domingo, 18 de julio de 2021

II.- LOS CAPRICHOS Y LA AMBICIÓN DE SÁNCHEZ

 

 



2.-Recupera la Secretaria General y se le antoja La Moncloa

 

Pero un ególatra, tan vanidoso y petulante como Pedro Sánchez, es  totalmente incapaz de digerir hasta el más mínimo fracaso personal. Así que, para deshacer semejante entuerto y terminar con la aparente injusticia que acababa de sufrir, decidió peregrinar por  las diferentes agrupaciones socialistas de España, para solicitar el apoyo del mayor número posible de los militantes de base, especialmente de los más jóvenes.

Y el resultado obtenido por el defenestrado Sánchez, quién lo diría, fue francamente  muy halagüeño y bastante más amplio de lo que esperaba. Y al ver que había  seducido a  tantos afiliados, entre los que estaban casi todos los miembros de las juventudes socialistas, optó de nuevo a la Secretaria General del PSOE, presentando su candidatura en las elecciones primarias, previstas para el 21 de mayo de 2017.

Y en esas primarias, saltó la sorpresa, ya que la militancia se impuso abiertamente a los aparatos de poder, que venían utilizando los líderes históricos para imponer su voluntad. Y este hecho sirvió para que Pedro Sánchez, en competición con Susana Díaz y Patxi López, se llevara él solo más del 50%  de los votos de los militantes. Y este inesperado éxito fue determinante para que, sin el menor problema, volviera a ser proclamado secretario general en el 39º Congreso del partido socialista, que se celebró el 18 de junio de 2017.

Nada más recuperar el cargo de secretario general del PSOE, Sánchez decidió renovar los órganos internos del partido, con la malsana intención de castigar y dejar prácticamente sin cuotas de poder a los aviesos barones que trataron de aguarle la fiesta. Y todo esto, no lo olvidemos, sin abandonar su viejo sueño de llegar lo más rápidamente posible a La Moncloa.

En esa fecha, La Moncloa ya estaba ocupada por Mariano Rajoy. Había sido investido presidente el 30 de octubre de 2016, gracias a la abstención de 68 de los 85 diputados que tenía el PSOE. Y como es público y notorio, Pedro Sánchez no estaba dispuesto a esperar hasta una  nueva convocatoria electoral para sustituirle en el cargo.  Y esto le obligaba lisa y llanamente a tener que mojarse, y aprovechar la primera ocasión que apareciera, para presentar la consabida moción de censura.

Y esa oportunidad llegó precisamente a finales de mayo de 2018, con el fallo de la primera macrocausa del Caso Gürtel. En esa sentencia, el juez progresista José Ricardo de Prada, excediéndose en sus atribuciones, introdujo deliberadamente un inciso para perjudicar al Partido Popular. Según ese inciso, que retiraría posteriormente el Pleno de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional por su evidente falta de imparcialidad, quedaba acreditada la existencia de una caja B en el partido que dirigía Mariano Rajoy.

Hay que dar por descontado, que  la desfachatez  de Sánchez no conoce límites y no hace ascos a nada. Y olvidándose de los ERE y de otros muchos y graves chanchullos que ensucian su casa, tuvo la desvergüenza de anunciar solemnemente que presentaba aquella moción de censura contra Rajoy, nada menos que para regenerar la vida pública. Y a la vez, se comprometía a formar un Gobierno  “de transición”, que asegurase la “gobernanza” del país y que se ocupara de recuperar la “normalidad democrática”.

Es sabido, que Pedro Sánchez seguía manteniendo los puentes que había abierto con los nacionalistas e independentistas catalanes. También había mejorado considerablemente su relación con Pablo Iglesias. Y en consecuencia, esperaba que, tanto las formaciones políticas de ERC, del PDeCAT y Coalición Canaria, como el propio Iglesias con todos sus lacayos, se decantaran por el voto favorable a la moción de censura. Y también confiaba sinceramente que hicieran lo mismo los diputados de Compromís y EH Bildu y, por supuesto, los del PNV.

Y para bien o para mal, fue lo que realmente pasó. El 1 de junio de 2018, todos esos partidos votaron a favor en la moción de censura, con la excepción de Coalición Canaria que terminó absteniéndose. Aunque, según todos los indicios, una buena parte de los votos afirmativos, más que SIES a Pedro Sánchez, eran NOES rotundos a Mariano Rajoy.

Y así es como el líder socialista entra por fin triunfalmente en La Moncloa, convertido en presidente del Gobierno, por decisión expresa de los enemigos declarados de España. Y aunque Pedro Sánchez, se comprometió ante la Cámara a respetar escrupulosamente todos los compromisos europeos de los españoles y a garantizar nuestra estabilidad económica, no tardarían mucho en aparecer las primeras consecuencias adversas.

Se da la circunstancia que el nuevo presidente, que acaba de aterrizar en La Moncloa, padece un narcisismo demencial y desaforado, que lo inhabilita definitivamente para regir los destinos de un pueblo. Y se puede afirmar, que Sánchez va a estar atado de pies y manos por los que quieren acabar con la unidad de España. El ex presidente andaluz, José Rodríguez de la Borbolla, lo dijo muy claro: “Si se atiende a los nacionalistas, España se va al cuerno”.

Y no acaban aquí las complicaciones que padeceremos, por tener a Pedro Sánchez al frente de la Presidencia del Gobierno. Con sus jaimitadas y su nefasta gestión de la economía, nos está llevando irremediablemente a la miseria y a la pobreza más extrema. Para empezar, tenemos con mucho el Gobierno más caro de la historia.

Los datos que ofrece la Intervención General del Estado son extremadamente claros e indecorosos. Solo en los tres primeros meses de este año, el Gobierno de Sánchez se ha gastado, que casualidad, la friolera de 17,5 millones de euros para abonar la nómina de su numeroso ejército de asesores o personas de confianza, contratados a dedo, como suele ser habitual, entre sus familiares o amiguetes particulares. Y para ser más exactos, a esa abultada cantidad habría que añadir lo que cuestan los asesores que dependen de los numerosos organismos autónomos y de todos los demás entes públicos.

 Entre unas cosas y otras, estamos llegando a unos niveles de endeudamiento, que terminarán hipotecando el futuro de unas cuantas generaciones. Con Pedro Sánchez en el Gobierno, el aumento de la deuda pública está batiendo todos los registros habidos y por haber. En el primer año de su mandato, el ritmo de crecimiento de la deuda alcanzaba el importe de 105,99 millones de euros al día. Y como no ha sabido o no ha querido contralar los gastos relizados, la deuda pública ha crecido escandalosamente, hasta alcanzar los 217,81 millones de euros actuales de media al día.

Si nos hacemos caso del Banco de España, veremos que, con el presidente Sánchez, la deuda pública alcanza un nuevo récord cada mes que pasa. En términos absolutos, ya llegamos a la escalofriante cifra de 1,392 billones de euros. Hemos alcanzado sobradamente nada menos que el 125% del PIB, que se dice muy pronto. Para encontrar un endeudamiento similar en España, tendríamos que remontarnos nada menos que hasta el año 1881 de nuestra historia.

Y todo indica que Pedro Sánchez trata de solucionar semejante problema, incrementando la ya excesiva presión fiscal que soportamos todos los españoles y, por qué no decirlo, con el maná que venga de la Unión Europea. Y es normal que sea así, ya que, como todos sabemos, le queda un poco grande la Presidencia del Gobierno. Y como no piensa  nada más que en sí mismo y vive permanentemente de las apariencias, se olvida de sus auténticas obligaciones y centra toda su atención en granjearse la aceptación de los que le rodean, más que nada para sentirse aceptado por todos ellos.

A principios de 2015, cuando aún no era nadie porque hacía muy pocos meses  que había aterrizado en la Secretaría General del PSOE, el orgulloso y ensimismado Sánchez escribió en su cuenta de Twitter: “Me gustaría ser recordado como el político que arregló la economía de España”. Pero una vez instalado cómodamente en el Gobierno de España, es más práctico y se olvida de lo que origina preocupaciones molestas y se centra en lo que produce honores fáciles y aporta privilegios.

Tenemos que reconocer que, desde que se instaló en La Moncloa, rehúye las dificultades y solo toma decisiones fastuosas y llamativas, susceptibles de crear mucho impacto social, aunque después carezcan de efectos prácticos. A partir de entonces,  es muy difícil que hable de economía o de la pandemia que padecemos. Y si, por casualidad, se ve forzado a referirse  a uno de estos asuntos, dirá simplemente que, gracias a su gestión política, crecemos por encima de la media europea y estamos superando la crisis económica, o que el dichoso coronavirus es ya historia pasada.

Para no mojarse, Pedro Sánchez procurará elegir siempre temas, que sean lo más llamativos posible, pero que eludan  hasta el más mínimo inconveniente. Para dar cumplida satisfacción a todos los políticos de izquierdas, se olvidará de los acuerdos que firmaron todas las fuerzas políticas en 1977, para dar lugar a la famosa transición española, y hablará exhaustivamente, eso sí, de las supuestas mejoras, introducidas en la nefasta Ley de Memoria Histórica. Al parecer, se amplían notablemente los derechos de quienes  sufrieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y el acoso posterior del franquismo.

Y para conseguir alabanzas y elogios más allá de  nuestras fronteras, asumirá riesgos ciertamente impactantes, que no espera nadie. En junio de 2018, tanto Malta como Italia se negaron a que el buque Aquarius desembarcara en sus puertos los 629 inmigrantes  que llevaba a bordo. Sin esperar a más, el presidente Sánchez, que acababa de estrenarse en el cargo, ofreció el puerto de Valencia, hasta ahí podíamos llegar, para que dicho buque dejara allí a dichos inmigrantes. Y repitió la faena otras dos veces más, con el buque de la ONG española Open Arms, originando así el peligroso “efecto llamada”, que tanto daño ha hecho a España.

Si nos atenemos a la trayectoria que ofrece Pedro Sánchez en el desempeño de sus responsabilidades públicas, veremos que, igual que miente con auténtico desparpajo, es todo un flamante doctor, en esta ocasión sí, en hacer el ridículo. Además de pretender eternizarse en La Moncloa, se obstina en dar a conocer su desmesurado afán por recibir halagos y figurar destacada y ostensiblemente en los diferentes medios de comunicación.

En la última cumbre de la OTAN, por ejemplo, se produjo un bochornoso espectáculo, con el simulacro del paseíllo de 29 segundos de Pedro Sánchez con Joe Biden, el escurridizo presidente de Estados Unidos. Y ese paseíllo, que sonrojó a todos los españoles, fue vendido por los amaestrados servidores de La Moncloa como si se tratara de una “reunión de alto nivel” con un socio estratégico, en busca de un acuerdo internacional. Se volvía a repetir, qué casualidad, aquel famoso “acontecimiento histórico”, que se produjo en nuestro planeta, tal como narró Leire Pajín, con la reunión de José Luis Rodríguez Zapatero con Barack Obama.

En esta circunstancia en concreto, el dichoso paseíllo salió sumamente caro a España, porque se recurrió a la mendicidad y al pordioseo, ya que, por lo que parece, se contrató a un ‘lobby’ especializado para preparar ese encuentro fugaz del mandatario español con el estadounidense. Fue así, a base de dinero de todos los españoles, como se consiguió esa fotografía que se venía resistiendo desde hacía tanto tiempo.

Si nos hiciéramos caso de Pedro Sánchez, ese encuentro con Joe Biden habría sido enormemente útil, ya que habría servido para reforzar los lazos militares y la cooperación entre ambos países. Y en ese breve tiempo de 29 segundos, llegaron a hablar, incluso, tanto de la situación migratoria, como económica que se vive en Latinoamérica. Pero todo esto, no son nada más que fantochadas de nuestro presidente, que lo único que sabe hacer bien, es mentir.

Ni que decir tiene que, con la actitud adoptada por Sánchez, que es incorregible, España cada vez pinta menos y está irremisiblemente abocada a la irrelevancia internacional. El panorama de la política exterior española es tristemente desesperanzador. Ya son muy pocos los países europeos que siguen confiando en el pueblo español.

Una buena prueba de que esto es lamentablemente así, lo tenemos en la Conferencia  que se celebró en Berlín los días 23 y 24 del pasado mes de junio sobre  Libia. La pretensión del ministro alemán de Asuntos Exteriores, Heiko Maas y del secretario general de la ONU, António Guterres, organizadores de esa Conferencia, era muy clara. Y todo, porque ya era hora de llevar la estabilización a ese país norteafricano.

Y como ya hemos perdido todo nuestro peso político, no hubo nadie que se molestara en invitar a España para que pudiera intervenir directamente en un evento tan importante como ese. Y sin embargo, sí participó Marruecos, por petición expresa  de Estados Unidos.

 Gijón, 9 de julio de 2021

 José Luis Valladares Fernández


4 comentarios:

  1. Este impresentable está dañando a España,y de caminó destruyendo a su propio partido político,tarde o temprano alguien le dirá se acabó la fiesta, saludos,

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    1. Esperemos que así sea. Lo malo es que está tardando y está dejando a España como un erial. Saludos

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  2. La deuda continúa subiendo y ya sabemos quién la va a pagar.

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    1. La van a pagar los de siempre, la sufrida clase media, qué le vamos a hacer.

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