Los desvelos del Presidente español por el mundo islámico o musulmán aumentan de día en día. De ahí su preocupación para que, en un Consejo de ministros del pasado mes de enero, quedara formulado todo un plan de formación de arabistas españoles. Con este plan se pretende que un número considerable de españoles reciban una formación adecuada en historia y conocimiento del mundo árabe, la religión mahometana y el Magreb. Llama poderosamente la atención el constatar que nuestras universidades, según Zapatero, no están preparadas para formar adecuadamente a esos arabistas. Este puede ser el motivo de que se confíe esa formación, nada más y nada menos, a la universidad pública Mohamet V de Rabat, vinculada evidentemente a la familia real alauita.
Otro dato más. A mediados de septiembre pasado, en uno de los días del mes Islámico del Ramadán del año lunar 1429 de la Hégira, Zapatero fue invitado por el Presidente de Turquía a un acto religioso del Islam, conocido con el nombre el Iftar. Se trata de una celebración solemne y comunitaria de grupos de musulmanes que se reúnen, a la puesta del sol, para la llamada ruptura del ayuno del Ramadán.
La asistencia de nuestro presidente a esa celebración islámica, en sí misma, no tendría la más mínima importancia. Podría incluso catalogarse como una demostración simple de buena amistad y educación. Pero, si nos atenemos a otros hechos, la intencionalidad política de esa asistencia tiene otras connotaciones maliciosamente perversas. Es cierto que Zapatero aducirá que, con su presencia en el Iftar, trata de buscar un modelo de integración basado en la multiculturalidad. Según él, no pretende otra cosa que el pleno entendimiento del Islam con nuestra cultura religiosa. En otras palabras, la dichosa alianza de civilizaciones.
A pesar de que Zapatero quiera darle, de cara al público, esa interpretación, las palabras que pronunció en pleno acto islámico, delatan en él, si no un odio, sí una alergia evidente a la religiosidad cristiana. Se confesó orgulloso de nuestra herencia islámica. Estoy, dijo, “orgulloso de la influencia del Islam en nuestra historia y de su rico legado en nuestra lengua y en nuestro patrimonio”. Con esta frase nos indica claramente que es incapaz de distinguir entre cultura árabe y religión islámica. Y como pensó que el iftar o ruptura del ayuno del Ramadán era una simple ceremonia cultural, aceptó complacido la invitación del Presidente turco.
Es cierto que los árabes nos han dejado, en su paso por España, un poso cultural muy amplio. Ahí están, para demostrarlo, gran número de monumentos arquitectónicos y hasta muchas palabras en nuestro lenguaje. Pero la influencia religiosa es completamente nula o muy escasa. Nuestro presidente no tiene ni idea de lo que es y lo que representa el Islam. Desconoce que el Islam es algo más que una religión, es una forma de vida. Es religión, pero además es toda una norma de vida tan absorbente que condiciona tanto el ser como el estar del musulmán.
Como Zapatero desconoce que la religión islámica secuestra prácticamente la personalidad del creyente, cree que es posible compaginar islamismo con la cultura occidental y la propia religión cristiana. Nuestra cultura occidental tiene cierta autonomía o vida propia, independientemente de la religión cristiana. La cultura occidental y la religión cristiana se complementan sin provocar prácticamente conflictos de importancia. No así la religión islámica que es exclusivista y que impregna a fondo todos los órdenes de la vida del practicante. De ahí que tratar de conciliar nuestra cultura y nuestra religión con el islamismo, es como intentar mezclar el aceite con el agua.
La palabra Islam, para empezar, significa sumisión. Y, en consecuencia, como se trata de una sumisión plena y absoluta, la razón no cuenta para nada y el creyente islámico carece de la más elemental autonomía y su propia voluntad estará siempre mediatizada por el Corán y por los sunnas o dichos y hechos del profeta y recopilados en la hadiz. Los verdaderos islamistas tratan de seguir ciegamente las enseñanzas de Mahoma. Y como les pide que adopten como primer deber sagrado la lucha sin cuartel contra los enemigos de la ley divina, son, ante todo, auténticos guerreros. Y como ese carácter belicoso procede íntegramente de la propia religión, terminan siendo peligrosos fundamentalistas. Además, al mediar en esa lucha el imperativo religioso, se hacen a veces trágicamente inhumanos. Al igual que el profeta Mahoma, todo verdadero creyente está marcado por la sangre y la guerra. De ahí la conocida Yihad.
Son muchos los que se creen que la Yihad es algo inventado por los americanos, a raiz del terrible 11S. Tremendo error. La Yihad procede del propio Corán y de la Hadiz o tradición islámica. Esa fe profunda en las enseñanzas de Mahoma, predicadas insistentemente por los Mulás, imanes o responsables religiosos, hace que los practicantes islamistas pasen, en muy poco tiempo, de los ritos y celebraciones a los atentados más violentos.
Los que han hecho causa común con la tristemente célebre Alianza de Civilizaciones, conciben la libertad como algo que carece totalmente de vínculos y cortapisas. Y esto nos lleva inevitablemente al fanatismo y a una cruel arbitrariedad. De ahí que esa complacencia de Zapatero con el mundo islámico, y todos los partidarios de dicho multiculturalismo, tienen verdadera culpa de los problemas que origina el Islam en cualquier punto de occidente. Talmente parece que tratan de cuadrar el círculo.
Como el auténtico mahometano es incapaz, por cuestiones puramente religiosas, de integrarse socialmente en otras culturas que tengan hábitos religiosos diferentes, con estas acogidas, los partidarios del multiculturalismo no harán otra cosa que formar auténticos guetos islámicos. Y lo que es peor: estas personas acogidas y reunidas en guetos, se atribuyen a sí mismas como colectividad una identidad propia. Y esa identidad arrogada, la contraponen sin más a la identidad nacional del país que los recibe.
Los mismos islamistas, cuando llegan a un país con cultura occidental saben que no hay integración posible. Están, ya de mano, plenamente convencidos de que su religión es radicalmente incompatible con los valores tradicionales de nuestra cultura occidental. Más aún. Están igualmente convencidos de que su religión es también incompatible, hasta con los derechos fundamentales de la persona.
Otro dato más. A mediados de septiembre pasado, en uno de los días del mes Islámico del Ramadán del año lunar 1429 de la Hégira, Zapatero fue invitado por el Presidente de Turquía a un acto religioso del Islam, conocido con el nombre el Iftar. Se trata de una celebración solemne y comunitaria de grupos de musulmanes que se reúnen, a la puesta del sol, para la llamada ruptura del ayuno del Ramadán.
La asistencia de nuestro presidente a esa celebración islámica, en sí misma, no tendría la más mínima importancia. Podría incluso catalogarse como una demostración simple de buena amistad y educación. Pero, si nos atenemos a otros hechos, la intencionalidad política de esa asistencia tiene otras connotaciones maliciosamente perversas. Es cierto que Zapatero aducirá que, con su presencia en el Iftar, trata de buscar un modelo de integración basado en la multiculturalidad. Según él, no pretende otra cosa que el pleno entendimiento del Islam con nuestra cultura religiosa. En otras palabras, la dichosa alianza de civilizaciones.
A pesar de que Zapatero quiera darle, de cara al público, esa interpretación, las palabras que pronunció en pleno acto islámico, delatan en él, si no un odio, sí una alergia evidente a la religiosidad cristiana. Se confesó orgulloso de nuestra herencia islámica. Estoy, dijo, “orgulloso de la influencia del Islam en nuestra historia y de su rico legado en nuestra lengua y en nuestro patrimonio”. Con esta frase nos indica claramente que es incapaz de distinguir entre cultura árabe y religión islámica. Y como pensó que el iftar o ruptura del ayuno del Ramadán era una simple ceremonia cultural, aceptó complacido la invitación del Presidente turco.
Es cierto que los árabes nos han dejado, en su paso por España, un poso cultural muy amplio. Ahí están, para demostrarlo, gran número de monumentos arquitectónicos y hasta muchas palabras en nuestro lenguaje. Pero la influencia religiosa es completamente nula o muy escasa. Nuestro presidente no tiene ni idea de lo que es y lo que representa el Islam. Desconoce que el Islam es algo más que una religión, es una forma de vida. Es religión, pero además es toda una norma de vida tan absorbente que condiciona tanto el ser como el estar del musulmán.
Como Zapatero desconoce que la religión islámica secuestra prácticamente la personalidad del creyente, cree que es posible compaginar islamismo con la cultura occidental y la propia religión cristiana. Nuestra cultura occidental tiene cierta autonomía o vida propia, independientemente de la religión cristiana. La cultura occidental y la religión cristiana se complementan sin provocar prácticamente conflictos de importancia. No así la religión islámica que es exclusivista y que impregna a fondo todos los órdenes de la vida del practicante. De ahí que tratar de conciliar nuestra cultura y nuestra religión con el islamismo, es como intentar mezclar el aceite con el agua.
La palabra Islam, para empezar, significa sumisión. Y, en consecuencia, como se trata de una sumisión plena y absoluta, la razón no cuenta para nada y el creyente islámico carece de la más elemental autonomía y su propia voluntad estará siempre mediatizada por el Corán y por los sunnas o dichos y hechos del profeta y recopilados en la hadiz. Los verdaderos islamistas tratan de seguir ciegamente las enseñanzas de Mahoma. Y como les pide que adopten como primer deber sagrado la lucha sin cuartel contra los enemigos de la ley divina, son, ante todo, auténticos guerreros. Y como ese carácter belicoso procede íntegramente de la propia religión, terminan siendo peligrosos fundamentalistas. Además, al mediar en esa lucha el imperativo religioso, se hacen a veces trágicamente inhumanos. Al igual que el profeta Mahoma, todo verdadero creyente está marcado por la sangre y la guerra. De ahí la conocida Yihad.
Son muchos los que se creen que la Yihad es algo inventado por los americanos, a raiz del terrible 11S. Tremendo error. La Yihad procede del propio Corán y de la Hadiz o tradición islámica. Esa fe profunda en las enseñanzas de Mahoma, predicadas insistentemente por los Mulás, imanes o responsables religiosos, hace que los practicantes islamistas pasen, en muy poco tiempo, de los ritos y celebraciones a los atentados más violentos.
Los que han hecho causa común con la tristemente célebre Alianza de Civilizaciones, conciben la libertad como algo que carece totalmente de vínculos y cortapisas. Y esto nos lleva inevitablemente al fanatismo y a una cruel arbitrariedad. De ahí que esa complacencia de Zapatero con el mundo islámico, y todos los partidarios de dicho multiculturalismo, tienen verdadera culpa de los problemas que origina el Islam en cualquier punto de occidente. Talmente parece que tratan de cuadrar el círculo.
Como el auténtico mahometano es incapaz, por cuestiones puramente religiosas, de integrarse socialmente en otras culturas que tengan hábitos religiosos diferentes, con estas acogidas, los partidarios del multiculturalismo no harán otra cosa que formar auténticos guetos islámicos. Y lo que es peor: estas personas acogidas y reunidas en guetos, se atribuyen a sí mismas como colectividad una identidad propia. Y esa identidad arrogada, la contraponen sin más a la identidad nacional del país que los recibe.
Los mismos islamistas, cuando llegan a un país con cultura occidental saben que no hay integración posible. Están, ya de mano, plenamente convencidos de que su religión es radicalmente incompatible con los valores tradicionales de nuestra cultura occidental. Más aún. Están igualmente convencidos de que su religión es también incompatible, hasta con los derechos fundamentales de la persona.
José Luis Valladares Fernández
"Alianza de civilizaciones", "multiculturalidad", etc. son términos que suenan bien pero que en el fondo sólo tienen sentido cuando las dos o tres o más partes que pretenden formar paerte de esa "mesa" son capaces de sentarse y exponer "por igual" sus contenidos respectivos y asumir una serie de acuerdos comunes, para lo cual siempre hay que ceder algo de lo propio y aceptar algo del otro. ¿Qué pretende ZP ofrecer a esas culturas como parte fundamental de nuestra cultura cristiana-occidental? ¿Qué aspectos de esas otras culturas serían asumibles por nosotros? ¿Qué aspectos de nuestra cultura cristiana-occidental estarían dispuestos a aceptar los musulmanes u otras culturas? La interculturalidad debe ser respeto pero también intercambio. No sólo aceptamos aspectos de otras culturas sino que otras culturas son capaces de aceptar aspectos importantes de la nuestra. Nada de esto, de momento, parece posible. De hecho ZP, por lo que parece, respeta más la cultura musulmana quela propia cultura cristiana. Y sólo hablo de cultura no de religión.
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