Los
llamados Padres de la Constitución Española, pensando que así acababan con los
movimientos del nacionalismo contestatario de algunas regiones de España,
institucionalizaron una gestión parcialmente descentralizada con el Estado de
las Autonomías. La labor de Gobierno queda estructurada en tres niveles
básicos: el Estado central, las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos. El
texto constitucional no especifica en absoluto el peso relativo de cada uno de
esos tres niveles, circunstancia que aprovecha la casta política para dejar prácticamente
sin competencias al Estado central, traspasándolas a las distintas Comunidades
Autónomas.
La
restructuración de dicho modelo de gestión fue radicalmente errónea. Como era
de esperar, no contentó ni a tirios ni a troyanos, ni solucionó el problema que,
de manera inocente, trataba de zanjar: las veleidades separatistas de algunos
partidos políticos. Antes al contrario, el estado autonómico exacerbó aún más
los ánimos independentistas de vascos y catalanes. La clase política terminará
de aguar la fiesta, al ceder a las Autonomías competencias que, por su
naturaleza, corresponderían exclusivamente al Estado, como es el caso de
Sanidad, Educación y Justicia.
Por otra
parte, esa descentralización irracional no mejoró en absoluto la atención al
ciudadano de la calle. En realidad, no ha valido nada más que para acentuar
enormemente las desigualdades entre los españoles, y para que los políticos monten
sus chiringuitos particulares para colocar en ellos a sus familiares y amigos. Así
que es normal que se dispare de manera irracional el gasto público,
evidenciando la inviabilidad de las Autonomías.
El estado
autonómico se bandeaba, mal que bien, mientras estuvo en auge la famosa burbuja
inmobiliaria. Al fallar esa fuente anormal de ingresos, comenzaron a encenderse todas las alarmas al
comprobarse la tajante incompatibilidad del sistema autonómico con el estado de
bienestar. De ahí que vayan aumentando gradualmente los ciudadanos que piden la
desaparición de las Comunidades Autónomas o, por lo menos, que devuelvan al
Estado algunas de las competencias transferidas.
La casta
política quiere mantener a ultranza el actual modelo autonómico aunque para
ello tenga que sacrificar el estado de bienestar. El coste de las Comunidades
Autónomas es totalmente inasumible por la sociedad española. A parte de otros
inconvenientes, el coste de las mismas ronda los 90.000 millones de euros cada
año. Y para hacer frente a semejante gasto, primero el Gobierno de José Luis
Rodríguez Zapatero y después el de Mariano Rajoy, no han tenido más remedio que
aumentar considerablemente la presión fiscal y recortar gastos en partidas tan
importantes y sensibles como son Sanidad, Educación y Justicia.
Desde que
se inició la crisis económica, los impuestos en España subieron de una manera
tan brutal para la clase media que, dentro de la Unión Europea, solamente
Bélgica, Dinamarca y Suecia pagan más impuestos que nosotros. Pero en
estos tres países, y en la mayoría de los que integran la Unión Europea, el
dinero de los impuestos tiene un destino prioritario: mantener y mejorar el
estado de bienestar de sus ciudadanos. En España, no. La mayor parte del dinero
de nuestros impuestos se destina de manera irresponsable a mantener y a
engordar una Administración ya excesivamente sobredimensionada.
Los
ciudadanos españoles, los que viven
honradamente de su trabajo o de su modesta pensión, quieren acabar de una vez
con ese desmadre autonómico, que es extremadamente caro y que nos está llevando
inevitablemente a la ruina. La casta política, en cambio, no quiere oír hablar
ni de la más mínima simplificación de tan disparatado modelo de gestión. No es
de extrañar que quiera mantener a toda costa esas 17 estructuras paralelas,
cuesten lo que cuesten, para disimular en ellas todo tipo de fundaciones,
agencias, empresas públicas y toda clase de subterfugios para colocar a dedo a sus
amigos, familiares y al mayor número posible de militantes de todos los
partidos políticos. También, cómo no, para complicar la fiscalización de sus
cuentas, ya que todo ese conglomerado de instituciones sirve perfectamente para
ocultar o encubrir su enorme despilfarro público.
España
no se puede comparar en extensión con China, ni con Estados Unidos y mucho
menos con Rusia. Y aunque somos un país muy pequeño, la avaricia desmedida de
los políticos les ha llevado a fragmentarlo por regiones, creando 17 taifas o
estructuras administrativas diferentes, con un gasto y un nivel de competencias
muy superior al de cualquier otro país del mundo con administraciones
intermedias. En todos los países que cuentan con una administración intermedia,
el mayor gasto público corresponde siempre, y con gran diferencia, al Estado
central. En España, no. En España el mayor gasto público lo realizan las
Comunidades Autónomas.
Desde
que estalló la crisis económica, los distintos Gobiernos de España se han
comprometido una y otra vez a reducir gastos, sobre todo a nivel autonómico. Las
continuas promesas de austeridad nunca se vieron adecuadamente reflejadas en
los presupuestos de cada año. En 2012 por ejemplo, el gasto total de las
Comunidades Autónomas alcanzó la importante cifra de 186.474 millones de euros,
ni más ni menos que 30.000 millones más que en 2007, que es cuando se inició la
actual y persistente crisis económica. Aunque en 2012 se redujeron levemente
los gastos, estos siguen siendo bastante más elevados que los del inicio de la
crisis. Así que la famosa austeridad no pasa de ser un cuento chino.
Hay que
tener en cuenta, que el personal de
estas administraciones intermedias ha
estado creciendo exponencialmente desde el principio de nuestra transición
democrática. Así que, a pesar de la crisis, es normal que se disparen los
gastos generales e incluso los llamados gastos sociales. Con el traspaso
alocado de competencias a las Comunidades Autónomas, el Estado transfirió
también los 821.357 empleados que las gestionaban. Pero hoy día, el personal
autonómico supera con creces los 1.740.000 empleados. Desde que aparecieron las
primeras dificultades económicas a mediados de 2007 hasta hoy, el personal
asalariado de las Autonomías creció en más de 32.000 personas.
Dicho de
otro modo, las Comunidades Autónomas necesitan más de 1.740.000 de asalariados
para realizar exactamente el mismo trabajo que desempeñaban en el Estado las
821.357 personas, antes de realizar las transferencias. Y no es que tengamos
muchos más médicos o profesores. Tenemos algunos más, pero muy pocos más y como
consecuencia del aumento de la población. Crecieron, eso sí, y de manera
desmedida, los políticos autonómicos y los contratados a dedo para pagarles
algún favor o por su condición de amigos o familiares de los responsables
autonómicos, para que vivan despreocupadamente del presupuesto público.
Pero las
administraciones públicas ni son, ni se comportan como empresas y, por lo tanto, no es posible
arreglar su situación económica mejorando simplemente su gestión. La plantilla
de las Comunidades Autónomas está claramente inflada. Así que el único arreglo
posible pasa, al menos, por un adelgazamiento considerable de su estructura. Y
mientras no se supriman las autonomías o se racionalicen adecuadamente sus
plantillas, no queda más remedio que subir los impuestos y recortar
notablemente el estado de bienestar, o cerrar los ojos y seguir hipotecando
nuestro futuro y el de otras muchas generaciones venideras.
La casta
política no quiere oír hablar de devolver competencias al Estado, ni siquiera
aquellas que nunca debieron ser transferidas
como Sanidad, Educación y Justicia, y mucho menos que se pretenda
suprimir radicalmente las autonomías. Necesitan mantener ese tipo de gestión autonómica
para camuflar convenientemente empresas
públicas, agencias y fundaciones para ocultar sus enjuagues con dinero público
y poder enchufar injustamente a sus familiares y amigos y conmilitones
políticos.
Barrillos
de Las Arrimadas, 15 de septiembre de 2013
José
Luis Valladares Fernández
A lo que hay que añadir que, por desgracia, nuestros representantes no siempre son los mejor preparados, más bien al revés.
ResponderEliminarResulta que se ha impuesto el sistema opositar para ocupar cualquier cargo, incluso el de barrendero, y los que rigen nuestros destinos no tienen que demostrar nada. Si acaso su amistad con el que encabeza la lista.
EliminarSaludos
El Estado de las Autonosuyas, esa aberración que acabará con España.
ResponderEliminarEs que no hay dinero que aguante este sistema
EliminarLas estadisticas no engañan, y aqui sobran politicos llorizos por un tubo.Pero a esos ni tocarle ni un pelo, y menos la cartera,un abrazo,
ResponderEliminarEso todo el mundo lo ve, menos los que tenían que verlo y poner remedio y racionalizar nuestro sistema político.
EliminarUn abrazo
A mí no me parece mal cierto grado de descentralización, pero no este caos infumable, claro; yo creo que es ante todo un asunto de "deslealtad" y después de gestión- malísima- antes que de modelo en sí mismo, aunque a estas alturas a la gente no la vas a convencer de esto porque se ha instalado la idea de que si se vuelve a lo anterior se acaban todos los problemas...viendo cómo han funcionado los ayuntamientos no lo tengo yo tan claro, pero en fin.
ResponderEliminarY encima los irresponsables socialistas dando la plasta con el federalismo que es más de lo mismo.
Es que no se trata de volver a lo anterior. Lo que se pide que se racionalice el sistema, que competencias como Educación, Sanidad y Justicia correspondan al Estado y que se eliminen duplicidades en la Administración. Y sobran por supuesto los Parlamentos autonómicos que lo único que hacen es romper la unidad de mercado y crear cantidad de trabas burocráticas que lastran nuestra economía. Y de paso, si borran del mapa el Senado, ganábamos mucho
EliminarSaludos
Pido perdón a las personas que enviaron su comentario a esta entrada, ya que al entrar en blogger, por una mala maniobra con el ratón, borré sin querer algunos comentarios. Y una vez borrados, no se la manera de recuperarlos. Si vuelven a repetir el comentario, lo incluiré muy gustosamente.
ResponderEliminarCada vez más y de peor calidad. Nunca la división ha sido buena y en todo caso, al hacerla, debe primar el principio de lealtad que, en determinados políticos no ha sido bandera nunca, ni durante la República, ni durante el Franquismo en la oscuridad de las conspiraciones ni mucho menos en la actualidad. En España se ha vendido feudos a precio de oro pagado por el pueblo para mantener inútiles con cargo al Erario. Esa situación, por nuestra propia pervivencia, se debe revertir a la mayor brevedad posible.
ResponderEliminarUn saludazo.
A esta gente, si se les deja, volvemos a la prehistoria, volviendo los territorios españoles a separarse unos de otros. Y aunque no volvamos a los condados y señoríos antiguos, se da la circunstancia de que no hay dinero para mantener la Administración esta tan absurda de las Autonomías, ni sangrando siquiera a toda la clase media,
EliminarSaludos
Hola José Luis. Me temo que estamos en jaque mate. La deslealtad de nuestros gobernantes hacia un país que les votó, vendiéndose a unas minorías nacionalistas que jamás les votarán por mucho que se agachen hacía sus braguetas, han llevado a esta antes nación a un caos de difícil solución.
ResponderEliminarUn abrazo, y un gustazo volver a leerte.
Lo peor que pudieron hacer los Padres de la Constitución fue inventarse el Estado de las Autonomías. Pensaban que así acallaban a vascos y catalanes y lo único que consiguieron fue incentivarlos aún más. Vieron que la sociedad española estaba presta a concederles cosas y a claudicar, así que a pedir con más insistencia la secesión.
EliminarEsto es veronzoso. Tanto político!!..Y el pais empobreciendose dia a dia . Menudo tijeretazo les pegaba yo!!..Hay que cambiar muuuchas cosas aquí, pero a los políticos no les interesa, es mejor recortar de educación, sanidad, dependencia, etc..Esto solo tiene una "solución": que despertemos ya de una vez y protestemos masivamente por un cambio de sistema. Mientras tanto:a tragar!!
ResponderEliminarEsto tiene muy mal arreglo, porque la casta política defiende sus privilegios con uñas y dientes, cargando todo el peso económico sobre los sufridos trabajadores y pensionistas, a los que controlan hasta el último céntimo. Ciertamente es vergonzoso
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