2.-Recupera la Secretaria General y se le antoja La Moncloa
Pero
un ególatra, tan vanidoso y petulante como Pedro
Sánchez, es totalmente incapaz de
digerir hasta el más mínimo fracaso personal. Así que, para deshacer semejante
entuerto y terminar con la aparente injusticia que acababa de sufrir, decidió
peregrinar por las diferentes
agrupaciones socialistas de España, para solicitar el apoyo del mayor número
posible de los militantes de base, especialmente de los más jóvenes.
Y
el resultado obtenido por el defenestrado Sánchez,
quién lo diría, fue francamente muy halagüeño
y bastante más amplio de lo que esperaba. Y al ver que había seducido a tantos afiliados, entre los que estaban casi
todos los miembros de las juventudes socialistas, optó de nuevo a la Secretaria
General del PSOE, presentando su candidatura en las elecciones primarias, previstas
para el 21 de mayo de 2017.
Y
en esas primarias, saltó la sorpresa, ya que la militancia se impuso abiertamente
a los aparatos de poder, que venían utilizando los líderes históricos para
imponer su voluntad. Y este hecho sirvió para que Pedro Sánchez, en competición con Susana Díaz y Patxi López,
se llevara él solo más del 50% de los
votos de los militantes. Y este inesperado éxito fue determinante para que, sin
el menor problema, volviera a ser proclamado secretario general en el 39º
Congreso del partido socialista, que se celebró el 18 de junio de 2017.
Nada
más recuperar el cargo de secretario general del PSOE, Sánchez decidió renovar los órganos internos del partido, con la malsana
intención de castigar y dejar prácticamente sin cuotas de poder a los aviesos barones
que trataron de aguarle la fiesta. Y todo esto, no lo olvidemos, sin abandonar
su viejo sueño de llegar lo más rápidamente posible a La Moncloa.
En
esa fecha, La Moncloa ya estaba ocupada por Mariano Rajoy. Había sido investido presidente el 30 de octubre de
2016, gracias a la abstención de 68 de los 85 diputados que tenía el PSOE. Y
como es público y notorio, Pedro Sánchez
no estaba dispuesto a esperar hasta una nueva convocatoria electoral para sustituirle
en el cargo. Y esto le obligaba lisa y
llanamente a tener que mojarse, y aprovechar la primera ocasión que apareciera,
para presentar la consabida moción de censura.
Y
esa oportunidad llegó precisamente a finales de mayo de 2018, con el fallo de
la primera macrocausa del Caso Gürtel. En esa sentencia, el juez progresista José Ricardo de Prada, excediéndose en
sus atribuciones, introdujo deliberadamente un inciso para perjudicar al
Partido Popular. Según ese inciso, que retiraría posteriormente el Pleno de la
Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por su evidente falta de
imparcialidad, quedaba acreditada la existencia de una caja B en el
partido que dirigía Mariano Rajoy.
Hay
que dar por descontado, que la desfachatez
de Sánchez no
conoce límites y no hace ascos a nada. Y olvidándose de los ERE y de otros
muchos y graves chanchullos que ensucian su casa, tuvo la desvergüenza de
anunciar solemnemente que presentaba aquella moción de censura contra Rajoy, nada menos que para regenerar la
vida pública. Y a la vez, se comprometía a formar un Gobierno “de
transición”, que asegurase la “gobernanza”
del país y que se ocupara de recuperar la “normalidad
democrática”.
Es
sabido, que Pedro Sánchez seguía
manteniendo los puentes que había abierto con los nacionalistas e
independentistas catalanes. También había mejorado considerablemente su
relación con Pablo Iglesias. Y en
consecuencia, esperaba que, tanto las formaciones políticas de ERC, del PDeCAT
y Coalición Canaria, como el propio Iglesias
con todos sus lacayos, se decantaran por el voto favorable a la moción de
censura. Y también confiaba sinceramente que hicieran lo mismo los diputados de
Compromís y EH Bildu y, por supuesto, los del PNV.
Y
para bien o para mal, fue lo que realmente pasó. El 1 de junio de 2018, todos
esos partidos votaron a favor en la moción de censura, con la excepción de
Coalición Canaria que terminó absteniéndose. Aunque, según todos los indicios, una
buena parte de los votos afirmativos, más que SIES a Pedro Sánchez,
eran NOES rotundos a Mariano Rajoy.
Y
así es como el líder socialista entra por fin triunfalmente en La Moncloa,
convertido en presidente del Gobierno, por decisión expresa de los enemigos
declarados de España. Y aunque Pedro
Sánchez, se comprometió ante la Cámara a respetar escrupulosamente todos
los compromisos europeos de los españoles y a garantizar nuestra estabilidad
económica, no tardarían mucho en aparecer las primeras consecuencias adversas.
Se
da la circunstancia que el nuevo presidente, que acaba de aterrizar en La
Moncloa, padece un narcisismo demencial y desaforado, que lo inhabilita
definitivamente para regir los destinos de un pueblo. Y se puede afirmar, que Sánchez va a estar atado de pies y
manos por los que quieren acabar con la unidad de España. El ex presidente
andaluz, José Rodríguez de la Borbolla,
lo dijo muy claro: “Si se atiende a los
nacionalistas, España se va al cuerno”.
Y
no acaban aquí las complicaciones que padeceremos, por tener a Pedro Sánchez al frente de la
Presidencia del Gobierno. Con sus jaimitadas y su nefasta gestión de la
economía, nos está llevando irremediablemente a la miseria y a la pobreza más
extrema. Para empezar, tenemos con mucho el Gobierno más caro de la historia.
Los
datos que ofrece la Intervención General del Estado son extremadamente claros e
indecorosos. Solo en los tres primeros meses de este año, el Gobierno de Sánchez se ha gastado, que casualidad, la
friolera de 17,5 millones de euros para abonar la nómina de su numeroso ejército
de asesores o personas de confianza, contratados a dedo, como suele ser
habitual, entre sus familiares o amiguetes particulares. Y para ser más
exactos, a esa abultada cantidad habría que añadir lo que cuestan los asesores
que dependen de los numerosos organismos autónomos y de todos los demás entes
públicos.
Entre
unas cosas y otras, estamos llegando a unos niveles de endeudamiento, que
terminarán hipotecando el futuro de unas cuantas generaciones. Con Pedro Sánchez en el Gobierno, el
aumento de la deuda pública está batiendo todos los registros habidos y por
haber. En el primer año de su mandato, el ritmo de crecimiento de la deuda
alcanzaba el importe de 105,99 millones de euros al día. Y como no ha sabido o
no ha querido contralar los gastos relizados, la deuda pública ha crecido escandalosamente,
hasta alcanzar los 217,81 millones de euros actuales de media al día.
Si
nos hacemos caso del Banco de España, veremos que, con el presidente Sánchez, la deuda pública alcanza un
nuevo récord cada mes que pasa. En términos absolutos, ya llegamos a la
escalofriante cifra de 1,392 billones de euros. Hemos alcanzado sobradamente nada
menos que el 125% del PIB, que se dice muy pronto. Para encontrar un
endeudamiento similar en España, tendríamos que remontarnos nada menos que
hasta el año 1881 de nuestra historia.
Y
todo indica que Pedro Sánchez trata
de solucionar semejante problema, incrementando la ya excesiva presión fiscal
que soportamos todos los españoles y, por qué no decirlo, con el maná que venga
de la Unión Europea. Y es normal que sea así, ya que, como todos sabemos, le
queda un poco grande la Presidencia del Gobierno. Y como no piensa nada más que en sí mismo y vive
permanentemente de las apariencias, se olvida de sus auténticas obligaciones y
centra toda su atención en granjearse la aceptación de los que le rodean, más
que nada para sentirse aceptado por todos ellos.
A
principios de 2015, cuando aún no era nadie porque hacía muy pocos meses que había aterrizado en la Secretaría General
del PSOE, el orgulloso y ensimismado Sánchez
escribió en su cuenta de Twitter: “Me
gustaría ser recordado como el político que arregló la economía de España”.
Pero una vez instalado cómodamente en el Gobierno de España, es más práctico y
se olvida de lo que origina preocupaciones molestas y se centra en lo que
produce honores fáciles y aporta privilegios.
Tenemos
que reconocer que, desde que se instaló en La Moncloa, rehúye las dificultades
y solo toma decisiones fastuosas y llamativas, susceptibles de crear mucho
impacto social, aunque después carezcan de efectos prácticos. A partir de
entonces, es muy difícil que hable de
economía o de la pandemia que padecemos. Y si, por casualidad, se ve forzado a
referirse a uno de estos asuntos, dirá
simplemente que, gracias a su gestión política, crecemos por encima de la media
europea y estamos superando la crisis económica, o que el dichoso coronavirus
es ya historia pasada.
Para
no mojarse, Pedro Sánchez procurará
elegir siempre temas, que sean lo más llamativos posible, pero que eludan hasta el más mínimo inconveniente. Para dar
cumplida satisfacción a todos los políticos de izquierdas, se olvidará de los
acuerdos que firmaron todas las fuerzas políticas en 1977, para dar lugar a la
famosa transición española, y hablará exhaustivamente, eso sí, de las supuestas
mejoras, introducidas en la nefasta Ley de Memoria Histórica. Al parecer, se
amplían notablemente los derechos de quienes sufrieron persecución o violencia durante la
Guerra Civil y el acoso posterior del franquismo.
Y
para conseguir alabanzas y elogios más allá de
nuestras fronteras, asumirá riesgos ciertamente impactantes, que no
espera nadie. En junio de 2018, tanto Malta como Italia se negaron a que el
buque Aquarius desembarcara en sus puertos los 629 inmigrantes que llevaba a bordo. Sin esperar a más, el
presidente Sánchez, que acababa de
estrenarse en el cargo, ofreció el puerto de Valencia, hasta ahí podíamos
llegar, para que dicho buque dejara allí a dichos inmigrantes. Y repitió la
faena otras dos veces más, con el buque de la ONG española Open Arms, originando así
el peligroso “efecto llamada”, que
tanto daño ha hecho a España.
Si
nos atenemos a la trayectoria que ofrece Pedro
Sánchez en el desempeño de sus responsabilidades públicas, veremos que,
igual que miente con auténtico desparpajo, es todo un flamante doctor, en esta
ocasión sí, en hacer el ridículo. Además de pretender eternizarse en La
Moncloa, se obstina en dar a conocer su desmesurado afán por recibir halagos y
figurar destacada y ostensiblemente en los diferentes medios de comunicación.
En
la última cumbre de la OTAN, por ejemplo, se produjo un bochornoso espectáculo,
con el simulacro del paseíllo de 29 segundos de Pedro Sánchez con Joe Biden,
el escurridizo presidente de Estados Unidos. Y ese paseíllo, que sonrojó a
todos los españoles, fue vendido por los amaestrados servidores de La Moncloa
como si se tratara de una “reunión de
alto nivel” con un socio estratégico, en busca de un acuerdo internacional.
Se volvía a repetir, qué casualidad, aquel famoso “acontecimiento histórico”, que se produjo en nuestro planeta, tal
como narró Leire Pajín, con la reunión de José
Luis Rodríguez Zapatero con Barack
Obama.
En
esta circunstancia en concreto, el dichoso paseíllo salió sumamente caro a
España, porque se recurrió a la mendicidad y al pordioseo, ya que, por lo que
parece, se contrató a un ‘lobby’ especializado para preparar
ese encuentro fugaz del mandatario español con el estadounidense. Fue así, a
base de dinero de todos los españoles, como se consiguió esa fotografía que se
venía resistiendo desde hacía tanto tiempo.
Si
nos hiciéramos caso de Pedro Sánchez,
ese encuentro con Joe Biden habría
sido enormemente útil, ya que habría servido para reforzar los lazos militares y
la cooperación entre ambos países. Y en ese breve tiempo de 29 segundos,
llegaron a hablar, incluso, tanto de la situación migratoria, como económica
que se vive en Latinoamérica. Pero todo esto, no son nada más que fantochadas
de nuestro presidente, que lo único que sabe hacer bien, es mentir.
Ni
que decir tiene que, con la actitud adoptada por Sánchez, que es incorregible, España cada vez pinta menos y está
irremisiblemente abocada a la irrelevancia internacional. El panorama de la
política exterior española es tristemente desesperanzador. Ya son muy pocos los
países europeos que siguen confiando en el pueblo español.
Una
buena prueba de que esto es lamentablemente así, lo tenemos en la
Conferencia que se celebró en Berlín los
días 23 y 24 del pasado mes de junio sobre
Libia. La pretensión del ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas y del secretario general de
la ONU, António Guterres, organizadores
de esa Conferencia, era muy clara. Y todo, porque ya era hora de llevar la
estabilización a ese país norteafricano.
Y
como ya hemos perdido todo nuestro peso político, no hubo nadie que se
molestara en invitar a España para que pudiera intervenir directamente en un
evento tan importante como ese. Y sin embargo, sí participó Marruecos, por
petición expresa de Estados Unidos.
Este impresentable está dañando a España,y de caminó destruyendo a su propio partido político,tarde o temprano alguien le dirá se acabó la fiesta, saludos,
ResponderEliminarEsperemos que así sea. Lo malo es que está tardando y está dejando a España como un erial. Saludos
EliminarLa deuda continúa subiendo y ya sabemos quién la va a pagar.
ResponderEliminarLa van a pagar los de siempre, la sufrida clase media, qué le vamos a hacer.
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