La
tribu catalanista, que creció y se fortaleció al amparo del Estado de las
Autonomías, ha propagado interesadamente
el bulo de que Franco había proscrito el catalán y perseguía sin piedad a los
se atrevían a utilizarlo. Y son muchos, dentro y fuera de Cataluña, los que se
han creído semejante infundio. De ahí que nos encontremos a veces con personas
que meten en el mismo saco al anterior jefe del Estado y a los actuales
soberanistas cuando dicen: "se está haciendo con el castellano lo que en
época de Franco se hizo con el catalán".
Es
cierto que los nacionalistas, ante la dejación incomprensible del Poder
central, llevan ya mucho tiempo poniendo
todo tipo de trabas a la enseñanza del español. Han impuesto un sistema de
inmersión lingüística totalmente injusto con la intención perversa de marginar
el castellano y hacer que desaparezca prácticamente de la enseñanza
obligatoria. Han tenido incluso la desfachatez
de sancionar a los comerciantes por emplear el español al rotular sus
establecimientos y sus servicios. Y Franco nunca hizo eso. Persiguió, eso sí, a
los que hacían un uso político del
catalán y lo utilizaban intencionadamente como arma de construcción nacional,
pero nunca al catalán como lengua.
Aunque
los nacionalistas excluyentes han esgrimido profusamente esa acusación, nadie
podrá encontrar documento alguno que nos demuestre que, durante el franquismo,
se prohibió alguna vez expresarse en catalán. Si encontramos, sin embargo,
abundantes datos que nos indican el apoyo incondicional del régimen a las manifestaciones
culturales de dicha lengua. Ahí están, por ejemplo, los certámenes creados
durante esa época para premiar obras escritas en catalán, lo que demuestra que
no hubo inquina por parte de Franco contra el catalán. También hubo, durante
esa época, multitud de exposiciones de
libros catalanes, organizadas por el poeta y crítico literario de Manresa,
Guillermo Díaz Plaja.
Destacan,
entre otros certámenes, el “Rafael
Campalans”, creado para premiar estudios sociales relevantes; el “Amadeu Oller”
para poesía; y nada menos que tres certámenes, el “Folch i Torras”, el “Ruyra”
y el “Sagarra”, para premiar obras de teatro. Hasta se creó el “Carles Cardó”
destinado a premiar ensayos religiosos destacados. En 1945, por ejemplo, el
régimen franquista contribuye con su apoyo, y la correspondiente subvención, al
éxito de la celebración del centenario de Mossen Cinto Verdaguer, el llamado
“Principe de los poetas catalanes”. En 1947 se concede el premio “Joan
Martorell”, para novela escrita en catalán, a Celia Suñol y a María Aurelia
Campmany.
Colaboraron
con el franquismo personajes catalanes de la talla de Eugenio d’Ors que, en
plena Guerra Civil, se traslada de París a Pamplona desde donde colaboró
positivamente en la reorganización de las instituciones culturales del llamado
bando nacional, en el que combatían sus tres hijos. Fue Eugenio d’Ors el que
consiguió la recuperación de los fondos del Museo del Prado, que habían sido
sacados de España por el Gobierno de la
República durante la guerra. Y durante muchos años, representó decorosamente al
franquismo en los distintos foros culturales europeos. También José Pla, el
escritor más leído en lengua catalana, abandonó apresuradamente la Cataluña
republicana en septiembre de 1936, para regresar dos años más tarde a San
Sebastián, que estaba ya en poder de Franco. Y en enero de 1939 entra en
Barcelona formando parte del ejército nacional.
Ante
el avance imparable de las tropas de Franco por Cataluña, y la huida
precipitada del Gobierno de la República, se produce la gran desbandada del
ejército republicano, completamente hundido y desmoralizado, camino de la
frontera con Francia. La entrada en Barcelona del ejército nacional fue
apoteósica. En ninguna de las otras
ciudades conquistadas hasta entonces hubo el entusiasmo desbordante, la alegría y la cordialidad que en la toma de
Barcelona. Una marea humana se echo espontáneamente a la calle para aclamar y
aplaudir a unas Fuerzas Armadas que llegaban presumiblemente con pan y con ley bajo el brazo.
Los
conversos de última hora al anti franquismo, que comenzaron a aparecer a partir
de la transición democrática, lo niegan categóricamente. Pero Franco fue recibido
con vítores y aplausos en Barcelona en el desfile de la Victoria de febrero de
1939 y en todas sus posteriores visitas a Cataluña. Hay cantidad de documentos
gráficos que lo atestiguan. Y Franco nunca olvidó esos recibimientos, como
tampoco olvidó que Barcelona le dio más
voluntarios para la Guerra Civil que ninguna otra provincia española. Y supo
agradecérselo sinceramente poniendo en marcha un colosal programa de inversiones en Cataluña.
Por
supuesto que trajo a raya a los catalanes rebeldes, empecinados en hacer
política y no porque quisieran precisamente
una Cataluña independiente. Por razones obvias, no consentía veleidades
peligrosas y enfoques políticos distintos a los suyos, ni a los catalanes, ni a
los ciudadanos de las demás regiones españolas. Estaba aún muy cercana la terrible
tragedia derivada del comportamiento totalmente irresponsable de los políticos
de entonces, que llegaron hasta institucionalizar la violencia para conseguir
por las buenas o por las malas sus propios intereses partidistas.
Es
cierto que, a medida que pasaban los años y se alejaba el fantasma de la
fratricida Guerra Civil, comenzaron a surgir antifranquistas ocasionales, sobre
todo en zonas industriales y mineras. La estrategia era siempre la misma, en
las provincias catalanas y en las demás provincias españolas. Trataban de
introducirse clandestinamente en las estructuras mismas del régimen, sobre todo
en el sindicato vertical. Y en esto eran especialmente maestros los comunistas.
Buscaban la manera más efectiva de debilitar al franquismo, combatiéndolo desde
dentro.
Mientras
vivió Franco, hubo en Cataluña, como en toda España, algún que otro
antifranquista ocasional, pero no muchos. El más significativo fue
indudablemente el discutido monje Dom Aureli María Escarré, Abad del Monasterio de Montserrat, convertido
posteriormente en todo un mito del independentismo actual. La propaganda
catalanista, además de como alguien de los suyos, nos lo presenta como un
dechado de virtudes cristianas y monacales totalmente excepcionales. Hasta su
mismo lema abacial, propter domum Domini, podría hacernos pensar que vivió y trabajó
exclusivamente para la casa del Señor.
Pero
ni la propaganda interesada de los independentistas catalanes es cierta, ni
concuerda su vida con lo que reza su
lema abacial. El Abad Escarré fue un monje benedictino tremendamente ambicioso
y oportunista. Según cuentan otros monjes compañeros suyos, hasta se olvidaba
con frecuencia de cumplir debidamente con su voto monástico de pobreza. Y más
que un monje, preocupado por vivir íntimamente el Evangelio, parecía un
falangista más de los que abundaban en aquella época. Y por supuesto, era tan autoritario como
ellos.
Por
su ideología y por su manera de concebir la vida, no es de extrañar que se
llevara muy bien con los miembros del
Gobierno de Franco, con quien mantuvo, durante un tiempo, una estrecha amistad.
Fruto de esa amistad personal con el
anterior jefe de Estado fue la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el
Sabio, que se le concedió en el año 1945. Pero la ambición desmedida del Abad
Escarré no conocía límites y quiso convertirse en Cardenal Arzobispo de
Tarragona, pretensión que mantuvo durante varios años. Y mientras llegaba y no
ese nombramiento, se le antojó ocupar la abadía del Monasterio de la Santa Cruz
del Valle de los Caídos, cuyas obras estaban a punto de finalizar.
Pero
Franco optó por el benedictino Fray Justo Pérez de Urbel, otro falangista
bastante más fiable y mucho mejor preparado intelectualmente que el Abad
Escarré, para hacerse cargo de esa nueva abadía. Fray Justo Pérez de Urbel
formaba parte de los entresijos del régimen y, en aquel momento, era miembro del
Consejo Nacional del Movimiento y procurador en las Cortes Españolas. El
orgullo del abad de Montserrat no aguantó más. Despechado y lleno de rencor,
inicia su etapa crítica con el franquismo con unas declaraciones explosivas en
el periódico francés “Le Monde” del 3 de diciembre de 1963. “Donde no hay libertad auténtica -decía-, no
hay justicia, y esto es lo que ocurre en España”. Y agregaba: “No tenemos tras
nosotros veinticinco años de paz, sino veinticinco años de victoria. Los
vencedores, la Iglesia incluida, que fue obligada a luchar al lado de ellos, no
ha hecho nada para acabar con la división entre vencedores y vencidos”.
A
partir de esta fecha, las desavenencias de Aureli María Escarré con el régimen
fueron en aumento y, al final, no tuvo más remedio que abandonar España y
exiliarse a Italia. Esto fue aprovechado interesadamente por los disidentes
franquistas de entonces para hacer del Abad Escarré todo un mito popular del
catalanismo. Los nacionalistas de hoy día mantienen ese mito y nos le presentan
como el más valiente de los separatistas catalanes. Obvian intencionadamente
una frase suya, posterior a las polémicas declaraciones a “Le Monde”: “Los
catalanes en gran mayoría, no somos separatistas. Cataluña es una nación entre
las nacionalidades españolas. Tenemos derecho como cualquier otra minoría, a
nuestra cultura, a nuestra historia, a nuestras costumbres que tienen su propia
personalidad dentro de España. Somos españoles, no castellanos”. No niega su
españolidad; dice simplemente que no es castellano.
Con
la transición española a la democracia, se produce la mayor desbandada de
eminentes franquistas que aterrizan
precipitadamente en el nacionalismo catalán más extremo, de corte claramente
independentista. Fueron muchos los jerarcas
del régimen que, acostándose
franquistas, despertaron al día siguiente siendo consumados demócratas, prestos
a ocupar puestos destacados en las listas de CiU o en las del PSC. Entre los
que estrenaron nueva chaqueta ideológica con la transición, tenemos a Miguel
Montaña, a Enrique Olive, a José María Coll, a Joaquín Molins López-Rodo y a José Torras Trías.
Todos
estos conversos fueron ampliamente premiados por Franco por su lealtad
inquebrantable al régimen. Todos ellos fueron nombrados directamente por Franco
alcaldes de Lérida, de Tarragona, de Sant Celoni, de Barcelona y de Badalona
respectivamente. Todos ellos formaban parte del famoso Movimiento y algunos
desempeñaron además el honroso cargo de procurador en las Cortes de Franco.
Gijón,
10 de diciembre de 2012
Que razon llevs en este post.Yo conoci la Barcelona de 1960,y me acuerdo que hasta habia dos teatro que daban obras en catalan.un saludo,
ResponderEliminarHola, José Luís:
ResponderEliminarParece que en esa Barcelona todos eran franquistas.
¿Y no tendrán memoria....? Memoria histórica.
Un abrazo, José Luís.
Vascongadas y Cataluña fueron las dos regiones españolas más privilegiadas por el franquismo. A modo de ejemplo decir que comprábamos máquinas vascas o textil catalán a pesar de ser más caros y de peor calidad que el procedente de Alemania o Inglaterra, respectivamente.
ResponderEliminarCataluña ya disfrutaba de autopistas en los años 60 mientras que en Asturias tuvimos que esperar hasta 1974 a que nos empezasen a construir la Y.
Los separatistas manipulan mentes e Historia. Y luego llaman " fachas " a quienes les cuentan la verdad.
Felicidades por tu blog.
Muy interesante el desenlace de esa saga. Estoy de la opinion que un pueblo que tiene mucho caracter, sentido de la religion, o corazon, nunca siente la neccesidad de defender a su propia existencia e identidad.
ResponderEliminarUn saludo, Edwin
Se deben poner amarillos cada vez que salgan estas imágenes jaja, me parece que aún no le han retirado el carnet de socio del "Farsa" porque de ser así muchos se enterarían de que es honorífico...en fin, éste fue el que empezó la nefasta costumbre de favorecer a estos y a los vascos en todo y continuamos en las mismas.
ResponderEliminar"Nadie podrá encontrar documento alguno que nos demuestre que, durante el franquismo, se prohibió alguna vez expresarse en catalán"
ResponderEliminarPero todos conocemos, unos en primera persona, y otros por testimonios directos que en Cataluña podía utilizarse el catalán para escribir, hacer obrasa de tetatro y hasta para la Misa de Monserrat.
Esos caciquillos solo tienen la importancia que el Gobierno de turno les quiera dar cara a sus propios intereses electorales.