Es un hecho empírico innegable que, para tener una larga vida, hay que pasar por un necesario envejecimiento. Pasada la frontera de los 60, nada va más de prisa que los años. La vida se convierte, casi sin darnos cuenta, en eso que pasa continuamente mientras estamos entretenidos haciendo otras cosas. Y el envejecimiento, por regla general, tiene muy mala prensa. Todos queremos llegar a viejos. Pero, paradójicamente, nadie quiere envejecer. Ya Cicerón le hacía decir a Catón el viejo: ….senectus quam ut adipiscantur omnes optant, eamdem accusant adeptam, que traducido suena así: todos desean llegar a la vejez, y, al llegar, todos la acusan. Lo que no deja de ser extravagante.
Cumplir años y ver que el cuerpo envejece irremediablemente, mientras el espíritu se mantiene joven, suele convertirse en tragedia insoportable en muchos casos. Y esta tragedia es perfectamente evitable si, al pesimismo de la razón, oponemos el optimismo de la voluntad. Debemos huir siempre de hacernos trampas inútiles a nosotros mismos y contemplar el lado bueno del envejecimiento, manteniendo, eso sí, un espíritu joven y una adecuada actividad.
Los años nos arrugarán la piel, pero si renunciamos al entusiasmo se no arrugará también el alma de una manera irremediable. Debemos vivir la vida con intensidad y dejar un poco de lado la propia extensión de la misma. Se trata, ante todo, de dar más vida a los años y no más años a la vida. Y para ello debemos encarar el envejecimiento con alegría, conscientes de que la vida nos aporta experiencia y la experiencia nos proporciona indudablemente una vida mucho más intensa.
La falta de optimismo y el temor a encontrarnos cara a cara con el tiempo, ha dado lugar a que, en el entorno de las personas mayores, se hayan ido formando una serie de mitos, rotundamente falsos. El más común es el que asocia a la enfermedad con la senectud, sin tener en cuenta que aquella no pregunta nunca la fecha de nacimiento. La enfermedad no tiene privilegio por una edad determinada. Amenaza por igual a niños, a jóvenes y a mayores. La vejez es simplemente una etapa más de la vida en la que, a pesar de los años, se puede estar disfrutando de una esplendida juventud.
Hoy día, la llamada Tercera Edad, no tiene por qué ser considerada como una etapa dominada por la enfermedad, la incapacidad y la inactividad definitiva. Tampoco tiene que estar marcada esta etapa por la dependencia de otras personas. La Tercera Edad es una fase más del ciclo vital, donde el individuo mayor puede vivir con calidad y con satisfacción. Y, como no, asumir alegremente el dicho de Gorgias Leontino: Nihil habeo quod accusem senectutem; nada tengo de qué acusar a la vejez.
El cumplir años en la actualidad no deja de ser una bendición de Dios. Envejecer es un arte, el arte de saber dejar a un lado recuerdos y nostalgias inútiles, para centrarse, con buen ánimo e ilusión, en conservar cierta esperanza a pesar de todo.
Los que ya peinamos canas, no necesitamos que nadie nos garantice una larga vida. La hemos conseguido ya. Y esa es la ventaja que tenemos sobre el resto de generaciones más jóvenes. Cuando aún eres joven, nadie te puede garantizar que vas a cumplir muchos años más. Y esa ventaja de haber llegado a esa deseada y temida meta de la longevidad, tiene un precio. El estar más expuestos que otras personas a ciertos achaques, forma parte del canon o peaje que se nos exige por el privilegio de seguir cumpliendo años.
Cumplir años y ver que el cuerpo envejece irremediablemente, mientras el espíritu se mantiene joven, suele convertirse en tragedia insoportable en muchos casos. Y esta tragedia es perfectamente evitable si, al pesimismo de la razón, oponemos el optimismo de la voluntad. Debemos huir siempre de hacernos trampas inútiles a nosotros mismos y contemplar el lado bueno del envejecimiento, manteniendo, eso sí, un espíritu joven y una adecuada actividad.
Los años nos arrugarán la piel, pero si renunciamos al entusiasmo se no arrugará también el alma de una manera irremediable. Debemos vivir la vida con intensidad y dejar un poco de lado la propia extensión de la misma. Se trata, ante todo, de dar más vida a los años y no más años a la vida. Y para ello debemos encarar el envejecimiento con alegría, conscientes de que la vida nos aporta experiencia y la experiencia nos proporciona indudablemente una vida mucho más intensa.
La falta de optimismo y el temor a encontrarnos cara a cara con el tiempo, ha dado lugar a que, en el entorno de las personas mayores, se hayan ido formando una serie de mitos, rotundamente falsos. El más común es el que asocia a la enfermedad con la senectud, sin tener en cuenta que aquella no pregunta nunca la fecha de nacimiento. La enfermedad no tiene privilegio por una edad determinada. Amenaza por igual a niños, a jóvenes y a mayores. La vejez es simplemente una etapa más de la vida en la que, a pesar de los años, se puede estar disfrutando de una esplendida juventud.
Hoy día, la llamada Tercera Edad, no tiene por qué ser considerada como una etapa dominada por la enfermedad, la incapacidad y la inactividad definitiva. Tampoco tiene que estar marcada esta etapa por la dependencia de otras personas. La Tercera Edad es una fase más del ciclo vital, donde el individuo mayor puede vivir con calidad y con satisfacción. Y, como no, asumir alegremente el dicho de Gorgias Leontino: Nihil habeo quod accusem senectutem; nada tengo de qué acusar a la vejez.
El cumplir años en la actualidad no deja de ser una bendición de Dios. Envejecer es un arte, el arte de saber dejar a un lado recuerdos y nostalgias inútiles, para centrarse, con buen ánimo e ilusión, en conservar cierta esperanza a pesar de todo.
Los que ya peinamos canas, no necesitamos que nadie nos garantice una larga vida. La hemos conseguido ya. Y esa es la ventaja que tenemos sobre el resto de generaciones más jóvenes. Cuando aún eres joven, nadie te puede garantizar que vas a cumplir muchos años más. Y esa ventaja de haber llegado a esa deseada y temida meta de la longevidad, tiene un precio. El estar más expuestos que otras personas a ciertos achaques, forma parte del canon o peaje que se nos exige por el privilegio de seguir cumpliendo años.
José Luis Valladares Fernández
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