El Debate sobre el estado de la Nación llega en un momento crítico para nuestra economía. La economía española hace aguas por todas partes y no hay por donde cogerla. El escenario que se nos echa encima, lo miremos como lo miremos, no puede ser más desolador. Como ejemplos preocupantes tenemos, entre otros, los siguientes: más de 4 millones de parados; la caída en picado de la calidad de la deuda pública que sobrepasará el 60% del PIB en un año; los elevados costes de intereses, que se triplicarán en el presente año; la escasa productividad, la falta de ahorro y el número de familias en quiebra que aumentará casi un 300%.
Ante perspectiva tan trágica, emerge la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, chistera en mano, y, con su optimismo antropológico, inicia el montaje de su tómbola particular. Es cierto que no puede permitirse las alegrías de los primeros años de su mandato, ya que de las reservas de Aznar, dilapidadas irresponsablemente, no queda más que el recuerdo.
Pero había algún que otro conejo en su vieja chistera. Y su tómbola, como suele ocurrir en períodos electorales, comenzó a soltar toda una lluvia de papeletas premiadas con todo tipo de promesas. Alguna de estas promesas, las que de verdad pueden tener algún cariz anticrisis, las rescata de ofertas pasadas del Partido Popular. Otras, únicamente tienen la pretensión de un buen efecto de cara a la galería y a la propaganda fácil. Y alguna de ellas es manifiestamente sicalíptica, como esa ley de economía sostenible, que ni el propio Zapatero entiende. De todos modos, en su intención está no cumplir nada de lo que promete. Pero eso sí, todo este festival de ofertas, desgranadas parsimoniosamente, proporcionan un aire populista a todo su discurso que, en realidad, es lo que busca para dotarle de un atractivo que no tiene.
Hasta el mismo Zapatero sabe que la economía no tiene visos de recuperación posible ni a corto ni a medio plazo, por falta de medidas estructurales. Y esto supone una elevada factura que pagaremos, más pronto o más tarde, con subidas importantes de impuestos y con elevados recortes de prestaciones. Además de ese evidente coste pecuniario, tiene otros costes no menos importantes. El más importante, la desconfianza que generaremos de cara a las inversiones internacionales. Y, hasta el Banco de España, que no es sospechosa su orientación, nos ha recordado recientemente que el sistema actual es insostenible sin reformas de verdadero calado.
La irresponsabilidad del Presidente es manifiesta. Sabe que la mayoría de las medidas que ya ha tomado son meramente coyunturales, sin efecto positivo alguno sobre la crisis. Es más, alguna de ellas claramente contraproducente. Pero a Zapatero no le importa la crisis ni le preocupa lo más mínimo el estado de la Nación que se examina en ese debate. Solamente le obsesiona el poder. Y para mantenerlo, necesita ganar y cautivar a la opinión pública, aunque para ello tenga que mentir. Y es esa obsesión, esa desmedida avidez de poder lo que condiciona todos sus actos. Jamás tomará una medida impopular, aunque esté plenamente convencido de que es necesaria. Alardeará, eso sí, de estar en posesión de una exquisita sensibilidad social. Sensibilidad social que, al final, queda reducida a lo más simple y menos complicado: subsidiar necesidades, a costa del dinero de los demás.
Zapatero no busca, ni buscará jamás, soluciones definitivas a los distintos problemas económicos de ámbito nacional que nos ahogan. Ante todo, trata de cultivar el voto fácil, y más estando en vísperas de unas elecciones. Para ello halagará intencionadamente a esos colectivos afines que le apoyan, y que vegetan apoltronados a la sombra del poder. Ahí están los ejemplos claros de esos sindicatos, más verticales que nunca, y ese otro numeroso grupo que conocemos por el sindicato de la ceja. Ambos colectivos viven muy cómodamente, no de su trabajo como debieran. Viven de las inmerecidas dádivas y subvenciones que reciben del Gobierno. Este reparto de prebendas, a costa del erario público, define al mentor que las patrocina.
Este proceder tan egoísta, nos indica que Zapatero, además de irresponsable, es también tremendamente indigno. El exceso de egoísmo personal, que le lleva a no escuchar a nadie, determinó esa soledad extrema que experimentó durante todo el Debate del estado de la Nación. Se sintió tan asfixiantemente solo, que se vio obligado a pedir árnica a esos pequeños grupos de nacionalistas extremos, que tampoco es que le hicieran mucho caso.
En el Debate del estado de la Nación, Zapatero rizó tanto el rizo, que las víctimas del 11-M interpretaron como una provocación sus referencias a la última información de un periódico. Sin venir a cuento, ya que no hubo alusión alguna al 11-M durante todo el Debate, se refirió a las últimas revelaciones publicadas por El Mundo en un tono burlón y sarcástico, que ofendió gravemente a las dos asociaciones mayoritarias de las víctimas del terrorismo. Esto si que revela la clase de este personaje, que vive endiosado, pero que desborda ruindad por todos sus poros, sin la más mínima empatía hacia los que sufrieron el zarpazo tremendo del terrorismo.
Solamente a Zapatero puede ocurrírsele comparar las últimas revelaciones sobre el explosivo empleado en los trenes, con las dudas que alguien pueda tener sobre si Elvis Presley vive o no vive, o si el hombre llegó o no llegó a la luna. Esto llevó a mucha gente a sentir vergüenza por los intentos de Zapatero de frivolizar sobre la matanza del 11-M. La gente quiere saber quién está detras de tan brutal atentado. Y las víctimas, con más razón. No sabemos quienes fueron los autores intelectuales de la masacre. Tampoco sabemos, a ciencia cierta, quienes fueron los autores materiales de la misma. No sabemos nada. Si sabemos, por pura lógica, que los pelanas de Lavapiés no pudieron ser. La preparación de esa escalera de muertos, que le llevó a él hasta la Moncloa, quedaba muy lejos de las posibilidades de esos moritos de poco pelo, vulgares chorizos al fin y al cabo.
Ante perspectiva tan trágica, emerge la figura de José Luis Rodríguez Zapatero, chistera en mano, y, con su optimismo antropológico, inicia el montaje de su tómbola particular. Es cierto que no puede permitirse las alegrías de los primeros años de su mandato, ya que de las reservas de Aznar, dilapidadas irresponsablemente, no queda más que el recuerdo.
Pero había algún que otro conejo en su vieja chistera. Y su tómbola, como suele ocurrir en períodos electorales, comenzó a soltar toda una lluvia de papeletas premiadas con todo tipo de promesas. Alguna de estas promesas, las que de verdad pueden tener algún cariz anticrisis, las rescata de ofertas pasadas del Partido Popular. Otras, únicamente tienen la pretensión de un buen efecto de cara a la galería y a la propaganda fácil. Y alguna de ellas es manifiestamente sicalíptica, como esa ley de economía sostenible, que ni el propio Zapatero entiende. De todos modos, en su intención está no cumplir nada de lo que promete. Pero eso sí, todo este festival de ofertas, desgranadas parsimoniosamente, proporcionan un aire populista a todo su discurso que, en realidad, es lo que busca para dotarle de un atractivo que no tiene.
Hasta el mismo Zapatero sabe que la economía no tiene visos de recuperación posible ni a corto ni a medio plazo, por falta de medidas estructurales. Y esto supone una elevada factura que pagaremos, más pronto o más tarde, con subidas importantes de impuestos y con elevados recortes de prestaciones. Además de ese evidente coste pecuniario, tiene otros costes no menos importantes. El más importante, la desconfianza que generaremos de cara a las inversiones internacionales. Y, hasta el Banco de España, que no es sospechosa su orientación, nos ha recordado recientemente que el sistema actual es insostenible sin reformas de verdadero calado.
La irresponsabilidad del Presidente es manifiesta. Sabe que la mayoría de las medidas que ya ha tomado son meramente coyunturales, sin efecto positivo alguno sobre la crisis. Es más, alguna de ellas claramente contraproducente. Pero a Zapatero no le importa la crisis ni le preocupa lo más mínimo el estado de la Nación que se examina en ese debate. Solamente le obsesiona el poder. Y para mantenerlo, necesita ganar y cautivar a la opinión pública, aunque para ello tenga que mentir. Y es esa obsesión, esa desmedida avidez de poder lo que condiciona todos sus actos. Jamás tomará una medida impopular, aunque esté plenamente convencido de que es necesaria. Alardeará, eso sí, de estar en posesión de una exquisita sensibilidad social. Sensibilidad social que, al final, queda reducida a lo más simple y menos complicado: subsidiar necesidades, a costa del dinero de los demás.
Zapatero no busca, ni buscará jamás, soluciones definitivas a los distintos problemas económicos de ámbito nacional que nos ahogan. Ante todo, trata de cultivar el voto fácil, y más estando en vísperas de unas elecciones. Para ello halagará intencionadamente a esos colectivos afines que le apoyan, y que vegetan apoltronados a la sombra del poder. Ahí están los ejemplos claros de esos sindicatos, más verticales que nunca, y ese otro numeroso grupo que conocemos por el sindicato de la ceja. Ambos colectivos viven muy cómodamente, no de su trabajo como debieran. Viven de las inmerecidas dádivas y subvenciones que reciben del Gobierno. Este reparto de prebendas, a costa del erario público, define al mentor que las patrocina.
Este proceder tan egoísta, nos indica que Zapatero, además de irresponsable, es también tremendamente indigno. El exceso de egoísmo personal, que le lleva a no escuchar a nadie, determinó esa soledad extrema que experimentó durante todo el Debate del estado de la Nación. Se sintió tan asfixiantemente solo, que se vio obligado a pedir árnica a esos pequeños grupos de nacionalistas extremos, que tampoco es que le hicieran mucho caso.
En el Debate del estado de la Nación, Zapatero rizó tanto el rizo, que las víctimas del 11-M interpretaron como una provocación sus referencias a la última información de un periódico. Sin venir a cuento, ya que no hubo alusión alguna al 11-M durante todo el Debate, se refirió a las últimas revelaciones publicadas por El Mundo en un tono burlón y sarcástico, que ofendió gravemente a las dos asociaciones mayoritarias de las víctimas del terrorismo. Esto si que revela la clase de este personaje, que vive endiosado, pero que desborda ruindad por todos sus poros, sin la más mínima empatía hacia los que sufrieron el zarpazo tremendo del terrorismo.
Solamente a Zapatero puede ocurrírsele comparar las últimas revelaciones sobre el explosivo empleado en los trenes, con las dudas que alguien pueda tener sobre si Elvis Presley vive o no vive, o si el hombre llegó o no llegó a la luna. Esto llevó a mucha gente a sentir vergüenza por los intentos de Zapatero de frivolizar sobre la matanza del 11-M. La gente quiere saber quién está detras de tan brutal atentado. Y las víctimas, con más razón. No sabemos quienes fueron los autores intelectuales de la masacre. Tampoco sabemos, a ciencia cierta, quienes fueron los autores materiales de la misma. No sabemos nada. Si sabemos, por pura lógica, que los pelanas de Lavapiés no pudieron ser. La preparación de esa escalera de muertos, que le llevó a él hasta la Moncloa, quedaba muy lejos de las posibilidades de esos moritos de poco pelo, vulgares chorizos al fin y al cabo.
José Luis Valladares Fernández
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