Hasta el propio Mariano Rajoy reconoce abiertamente que
esta legislatura acabará, sobre poco más o menos, con 1.300.000 parados más que
cuando el Partido Popular ganó las elecciones en noviembre de 2011. Para quitar
hierro a tan catastrófica perspectiva, no duda en afirmar que "Estas
previsiones pueden frustrar a mucha gente, los anhelos, los deseos, los
sentimientos de muchas personas. Pero quiero decirles que el Gobierno sabe lo
que hace y pronto empezaremos a crecer". Y añade sin titubear: "El
Gobierno sabe adónde va, hay que tener paciencia y ser perseverantes".
Si el presidente del Gobierno está plenamente
convencido de que, en esta legislatura, se van a destruir todos esos empleos y
mantiene intacta su política de recortes y de subidas de impuestos, es que no
sabe adónde va. Y si lo sabe y mantiene tales medidas, a pesar de augurar unos
resultados tan catastróficos, es que quiere emular al poderoso conde Lozano, inmortalizado
magistralmente por Guillen de Castro en Las mocedades del Cid. En cierta
ocasión, ofuscado por un tremendo arrebato de ira, el arrogante conde propinó
una bofetada al anciano padre del Cid, don Diego Laínez. Y el conde, en vez de
pedir disculpas para no enfrentarse directamente a don Rodrigo en una pelea a
muerte, nos sale con estos versos:
“Esta opinión es honrada:
procure siempre acertarla
el honrado
y principal;
pero si la
acierta mal,
defendella
y no enmendalla”.
Es evidente que Mariano Rajoy ha arriado varias banderas
que, durante años, han sido el santo y seña del Partido Popular. En vez de
aplicar el programa tradicional de su partido, ha optado inexplicablemente por
actuar como si fuera un consumado socialdemócrata. El descontento se fue
apoderando, poco a poco, de la masa social que le dio su apoyo. El enfado y la
desilusión se están apoderando también de una buena parte de los miembros de su
propio partido.
O se cambia de rumbo o el desastre del Partido popular
va a ser morrocotudo. Para poner remedio a tiempo, entra en escena José María
Aznar, recomendando sin ambages a Mariano Rajoy que enderece el rumbo peligroso
de su política y de su Gobierno y aplique su propio programa electoral. No dudó
en afirmar que "Hace falta cuidar a las clases medias de este país y bajar
los impuestos", y que “ahora” es más “urgente” que nunca emprender una
reforma fiscal profunda. Y recordó seguidamente que en 1998 el Partido Popular
acometió una reforma fiscal similar a la que hace falta ahora y bajó los
impuestos, cosechando un rotundo éxito.
Pero Mariano Rajoy, como el contumaz conde y señor del
castillo de Gormaz, está más por “defendella
y no enmendalla” que por seguir unos consejos suficientemente razonables. En
todo caso, fue incapaz de asimilar las recomendaciones que le hizo Aznar a
través de Antena 3. Eso es, al menos, lo que dio a entender con su desabrida
reacción, considerando totalmente inoportunas las palabras del presidente de
honor del Partido popular. En vez de un consejo, vio en esas palabras todo un
rejonazo o una puñalada trapera a toda su política económica.
La política económica de Mariano Rajoy, a estas alturas
de la película, es sobradamente conocida. Su inveterada pusilanimidad le impide
afrontar con garantía nuestro principal problema, la reforma y la simplificación
definitiva de la desmesurada administración pública. No hay dinero suficiente
para sufragar el gasto ocasionado por las 17 taifas autonómicas y con
competencias triplicadas. Y a esto hay que agregar la enorme profusión de
empresas estatales y de medios de comunicación públicos. Cuando el Estado se dedica a desarrollar
actividades que pueden desarrollar tranquilamente los particulares, sufre
menoscabo la inversión productiva, se incremente notablemente el gasto público.
Y esto se traduce en una mayor presión tributaria y, en consecuencia, en una
manifiesta limitación del consumo.
La subida del IRPF fue indudablemente un error garrafal de Mariano Rajoy o de su
ministro de Hacienda Cristóbal Montoro. Necesitaban urgentemente dinero fresco
para mantener intacta la inmensa torre de Babel que hemos levantado con la
transición política y creyeron que subiendo este impuesto dispondrían
automáticamente de unos ingresos extra. Pero la fiesta recaudatoria ha durado
muy poco, simplemente de mayo de 2012 hasta el 1 de enero de 2013. El hecho es
que, durante el primer trimestre de 2013, la Agencia Tributaria ha recaudado
853 millones de euros menos que en el mismo periodo de 2012.
Para explicar este fenómeno, Arthur Laffer utilizó, en
1974, una simple servilleta que, por su importancia, se conserva hoy día en una
de las vitrinas de la Bookings Institution de Washington. Para demostrar
gráficamente a Dick Cheney y a Donald Rumsfeld, que la
subida de impuestos no supone necesariamente
una mayor recaudación, fue dibujando sobre ese papel la evolución de los
ingresos a medida que se subían los impuestos. El resultado fue lo que se conocería
más tarde como la "curva de Laffer, donde el eje X señalará el tipo impositivo, y
el eje Y la evolución que sufrirá la recaudación.
No hace falta ir a Salamanca para comprender
perfectamente que con una tasa de impuestos del 0% o del 100%, recaudaríamos 0
euros. Por lo tanto, entre un 0% y un 100% tiene que haber un tipo de gravamen
que maximice los ingresos, y que está casi siempre, según Laffer, por debajo de
las tasas de impuestos soportadas normalmente por los ciudadanos. De ahí que,
mientras no se alcancen los niveles de resistencia e intolerancia tributaria,
aumentará la recaudación. Pero en el momento que sobrepasemos dichos niveles, aunque
nos empeñemos en aumentar los tipos, la recaudación deja de aumentar e incluso comienza
a decrecer.
Las reformas fiscales introducidas por José María Aznar
demuestran fehacientemente que Arthur
Laffer tenía razón. Además de haber servido para aumentar
considerablemente la renta de las
familias, provocó también un aumento inesperado en los devengos fiscales. Para
empezar, la recaudación por IVA prácticamente se duplicó, sin necesidad de
subir ninguno de los tramos de este impuesto. El ejemplo más ilustrativo lo
tenemos en la figura fiscal del IRPF. Se simplificó la tarifa de esta carga
fiscal, reduciendo de 18 a 5 los tramos aplicables. El tipo máximo pasó del 56%
al 55% y el mínimo se redujo del 20% al 15%. En total hubo una reducción
estimada de un 33% y, sin embargo, se
recaudó un 50% más de lo habitual.
Pasó también algo parecido con el Impuesto de Sociedades,
en el que se introdujeron algunas deducciones e importantes rebajas en los
tipos de esta figura tributaria. Todo esto ocasionó una subida importante del PIB per cápita y
una aproximación de más de diez puntos en la convergencia con Europa. Por si
fuera esto poco, se redujo la deuda publica española del 64% al 51% del PIB y
el desempleo pasó del 24% a un 12%, lo que viene a demostrar que no es verdad
que las rebajas de impuestos comporten un aumento del gasto público.
Ahora estamos desgraciadamente en el proceso contrario
y, como admite ya el Ministerio de Hacienda, la subida del IRPF decretada por
Mariano Rajoy ya no genera ingresos extra para las arcas públicas. Y es que el
fisco español ha sobrepasado con creces el punto de inflexión señalado por
Laffer, a partir del cual la recaudación comienza a decrecer. Como consecuencia
de esta sobrecarga fiscal, ha disminuido
sensiblemente la renta disponible en los hogares españoles. De ahí ese colapso
generalizado del consumo que tan negativamente influye en la marcha de nuestra
economía.
Una presión fiscal excesiva favorece, además, que
muchos contribuyentes reduzcan intencionadamente su actividad profesional,
porque ven que ese esfuerzo suplementario va a parar íntegramente a las arcas de Hacienda. De lo contrario,
optará sencillamente por la evasión fiscal y el trabajo sumergido. Y a pesar de
todo esto, el Gobierno persiste torpemente en el mantenimiento de esos tipos
fiscales tan altos como regresivos. Lo más que se le ocurre a Rajoy, es pedir aún
más paciencia a los ciudadanos. No se da cuenta que los contribuyentes
españoles llevan ya cinco años apretándose el cinturón y son ya muchos los que
ya no tienen sitio para hacer un agujero más.
La postura de Mariano Rajoy es totalmente suicida y,
mientras no cambie de aptitud, la actividad económica no tiene posibilidad
alguna de recuperación. Ante situación tan crítica, es normal ese toque de
atención por parte de José María Aznar. No le pide nada del otro mundo. Sin
alzar la voz, le insta simplemente que baje los impuestos, que cumpla el programa
electoral y que no rompa el compromiso moral adquirido con los electores. Así
de sencillo.
Gijón, 8 de junio de 2013
José Luis Valladares Fernández
Hola,José Luís:
ResponderEliminarEl chiste, muy bueno.Cierto además que Rajoy no es Aznar, que también acaba de hablar.
Y los nuevos cientos de miles de parados se los están trabajando, por mal gobierno y falta de ideas.
¿Postura suicida la de Rajoy? Creo que sí. Totalmente.
Un abrazo
Rajoy no ha cumplido ni uno solo de sus compromisos con un electorado que le dió la mayoría absoluta para que diese a España la vuelta, como a un calcetín. Él sabrá a que intereses sirve pero lo que está claro es que al PP les pasará factura.
ResponderEliminarClaro, que no tanta como nos está pasando al resto de españoles..
¡Ay esas 17 taifas de las que hablas!
ResponderEliminarParece como si hubieran adoptado la vieja máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: "Cambiar todo para que nada cambie" Eso sí, lo que deberían cambiar, ni tocarlo.
Llueve sobre mojado con este aprendiz de Zapatero.un saludo,
ResponderEliminarLos males del bipartidismo a la española. Rajoy sabe que sus votantes no se irán al PSOE y la debacle de este hace el resto. Lo que pierda no lo ganará el otro.
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