7.- La Cuarta Internacional
En el socialismo marxista, como ha pasado en tantas otras corrientes ideológicas, no fue posible la unanimidad doctrinal. Muy pronto aparecieron dos corrientes claramente diferenciadas: el comunismo por un lado y la socialdemocracia por otro. Otro tanto ocurrió después con el comunismo. Los leninistas primero, y después los estalinistas, procuraron mantener por la brava esa unanimidad férrea, con muy escaso éxito. Así que, a pesar de las trabas de uno y otro la ideología comunista fue evolucionando de una manera incontenible y adaptándose a las diferentes épocas y a las distintas realidades nacionales. Así, entre otras de menor importancia, fueron apareciendo distintas corrientes, como es el caso del trotskismo, estalinismo, maoísmo, autogestión socialista y hasta el eurocomunismo al que se aferro después Santiago Carrillo.
Fueron los estalinistas los que, tratando de desprestigiar la doctrina revolucionaria de Trotsky, le dieron el nombre de trotskismo. Querían a toda costa establecer diferencias entre las ideas de Lenin y las de Trotsky. Pero Trotsky no aceptó jamás ese término y tanto él como sus seguidores se hacían llamar bolchevique-leninistas o comunistas internacionales. Y hay que reconocer que el trotskismo es el que más fielmente ha defendido las ideas revolucionarias de Lenin.
No podemos olvidar que Trotsky actuó sin reservas al servicio del Partido Bolchevique, para que Lenin conquistara el poder. La toma del Palacio de Invierno, que determinó la instauración del régimen comunista en Rusia, se debe a la inteligencia y a la determinación de Trotsky. El mismo Lenin, consciente de la inmensa aportación de Trotsky a la causa comunista, le nombra su sucesor en 1924.
Pero la ambición desmedida de Stalin que quería el poder para sí, comienza a recabar apoyos dentro del aparato del partido con la intención de impedir que Trotsky accediera al poder a la muerte de Lenin, y despejar su propio camino hacia el poder absoluto. Tanto Stalin como sus partidarios subordinaron sin escrúpulos los intereses de la revolución proletaria a los de la nueva casta emergente, dejando de lado los principios implantados por el leninismo. Y se aprestan a instaurar en la Unión Soviética un nuevo régimen dictatorial, que tiene poco que ver con el socialismo y con el comunismo vivido hasta entonces.
Stalin no solamente aparta a Trotsky de la dirección en 1925. En 1927 logra expulsarlo del partido y lo confina primero en Kazajistán y posteriormente, en 1929, lo destierra del país. Pero Trotsky continuó sin desmayo su lucha revolucionaria. Escribió varias obras, todas ellas interesantes, y encabezó una corriente comunista disidente, considerada como una simple facción de la Internacional Comunista. Entre tanto, todos los seguidores de Trotsky eran brutalmente perseguidos por el estalinismo instalado en el poder.
Pero Trotsky no se arruga y comienza a desarrollar una nueva tendencia dentro del propio movimiento comunista internacional, con ideas claramente contrapuestas a las de Stalin. Con esta iniciativa, Trotsky pretendía reencauzar todo el proceso revolucionario soviético. De ahí que echara mano de la Revolución Permanente, que ya habían utilizado previamente Marx y Engels, pero desarrollándola y dotándola de contenidos mucho más concretos. Y es que Trotsky buscaba desesperadamente la manera de desterrar la burocracia asfixiante que el estalinismo había introducido en el Partido Comunista de la Unión Soviética. Quería, además, que los cargos, dentro del aparato del partido, fueran rotativos.
Trotsky terminó decepcionado al percatarse de que la Tercera Internacional, por obra y gracia de Stalin, se había vuelto claramente contrarrevolucionaria, renunciando de hecho a la defensa sistemática del proletariado internacional. Por este motivo, decide encabezar la resistencia de los comunistas descontentos con la feroz burocracia y el cariz que iban tomando las cosas dentro de la Tercera Internacional. Como única solución, se imponía la organización de una nueva Internacional, ya que la Tercera Internacional, debido a la corrupción imperante en ella, era ya prácticamente irrecuperable.
Por deseo expreso de Trotsky, en septiembre de 1938, se organiza en París un Congreso de delegados que ponen en marcha la Cuarta Internacional. Los delegados que habían acudido a París pusieron todo su cuidado para incorporar a esta nueva Internacional, todo lo bueno de las anteriores. Procuraron evitar, aunque no lo consiguieron, la ya clásica contradicción entre la teórica solidaridad obrera mundial y la rivalidad que introducen las distintas realidades nacionales dentro del propio socialismo. Contradicción que significó siempre el fracaso de todas las Internacionales anteriores.
Trotsky quería que esta Internacional fuera el partido que englobara toda la revolución proletaria mundial. Aunque con secciones en todos los países, la Cuarta Internacional tenía que funcionar como un todo para alcanzar la meta de la revolución mundial. La Revolución Permanente exigía, para el triunfo definitivo del socialismo, un desarrollo ineludible a nivel mundial. De ahí el empeño de Trotsky por mantener unidos y controlados a todos sus seguidores, y su lucha valerosa y sin cuartel contra el capitalismo internacional y contra los propios comunistas que aceptaban las directrices que imponía Stalin desde Moscú.
Cuando estalló la II Guerra Mundial en 1939, se traslada a Nueva York la sede del Secretariado General de la Cuarta Internacional. Con este traslado, se buscaba que esta internacional se viera libre de los problemas derivados de la proximidad del escenario bélico. Pero no pudo eludir, en 1940, la división del Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos, el partido más importante de la Cuarta Internacional, protagonizada por un pequeño grupo que estaba en desacuerdo con los postulados de Trotsky.
A las complicaciones que se derivaban de esta inoportuna división, hay que agregar un problema mucho más grave y peligroso: Trotsky fue asesinado, en agosto de ese mismo año, por Ramón Mercader por encargo del propio Stalin. Este asesinato dejó a la dirección de la Cuarta Internacional sin personas cualificadas para hacer frente a la batalla política que les planteaba la vieja internacional comunista. Para solucionar este problema organizaron un Congreso mundial en 1946. Pero cometieron el error de poner al frente de la dirección a personas demasiado jóvenes e inexpertas para abordar los complicados retos políticos de la acción sindical. Los desacuerdos entre sus miembros fueron creciendo de tal manera, que llegaron a ser insalvables terminando por provocar la desaparición de esta Internacional en el año 1953.
Los responsables inmediatos de esta disgregación de la Cuarta Internacional fueron el Partido Socialista de los Trabajadores de Argentina y el Partido Comunista Internacionalista francés. Estos partidos prefirieron adherirse a los postulados estalinistas. Dada la complicada situación política, creían que estaba próxima a estallar la III Guerra Mundial y entonces los estalinistas se enfrentarían violentamente al imperialismo. La toma del poder estaría entonces más cercana y sería inevitable la formación de estados auténticamente obreros.
Contra lo que esperaban estos partidos, ni estallo la III Guerra Mundial, ni el papel revolucionario de Stalin fue tan concluyente y definitivo, lo único que si ocurrió que la Cuarta Internacional acabara rota en diversas e irreconciliables facciones.
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José Luis Valladares Fernández
En el socialismo marxista, como ha pasado en tantas otras corrientes ideológicas, no fue posible la unanimidad doctrinal. Muy pronto aparecieron dos corrientes claramente diferenciadas: el comunismo por un lado y la socialdemocracia por otro. Otro tanto ocurrió después con el comunismo. Los leninistas primero, y después los estalinistas, procuraron mantener por la brava esa unanimidad férrea, con muy escaso éxito. Así que, a pesar de las trabas de uno y otro la ideología comunista fue evolucionando de una manera incontenible y adaptándose a las diferentes épocas y a las distintas realidades nacionales. Así, entre otras de menor importancia, fueron apareciendo distintas corrientes, como es el caso del trotskismo, estalinismo, maoísmo, autogestión socialista y hasta el eurocomunismo al que se aferro después Santiago Carrillo.
Fueron los estalinistas los que, tratando de desprestigiar la doctrina revolucionaria de Trotsky, le dieron el nombre de trotskismo. Querían a toda costa establecer diferencias entre las ideas de Lenin y las de Trotsky. Pero Trotsky no aceptó jamás ese término y tanto él como sus seguidores se hacían llamar bolchevique-leninistas o comunistas internacionales. Y hay que reconocer que el trotskismo es el que más fielmente ha defendido las ideas revolucionarias de Lenin.
No podemos olvidar que Trotsky actuó sin reservas al servicio del Partido Bolchevique, para que Lenin conquistara el poder. La toma del Palacio de Invierno, que determinó la instauración del régimen comunista en Rusia, se debe a la inteligencia y a la determinación de Trotsky. El mismo Lenin, consciente de la inmensa aportación de Trotsky a la causa comunista, le nombra su sucesor en 1924.
Pero la ambición desmedida de Stalin que quería el poder para sí, comienza a recabar apoyos dentro del aparato del partido con la intención de impedir que Trotsky accediera al poder a la muerte de Lenin, y despejar su propio camino hacia el poder absoluto. Tanto Stalin como sus partidarios subordinaron sin escrúpulos los intereses de la revolución proletaria a los de la nueva casta emergente, dejando de lado los principios implantados por el leninismo. Y se aprestan a instaurar en la Unión Soviética un nuevo régimen dictatorial, que tiene poco que ver con el socialismo y con el comunismo vivido hasta entonces.
Stalin no solamente aparta a Trotsky de la dirección en 1925. En 1927 logra expulsarlo del partido y lo confina primero en Kazajistán y posteriormente, en 1929, lo destierra del país. Pero Trotsky continuó sin desmayo su lucha revolucionaria. Escribió varias obras, todas ellas interesantes, y encabezó una corriente comunista disidente, considerada como una simple facción de la Internacional Comunista. Entre tanto, todos los seguidores de Trotsky eran brutalmente perseguidos por el estalinismo instalado en el poder.
Pero Trotsky no se arruga y comienza a desarrollar una nueva tendencia dentro del propio movimiento comunista internacional, con ideas claramente contrapuestas a las de Stalin. Con esta iniciativa, Trotsky pretendía reencauzar todo el proceso revolucionario soviético. De ahí que echara mano de la Revolución Permanente, que ya habían utilizado previamente Marx y Engels, pero desarrollándola y dotándola de contenidos mucho más concretos. Y es que Trotsky buscaba desesperadamente la manera de desterrar la burocracia asfixiante que el estalinismo había introducido en el Partido Comunista de la Unión Soviética. Quería, además, que los cargos, dentro del aparato del partido, fueran rotativos.
Trotsky terminó decepcionado al percatarse de que la Tercera Internacional, por obra y gracia de Stalin, se había vuelto claramente contrarrevolucionaria, renunciando de hecho a la defensa sistemática del proletariado internacional. Por este motivo, decide encabezar la resistencia de los comunistas descontentos con la feroz burocracia y el cariz que iban tomando las cosas dentro de la Tercera Internacional. Como única solución, se imponía la organización de una nueva Internacional, ya que la Tercera Internacional, debido a la corrupción imperante en ella, era ya prácticamente irrecuperable.
Por deseo expreso de Trotsky, en septiembre de 1938, se organiza en París un Congreso de delegados que ponen en marcha la Cuarta Internacional. Los delegados que habían acudido a París pusieron todo su cuidado para incorporar a esta nueva Internacional, todo lo bueno de las anteriores. Procuraron evitar, aunque no lo consiguieron, la ya clásica contradicción entre la teórica solidaridad obrera mundial y la rivalidad que introducen las distintas realidades nacionales dentro del propio socialismo. Contradicción que significó siempre el fracaso de todas las Internacionales anteriores.
Trotsky quería que esta Internacional fuera el partido que englobara toda la revolución proletaria mundial. Aunque con secciones en todos los países, la Cuarta Internacional tenía que funcionar como un todo para alcanzar la meta de la revolución mundial. La Revolución Permanente exigía, para el triunfo definitivo del socialismo, un desarrollo ineludible a nivel mundial. De ahí el empeño de Trotsky por mantener unidos y controlados a todos sus seguidores, y su lucha valerosa y sin cuartel contra el capitalismo internacional y contra los propios comunistas que aceptaban las directrices que imponía Stalin desde Moscú.
Cuando estalló la II Guerra Mundial en 1939, se traslada a Nueva York la sede del Secretariado General de la Cuarta Internacional. Con este traslado, se buscaba que esta internacional se viera libre de los problemas derivados de la proximidad del escenario bélico. Pero no pudo eludir, en 1940, la división del Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos, el partido más importante de la Cuarta Internacional, protagonizada por un pequeño grupo que estaba en desacuerdo con los postulados de Trotsky.
A las complicaciones que se derivaban de esta inoportuna división, hay que agregar un problema mucho más grave y peligroso: Trotsky fue asesinado, en agosto de ese mismo año, por Ramón Mercader por encargo del propio Stalin. Este asesinato dejó a la dirección de la Cuarta Internacional sin personas cualificadas para hacer frente a la batalla política que les planteaba la vieja internacional comunista. Para solucionar este problema organizaron un Congreso mundial en 1946. Pero cometieron el error de poner al frente de la dirección a personas demasiado jóvenes e inexpertas para abordar los complicados retos políticos de la acción sindical. Los desacuerdos entre sus miembros fueron creciendo de tal manera, que llegaron a ser insalvables terminando por provocar la desaparición de esta Internacional en el año 1953.
Los responsables inmediatos de esta disgregación de la Cuarta Internacional fueron el Partido Socialista de los Trabajadores de Argentina y el Partido Comunista Internacionalista francés. Estos partidos prefirieron adherirse a los postulados estalinistas. Dada la complicada situación política, creían que estaba próxima a estallar la III Guerra Mundial y entonces los estalinistas se enfrentarían violentamente al imperialismo. La toma del poder estaría entonces más cercana y sería inevitable la formación de estados auténticamente obreros.
Contra lo que esperaban estos partidos, ni estallo la III Guerra Mundial, ni el papel revolucionario de Stalin fue tan concluyente y definitivo, lo único que si ocurrió que la Cuarta Internacional acabara rota en diversas e irreconciliables facciones.
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José Luis Valladares Fernández
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