4.- Internacionalización del movimiento sindical
En busca de una mayor efectividad de la lucha sindical, los obreros comienzan a crear las primeras asociaciones de ámbito internacional. Es el 28 de septiembre de 1864 cuando se crea en Londres la primera de ellas, con el nombre de Asociación Internacional de Trabajadores. En la fundación y posterior organización de la AIT, participa activamente Carlos Marx. El es el encargado de redactar el famoso Llamamiento inaugural de la Internacional, que es algo así como el acta fundacional de lo que se conoció como Primera Internacional
Con esta asociación, se buscaba claramente la solidaridad internacional obrera y la desaparición de la sociedad clasista. Tenía también, como objetivo importante, la abolición definitiva de la propiedad privada de los medios de producción. Así es como aparece la primera central sindical obrera, propiamente dicha.
Con la llegada a Inglaterra, en 1862, de un contingente de obreros franceses para reunirse con los responsables sindicales de Trade Union, se sientan las bases de esta primera internacional, que culminaría con la redacción, por parte de Marx, Engels y Bakunin, del programa y los estatutos por los que se iba a regir.
En un primer momento, no fueron muchas las organizaciones obreras que se adscribieron a la misma, porque era muy poco conocida aún. Inicialmente formaron parte de esta Primera Internacional, los sindicalistas ingleses, los anarquistas y socialistas franceses y algún republicano de Italia. Fue éste el primer intento serio de organizar la política internacionalista de la revolución proletaria por parte de los sectores más avanzados de la misma.
El primer congreso de la AIT se celebra en 1886. En este congreso, se aprueban los estatutos redactados en 1864 y se estudian, de manera conjunta, los problemas sociales que afectaban al mundo del trabajo. Coincidiendo con este primer congreso de la AIT, se funda en Inglaterra el primer sindicato propiamente dicho, el Trades Union Congress, conocido con las siglas TUC. El TUC se mantiene en la actualidad y cuenta hoy día con gran número de afiliados.
La Primera Internacional abogaba por la instauración de un Estado Obrero, organizado de abajo hacía arriba. La Comuna de París, en 1871, pasa de la teoría a la práctica y ensaya ese sistema de Estado. Con este fin, desata una insurrección obrera importante, nunca vista hasta entonces, y se adueña de la ciudad, controlándola durante más de un mes. Fue un hecho muy sonado que marcó un hito en la historia. Era algo insólito que unos proletarios, llenos de ideas francamente radicales, derrocaran al poder establecido y formaran sus propios órganos de gobierno, creando el primer Estado auténticamente socialista.
Es cierto que se trataba únicamente del gobierno municipal de París. Pero aún así, y en tan poco tiempo, desarrolló una legislación social muy avanzada, llegando incluso a reglamentar el trabajo de acuerdo con la nueva doctrina que se estaba poniendo de moda. Pero la Comuna no encontró apenas apoyos exteriores. Esto supuso, aunque el final fue muy sangriento, que el ejército francés no tuviera muchos problemas para poner fin a la aventura a los dos meses de puesta en marcha. Esta derrota de la comuna fue un duro golpe para la Primera Internacional, donde andaban ya a la greña Marx y Bakunin.
La Primera Internacional celebra el congreso de la Haya de 1872 en un ambiente claro de derrota y de enfrentamiento interno. A medida que avanzan los debates, las diferencias entre Marx y Bakunin se iban agrandando cada vez más. Diferencias que llegaron a ser tan insalvables que provocaron irremediablemente la fractura de esta internacional con la expulsión de este congreso de Bakunin y de sus incondicionales. A partir de este momento, el movimiento obrero queda dividido en marxistas por un lado, y anarquistas por el otro.
Ni Bakunin, ni ninguno de sus partidarios reconocieron los acuerdos que se adoptaron en el congreso de la Haya. Y, con la intención clara de refundar nuevamente la Internacional, no vieron mejor cosa que convocar otro congreso en Suiza, en la población de Saint-Imier. Pero la unión fue ya imposible y ambos movimientos obreros siguieron direcciones completamente opuestas. Esta división y el desarrollo propio de cada tendencia, unido a la falta de avances sociales, propició la aparición de lo que conocemos como partidos socialistas.
Estas nuevas formaciones políticas, desde el momento mismo de su aparición, hacen gala de un radicalismo desconocido hasta entonces, con críticas tremendas y demoledoras del sistema capitalista. El capitalismo era lo más injusto social y económicamente, ya que no admitía medios de producción colectivos y negaba toda clase de protagonismo a los obreros en ninguno de los cambios sociales posibles.
Los nuevos partidos obreros ponen todo su énfasis en la famosa lucha de clases que, como es natural, no tardará en terminar en un evidente odio de clases. La huelga, a veces salvaje, pasa a ser su principal arma de lucha contra la patronal, en busca de mejoras sociales
Las diferencias entre estas dos tendencias, surgidas del congreso de la Haya, no pueden ser más claras. La tendencia liderada por Marx rechaza todo tipo de colaboración con los partidos burgueses. La otra tendencia, la tendencia anarquista, a la vez que la colaboración con los partidos burgueses, rechazan frontalmente toda posible participación en la vida política. Los votos, dicen, solamente sirven para cambiar de amos, no para abandonar la esclavitud. De ahí que busquen con denuedo la abolición del estado y la desaparición de cualquier tipo de autoridad.
Para dejar en evidencia a la corriente antagónica, liderada por Bakunin, Marx se embarca en el desarrollo de la doctrina política del socialismo científico, y que ampliará más tarde en su obra definitiva, titulada El Capital. Tratará de establecer la diferencia entre valor de uso y valor de cambio de cualquiera de las mercancías. Esta distinción, juntamente con la definición de plusvalía, significara su mayor contribución a la economía política.
El valor de uso de un bien cualquiera viene determinado por la aptitud del mismo para satisfacer una necesidad, sea esta real o subjetiva. El valor de uso del trabajo tiene una connotación muy particular, ya que, según Marx, es creador de otros valores de uso. El valor de cambio hace referencia ala proporción en que se intercambian los distintos bienes materiales. Es siempre una medida cuantitativa que viene determinada por el trabajo que la produjo. El valor de cambio, en la producción capitalista, estará siempre integrado por el capital o los distintos medios materiales y por el trabajo invertido en la producción de las mercancías. La plusvalía, en cambio la determinará el propio margen de ganancia social que consiga el capital.
Tanto Bakunin como sus partidarios, en sus debates con el marxismo, ponen el acento en el sujeto o en el individuo concreto. Nadie, como ellos, siente tanto respeto por la libertad, tanto si es individual como colectiva. La libertad es la base de todo. De ahí que exijan que todas las asociaciones humanas, además de ser voluntarias, prevalezca en ellas la horizontalidad. También exigen una autonomía plena, acompañada de una autoorganización de los diferentes movimientos sociales frente al Estado y frente a los diversos monopolios que ofrezca el capitalismo. Ni más ni menos, se trata de un socialismo claramente libertario que intenta construir la sociedad sobre pilares tan llamativos como las libertades civiles y la iniciativa de cada individuo. La cooperación, ante todo, debe ser voluntaria y ofrecer una exquisita equidad social.
Las diferencias ideológicas entre los postulados de Bakunin y el marxismo son muy claras y, cada vez, más irreconciliables. Para Bakunin, el papel de la Internacional quedaba reducido a coordinar simplemente los distintos movimientos social-revolucionarios. Y debía carecer, incluso, de todo órgano de dirección común. Para Marx, en cambio, además de tener una función centralizadora, debía servir para unificar el movimiento obrero.
La clase obrera, según Marx, no podía renunciar a la consecución del poder mediante un triunfo revolucionario y el establecimiento de la Dictadura del Proletariado. Y esto presupone claramente el reforzamiento del poder del Estado. Bakunin, sin embargo, rechaza toda forma de poder. No admite ninguna forma de Estado, ni aunque esté gobernado en nombre del proletariado. Tenía fe en la revolución inmediata y, para ello, confiaba más en las masas campesinas, llenas de miseria y desesperación, que en los obreros aburguesados de las fábricas. Defendía hasta la insurrección armada para llegar a la destrucción definitiva del poder y de toda forma de Estado.
Carlos Marx bendecía la intervención política y, en consecuencia, colaboraba con todos aquellos partidos burgueses que favorecieran los intereses del proletariado. Todo lo contrario que M. Bakunin que predicaba la abstención más absoluta en todo tipo de actividad política. Bakunin negaba a los obreros la posibilidad de formar partidos políticos. Debían agruparse, eso si, para actuar de un modo positivo, pero nunca en el seno de la Internacional.
La lucha entre marxistas y anarquistas fue tan intensa que, a estas alturas de la película, ya nadie se acordaba del mutualismo defendido por Proudhon. Este anarquista francés admitía la propiedad privada siempre que procediera del propio trabajo. Proscribía la coacción, la extorsión y el fraude contra otras personas o sus propiedades. Admitía la asociación voluntaria tanto en mutuas como en cooperativas para obtener mejores resultados económicos.
Los trabajadores británicos, por lo general, se mantuvieron al margen de la lucha política entablada entre marxistas por un lado y anarquistas por otro. La mayoría de los obreros ingleses continuarían siendo fieles a la ideología apolítica, instaurada por las Trade Unions. Camino muy similar seguía la Sociedad Fabiana, creada en 1883 en Gran Bretaña. El fabianismo era tremendamente pragmático, y huía de todo cambio revolucionario. Buscaba la manera de llegar al socialismo, de una manera evolutiva y gradual, mediante el parlamentarismo y el sindicalismo, y nunca por razón de la lucha de clases y la revolución
A los de la Sociedad Fabiana, como eran tremendamente pragmáticos, defendían la propiedad pública de los medios de producción. Pensaban que así se daría al traste con los abusos que genera el capitalismo, acabando de esta manera con el desorden económico existente. Para ellos era prioritario regular adecuadamente las difíciles condiciones de trabajo, para poner fin a la lamentable explotación infantil y a los accidentes laborales. El fabianismo participó en la fundación del Partido Laborista Británico, al que estuvo siempre muy ligado, al menos durante la primera mitad del siglo XX
Entre el 25 de diciembre de 1922 y el 2 de enero de 1923, se reúnen en Berlín varios grupos de anarcosindicalistas, entre los que estaba un grupo de la CNT española. Tratan de refundar nuevamente la AIT, recogiendo el testigo de la corriente libertaria de la Primera Internacional. Proscriben todo tipo de dependencia de cualquiera de los partidos políticos aunque sean comunistas o socialdemócratas. Deciden eliminar las clases sociales estratificadas y aspiran a formar nuevas estructuras políticas descentralizadas y de corte autogestionario.
EL movimiento sindical apenas si tuvo influencia en España hasta después del año 1870. Fue durante la primera República Española, entre los años 1873 y 1874, cuando se produjo el primer movimiento revolucionario de la clase obrera española. Movimiento sindical revolucionario evidentemente condicionado por la inestabilidad política y social propio de esa época y por la extrema violencia que se había apoderado de todos los ámbitos de la vida española.
La Primera Internacional se organizó en España de la mano de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, donde predominaban los típicos grupos del anarquismo español. Esto ha condicionado de una manera muy particular la actuación sindical en España, de modo que prevalezca la defensa de la plena libertad de cada individuo y de cada grupo, sobre cualquier otro tipo de actuación. De ahí que en el mundo laboral español predominara ese ambiente típico antielectoral y se valorara mucho más la acción revolucionaria directa. Es más, muchos de los sindicalistas, tocados de un ateismo religioso muy claro y de un colectivismo económico innegable, defendían incluso el terrorismo individual porque, además de revolucionario les resultaba muy estimulante.
La corriente europea de la Primera Internacional seguía otros patrones muy diferentes a los seguidos aquí en España. El movimiento europeo se había alineado con el marxismo y por lo tanto defendía la necesidad de una democracia obrera muy bien organizada y centralizada a la vez. Aspiraciones estas que solamente podía garantizarse con la existencia de un partido político obrero. Como España se alineo claramente con Bakunin, se propugnaba la abstención de toda actividad política y la acción directa sin más. Huelgan, por lo tanto, los partidos obreros defendidos y las votaciones políticas. La falta de ese partido obrero defendido por Marx se suplía sin más, a base de consignas antielectorales.
El minoritario grupo español, que aceptaba los postulados marxistas, quiso llenar ese vacío y se procedió en 1879 a la creación de un partido típicamente obrero. Fue Pablo Iglesias quien llenó ese hueco con la fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Más tarde, en 1888, daría también vida al sindicato de clase típicamente obrera, con el conocido nombre de Unión General de Trabajadores (UGT).
José Luis Valladares Fernández
En busca de una mayor efectividad de la lucha sindical, los obreros comienzan a crear las primeras asociaciones de ámbito internacional. Es el 28 de septiembre de 1864 cuando se crea en Londres la primera de ellas, con el nombre de Asociación Internacional de Trabajadores. En la fundación y posterior organización de la AIT, participa activamente Carlos Marx. El es el encargado de redactar el famoso Llamamiento inaugural de la Internacional, que es algo así como el acta fundacional de lo que se conoció como Primera Internacional
Con esta asociación, se buscaba claramente la solidaridad internacional obrera y la desaparición de la sociedad clasista. Tenía también, como objetivo importante, la abolición definitiva de la propiedad privada de los medios de producción. Así es como aparece la primera central sindical obrera, propiamente dicha.
Con la llegada a Inglaterra, en 1862, de un contingente de obreros franceses para reunirse con los responsables sindicales de Trade Union, se sientan las bases de esta primera internacional, que culminaría con la redacción, por parte de Marx, Engels y Bakunin, del programa y los estatutos por los que se iba a regir.
En un primer momento, no fueron muchas las organizaciones obreras que se adscribieron a la misma, porque era muy poco conocida aún. Inicialmente formaron parte de esta Primera Internacional, los sindicalistas ingleses, los anarquistas y socialistas franceses y algún republicano de Italia. Fue éste el primer intento serio de organizar la política internacionalista de la revolución proletaria por parte de los sectores más avanzados de la misma.
El primer congreso de la AIT se celebra en 1886. En este congreso, se aprueban los estatutos redactados en 1864 y se estudian, de manera conjunta, los problemas sociales que afectaban al mundo del trabajo. Coincidiendo con este primer congreso de la AIT, se funda en Inglaterra el primer sindicato propiamente dicho, el Trades Union Congress, conocido con las siglas TUC. El TUC se mantiene en la actualidad y cuenta hoy día con gran número de afiliados.
La Primera Internacional abogaba por la instauración de un Estado Obrero, organizado de abajo hacía arriba. La Comuna de París, en 1871, pasa de la teoría a la práctica y ensaya ese sistema de Estado. Con este fin, desata una insurrección obrera importante, nunca vista hasta entonces, y se adueña de la ciudad, controlándola durante más de un mes. Fue un hecho muy sonado que marcó un hito en la historia. Era algo insólito que unos proletarios, llenos de ideas francamente radicales, derrocaran al poder establecido y formaran sus propios órganos de gobierno, creando el primer Estado auténticamente socialista.
Es cierto que se trataba únicamente del gobierno municipal de París. Pero aún así, y en tan poco tiempo, desarrolló una legislación social muy avanzada, llegando incluso a reglamentar el trabajo de acuerdo con la nueva doctrina que se estaba poniendo de moda. Pero la Comuna no encontró apenas apoyos exteriores. Esto supuso, aunque el final fue muy sangriento, que el ejército francés no tuviera muchos problemas para poner fin a la aventura a los dos meses de puesta en marcha. Esta derrota de la comuna fue un duro golpe para la Primera Internacional, donde andaban ya a la greña Marx y Bakunin.
La Primera Internacional celebra el congreso de la Haya de 1872 en un ambiente claro de derrota y de enfrentamiento interno. A medida que avanzan los debates, las diferencias entre Marx y Bakunin se iban agrandando cada vez más. Diferencias que llegaron a ser tan insalvables que provocaron irremediablemente la fractura de esta internacional con la expulsión de este congreso de Bakunin y de sus incondicionales. A partir de este momento, el movimiento obrero queda dividido en marxistas por un lado, y anarquistas por el otro.
Ni Bakunin, ni ninguno de sus partidarios reconocieron los acuerdos que se adoptaron en el congreso de la Haya. Y, con la intención clara de refundar nuevamente la Internacional, no vieron mejor cosa que convocar otro congreso en Suiza, en la población de Saint-Imier. Pero la unión fue ya imposible y ambos movimientos obreros siguieron direcciones completamente opuestas. Esta división y el desarrollo propio de cada tendencia, unido a la falta de avances sociales, propició la aparición de lo que conocemos como partidos socialistas.
Estas nuevas formaciones políticas, desde el momento mismo de su aparición, hacen gala de un radicalismo desconocido hasta entonces, con críticas tremendas y demoledoras del sistema capitalista. El capitalismo era lo más injusto social y económicamente, ya que no admitía medios de producción colectivos y negaba toda clase de protagonismo a los obreros en ninguno de los cambios sociales posibles.
Los nuevos partidos obreros ponen todo su énfasis en la famosa lucha de clases que, como es natural, no tardará en terminar en un evidente odio de clases. La huelga, a veces salvaje, pasa a ser su principal arma de lucha contra la patronal, en busca de mejoras sociales
Las diferencias entre estas dos tendencias, surgidas del congreso de la Haya, no pueden ser más claras. La tendencia liderada por Marx rechaza todo tipo de colaboración con los partidos burgueses. La otra tendencia, la tendencia anarquista, a la vez que la colaboración con los partidos burgueses, rechazan frontalmente toda posible participación en la vida política. Los votos, dicen, solamente sirven para cambiar de amos, no para abandonar la esclavitud. De ahí que busquen con denuedo la abolición del estado y la desaparición de cualquier tipo de autoridad.
Para dejar en evidencia a la corriente antagónica, liderada por Bakunin, Marx se embarca en el desarrollo de la doctrina política del socialismo científico, y que ampliará más tarde en su obra definitiva, titulada El Capital. Tratará de establecer la diferencia entre valor de uso y valor de cambio de cualquiera de las mercancías. Esta distinción, juntamente con la definición de plusvalía, significara su mayor contribución a la economía política.
El valor de uso de un bien cualquiera viene determinado por la aptitud del mismo para satisfacer una necesidad, sea esta real o subjetiva. El valor de uso del trabajo tiene una connotación muy particular, ya que, según Marx, es creador de otros valores de uso. El valor de cambio hace referencia ala proporción en que se intercambian los distintos bienes materiales. Es siempre una medida cuantitativa que viene determinada por el trabajo que la produjo. El valor de cambio, en la producción capitalista, estará siempre integrado por el capital o los distintos medios materiales y por el trabajo invertido en la producción de las mercancías. La plusvalía, en cambio la determinará el propio margen de ganancia social que consiga el capital.
Tanto Bakunin como sus partidarios, en sus debates con el marxismo, ponen el acento en el sujeto o en el individuo concreto. Nadie, como ellos, siente tanto respeto por la libertad, tanto si es individual como colectiva. La libertad es la base de todo. De ahí que exijan que todas las asociaciones humanas, además de ser voluntarias, prevalezca en ellas la horizontalidad. También exigen una autonomía plena, acompañada de una autoorganización de los diferentes movimientos sociales frente al Estado y frente a los diversos monopolios que ofrezca el capitalismo. Ni más ni menos, se trata de un socialismo claramente libertario que intenta construir la sociedad sobre pilares tan llamativos como las libertades civiles y la iniciativa de cada individuo. La cooperación, ante todo, debe ser voluntaria y ofrecer una exquisita equidad social.
Las diferencias ideológicas entre los postulados de Bakunin y el marxismo son muy claras y, cada vez, más irreconciliables. Para Bakunin, el papel de la Internacional quedaba reducido a coordinar simplemente los distintos movimientos social-revolucionarios. Y debía carecer, incluso, de todo órgano de dirección común. Para Marx, en cambio, además de tener una función centralizadora, debía servir para unificar el movimiento obrero.
La clase obrera, según Marx, no podía renunciar a la consecución del poder mediante un triunfo revolucionario y el establecimiento de la Dictadura del Proletariado. Y esto presupone claramente el reforzamiento del poder del Estado. Bakunin, sin embargo, rechaza toda forma de poder. No admite ninguna forma de Estado, ni aunque esté gobernado en nombre del proletariado. Tenía fe en la revolución inmediata y, para ello, confiaba más en las masas campesinas, llenas de miseria y desesperación, que en los obreros aburguesados de las fábricas. Defendía hasta la insurrección armada para llegar a la destrucción definitiva del poder y de toda forma de Estado.
Carlos Marx bendecía la intervención política y, en consecuencia, colaboraba con todos aquellos partidos burgueses que favorecieran los intereses del proletariado. Todo lo contrario que M. Bakunin que predicaba la abstención más absoluta en todo tipo de actividad política. Bakunin negaba a los obreros la posibilidad de formar partidos políticos. Debían agruparse, eso si, para actuar de un modo positivo, pero nunca en el seno de la Internacional.
La lucha entre marxistas y anarquistas fue tan intensa que, a estas alturas de la película, ya nadie se acordaba del mutualismo defendido por Proudhon. Este anarquista francés admitía la propiedad privada siempre que procediera del propio trabajo. Proscribía la coacción, la extorsión y el fraude contra otras personas o sus propiedades. Admitía la asociación voluntaria tanto en mutuas como en cooperativas para obtener mejores resultados económicos.
Los trabajadores británicos, por lo general, se mantuvieron al margen de la lucha política entablada entre marxistas por un lado y anarquistas por otro. La mayoría de los obreros ingleses continuarían siendo fieles a la ideología apolítica, instaurada por las Trade Unions. Camino muy similar seguía la Sociedad Fabiana, creada en 1883 en Gran Bretaña. El fabianismo era tremendamente pragmático, y huía de todo cambio revolucionario. Buscaba la manera de llegar al socialismo, de una manera evolutiva y gradual, mediante el parlamentarismo y el sindicalismo, y nunca por razón de la lucha de clases y la revolución
A los de la Sociedad Fabiana, como eran tremendamente pragmáticos, defendían la propiedad pública de los medios de producción. Pensaban que así se daría al traste con los abusos que genera el capitalismo, acabando de esta manera con el desorden económico existente. Para ellos era prioritario regular adecuadamente las difíciles condiciones de trabajo, para poner fin a la lamentable explotación infantil y a los accidentes laborales. El fabianismo participó en la fundación del Partido Laborista Británico, al que estuvo siempre muy ligado, al menos durante la primera mitad del siglo XX
Entre el 25 de diciembre de 1922 y el 2 de enero de 1923, se reúnen en Berlín varios grupos de anarcosindicalistas, entre los que estaba un grupo de la CNT española. Tratan de refundar nuevamente la AIT, recogiendo el testigo de la corriente libertaria de la Primera Internacional. Proscriben todo tipo de dependencia de cualquiera de los partidos políticos aunque sean comunistas o socialdemócratas. Deciden eliminar las clases sociales estratificadas y aspiran a formar nuevas estructuras políticas descentralizadas y de corte autogestionario.
EL movimiento sindical apenas si tuvo influencia en España hasta después del año 1870. Fue durante la primera República Española, entre los años 1873 y 1874, cuando se produjo el primer movimiento revolucionario de la clase obrera española. Movimiento sindical revolucionario evidentemente condicionado por la inestabilidad política y social propio de esa época y por la extrema violencia que se había apoderado de todos los ámbitos de la vida española.
La Primera Internacional se organizó en España de la mano de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista, donde predominaban los típicos grupos del anarquismo español. Esto ha condicionado de una manera muy particular la actuación sindical en España, de modo que prevalezca la defensa de la plena libertad de cada individuo y de cada grupo, sobre cualquier otro tipo de actuación. De ahí que en el mundo laboral español predominara ese ambiente típico antielectoral y se valorara mucho más la acción revolucionaria directa. Es más, muchos de los sindicalistas, tocados de un ateismo religioso muy claro y de un colectivismo económico innegable, defendían incluso el terrorismo individual porque, además de revolucionario les resultaba muy estimulante.
La corriente europea de la Primera Internacional seguía otros patrones muy diferentes a los seguidos aquí en España. El movimiento europeo se había alineado con el marxismo y por lo tanto defendía la necesidad de una democracia obrera muy bien organizada y centralizada a la vez. Aspiraciones estas que solamente podía garantizarse con la existencia de un partido político obrero. Como España se alineo claramente con Bakunin, se propugnaba la abstención de toda actividad política y la acción directa sin más. Huelgan, por lo tanto, los partidos obreros defendidos y las votaciones políticas. La falta de ese partido obrero defendido por Marx se suplía sin más, a base de consignas antielectorales.
El minoritario grupo español, que aceptaba los postulados marxistas, quiso llenar ese vacío y se procedió en 1879 a la creación de un partido típicamente obrero. Fue Pablo Iglesias quien llenó ese hueco con la fundación del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Más tarde, en 1888, daría también vida al sindicato de clase típicamente obrera, con el conocido nombre de Unión General de Trabajadores (UGT).
José Luis Valladares Fernández
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