sábado, 19 de septiembre de 2009

LA SIMBOLOGIA DEL PUÑO EN ALTO

Con motivo de la farsa política de Rodiezmo y desde un animado chat, Mariano Rajoy supo sacarle punta a la llamativa foto de personas que aparecían disfrazadas de obreros. Uno de los internautas le pide a Rajoy su opinión por el hecho de que gente importante del PSOE aparezca en la foto de esa guisa. La respuesta no se hizo esperar: “¡Esta si que es buena!”. Y echando mano de su proverbial sorna gallega agregó: “mientras no me lo estampen en la cara… me da igual”. A continuación, y ya en serio, da su acertado parecer: produce tristeza que “personas que apenas superan los 30 años estén con el puño en alto”. Y apostilló: “¿Qué pasaría si apareciese alguno con la mano extendida?”.
La patulea pretendidamente progre del PSOE, al sentir el escozor de la acertada puya, se lanzó sin miramientos a la yugular de Rajoy. En su mayoría, se trata de personas que practican la liturgia del pañuelo rojo al cuello y el puño en alto con un arrobo angelical extraordinario, por si esto les sirve para seguir medrando a costa de los presupuestos del Estado. Y, claro, no toleran que alguien les diga a la cara, lo que ellos mismos reconocen en su fuero interno. De ahí el enfado y el desmedido ardor con que atacan al presidente del PP.
Y a éste furibundo ataque de miembros del PSOE, se suman descaradamente sus palmeros de siempre, los agradecidos voceros mediáticos, el mundo de la farándula y cuantos viven al son que marcan las subvenciones. Estaría muy bien que Miguel Ángel Vázquez se aplicase a sí mismo la receta que él recomienda a Mariano Rajoy, el dicho de Groucho Marx: “Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente”. Ya que es él y no Rajoy quien desconoce la historia o se empeña en leerla al revés.
Habrá que recordar a toda esta gente que ambos gestos, levantar el brazo con la mano abierta o el puño cerrado, tienen un padre intelectual o filosófico común, o al menos el abuelo: G. F. Hegel. Hegel, como consecuencia de la guerra de los Treinta Años, se encuentra con una Alemania muy atrasada política y económicamente. En realidad, no existía como estado moderno. Hasta la propia justicia estaba marcada por un poder feudal, sumamente despótico y arbitrario. No había libertad, y la censura marcaba límites a la propia libertad de expresión. Y hasta la misma cultura era objeto de repudio y de desprecio.
Ante esta situación, Hegel se revela y emprende la tarea de desarrollar la idea o concepto de un Estado racional y moderno. Para ello, acude a la dialéctica. Una vez superada la dicotomía planteada por Kant sujeto-objeto, busca la manera de mostrar al ser en su totalidad y llega a la conclusión de que la nación es una mera abstracción. Por lo tanto no existe. El Estado, en cambio, si existe ya que responde a una realidad totalmente comprensible, con poder y con estructura propios y que utiliza las leyes y las normas para comunicarse con los ciudadanos.
Dejando a un lado toda otra disquisición filosófica, este concepto del Estado da origen a los totalitarismos que hemos vivido a lo largo de la historia. El desarrollo completo de la teoría hegeliana del Estado se la debemos a los numerosos seguidores o discípulos que tuvo Hegel, dejando cada uno sus tics personales. Dentro de estos nos encontramos con dos tendencias muy claras. La más ortodoxa, representada por Nietzsche, Wagner, Stöcker y F. Naumann, conjuga muy bien el nacionalismo y el socialismo obteniendo una perfecta síntesis “Nacional-social”. Llevado posteriormente esto a la práctica, dio origen al nacionalsocialismo o al fascismo, doctrina política que pretendía instaurar un corporativismo estatal totalitario y una economía claramente dirigista.
La otra corriente o tendencia, representada por D. Strauss, B. Bauer y sobre todo por K. Marx y F. Engels, pone el énfasis en el método dialéctico aplicado a la realidad. Este desarrollo cristaliza en lo que conocemos como marxismo. El marxismo, al igual que el fascismo o el nazismo, es también totalitario. En ambos regímenes políticos, la libertad brilla por su ausencia y el estado ejerce todo el poder de un modo absoluto. Marxismo y fascismo, en la práctica tienen el mismo modelo político. Ambos se hacen representar por lo que conocemos por partido único, que se funde con las instituciones del Estado. Ambos sistemas exaltan la figura del jefe, que tiene un poder ilimitado y se manifiesta a través de la autoridad ejercida de un modo jerárquico. La única diferencia que encontramos entre un sistema y otro es el racismo. El fascismo o nacionalsocialismo basa su desarrollo en supuestos étnicos claramente racistas, mientras que el marxismo, no.
El saludo fascista, que es una simple variante del saludo romano, fue adoptado primero por el Partido Nacional Fascista de B. Mussolini y más tarde incorporado por el Nacionalsocialismo, como gesto de lealtad hacia su líder Adolf Hitler.
El saludo con el puño en alto nace con la II Internacional en 1889. El 14 de julio de ese año se celebra en París el Congreso que dio origen a esta II Internacional, cuyo objetivo era borrar las diferencias surgidas entre la tendencia marxista y la anarquista pilotada por Bakunin. Aunque el anarquismo quedó fuera de la unidad del mundo obrero, el socialismo y el comunismo impulsan unidos de nuevo la lucha obrera. El puño en alto pasó a ser un gesto de connivencia entre socialismo y comunismo y que representa la lucha obrera o, más concretamente, la lucha de clases. Se trata de un elemento que simbolizaba claramente la confrontación entre clases sociales.
Los partidos socialistas de los países de nuestro entorno que tienen cierta relevancia, hace ya años que abandonaron ese gesto del pasado, tan anacrónico como el saludo fascista. Es más, si el PSOE prescindiera de semejante mímica, creeríamos que su abandono del marxismo, en tiempos de Felipe González, fue real y sincero y no una manifestación oportunista.
Hasta sería de agradecer que en el PSOE, los encargados de remozar la imagen del partido, aceleren la finalización del nuevo logotipo que tienen en proyecto. La rosa blanca sobre un fondo rojo estaría más acorde con los tiempos actuales que el anacrónico puño y la rosa. El puño, aunque ahora se empeñen en negarlo, siempre ha sido un símbolo de clara confrontación de clases sociales.
Aunque espero equivocarme, Ciprià Ciscar y los que se ocupan de renovar la imagen del PSOE, lo van a tener muy difícil, ya que aún hay, dentro del partido, muchas personas ancladas en la prehistoria y que miran a toda esta parafernalia con verdadero romanticismo. Incluso, añoran aquellos tiempos y hasta cantan la internacional con verdadera pasión. Se da la curiosa paradoja de que estos progres de guardarropía llevan en el corazón al partido de clase y se comportan como si se tratase de una sociedad limitada, encargada de gestionar el hipotético estado de bienestar y, a la vez, aspiran al enriquecimiento personal. Pero, eso sí, con ínfulas de pobres y de simples obreros. Hay otros que simplemente se dejan llevar, y no piensan que el puño y la internacional son el santo y seña del marxismo. Doctrina ésta que tiene a sus espaldas millones y millones de muertes, muchas más que el fascismo.
La desaparición del puño del emblema del PSOE significaría un buen paso hacia la modernidad. Con rosa o sin rosa, el puño sobra. Lo mismo que el puño en alto: prescindir de ese gesto anacrónico, sería un acto de coherencia con el tiempo en que vivimos y, sobre todo, con el proyecto político avalado por la socialdemocracia.

Gijón, 15 de septiembre de 2009

José Luis Valladares Fernández

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