V – La
supuesta fundación de Cataluña
En abril del año 711, Tariq ibn Ziyad desembarca en la bahía de
Algeciras con un poderoso ejército de bereberes y comienza con sus incursiones
bélicas para conquistar e islamizar toda la Hispania Visigoda. Tardaron unos
cuantos años en lograr semejante propósito, pero en el año 726 ya habían tomado
prácticamente toda la Península Ibérica y parte del sur de Francia, y
funcionaba ya el nuevo Valiato de Al-Ándalus, que dependía del califato
Omeya de Damasco.
Como los musulmanes eran unos vecinos conflictivos y sumamente
peligrosos, Carlomagno decide crear una especie de barrera defensiva para
aislar el Reino franco de los incómodos omeyas de Al-Ándalus. Con el
apoyo decidido de la población autóctona de las montañas, los carolingios
plantan cara a los sarracenos y logran liberar una amplia franja, que va de
Pamplona hasta Barcelona. Y todo ese territorio reconquistado pasó a ser la
famosa Marca Hispánica, integrada, como es sabido, por un número
determinado de condados.
Los condes eran nombrados personalmente por los propios reyes francos
utilizando, casi exclusivamente, personas de la aristocracia indígena o local.
Y como algunos de estos condes se desmandaron muy pronto y comenzaron a
gobernar sus condados con talante independentista, los carolingios comenzaron a
sustituir estos condes por otros de origen franco. Pero con el paso del tiempo,
el Imperio carolingio entró en crisis por culpa de las divisiones internas. Y
esto dio lugar a la consolidación de la
autonomía de los condados de la Marca
Hispánica, que comenzarán a liberarse poco a poco de los francos y
terminaran siendo finalmente hereditarios.
Wifredo el Velloso fue el último conde de Barcelona designado por un rey
franco y el primero que legó a sus hijos los condados que administraba. A
partir de ese momento, los condados de la Marca Hispánica comenzaron a
transmitirse por herencia y los monarcas francos se limitaban simplemente a
sancionar esa transmisión. De ascendencia visigoda, Wifredo el Velloso fue
nombrado conde de Barcelona como premio por situarse decididamente a favor del
rey galo Carlos II, llamado el Calvo, y dar la espalda a las manipulaciones
interesadas de la nobleza local.
De aquella, el Imperio carolingio arrastraba una situación de crisis
excesivamente grave y progresiva, y había comenzado a fragmentarse en
principados feudales. Y Wifredo el Velloso supo aprovecharse de esa situación
para reunir bajo su mando varios condados más, llegando a formar una entidad
política con una relevancia histórica francamente notable. Por este hecho, los
nacionalistas catalanes, que son tan dados a manipular la historia y fabricarse
pasados más o menos míticos y gloriosos,
dedujeron sin más, que el noble Wifredo acababa
de fundar la nación catalana. Y que Carlos II el Calvo, utilizando la
sangre del conde, había diseñado la ‘Senyera’.
Es verdad que birló a los francos la elección de sus sucesores, pero
Wifredo el Velloso, siguiendo fielmente la tradición de los condes de
ascendencia visigoda, nunca albergó sentimiento nacionalista alguno, ni intentó
jamás desvincularse del Imperio. Y si destacó por algo, fue justamente por su lealtad a los monarcas carolingios
Carloman II de Francia (879-884) y Carlos III el Gordo (885-888). Murió en Lérida, en año
897, en un enfrentamiento bélico con los musulmanes.
En un principio, sus hijos intentan gobernar y administrar
conjuntamente los condados heredados de su padre. Y este hecho sirvió para que
los aprendices de brujo del nacionalismo catalán afirmaran absurdamente que,
con la creación de esa entidad geográfica unitaria e independiente, nacía por
fin la nación catalana. Pero no fue así, ya que los mismos hijos de Wifredo no
tardaron mucho en desechar esa pretendida mancomunidad y comenzaron a regir
individualmente, cada uno su propio condado que, andando el tiempo,
testará a sus herederos particulares. Y
por supuesto, todos ellos continuaron con su lealtad a los carolingios.
De aquella, la vida en los condados catalanes era excesivamente difícil e
insegura y estaba llena de sobresaltos por culpa de las frecuentes y violentas
razias de los sarracenos. La situación se complicó aún más con los continuos intentos
de los usurpadores de ocupar la corona de los francos. El primer rey intruso
fue Eudes de Francia, de la dinastía de los Capetos, y se mantuvo en el trono
hasta el año 898, fecha de su muerte. Le sucede, esta vez sí, un rey de la
dinastía de los Carolingios, conocido como Carlos el Simple. Carlos III el
Simple había sido nombrado rey de Francia en el 893, pero mientras vivió,
siguió reinando Eudes de Francia
A la muerte de Eudes de Francia, entronizan a Carlos III el Simple
y le proclaman nuevamente sagrado rey
de Francia. Wifredo II Borrell que, a la muerte de su padre Wifredo el Velloso,
se había reservado el gobierno de los condados de Barcelona, Gerona y Osona,
decide rendir tributo al nuevo rey y lo visita en Francia, donde es investido
oficialmente como conde de las circunscripciones heredadas. Wifredo II Borrell
continuó con la obra repobladora de su padre y murió en abril del año 911. Como
no tuvo hijos varones, sus condados los heredó su hermano menor Suñer I.
Pero hubo más reyes intrusos como
Eudes de Francia, que terminan distanciando a los condes de la Marca
Hispánica del trono carolingio. En el año 921, por ejemplo, Roberto, el
conde de Paris, el hermano del anterior rey Eudes, fomenta una revuelta,
apoyada lamentablemente por una parte de la nobleza franca y por el clero. En
junio del año 922, sus partidarios terminan eligiéndole rey y obligan a Carlos
III el Simple a renunciar al trono. Carlos III se resiste y presenta
batalla a Roberto I de Francia, que
muere en el enfrentamiento bélico de Soissons, en el año 923.
Los grandes del reino siguen sin reconocerle como rey y, para suceder a
Roberto I, eligen a Raúl de Borgoña, de la dinastía de los Bosonides. Carlos
III el Simple se convierte así en un rey sin corona, y lo mantuvieron
encerrado en una de las torres del castillo de Péronne hasta el año 929, fecha
en la que se produjo su muerte. De todos modos, el reinado de Raúl I de Francia
fue sumamente complicado por culpa de las frecuentes embestidas de los
normandos y de las no menos peligrosas invasiones de los húngaros. Sin embargo,
supo salir airoso y se mantuvo en el trono hasta enero del año 936, fecha de su
muerte.
Tras la muerte de Raúl I de Francia, los carolingios volvieron nuevamente
por sus fueros y recuperaron el poder, sentando en el trono a Luis IV, el hijo
de Carlos III el Simple y de la princesa Edgiva de Wessex. Luis IV era conocido con el apodo de
Ultramar, porque paso su infancia y parte de su juventud en Inglaterra.
Pero las relaciones de los francos con los condes de la Marca Hispánica,
y de manera muy especial con el conde Barcelona, estaban ya tan deterioradas
que, en vez de ir personalmente el conde Suñer I a rendir homenaje a Luis IV,
en su lugar, fueron unos cuantos clérigos y algunos magnates del condado.
Después de luchar contra los islamitas en Lérida y Tarragona para ampliar
sus dominios, se hizo monje benedictino en el año 947 y se los cedió a sus
hijos Borrell y Miró, que los gobernaron
conjuntamente hasta el año 966, año en que muere Miró I. En esa fecha, Borrell II comienza a gobernar
en solitario los condados de Barcelona, Gerona y Osona y, por supuesto, el
condado de Urgel. Y en vez de guerrear como su padre, Borrell II procuró
llevarse bien con sus vecinos, los francos por el norte y Al-Ándalus por
el sur. Llegó incluso a intercambiar embajadores con el califato de Córdoba y
firmó un tratado de paz con el califa Al-Hakam II.
A partir del año 988, Borrell II compartió el gobierno de sus condados
con sus hijos, el primogénito Ramón Borrell y con Ermengol. En el año 992, tras
la muerte de su padre, Ramón Borrell comienza a gobernar en solitario los
condados de Barcelona, Gerona y Osona. Fue el primer conde de Barcelona que
acuño moneda, utilizando su propia imagen y su nombre. E imitando a su padre
Borrell II, se negó a renovar el
acostumbrado juramento de lealtad a los reyes francos. Muere en 1017, y le
sucede su hijo Berenguer Ramón I.
Cuando murió su padre, Berenguer Ramón I el Curvo era aún
menor de edad, y su madre Ermesenda asumió el papel de tutora y regente hasta
el año 1023. Y cuando Berenguer Ramón I cumplió los 18 años, como tenía un
carácter eminentemente débil e indeciso,
continuó sometido a la voluntad férrea de su madre, que continuó participando
activamente con su hijo en el gobierno de los condados.
Berenguer Ramón I muere en el año 1035. Y de acuerdo con su testamento,
su primogénito Ramón Berenguer I heredará el condado de Gerona y el de
Barcelona, exceptuando, claro está, el extremo sur, que va desde el rio Llobregat
hasta la frontera con los musulmanes. Su hijo Sanç recibió el condado del
Penedes, constituido con la zona que se desgajó del condado de Barcelona. Y
pasa a las manos de su hijo Guillermo el
condado de Osona. En ese testamento, se reconoce también la superioridad
jurídica de Ramón Berenguer I, lo que le
permite intervenir en los condados heredados por sus hermanos.
Y como los tres herederos de Berenguer Ramón I eran aún menores de edad
en 1035, tuvieron que quedar, también ellos, bajo la tutela de su abuela
Ermesenda que, hasta el año 1041 pasó a ser la única representante efectiva del
poder de esos condados. Este hecho molestó enormemente a los nobles que, por su
juventud, no habían conocido nada más que la ineptitud de Berenguer Ramón I y
el evidente autoritarismo de Ermesenda.
No es de extrañar, por lo tanto, que el joven Ramón Berenguer I haya estado,
durante varios años, en contra de su abuela y alineado claramente con los
barones jóvenes de sus condados que la detestaban con sinceridad.
A pesar de todo, Ramón Berenguer I termina reconciliándose con su abuela
y esto, claro está, irrita notablemente a los nobles jóvenes que, al sentirse
vilmente traicionados, desertan del ejército condal. Y hasta se produce un intento de golpe de estado que encabeza el
obispo de Barcelona y el vizconde Udalart, que fracasa rotundamente porque el
pueblo mantuvo su fidelidad inquebrantable al conde.
El conde Ramón Berenguer I no quiso dividir sus territorios y, cuando
murió en el año1076, los transmitió en condominio a sus dos hijos gemelos,
Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Pero estos dos hermanos, que no
estaban de acuerdo con la decisión paterna, mantenían graves y continuas
zaragatas, y eran incapaces de pactar algún acuerdo. Y contraviniendo la literalidad
del testamento paterno, llegaron incluso a dividir sus posesiones. Y así
llegamos hasta diciembre de 1082, fecha en la que muere Ramón Berenguer II,
asesinado por unos desconocidos.
Según el testimonio de algunos nobles catalanes de aquella época, el responsable
intelectual del asesinato de Ramón Berenguer II, habría sido su hermano gemelo,
Berenguer Ramón II, para apoderarse simplemente de toda la herencia. Esto
provocó una gran crisis institucional, y comenzó a ser conocido como el
fratricida. Según todos los indicios, participó en la primera cruzada al
lado de Raimundo IV de Tolosa y habría muerto en 1099, durante el asedio a la
ciudad santa de Jerusalén. Le sucedió su sobrino Ramón Berenguer III, apodado el
grande, que era hijo del asesinado Ramón Berenguer II.
A partir de Ramón Berenguer III, el condado de Barcelona se consolida
definitivamente y va adquiriendo importancia con la ampliación de sus límites,
al absorber otros condados de la Marca Hispánica y su expansión hacia el
sur. El conde Ramón Berenguer III conquistó una buena parte del condado de
Ampurias; heredó los condados de Besalú y Cerdeña, e incorporó el condado
transpirenaico de Provenza, al casarse con la condesa Dulce I. Repobló
Tarragona que, al compartir frontera con los musulmanes, se había ido
despoblando poco a poco.
Ramón Berenguer III muere en julio de 1131, pocos días después de
ingresar en la Orden de los Templarios. A su muerte, el condado de Barcelona,
los demás condados catalanes y el condado de Cerdeña, pasan a manos de su
hijo Ramón Berenguer IV. El condado de
Provenza, sin embargo, lo hereda su
hermano gemelo Berenguer. También muere sin dejar descendencia el rey de
Pamplona y de Aragón, Alfonso I el Batallador. Esto desata
inevitablemente la ambición de Alfonso VII de León, llamado el Emperador,
e intentará ampliar sus dominios territoriales anexionando esos dos reinos a la
corona de León.
Pero la candidatura del monarca leonés fue rechazada claramente tanto por
los nobles aragoneses como por los nobles navarros. Estos eligieron como rey de
Pamplona a García Ramírez, y aquellos al hermano de Alfonso I el Batallador,
Ramiro II el Monje, o el Rey
Cogulla Y esas decisiones molestaron enormemente a Alfonso VII de León, que emprendió acciones
contra esos reinos, apoderándose de
Nájera y otras plazas riojanas. También ocupó Calatayud y Zaragoza.
En la pugna o enfrentamiento que mantenían Alfonso VII de León y Ramiro II de Aragón, aunque el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, era cuñado
del rey leonés, apoyó resueltamente al rey aragonés. Y Ramiro II de Aragón,
enormemente agradecido por ese gesto,
ofreció al conde a su hija Petronila en matrimonio, aunque esta no tenía nada
más que un año de edad. Y aunque la boda no se celebró hasta el año 1150, los
esponsales, en cambio, se firmaron en agosto de 1137. Y en esos esponsales,
Ramiro II transfiere a su futuro yerno, Ramón Berenguer IV el poder, pero se
reserva, cómo no, la propiedad del reino.
De acuerdo con las capitulaciones matrimoniales, Ramón Berenguer IV se
integra en la Casa de Aragón como regente
o administrador del Reino, pero nunca como rey. Y el conde de Barcelona
asume lisa y llanamente esa situación y acepta por rey, señor y padre, faltaría
más, a Ramiro II, que se reservó la última potestad y, por consiguiente, seguía
siendo el ‘señor mayor de la Casa de Aragón’.
A la muerte de Ramiro II de Aragón, que se produjo en el año 1157, la
dignidad real pasó a su hija Petronila, que fue la única reina que tuvo Aragón
por derecho propio. De todos modos, Petronila no intervino nunca en los asuntos de Gobierno, que continuaron
en manos de su marido Ramón Berenguer
IV. Cuando éste muere en el verano de 1162, Petronila asume obligatoriamente la Regencia mientras su hijo primogénito es
menor de edad. En 1164, cuando Alfonso
II cumple los 12 años, su madre renuncia a la Regencia y a la tutela y le dona
el Reino aragonés y los condados catalanes.
Gijón, 20 de diciembre de 2017
José Luis Valladares Fernández
De cualquier manera, son época en que las fuentes son difusas y aportan poca o ninguna documentación, así que es fácil que gente interesada se monte una historia a la medida de sus conveniencias.
ResponderEliminarEs verdad que las fuentes no son muy precisas si quieres aquilatar detalles muy concretos. Pero la linea generales bastante precisa y está suficientemente contrastada. Pero el nacionalismo catalán, tergiversa las fuentes y lo que haga falta para inventarse su historia.
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