitaba obviamente contar con el apoyo mayoritario de las
fuerzas políticas parlamentarias. Así que, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se
vendió miserablemente a los enemigos declarados de la unidad de España. Y
cuando llegó el momento de la verdad, votaron a favor de la moción de censura,
además de Podemos, todos los nacionalistas y los independentistas periféricos.
Y al contar con el respaldo
generalizado de todas las fuerzas progresistas, Sánchez
se comprometió seguidamente a formar un
Gobierno “de transición” que, además
de asegurar la “gobernanza”, recupere
también la “normalidad democrática”,
que había sido puesta en entredicho por la corrupción del Partido Popular. Y
una vez conseguido ese objetivo, convocaría elecciones generales anticipadas
sin dilación alguna.
No obstante, hay que advertir
que, de momento, no hay constancia de la existencia de esa caja B en el partido
líder de la oposición. Estamos simplemente, como y vimos, ante una afirmación
gratuita e interesada del juez José
Ricardo de Prada. De ahí que la moción de censura, aparentemente al menos,
muestre ciertos visos de irregularidad.
Y aún hay más, ya que el éxito de esa moción de
censura se fraguó realmente con una cantidad de síes determinada que, más que apoyos a Pedro Sánchez, eran noes
rotundos a Mariano Rajoy. Si todos
aquellos síes hubieran sido suyos, no
habría tenido problemas con los presupuestos presentados para 2019 ni, por
supuesto, en la sesión de investidura de julio de ese mismo año.
Con las elecciones generales,
que se celebraron el 28 de abril de 2019, el presidente Sánchez esperaba acabar, de una vez por todas, con esa sensación de
provisionalidad al frente del Gobierno que tanto le molestaba. Y aunque ganó
esos comicios con una ventaja verdaderamente pírrica, se presentó a la
investidura completamente ilusionado, pensando que, a partir de entonces,
podría ostentar el cargo con toda normalidad.
Pero llegó el 25 de julio,
fecha de la segunda votación de la sesión de investidura, y el jefe del
Ejecutivo en funciones, Pedro Sánchez,
pidió confiadamente el apoyo de la Cámara para ser investido presidente, que es
“el mayor honor que puedo asumir como
ciudadano, como español y como demócrata”. Pero el resultado siguió siendo
tan negativo como el que se produjo dos días antes en la primera votación. Solo
votaron afirmativamente los miembros de su propio grupo y el diputado del
Partido Regionalista de Cantabria, obteniendo en total 124 síes, 155 noes y 67 abstenciones.
Es sabido que, para acabar
definitivamente con aquella situación anómala y salir así de ese prolongado ‘impasse’,
el presidente Sánchez había ofrecido
a los de la formación política de Unidas Podemos formar un Gobierno de
coalición y disfrutar, incluso, de una vicepresidencia. Pero está visto que a Pablo Iglesias, dirigente máximo de ese
partido, le seguía pareciendo insuficiente esa oferta. Y esto fue determinante
para que, en la última y decisiva votación de investidura, volviéramos a
encontrar entre los abstencionistas a los diputados de Podemos.
No es de extrañar, que Pedro Sánchez se sintiera tremendamente
defraudado con la decisión adoptada por el principal responsable de Podemos en
aquella sesión de investidura. Esperaba normalizar su situación con el respaldo
de Pablo Iglesia y de todas sus
huestes, y esa inesperada abstención, claro está, terminó sacándole de quicio.
Y movido por esa frustración y
por la sensación de haber sufrido inevitablemente un enorme fracaso, el presidente del Gobierno
en funciones no pudo contenerse y, antes de proceder a la votación decisiva, comenzó
a lanzar duras invectivas contra el líder bolivariano de Podemos. En esa
encendida perorata, Iglesias tuvo
que escuchar muchas y airadas reconvenciones: “No hay humillación en una oferta que incluye una Vicepresidencia y
tres ministerios de hondo contenido social”. Y le acusó directamente de
querer controlar el Gobierno: "Debe
haber un gobierno cohesionado, no dos gobiernos en uno, señor Iglesias".
Y sin variar un ápice la aspereza
de su discurso, Pedro Sánchez siguió
afeando el comportamiento del dirigente morado. Y después de criticar su “falta de experiencia” en cualquier clase
de gestión estatal, afirmó rotundamente algo que sentó muy mal a Pablo Iglesias: “No se puede poner la Hacienda pública en manos de alguien que jamás ha
gestionado un presupuesto”.
Y sin dejar de berrear severas
diatribas contra el nuevo miembro de la otrora
vituperada casta política y contra sus secuaces, el presidente en funciones procuraba
adornarse públicamente con toda una serie de imaginadas virtudes y cualidades
que, por lo visto, no existían nada más que en su mente calenturienta.
Y sin que nadie se lo pidiera,
Pedro Sánchez sacó a relucir su supuesta
lealtad a sus principios y a sus inalterables convicciones, proclamando
solemnemente que no estaba “dispuesto”
a formar Gobierno “a cualquier precio”.
Y zanjó aquel enfrentamiento con una afirmación que ni él mismo se cree: "Si me hace elegir a renunciar
a la presidencia de España o a mis convicciones, elijo mis convicciones,
elijo proteger a España".
No podemos olvidar que el
presidente del Gobierno, que padecemos, ha vivido siempre en los mundos de Yupi y Astrako, la
famosa pareja de alienígenas que aterrizó en la Tierra por una inoportuna
avería en su nave espacial. Lo que quiere decir que ha vivido perennemente de
espaldas a la realidad, lo que le lleva a no enterarse de nada de lo que pasa a
su alrededor. En consecuencia, casi todas
sus actuaciones o rayan en el ridículo o resultan francamente esperpénticas.
Ni que decir tiene, que Pedro Sánchez llegó a La Moncloa sin
tener proyectos claros y ambiciosos para
España. Toda su ambición se reducía a conservar la dichosa poltrona. Y el
resultado no se ha hecho esperar. Con personajes así en el Gobierno, no vamos a
ninguna parte. Justamente por eso, ya hemos perdido hasta la poca relevancia
diplomática que teníamos en el escenario internacional. Nos miran habitualmente
por encima del hombro y hasta se ríen de nosotros. Y cuando menos lo esperamos,
nos estallan crisis como la de ahora con Marruecos.
Y para mayor desgracia, todos
los miembros del equipo de gurús que dirige Iván Redondo, han visto la película ‘Salvar al soldado Ryan’ de Steven
Spielberg, y quieren hacer exactamente lo mismo con el líder socialista. Por
eso, se despreocupan de España y de las necesidades de los españoles, para
centrar todo su esfuerzo en librar a Pedro Sánchez de las dificultades que
ofrece la implicación directa en los actos de gobierno cotidianos.
Mientras el jefe del Gabinete de Presidencia y su tropa
exprimían su ingenio para encontrar proyectos futuros, llenos de fantasías, que
colmen satisfactoriamente el desmedido
ego y la insaciable ambición de este doctor de chichinabo, el Covid-19 seguía
haciendo de las suyas y aparecían nuevas variantes del virus que enrarecían aún
más la convivencia social. Y por si fuera esto poco, la mala gestión de la
pandemia provocaba graves problemas económicos por el cierre de muchas empresas
y el aumento descontrolado del paro.
Y como no hay dos sin tres,
cuando parecía que empezábamos a controlar el coronavirus, tuvimos que
afrontar, ahí es nada, la mayor crisis migratoria de nuestra historia que rompió
todos nuestros esquemas. Entre el 17 y 18 de mayo pasado, utilizando
principalmente los espigones de las playas de Benzú y El Tarajal, entraron en
la ciudad autónoma de Ceuta más de 8.000 inmigrantes irregulares, entre los que
había también muchos niños. Y esta invasión, digámoslo claramente, ocasionó una
crisis humanitaria de proporciones considerables, ya que España no estaba
preparada para una llegada masiva de personas foráneas.
De todos modos, los problemas actuales
tienen muy poca importancia, ya que con las fantasías de la ‘España
2050’, que nos vendió recientemente el presidente Sánchez, quedan todos resueltos. Según ese equipo de su confianza,
en 2050 podremos ser más pobres, pero
seremos inmensamente felices.
Gijón, 3 de junio de 2021
José Luis Valladares Fernández
Vender humo se le da de maravilla. ¿Quién le cree a estas alturas? Ni en su propio partido lo hacen.
ResponderEliminarEn realidad, es lo único que sabe hacer, presumir y vender humo
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