viernes, 5 de junio de 2009

EL SINDICALISMO Y SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA

2.- Primeros pasos del sindicalismo

La clase feudal, institucionalizada por la Dinastía Carolingia, había arraigado fuertemente en Francia. Pero esta clase feudal era incapaz de adaptarse a los cambios sociales, como consecuencia de la rigidez del régimen monárquico. Esa inadaptación a los nuevos hábitos de la sociedad, por un lado, dio pie a la aparición de una nueva clase social, la burguesa que fue adquiriendo un poderío económico creciente. Y por otro lado, generó en las clases más bajas un enorme descontento que las llevó a odiar a todos esos valores que habían sido tradicionales hasta entonces.
Ese descontento y ese odio abrieron la puerta a la Revolución Francesa de 1789, poniendo fin al sistema feudal francés. Pasados los primeros momentos de desorden y desconcierto, provocados por la Revolución, la nueva clase burguesa fue ocupando poco a poco el vacío dejado por el feudalismo, erigiéndose en clase dominante. Esta sustitución de feudalismo por capitalismo, cautivó al resto de los países de Europa. Y, uno tras otro, fueron importando y estableciendo decididamente ese nuevo sistema económico, que con su consolidación, dio origen a lo que conocemos como revolución industrial.
Los responsables de esta revolución industrial, para garantizarse una fácil rentabilidad, impusieron a la mano de obra unas condiciones extremadamente duras, dando lugar a un gran malestar social. Los representantes de los obreros reaccionaron ante tamaña injusticia, poniendo en marcha un nuevo movimiento reivindicativo, que pasó a la historia con el nombre de socialismo utópico. Trataban de establecer una sociedad lo más perfecta posible, en la que destacara ante todo la igualdad y todos los hombres gozaran de idénticas oportunidades. Esto determina el marcado carácter ético y moral del socialismo utópico, que busca con ahínco un cambio social igualitario que no llegará nunca.
El socialismo utópico se convierte en la primera y principal corriente del pensamiento moderno, y, aunque nace en Francia, es en Inglaterra donde se desarrolla plenamente. Fueron Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, los que bautizaron a este movimiento con el nombre de socialismo utópico, al contraponerlo a su propia teoría a la que llamaron socialismo científico.
Es en Inglaterra donde el socialismo utópico recibe el principal desarrollo, quedando caracterizado y mediatizado definitivamente por la revolución industrial inglesa. No podemos olvidar que el proletariado de aquella época abundaba en miserias y que, a la vez, se puso en práctica la nueva rama de la ciencia, denominada Economía política, ya que ambas cosas dejaron su impronta en este quimérico socialismo.
El primer teórico que trató de desarrollar científicamente el socialismo utópico fue el galés Robert Owen. Owen fue un pionero del socialismo, que se dejó influir por los pensadores ilustrados del siglo XVIII y que creía en el progreso del género humano mediante la razón, el convencimiento y la adecuada educación. Fue el primero en considerar al proletariado como clase independiente, aunque de una manera un tanto rudimentaria.
Conmovido Owen por las consecuencias sociales nefastas ocasionadas por la introducción del capitalismo durante la primera revolución industrial, buscó la manera de introducir mejoras sociales importantes. Así, desde su posición como empresario, mejoró notablemente las condiciones laborales y económicas de los trabajadores. Proporcionó a estos unas condiciones más dignas en cuanto a vivienda, a sanidad y a educación se refiere. De ahí que propugnara el establecimiento de escuelas y bibliotecas para niños y adultos en una comunidad que llamó Nueva Armonía.
Trató Robert Owen de desarrollar un nuevo sistema económico, alternativo al británico, y que se basaba en el cooperativismo. Propugnaba la unión de los obreros en cooperativas, tanto de producción como de distribución, ya que pensaba que serían mucho más rentables que la misma industria. Copiando de esta comunidad, propugnada por Owen, y a lo largo de la historia, irían apareciendo otras comunidades utópicas, entre las que destacarían los famosos Kibutz israelitas.
El socialismo utópico, tal como se desarrolló en Gran Bretaña, no se parece, en nada, al resto de socialismos, que fueron apareciendo después. El único nexo de unión, entre estos y aquel, lo tenemos en la difícil lucha solidaria de los trabajadores, tanto de la industria como del campo, en busca de una sociedad más justa e igualitaria y de una economía al servicio de la mayoría. Y también la lucha, al menos aparente, por las libertades. Digo lucha aparente, ya que ha habido socialismos que, tan pronto se vieron en el poder, cercenaron de cuajo las libertades tal y como se puede demostrar históricamente. Pero en cuanto objetivo, esa lucha sería una de las características comunes a todos los modelos socialistas.
Hay otras características comunes a los diversos movimientos socialistas, también muy importantes. Entre ellas estaría la crítica radical al sistema capitalista, al que consideraban social y económicamente injusto. Todos ellos han exigido siempre que los medios de producción estén en manos de la colectividad y que, en todo cambio social sea incuestionable la primacía de la clase obrera.
Esa lucha, contra viento y marea, para mejorar las compensaciones salariales y evitar la explotación del trabajador, sirvió de marco a todo el movimiento social posterior. Una vez que fue reconocida la legalidad de de la acción colectiva de los trabajadores, aparecen las primeras organizaciones obreras, agrupadas de acuerdo con el oficio de cada uno. En Inglaterra se dio el nombre de tradeunions a estas organizaciones obreras emergentes. Lo que, literalmente, quiere decir uniones de oficios.
Fue Inglaterra donde más rápidamente prendió y se desarrollo más a fondo el proceso de industrialización. A mediados del siglo XVIII, en Gran Bretaña, el movimiento industrial había dado ya un paso de gigante, siendo ya muy notable el progreso de las industrias de bienes de producción y de consumo. La construcción del ferrocarril, además de poner en órbita la explotación del carbón y el crecimiento de la siderurgia, actuó como motor eficaz de toda la industria, al facilitar el traslado de las mercancías desde las fábricas hasta los distintos puntos de consumo. Todos estos factores contribuyeron decisivamente a que Inglaterra, desde esas fechas y hasta la Primera Guerra Mundial, ostentara sin ninguna duda la supremacía industrial, financiera y comercial del mundo.
El desarrollo notable de la tecnología y de la industria, con la acumulación de capitales que esto generaba, incitó a los trabajadores a acelerar, también ellos, la creación de nuevas asociaciones para hacer frente a la explotación, cada vez más intensa y sin miramientos. La conversión acelerada de los talleres modestos en fábricas productivas, además de despersonalizar las relaciones de trabajo, incentivaba la aparición de nuevas formas de explotación y de injusticias sociales.
Uno de los principales luchadores contra la creciente explotación fue Robert Doherty que, desde niño, había soportado un trabajado muy duro en las hilanderías de algodón. A los 20 años es nombrado secretario de la unión local de los hiladores de algodón, y aprovecha su experiencia para, en 1829, fundar en Gran Bretaña la Asociación Nacional para la Protección del Trabajo. En el lenguaje actual, se trataría de la primera central sindical de la historia del trabajo. Convencido Doherty de que esta Asociación no garantizaba una lucha eficaz contra la explotación, crea en 1834 la Great Trade Union. En realidad no es otra cosa que la unión de varios sindicatos de oficios con la intención de lograr una fuerza social mucho mayor. Lo que si hay que reconocer es que estas organizaciones, de aquella, carecían aún de ideales políticos revolucionarios. Únicamente les movían intereses económicos y la mejora de las condiciones laborales.
La industrialización, en la Europa Continental, tardó en despegar mucho más que en Inglaterra. Prácticamente, hasta 1850, permaneció estancada, sin apenas desarrollo alguno. En muchos países europeos, entre los que está Italia, Rusia y España, la industrialización, además de diferente, es mucho más tardía. Las fábricas modernas y rentables brillaban por su ausencia. Aunque sin llegar a igualar a Gran Bretaña, Francia, Bélgica y Alemania tenían un ritmo de industrialización más alto que el resto de los países europeos.
En Francia, fueron las mujeres las primeras en romper el hielo, formando organizaciones colectivas con el objeto de defenderse de la explotación, tanto en los aserraderos de Burdeos como en las fábricas textiles de Lyon. Es en 1830, y coincidiendo con una de las primeras crisis económicas, cuando crean una asociación estable, a la que llamaron ya syndicat.
El proceso inicial de estas asociaciones obreras, en Alemania, no es muy distinto. Estas asociaciones luchan denodadamente por conseguir unas condiciones laborables más humanas y, como no, un mayor salario. Con el fin de apaciguar las presiones de estos trabajadores, cada vez más intensas, el Canciller Bismarck fija las condiciones generales de trabajo e instituye unas coberturas sociales muy rudimentarias de enfermedad, accidente, de invalidez y jubilación. Todo un adelanto para aquella época.
En España, todo este proceso de asociación colectiva de los trabajadores, tarda más en iniciarse. Y cuando aparece, lo hace de una manera muy tímida. Esto fue debido a que, en España, el grueso de los trabajadores vivían de trabajar la tierra. La industria, por aquellas fechas, era muy escasa y muy localizada en Cataluña. Prácticamente el movimiento obrero en España, careció de identidad hasta la época que conocemos con el nombre de sexenio democrático, que va de 1868 a 1874. Como para estas fechas, en toda Europa, se habían comenzado a mezclar los intereses laborales con los políticos, en España, ese movimiento obrero, nació ya políticamente contaminado.


José Luis Valladares Fernández

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